Como Grandes Gotas de Sangre

Rev. Julio Ruiz.  (Lucas 22:44). Después que Jesús celebró pascua y la cena con sus discípulos se dirigió a uno de los lugares que mejor conocía: el huerto del Getsemaní. ¿Por qué fue a ese lugar? ¿Por qué seleccionó aquel apacible lugar para tan terrible agonía? ¿Por qué no otro lugar para ser traicionado y arrestado por los que ya habían decidido matarle?

Es interesante pensar que así como en el  huerto del Edén, por la complacencia de Adán vino la ruina de la humanidad, en la agonía del huerto del Getsemaní se libró la batalla de nuestra salvación. Si la hermosura del Edén fue marchitada por la aparición del pecado, el torrente de Cedrón sería testigo de cómo el pecado había cambiado al que nació sin pecado y que ahora enfrenta su naturaleza y poder. Jesús había consagrado aquel lugar para la más íntima comunión con su Padre celestial. Allí  disfrutaba de la más excelsa intimidad con su Padre. Ningún lugar conocía tan perfectamente como aquel huerto. Su hierba, sus árboles, sus caminos, su atmósfera, sus sonidos… todo le era familiar. Pero Judas también conocía aquel lugar, y algo tenía muy claro el Señor era que no quería esconderse. El traidor sabía el sitio exacto para encontrarle. Nosotros también debiéramos conocer ese lugar, y somos invitados a ir allí, no como fue Judas y la turba, sino como se acercó Moisés a la zarza que ardía y no se consumía, quitando el calzado de sus pies porque estaba tocando tierra santa. Entremos esta noche a la puerta del Getsemaní para que miremos a Aquel que oró intensamente antes de ir a la cruz. Para que contemplemos el suelo teñido de algo rojizo por el sudor que emanaba de toda su piel. ¿Qué nos revela la sangre del Getsemaní? ¿Por qué decimos que allí se libró nuestra salvación?

 

I. EL SUDOR EN
SANG
RENTADO
REV
ELA  UNA AGONÍA JAMÁS VISTA

 

1. Un hombre sin angustias previas. Lo que Jesús vivió en el Getsemaní nunca antes lo había vivido. La referencia que tenemos hasta aquí es que él era un hombre sin quejas. Bien pudiera decirse, y en especial por su coraje y entusiasmo con el que enfrentó todo su ministerio, que él fue el hombre más feliz que haya pisado la tierra. De él narran todos sus biógrafos que era poseedor de una paz absoluta que nada ni nadie podía quebrantarla. Tal era aquella paz que la dio a los hombres, muy contraria a la que el mundo la daba. Era un hombre manso, cual nunca hubo ni habrá en la tierra. Era un hombre fuerte, sano y vigoroso. Tenía solo 33 años, la flor de la vida. A esa edad murió mi hermano menor, y el recuerdo que tengo de él era de una persona sana, alegre, vigorosa. Entonces, ¿cuál era la causa de la  agonía de Jesús? ¿Por qué había llegado a esa condición de su alma? La paz que tuvo, ahora se ha acabado. El hombre que venció a Satanás y a los demonios, ahora está postrado en una incompresible agonía. El gozo del himno  cantado después  de salir de la cena, ahora se ha convertido en una profunda tristeza. Ni las multitudes cuando las veía como “ovejas sin pastor”; ni el lloro que tuvo por causa de la muerte de Lázaro; o el lamento cuando entró por última vez a Jerusalén, pudieron afligirlo tanto como la aflicción a la que se ha está enfrentando ahora.

 

 

 

2. Sus oraciones jamás fueron como aquella. Las oraciones que había hecho antes, entre la que hizo intercediendo por sus discípulos, una de las más grandes que se conozcan por aquellos que amó tanto, nunca podrá compararse  con la oración más conmovedora que hizo en aquel huerto. Lucas dice que estando en semejante postración “oraba más intensamente”; tanto así, que su sudor era como  “grandes gotas de sangre que caían a la tierra”. La intensidad de aquella oración era tal que la repitió tres veces: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” v. 42. El evangelista Marcos nos da otra vista de lo que sucedió aquella noche. Él dice que dentro de los 11 apóstoles, “tomó a consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad” (Mr. 14:33, 34). Los discípulos no supieron de aquellas oraciones porque estaban profundamente dormidos. Solo Dios las conoció y las reveló después por el Espíritu Santo para que nosotros las conociéramos hoy.

