¡DÍ A ESTE PUEBLO QUE MARCHE! Exodo 14:15

(Éxodo 14:1-30) v. 15 – Rev. Julio Ruiz, pastor
INTRODUCCIÓN: Dios libró a su pueblo para que marchara. Él liberta al alma del hombre para que marche. Si queremos avanzar en la vida espiritual tenemos que marchar. Sin duda que uno de los milagros más gloriosos que registra el Antiguo Testamento es el cruce a pie del mar rojo, por parte de Israel, y con ello la muerte del ejército egipcio.

Este es el gran capítulo que ha servido para el desarrollo de la fe bíblica. Algunos lo han ridiculizado. Para otros es una especie de ciencia-ficción.

Pero la historia posterior confirma tal acontecimiento, y lo hace parte de lo que debiera ser narrado a los hijos y recordado por las generaciones. El salmo 106:6-12 lo menciona cuando habla de la rebelión de Israel y la fidelidad de Dios.

Y en el Nuevo Testamento todos sabían de ese portentoso milagro, comentado por escritores con ciertas aplicaciones teológicas, como es el caso de Pablo cuando hace alusión a este hecho. Él vio en el cruce del mar rojo una especie de «bautismo» del pueblo, tanto por la sombra que les cubría como por el agua donde pasaron (1 Co. 10:1,2, etc.) En esta historia hay elementos que son dignos de anotar.

Está la forma como Dios, de una manera intencional, lleva al pueblo a una especie de callejón sin salida para probarles, toda vez que fueron encerrados en diversos peligros de muerte. Luego es extraordinario ver la fe de Moisés como se había crecido en medio de las dificultades. Y por supuesto es objeto de mencionar la completa derrota que sufrió el Faraón, quien disponía de todos los ejércitos con caballos y guerreros, pero se le había olvidado que él no estaba peleando con Israel sino contra el Dios de Israel.

Bien podemos decir que esta historia nos muestra la última plaga que le vino a Egipto. En sus anales históricos tuvieron que reseñar la humillante derrota a la que fueron sometidos por parte del Dios que peleó por un pueblo llamado Israel. Esta historia es confortante para todos nosotros. Contamos con el mismo Dios de antes.

Hoy nos ordena seguir marchando. Pero en medio de esta marcha nos dicen las Escrituras: «No temáis; estad firmes, y ve la salvación que Jehová hará hoy con vosotros…» v. 13. ¡Ánimo amados hermanos, el Dios que nos ha ordenado marchar, también nos ha prometido pelear por vosotros! Para esto debemos saber que:

I. MIENTRAS MARCHAMOS HAY CAMINOS QUE SE CIERRAN v.2, 3

Cuando Dios ordenó a Moisés que llevara al pueblo de Israel en dirección contraria, eso es, que «dieran la vuelta y acamparan delante de Pi-hahirot , entre Migdol y el mar hacia Baal-zefón», quedaron en un especie de callejón sin salida. Era el lugar perfecto para ser atacados por el Faraón. De modo que allí estaban los israelitas atrapados y sin esperanza entre el mar y los ejércitos del temible Faraón.

La Biblia dice que Dios terminó de endurecer el corazón del malvado rey, de modo que cuando mantuviera su obstinada idea de hacer regresar aquel pueblo tembloroso e indefenso, aquella sería su última acción, porque Dios había planeado destruirle. El rey de Egipto sabía muy bien donde había acampado Israel. Según el conocimiento que tenía de aquel lugar, allí no había escapatoria.

A un lado tenían a Migdol con sus desiertos de arena intransitables; al otro lado estaba el mar Rojo, ¡imposible ir por allí! Al lado oriental estaba la intransitable sierra de Baal-Zefón. De modo que estaban arrinconados. La única manera de escapar era devolviéndose por la misma ruta de donde venían. Pero, ¿cómo regresar por allí? Todo el ejército egipcio estaba apostado en ese lugar listo para atacar. Usted y yo tenemos que imaginarnos el tremendo aprieto en el que se encontró Moisés.

Aquel sería el más grande momento para probar su fe. Hay una verdad solemne en todo esto. Vienen ocasiones a nuestra vida donde Dios pareciera llevarnos a ciertas situaciones de gran dificultad, de donde no vislumbramos posibles salidas. Pruebas que las creemos insuperables. Especies de paredes donde pareciera no haber escapatorias. Momentos donde la lógica humana no entra si es consultada.

