El amor de Dios y el excesivo amor propio de Jonás

Jonás 3:1,5-10
El libro de Jonás aparece entre los doce profetas hebreos conocidos como profetas menores; no porque el contenido de sus enseñanzas sea inferior, sino porque tienen menor extensión, comparados con los otros escritos proféticos.

Este libro es fundamentalmente un relato acerca de un profeta. Sólo en el capítulo tercero aparece la proclamación de un mensaje de parte de Dios.



Trataré de hacer una apretada síntesis de los cuatro capítulos de este libro. En el primero Dios le ordena a Jonás que vaya a predicar a Nínive, capital del Imperio Asirio. Pero Jonás creyendo que Yavé era uno entre otros dioses, los cuales tenían autoridad sobre un territorio determinado, quiso salirse de su jurisdicción para no tener que obedecerlo. Por eso vino al puerto de Jope y se embarcó en una nave que iba para Tarsis, una colonia minera semítica en el sudoeste de España. El libro, que tiene un carácter fundamentalmente didáctico, muestra que es erróneo el concepto de dioses regionales. Para demostrarlo presenta a Yavé como un Dios Universal, que señorea tanto sobre la tierra como sobre el mar. La parábola del pez gigante así lo demuestra. Jonás es devuelto por Yavé, mediante un pez gigantesco, a la tierra de la cual quiso escapar.

Jonás obedece el llamado de Dios que se reitera y va a predicar a Nínive. Esta ciudad se encontraba en la margen oriental del rio Tigris. Tenía aproximadamente cinco kilómetros cuadrados de extensión. Estaba habitada por unas doscientas mil personas. El texto que se ha leído, Jonás 3:1-5,10, se refiere a la prédica de Jonás en Nínive y al hecho de que la población se arrepintió de sus pecados. La obra no explica de qué pecados se arrepintieron los habitantes de Nínive. Entonces Yavé se manifiesta como un Dios de amor y misericordia y decide no aplicar el castigo que merecía Nínive.

El último capítulo presenta el enojo de Jonás, al parecer porque se pone en tela de juicio su prestigio personal como predicador. El había anunciado la destrucción de Nínive y había salido de la ciudad para contemplar la catástrofe desde lejos. Pero Dios, que le envió a predicar la destrucción por causa del pecado, ha perdonado a los pecadores porque se han arrepentido por la predicación del profeta de Dios. ¿Qué esperaba el predicador que sucediera? Es lamentable que existan predicadores que proclamen la Palabra de Dios y no esperen que Dios haga algo con su predicación entre los que la escuchan. La predicación de Jonás se volvió contra él. Ahora es él quien desobedece a Dios. De predicador se ha convertido en un pecador que merece ser destruido. Su propia predicación se vuelve contra él. Entra en conflicto el amor de Dios con su excesivo amor propio. Al final del libro aparece otra parábola que, como la primera, pone de manifiesto la soberanía de Dios tanto sobre toda la tierra como sobre el mar.

La enseñanza del libro tiene validez también para nosotros que vivimos mas de 2500 años después que este libro fuera escrito. A continuación trataré de mostrarles cómo esta obra tan antigua puede sernos de utilidad en nuestro aquí y en nuestro ahora.

El amor de Dios

La mayoría de los eruditos bíblicos creen que este libro fue escrito después de la caída y destrucción parcial de Nínive, acontecida en el año 612 antes de Cristo. Para algunos es una obra producida a fines del siglo octavo antes de Cristo, los que sostienen esta opinión se basan en II Reyes 14:25 donde se menciona a un profeta de nombre Jonás, hijo de Amittai, quien ejerció su ministerio en el reino del norte (Israel) durante el reinado de Jeroboam II (783- 742 a. de C). A ese profeta se le ha atribuido tradicionalmente la autoría del libro que nos convoca hoy.