 

 

 

3. Una angustia sin consuelo. La angustia de Jesús iba creciendo. Tanto era que vino tres veces a sus discípulos. Anhela que ellos estuvieran despiertos, si no para consolarse, si para que estuvieran con él. No tenemos idea de cómo eran sus exclamaciones, sus gemidos y terribles suspiros. Los médicos han comprobado que algunos pacientes, frente a la extremidad de algún terror, han sudado de forma colorida, rojizo como la sangre. Lo de él no era un dolor físico.  Pudiéramos preguntarle al Señor, con la más profunda reverencia y con la más humilde actitud: “¿Qué te dolía, amado Cristo, que llegaste a tan trágico momento?”. ¿Qué sucedió realmente en el Getsemaní? El lugar que tantas veces estaba rodeado de una absorta quietud y silencio, de repente se ha convertido en un lugar de tormento donde todo su ser se llenó de ruido y voces. Si alguien  había dudado de su humanidad, esta escena lo explica todo. Por lo general nuestras penas y angustias hayan consuelo. Casi siempre nuestras lágrimas son enjugadas, las suyas nadie las secó.

 

 

 

4. Un dolor que vino del cielo. El asunto más incomprensible de aquella fatídica noche fue que la angustia por la que Jesús atravesó fue permitida por su propio Padre. Lo que para Jesús llegaría a ser incomprensible, fue que tuvo que tomar una copa demasiada amarga dada por su propio Padre. De esta manera podemos ver que la prueba por la que está pasando no fue por el odio de los judíos o la traición del compañero, sino que Dios está llevándole a este momento. Si no se había entendido la profecía de Isaías 53, que dice que “Jehová quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento”, entendámosla ahora. Fue en este momento cuando se cumplió lo que nos parece incompresible: “Mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros". Solo Dios sabe de esas agonías. Desde aquel momento Jesús comenzó a ver la  naturaleza y el horror del pecado. El Padre no la vio porque Él es muy limpio de ojo para ver el mal. Sin embargo, el Hijo inocente vio la terrible cara del pecado. El Padre celestial consintió en el dolor del Hijo por el pecado.

 

 

 

II. EL SUDOR  ENSANGRENTADO
REV
ELA LA TURBACIÓN DEL ALMA

 

1. La proximidad a la muerte. Los discípulos no habían entendido las palabras que Jesús pronunciara unos cuatro días antes del Getsemaní, cuando dijo: “Ahora está turbada mi alma” (Jn. 12:47). Durante sus tres años con ellos no había pronunciado tales palabras. Los expertos en esos estados anímicos dirían que Jesús se estaba enfrentando a una depresión del espíritu. Su perturbación era porque la muerte se iba a enseñorear de él más que en cualquier otro ser humano. La Biblia dice que “la paga del pecado es la muerte”, por lo tanto,  la muerte para nosotros es inevitable, y aunque sentimos el temor de su presencia, eso es la consecuencia inmediata de nuestra naturaleza. Mas no fue así con el Señor pues él no tenía pecados. Su muerte no sería por causa del pecado sino para destruir al pecado. Por lo tanto, en el Getsemaní Jesús vio tanto el poder del pecado como el de la muerte actuando juntos. Esto acrecentó su angustia y su tristeza.

 

 

 

2. El dolor del alma es el peor de todos. Mientras que Lucas dice que Jesús “oraba intensamente”, Mateo pone su énfasis en las palabras “comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera” (Mt. 26:37). Tanto las palabras “intensamente”, como “en gran manera”, reflejan un dolor del alma que es peor que el físico. Lo que él estaba pasando iba más allá de un dolor de corazón, de un dolor de cabeza o de un dolor de la conciencia. Se dice que si alguien tiene una mente sana y tranquila puede soportar el dolor físico; pero el dolor del alma no es posible soportarlo, a menos que haya una confesión y algún consuelo. ¿Qué fue lo que pasó con el dolor del alma en Jesús? Acudió a quien él sabía que le daría algún consuelo pero no lo recibió. Y es cierto que vino un ángel del cielo para fortalecerle, pero aún así no halló reposo para su alma. El dolor del alma al final conquista todo el cuerpo. La palabra en griego para describir este estado de angustia del alma es mucho más profundo que el que conocemos en nuestra versión. Es como si un ejército de algo muy terrible invadiera y se apoderara de la mente que la hace impenetrable a aquello que pudiera tranquilizarla. Jesús tuvo una angustia consigo mismo, lo cual es peor que si se estuviera luchando con un enemigo real. La mente de Cristo fue invadida por un estado de angustia que le hizo vivir aquella noche sin paz, y que paradójicamente venció aquel terrible momento, cuado le dijo a sus dormilones discípulos: “Basta ya, se acerca el que me entrega”.

