Dios transforma nuestras vidas

 


Por Fernando Alexis Jimenez.


Miguel Ángel Bounarroti tomó el martillo y un cincel pequeño, contuvo un instante la respiración para medir el alcance e impacto de los golpes y, segundos después, picaba despacio pero con inigualable precisión sobre el mármol. Lo hizo una y muchas veces. Parecía que sobre su mente tenía proyectada la imagen de lo que, meses después se convertiría en “La Piedad”, la escultura que representa a María sosteniendo en su regazo el cuerpo desmadejado del Señor Jesús tras su muerte en la cruz.



Una obra casi perfecta. El inicio de una nueva corriente artística que tomaría fuerza en el renacimiento que experimentó Roma en las artes y en la literatura.


 


El espectador se encontraba con formas precisas, casi humanas, que guardaban sorprendente similitud con los gestos de un ser transformado por el sufrimiento. Luego vendría “Miguel”, una figura imponente del guerrero israelita que abriría las puertas para otra obra, también magistral: “Moisés”.


 


Quienes han estudiado la vida de este artista italiano (1475-1564) no ocultan la admiración por lo perfecto de las estructuras esculpidas en mármol. Tuvo cuidado del más mínimo detalle. No escatimó esfuerzo alguno para pulir todas las aristas de la roca, incluso aquellas que lucían imperceptibles para los espectadores.


 


Dios transforma nuestro ser


 


Cuando leemos sobre la vida y realizaciones de Miguel Ángel Bounarroti no podemos menos que tener una aproximación al cuidado que tuvo Dios al formar su más grande creación: el ser humano.


 


Somos hechura de sus manos. El conoce absolutamente todos los detalles. Es el Supremo Hacedor como anotan las Escrituras al referirse a su obrar: “El conoce nuestra condición; sabe que somos de barro”(Salmos 103:14. Nueva Versión Internacional).


 


Es probable que nadie conozca quién es usted. Dios sí. Conoce la lucha que libra por modificar los pensamientos y actitudes que le frustran. Usted desea cambiar pero se encuentra con una naturaleza rebelde. Es probable incluso que haya hábitos que considere imposibles de superar.


 


Sin embargo el Señor puede obrar una transformación en nuestro ser. Como un escultor que cincela aquellas partes que requieren de perfección, El puede producir cambios en nuestra forma de pensar y de actuar que el hombre difícilmente puede lograr, aún con todos los avances de la ciencia y el desarrollo inusitado de la sicología.


 


Su vida puede ser diferente si tan solo abre su corazón al obrar del Creador. El Señor Jesús dijo: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo”(Apocalipsis 3:20. Nueva Versión Internacional). Dios quiere y desea traer cambio a su existencia. Sométase a El y permita que traiga cambios en su vida. Hoy es el día. No lo dude. Abra las puertas de su corazón a Jesucristo…


 


¿Cómo hacerlo?


 


Es probable que se formule un interrogante: ¿Cómo hacerlo?¿Cómo permitirle a Jesús el Señor que entre a su vida y lo cambie? Es muy sencillo. Basta con hacer una oración sencilla. Incluso ahora, frente al computador. Dígale: “Señor Jesús, te recibo en mi corazón. Gracias por perdonar mis pecados en la cruz y abrirme las puertas para una nueva vida. Haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”


 


La oración que acaba de hacer es el primer paso para emprender una existencia renovada, en la que cada instante se abre frente a sus ojos como una oportunidad, como la página en blanco de un libro que está por escribirse.


 


Experimentará un proceso. No espere que los cambios sean inmediatos. Le insisto: será un proceso. Ahora le hago tres invitaciones. La primera, que haga del diálogo con Dios mediante la oración, un hábito diario. La segunda, que busque Su voluntad en la Palabra, es decir, en las Santas Escrituras. Y la tercera, que comience a congregarse en una comunidad cristiana.


 

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