La fecha tiene importancia para determinar cual obra es más antigua, si Oseas o Jonás. Oseas es el profeta que anuncia al Dios de amor, el libro de Jonás también. ¿Cuál de los dos profetas habrá revelado primero la naturaleza amorosa de Dios? A pesar de ambos aportes, aún hoy, algunos conciben a Dios como un ser perseguidor, vengativo y torturador, al cual hay que temer. Debemos aclarar que el hecho que Dios sea amor no anula su justicia. Es por eso que el amor y los límites son complementos lógicos de la plenitud de vida.

Oseas parece ser el primero de los profetas en describir la entrega del pueblo de Dios a la religión natural de los cananeos como prostitución. La influencia de Oseas sobre los profetas posteriores es extraordinaria, en especial sobre Jeremías.

Cuando el pueblo de Israel se estableció en Canaan existía la idea generalizada, que hemos visto también en Jonás, que cada región estaba bajo la jurisdicción de un dios. Luego, cuando alguien se mudaba de una región a otra, debía adorar al dios que ejercía la soberanía en ese otro lugar. En el siglo VIII a. de C. se profesaba, por una buena parte del pueblo de Israel, el culto a Baal, Dios de la fertilidad. En ese culto, las relaciones sexuales formaban parte de la adoración. Además de los sacerdotes, en el templo había sacerdotisas sagradas, o hieródulas, que se ofrecían para las actividades sexuales del culto. Eran «prostitutas sagradas». Con una de ellas se casó Oseas para dar el mensaje de que Dios seguía amando al pueblo de Israel, a pesar de que éste se había prostituído. La imagen conyugal fue retomada por profetas posteriores, por Jesucristo mismo, por San Pablo, y la vemos hasta en el Apocalipsis.

Dios no es un déspota oriental, un sádico que goza con el castigo que propina a los pobres pecadores. Dios es amor. Hay tres parábolas actuadas que muestran el amor de Dios: La del pez gigante (Jonás 1), la de la calabacera (Jonás 4) y la del casamiento de Oseas con Gomer la prostituta sagrada (Oseas 1). ¿Cual es más antigua, la de Oseas o las del autor del libro de Jonás? No importa cuál. Lo importante es que tenemos esas revelaciones fundamentales acerca de la naturaleza de Dios.

En el libro de Jonás Dios se expresa en salvación, en amor y no en castigo morboso. En el primer capítulo se salva el barco y los marineros. En el capítulo segundo se salva Jonás, quien ora a Dios desde el vientre del monstruo marino. En el tercer capítulo se salva Nínive, mediante el arrepentimiento. En el último capítulo Dios intenta que se salve Jonás mediante la parábola actuada de la calabacera, o la mata de ricino según la versión Dios habla hoy.

El excesivo amor propio de Jonás

Jonás se resiste a salvarse aceptando la voluntad de Dios quien si bien odia el pecado ama al pecador. Dios se esfuerza por salvar a Jonás de si mismo, de su orgullo y su vanidad.

El cuarto capítulo del libro encontramos un tremendo enfrentamiento entre el amor de Dios y el excesivo amor propio de Jonás. Dios es amor, es cierto, pero no soporta nuestros caprichos. El ha establecido un orden que debe ser conservado. Ha expresado su voluntad que debe ser acatada. Este capítulo muestra cómo es Dios. No es un personaje autoritario quien dice: «Aquí mando yo, y el que no obedezca será castigado con terribles tormentos». Por el contrario, Dios trata de persuadir al profeta para que lo obedezca por amor. Aquí encuentran eco las palabras de nuestro Señor cuando dice: «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (San Juan 14:15).

Estoy seguro que después de escuchar este sermón la mayoría de ustedes van a leer el libro de Jonás por su profundidad acerca de la naturaleza de Dios y el excesivo amor propio de los creyentes de ayer y de hoy. Al leer el libro descubrirán que las últimas palabras del libro son Palabra de Dios. Jonás es testarudo, Dios lo ama, pero también le pone límites, como a los chicos. Dice el texto: «Pero Dios le contestó: ¿Te parece bien enojarte así porque se haya secado la mata de ricino? ¡Claro que me parece bien! respondió Jonás. ¡Estoy que me muero de rabia! Entonces el Señor le dijo: Tu no sembraste la mata de ricino, ni la hiciste crecer; en una noche nació, y a la otra se murió. Sin embargo, le tienes compasión. Pues con mayor razón debo yo tener compasión de Nínive, esa gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil niños inocentes y muchos animales» (Jonás 4:9-11, según la versión Dios habla hoy).