 

 

 

3. ¿Por qué era tan terrible aquella agonía? Porque la naturaleza de Jesús era absolutamente santa e iba a tener que soportar el mundo oscuro del pecado. Entonces su agonía venía por la más incomparable  decisión que alguien jamás haya podido tomar. Fue, entonces, la lucha entre enfrentar aquel terrible momento, donde todo el poder del infierno, del pecado y de la muerte se hicieron allí presentes, y la manifestación del más alto y sublime amor por los que vivían bajo el dominio de estos enemigos. ¿Puede usted imaginarse una agonía peor que esta? No debe sorprendernos por qué Lucas nos habla que su sudor era “como grandes gotas de sangre”. Ante todo esto, alguien cantaría, diciendo: "Solamente para Dios, y únicamente para Él Sus angustias son plenamente conocidas". Mucha de nuestra agonía viene por nuestra naturaleza irredenta. La de Cristo vino porque él estaba poniendo su vida para la redención. Al que no conoció pecado por nosotros se hizo pecado para que  todos nosotros encontrásemos la justicia, dice la Biblia.  

 

 

 

4. ¿Cómo explica la ciencia médica aquel estado? Aparte de detectar alguna enfermedad, por las que brotan de su cuerpo gotas de sudor como de sangre, habría dicho que Jesús era un hombre con un tormento muy grande; o de alguien que está llevando una pena muy alta. La descripción sería la de alguien que tiene una enfermedad que lo consume y está a punto de desfallecer. La ciencia dice que lo que a Jesús le pasó se llama “Hematidrosis”, que es un fenómeno poco común. Es debido a un trastorno emocional y sanguíneo. Fue el resultado de una hemorragia en las glándulas sudorípedas. Su piel se puso débil y sensible, y sus diminutos vasos capilares estallaron, se rompieron dejando ver un agua rojiza. El profeta dibujo un cuadro de él espantoso: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (Is. 53:4). Las palabras “azotado, herido y abatido”, describen aquel estado. Desde allí la presión sanguínea estaría al máximo. La palabra griega “perilupos”, usada por  Mateo da cuenta de un estado encerrado de abatimiento para el que no hay salidas… una especie de prisión del alma. El estado de Jesús no podía ser igualado por ningún otro tipo de sufrimiento humano, aun antes de sufrir la cruz.

 

 

 

CONCLUSIÓN: En medio de esta desgarradora escena surge una pregunta necesaria, ¿hubo algún alivio de nuestro amado Señor en aquella horrible noche? Se ha dicho que la comunión más grande que algunos seres han experimentado con Dios, ha sido cuando han pasado por una intensa agonía de su alma. Jesús buscó alivio desesperado aquella noche al visitar a sus discípulos, pero no lo halló. Sin embargo, él no abandonó la oración. Lucas nos dice que estando en aquella agonía “oraba más intensamente”. A pesar que no hubo respuesta a su oración, fue la oración misma la causa de su alivio. Fue el evangelista Marcos el que escribió la otra parte de aquella oración, cuando dijo: “Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti…” (Mr. 14:36). Si usted no lo sabía, esta es la oración más tierna, conmovedora y reveladora de todas las Escrituras. La hizo Jesús aquella noche en el Getsemaní. Fue como la oración de un niño que se sujeta de una manera desconsolada en los brazos de su padre suplicando su ayuda. Aquello lo hizo para que el hombre, quien merecía el castigo que ahora él lleva, reciba su perdón. 

 

CONGREGACIÓN HISPANA

 

BAUTISTA DE COLUMBIA

 

Falls Church, 04/04/2007

 

Rev. Julio Ruiz , pastor

 

Mensajes para Semana Santa

 

 

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