Es posible que en este mismo momento usted esté atravesando por un tiempo que le parece en extremo incomprensible y misterioso, pero déjeme decirle que su condición es comprensible por que si Dios le ha permitido llegar hasta allí, Él tiene un gran propósito que quiere revelarle. No piense usted que por cuanto se le ha cerrado el camino en su marcha, todo se ha acabado.

¡No se desanime! Usted no marcha solo, cuenta con el mejor aliado. Dios abre las puertas donde todo se ha cerrado. Israel aprendió eso apenas comenzando el camino de su libertad.

II. MIENTRAS MARCHAMOS VIENEN LOS TEMORES DEL FRACASO v.10

El gozo de la libertad pronto fue cambiado por un temor colectivo. La algarabía del pueblo en fiesta fue transformada por manos sudorosas, piernas debilitadas y en comentarios desaforados. La visión del enemigo hizo olvidar por un instante la demostración del poder Dios, jamás antes visto, de todas las plagas con las que Egipto fue destruido. Cuando ellos vieron los carros del temible enemigo, tirado por rápidos y valientes guerreros egipcios, palidecieron y se turbaron en gran manera.

El texto nos dice que temieron y clamaron. La palabra que traduce acá por «clamar» tiene implícita la idea de clamar a causa de una gran angustia. Aquella protesta colectiva tuvo que haberse convertido en una gran gritería. Fue allí donde se dio la primera queja y murmuración del pueblo. Las preguntas que salieron en medio de la protesta revelaron la baja estima a la que les había llevado el período de esclavitud y la debilidad de su fe.

Se ha dicho que es más fácil sacar a la gente de la esclavitud que sacar la esclavitud de la gente. Se puede ver una nota de amargura en la pregunta dirigida a Moisés: «¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto?» v. 11 ¡Qué ironía la de esta pregunta! Por seguro que Egipto era famosa por las tumbas, más que ninguna otra nación. Era allí donde se levantaban las muy famosas pirámides-tumbas.

Pero esta actitud revelaba una gran falta de fe. Es curioso ver cómo se prefiere morir en esclavitud que dar un salto de fe y morir de una manera distinta. Pero en medio del pueblo tembloroso está Moisés. Él ha visto el pánico generalizado que ha traído la presencia del enemigo, de modo que en lugar de contagiarse con el ambiente negativo, proclama una de las más grandes declaraciones de confianza que se conozca en las Escrituras, así arengó a su pueblo: «Y Moisés dijo al pueblo: No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis» v. 13.

Es un asunto maravilloso que en medio del temor, las dudas y las quejas, emerja una confianza como la Moisés. Él aparece en esta escena como un hombre inconmovible; con una fe inquebrantable porque sabía quien era Jehová. Todavía estarían muy vivas las palabras cuando en su llamado le había dicho «Yo soy el que soy»; de esta manera le conoció, pero también por su poder extraordinario, manifestado por medio de las plagas destructivas.

Esta es la actitud que debemos tener para que la presencia del enemigo no obnubilese la visión del Dios que está con nosotros. Los temores del fracaso ocultan de la vida, la fe firme que debiera estar puesta en nuestro poderoso Dios. Hay toda clase de temores con las que podemos ser asolados. La aparición de una enfermedad seria conduce al temor de la muerte. Una mala situación económica conduce al temor de la estabilidad familiar. El no llenar la parte afectiva y emocional puede conducir a un temor por la soledad, uno de los más temidos de todos.

El creyente debe imitar a Moisés cuando esté en presencia de aquellos enemigos que tienen la misión de crear un estado de conmoción interna. Glen Hale Bump recomendaba: «Alimenta tu fe y tu temor se quedará anémico hasta morir». La promesa de Isaías es siempre oportuna mientras vamos camino en nuestra marcha espiritual y somos asaltados por el temor: «No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia» (Is. 41: 10)

III. MIENTRAS MARCHAMOS JEHOVÁ PELEA POR NOSOTROS v.14

Después que Moisés reveló su profunda confianza en lo que Dios podía hacer por ellos, como ya lo había hecho antes, escuchó algo con lo que aumentó más su fe en una evidente victoria. Cuando el Señor dijo «¿por qué clamas a mí?», Moisés tuvo que entender que aquella no era la hora para orar sino para marchar. Pero también entendería que Dios iba a manifestarse en medio de ellos de una manera extraordinaria. Es como si Dios le hubiese dicho «no sigas pidiéndome lo que yo se que tengo que hacer, solo dile a ese pueblo que marche».