El libro de Jonás nos muestra dos aspectos de Dios que hacen a la plenitud de vida del ser humano: El amor y los límites. El Señor nos dice, hoy como ayer: «He venido para que tengáis vida y para que la tengáis en abundancia» (San Juan 10:10). Muchos cristianos se conforman con la «vida en escasez». Nuestras almas necesitan del amor tanto como nuestros cuerpos necesitan del oxígeno para vivir. Tanto en la vida natural del ser humano como en su vida espiritual, el amor sin límites no es amor.

¿Representa Jonás la Iglesia de hoy?

Se me ocurre que el profeta desobediente representa a la iglesia desobediente de hoy.

No quiero decir que Jonás o la Iglesia de hoy no sea creyente. Creo que vale la pena profundizar un poco esta comparación. Jonás es el único creyente en el barco que viaja hacia Tarsis. Habla como creyente a los marineros, confiesa su fe (ver el capítulo 1). Confiesa que rinde culto al Señor, el Dios del cielo, creador del mar y de la tierra. Contó a los marineros que estaba huyendo de su Dios y que su desobediencia era la causa de la tempestad que sufrían. Los marineros le hacen dos preguntas: ¿Por qué has hecho esto? ¿Qué podemos hacer contigo para que el mar se calme? Jonás, sin vacilar, sugiere que lo echen al mar. Se siente pecador, cree merecer la muerte. Confiesa: «Yo se que soy el culpable de que esta tremenda tempestad se les haya venido encima» (Jonás 1:12). Los marineros, sabiendo que estaban ante la acción divina y que Jonás era un profeta de Dios no se animaban a lanzarlo a la muerte. Trataron de remar hacia la costa para devolverlo a la tierra de donde quería escapar. Ante la imposibilidad de lograr su objetivo oraron al Señor, es decir, actuaron como hombres de fe, se convirtieron a Dios a pesar de la desobediencia del profeta. Lo echaron al mar cuando no les quedó más remedio y entonces, el mar se calmó.

Podemos definir a Jonás como un hombre de fe que reconoce la soberanía de Dios. Como un hombre valiente que no teme a la muerte cuando se da cuenta que la merece. Como un hombre altruista que no se vale de tretas para convencer a los marineros de que no lo echen al mar. Por el contrario, reconoce que estos hombres no merecen morir por causa de su pecado. Enfrenta la muerte animosamente antes que arriesgar con su cobardía la salvación de personas inocentes. Jonás es un gran hombre, pero es arrastrado a la pequeñez por su excesivo amor propio. ¡Qué sabias son las palabras de San Pablo!: «Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno» (Romanos 12:3).

Jonás se parece a la Iglesia de hoy en la experiencia de vivir la soledad. El creyente de hoy suele sentirse muy sólo frente a una sociedad que no ha dejado de creer en Dios pero está perdiendo la fe en las instituciones religiosas. Como Jonás en el barco, muchos creyentes de hoy se sienten sólos en cuanto a su fe, porque no la comparten con los demás seres humanos. Fue necesaria la tempestad, fue necesario que le preguntaran en qué Dios creía para que Jonás diera su testimonio. Cuando tuvo que darlo lo hizo bien, no mintió, no se excusó, pero si Dios no pone la tempestad en el mar, habría sido sólo un turista silencioso en el largo viaje a Tarsis. ¿No ocurre algo parecido con los creyentes de Dios? ¡Qué tristeza nos da pensar en que Dios tenga que poner una tempestad en nuestra vidas para que nos veamos obligados a dar testimonio de nuestra fe!

Creo que el libro de Jonás nos dice hoy que LA IGLESIA NECESITA DEL MUNDO Y EL MUNDO NECESITA DE LA IGLESIA. A veces es el mundo el que le impone la agenda a la Iglesia, como en el caso de Jonás. Fueron los marineros los que le impusieron la agenda espiritual a Jonás. Sólo entonces Jonás respondió como hombre llamado por Dios para predicar su Palabra.

LA IGLESIA Y EL MUNDO. Cada una tiene algo que ofrecer al otro. La Iglesia conserva, bien guardados, los oráculos de Dios y el poder espiritual que eleva la vida humana por encima del plano de la mera existencia. Pero estas cosas no le pertenecen a la Iglesia con exclusividad, son también del mundo. Recuerden, hermanos, que en Juan 3:16 el Señor no nos dice: «De tal manera amó Dios a la Iglesia que ha dado a su Hijo unigénito». Dice: «De tal manera amó Dios al mundo…»

Jonás se encuentra en medio de la tempestad por negarse a predicar el Evangelio al mundo. Los ninivitas eran paganos, eran del mundo. Excluir al mundo de la salvación es desobediencia a Dios, es convertirnos en modernos Jonás. La Iglesia no puede adorar a Dios en Espíritu y en Verdad, como nos pide el Señor, si está en desobediencia. ¿Quiere la Iglesia de hoy que Nínive se salve?

Nuestro Señor considera que la conversión de los ninivitas fue tan rápida como auténtica. El la menciona como un ejemplo para los judíos de su tiempo, pero también para nosotros, nos dice: «Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio contra esta generación, y la condenarán; porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás, y he aquí más que Jonás en este lugar» (San Mateo 12:41).

Conclusiones

La gran parábola que encierra el libro de Jonás es una enseñanza válida para los creyentes de todas las generaciones. Sus valores didácticos deben ser aprovechados de todas las maneras posibles.

Dios es amor, pero también es justicia. Porque ama ha establecido un orden universal que regule las relaciones interpersonales. No más bajo la ley de Moisés, sino bajo la gracia. No más bajo el temor, sino bajo el amor. Sólo con ese orden moral se puede lograr la calidad de vida que los seres humanos, creyentes o no, necesitamos.

Dios muestra su amor tanto para los ninivitas paganos como para los miembros del pueblo de Dios. Pero Jonás, el hebreo, menosprecia a los ninivitas, posiblemente por considerarlos miembros de una raza inferior. Algo similar suele ocurrir entre algunos cristianos con relación a otros seres humanos que pertenecen a razas, clases sociales o económicas diferentes. Debemos siempre recordar que el amor de Dios no es exclusivo para la Iglesia. Su destinatario es la humanidad toda.

El amor de Dios choca contra el excesivo amor propio de una buena parte de la Iglesia que está más interesada en sí misma, en la conservación de sus estructuras de poder, que en el *****plimiento de su misión en el mundo.

Hoy como ayer el amor de Dios nos exhorta a poner límites a nuestro amor propio. Claro que debemos amarnos a nosotros mismos, pero en la misma intensidad con que amamos al prójimo. Lo dice el Señor y lo reitera San Pablo.

Muchos creyentes están hoy tan solos como Jonás en el muelle, embarcándose con paganos en un viaje a tierras lejanas, no esperando sobresaltos, sin saber lo que les espera. O fuera de Nínive, resguardados, protegidos por los muros de la Iglesia, esperando la destrucción de los corruptos que hoy nos rodean, pretendiendo ser incorruptibles. Como Jonás muchos que se creen distantes de los pecadores, quizás no se den cuenta de lo que son. Ojalá fuéramos todos puros. Pero delante de Dios no podemos presentarnos sino como pecadores.

Dios desea que el mensaje de su Palabra no caiga en «saco roto». Espera que todos lo conservemos, lo meditemos y lo pongamos en práctica. Ojalá todos podamos hacerlo.

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