Y eso fue lo que Moisés hizo. Obedeció como hasta ahora lo había hecho, y utilizando la vara como el instrumento a través del cual Dios ha manifestado su poder, vio, junto con su pueblo, la forma como Dios peleó por ellos. A la orilla del mar Dios vino a ellos como guerrero, conquistador y vencedor.

Después que ellos vieron a los egipcios derrotados tuvieron que cantar osadamente: «Jehová es varón de guerra: Jehová es su nombre» (15:3) María, la hermana de Moisés, junto con otras cuantas mujeres, entonaron un canto al Señor con panderos y danzas, como acostumbraban hacerlo en otros tiempos para darle la bienvenida al guerrero vencedor. Solo que en esta experiencia no fue el ejército de Israel el que ganó esta pelea sino «Jehová de los ejércitos».

Esta figura de Jehová como guerrero victorioso es predominante en el Antiguo Testamento. Un estudio de la gran mayoría de las batallas ganadas por Israel, revela un sentido de lo absurdo, sobre cómo fueron peleadas y ganadas. Algunas fueron ganadas dándoles vuelta a una ciudad, con teas encendidas y tocando ciertos instrumentos de música. Otras fueron ganadas tan solo con un coro de alabanza.

Mientras que otras fueron ganadas con la intervención de un solo ángel. Pero en todas es notoria la intervención del Señor. La vida cristiana, que de igual manera marcha todos los días, y es consciente del enemigo que le acosa, reconoce que el Señor sigue peleando por ella. Pablo admitió esa continua lucha, según lo dejó escrito en Efesios 6:10-18. En nuestro largo peregrinaje terrenal hay un Señor todopoderoso que sigue peleando a favor de nosotros. Hay fuertes batallas que se levantan hoy contra el creyente.

Al igual que el pueblo de Israel nuestras fuerzas pudieran debilitarse. Es más, aun en nuestros estados desesperados incurrimos en la irreverencia de reclamarme al Señor su ausencia. Pero el abandono de nuestro Dios jamás ocurre en nuestras vidas. El asunto significativo que envuelta esta historia es que Dios abre camino para su pueblo no rodeando la dificultad sino atravesando todo tipo de obstáculos.

El mar, símbolo de un enemigo que debe ser vencido, y que representa a esa fuerza amenazante, queda dominado por el poder de Dios. No hay poder de ningún tipo que prevalezca contra nuestro Dios. Esa certeza y profunda convicción de quien está con nosotros para ganar las victorias, es lo que debiera impulsarnos a unirnos al canto de Débora, cuando después de haber derrotado al terrible Sísara, exclamó: «Marcha, oh alma mía, con poder» (Jue. 5:21)

CONCLUSIÓN: Al momento cuando el pueblo Israel pensó que estaban atrapados y sin esperanza entre el mar y el ejército del temible Faraón, Dios abrió camino en el mar. Y el camino que llegó a ser el escape para el pueblo de Israel se convirtió en el camino de la derrota para los egipcios. Hay algo extraordinario, y que sirve como un gran paralelismo, esta parte final de la historia.

Se nos dice que cuando el Faraón entró a perseguir al pueblo, las ruedas de sus carros se atascaron. Ese es el mismo verbo que se usa cuando el Faraón puso la pesada carga a los israelitas al tiempo cuando Moisés y Aarón fueron a pedirle que dejara ir a su pueblo. El milagro del cruce del mar rojo fue la prueba que puso punto final a la esclavitud de Egipto. Allí Dios derrotó al enemigo.

Y lo seguirá Dios haciendo. Su pueblo debe seguir su marcha. Dios le ha prometido pelear por él. La orden que Dios dio a Moisés en aquel entonces, es la misma para la iglesia de hoy. «Dí a este pueblo que marche«, debe nuestra consigna siempre. Hemos sido salvos para marchar.

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