El amor, la huella del Creador

Autores: Jorge León Salmo 1, Exodo 20:20-26
I Tesal. 1:5-10, Mateo 22:34-40
Un experto en pintura, fácilmente reconoce un cuadro de Degas, Renoir, Van Gogh, Picasso, etc., aunque jamás haya visto esa obra particular. ¿Por qué puede hacerlo? Por dos razones muy sencillas: 1.- Porque el artista ha dejado algo de su personalidad en cada una de sus obras. Y 2.-Porque el experto tiene la capacidad para reconocer la huella del autor.



El ser humano es la mayor obra que jamás haya sido creada y, como toda obra de arte, el Creador ha dejado en él su huella. No todos los humanos somos expertos en arte, por eso no todos los hombres tenemos la capacidad para reconocer las huellas del Autor. Si por definición: Dios es amor (I Juan 4:8), los cristianos debemos reflejar la huella del amor de Dios. Unos de los grandes testimonios de la Iglesia Primitiva fue la unidad en amor de los creyentes. «Mirad como se aman», solían decir los paganos. La mayor necesidad de la gente es recibir el genuino amor cristiano. Algunos ponen hoy el acento sobre nuevas doctrinas que dividen a la Iglesia, el Evangelio nos ordena enfatizar el amor, para mantener a la Iglesia unida en el amor con que nos ama Jesucristo, que es el amor con que nos ordena amar.

Las doctrinas humanas tienen como objetivo que sus iniciadores obtengan poder, prestigio y dinero. El amor tiene como objetivo la unidad del pueblo de Dios. Nos dice la Escritura: «Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él» (I Juan 4:16).


El texto del Evangelio que nos convoca hoy, nos ayuda a reflexionar sobre la voluntad de Dios para nuestras vidas. Esta enseñanza del Señor sobre cuál es el mayor mandamiento en la Ley se encuentra en el contexto de la división del pueblo de Dios. Jesucristo mismo es cuestionado por los fariseos y los saduceos. Los fariseos le plantean la cuestión política: ¿Es lícito dar tributo a César, o no? (Mateo 22:17). Los saduceos plantean la problemática escatológica: ¿De cuál de los siete será ella mujer, ya que todos la tuvieron? (Mateo 22:28). Los fariseos vuelven a la carga diciendo: «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?». El Señor responde presentando las dos dimensiones del amor cristiano:

El amor divino

«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente».

El Nuevo Testamento fue escrito en lengua griega. En griego hay varios sustantivos para expresar el amor: Agape, filía y eros. El primero es el amor con que nos ama Dios. Es un amor de inteligencia y propósito, es también el amor al que se refiere San Pablo en I Corintios 13. Este amor está muy por encima del amor filía, que es el amor de la inclinación y el afecto. El agape es también el amor cuya ausencia hace perder sentido al amor erótico. Dios nos dice: Amarás al Señor tu Dios Se refiere al amor agape. Amar a Dios con agape quiere decir que hemos conocido toda su grandeza y su gloria y por eso nos volvemos a El con todo nuestro ser: Corazón, alma y mente.

Con todo tu corazón. La concepción bíblica de corazón (kardía, en griego), hace del corazón el centro de nuestro ser y nuestra personalidad.

Sería imposible *****plir este mandamiento si en lugar del amor agape el Señor se hubiera referido al amor filía. Estamos en presencia de la Psicología del Creador quien conoce al hombre mucho mejor que lo que éste pueda conocerse a sí mismo. No nos pide más de lo que somos capaces de realizar. El sabe que es lo que podemos y que es lo que nos conviene hacer para lograr nuestra plena realización humana. Depende de nosotros que decidamos hacerlo.

En amor humano podemos amar con filía o con eros, en lo referente al afecto y la pasión. Pero sólo podemos amar a Dios, en agape, con todo el corazón. Dar parte del corazón a Dios, quiere decir que para nosotros algo o alguien ocupa el lugar de Dios. Dios no quiere sólo una parte de nuestro corazón, lo quiere todo.

«De la abundancia del corazón habla la boca», nos dice el Señor. Nuestra conducta externa dependerá de los valores que tengamos dentro. De ahí la importancia de internalizar los grandes valores de la fe.

«Y con toda tu alma». En griego alma se dice psiqué, de esa palabra viene psicología. La psiqué es la vida que anima al cuerpo. Luego el alma implica al cuerpo, y el mandato divino es amar a Dios con toda nuestra alma-cuerpo. ¿Lo hacemos?

«Y con toda tu mente». La dianoia es la razón con todas sus funciones: Sus pensamientos, ideas, fantasías, convicciones, etc. No es fácil amar a Dios con toda nuestra mente, pero ese es el mandamiento. San Pablo nos dice: «Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Filip. 4:7). Con la ayuda del Señor podemos amarle a El con toda nuestra mente.

El amor humano

Dios nos dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Aquí, otra vez, se hace referencia al amor como agape, es decir, un amor con inteligencia y propósito. Recuerdo el caso de la esposa de un pastor que ante el discurso de una señora que afirmaba que su esposo la había abandonado con cuatro hijos, decidió acoger en la casa pastoral a las cinco personas. Es decir, interpretó el amor al prójimo como filía. Trató de dar afecto a personas que se manejaban con otros códigos y todo resultó un desastre. La esposa del pastor se convirtió en niñera y la madre de los chicos se pasaba el día en la calle en actividades raras. Aparte tuvo que soportar las quejas de que la comida era mala y escasa y que no había vino en la mesa. Esta esposa de pastor quiso amar al prójimo olvidando que tenía que amarse a sí misma también.

Un globo, tipo salchicha, nos va a servir de ilustración. Si aprieto uno de los extremos haré circular todo el aire hacia el otro extremo y viceversa. La ilustración vale para los tres tipos de amor que he señalado: Agape, filía y eros. Si a un extremo del globo le llamo «yo mismo» y al otro el prójimo ocurrirá que: Si vacío al «yo mismo» de afecto, autoestima, valoración, gratificaciones, etc., me quedaré en tal estado de depresión, o peor, de melancolía, que puedo terminar autodestruyéndome. Si por el contrario si vacío la parte correspondiente al amor al prójimo de todo contenido, me volveré egoísta, narcisista y puedo hasta terminar en locura.

La clave para la solución del problema está en la palabra griega hos, que se utiliza para establecer comparaciones y que en la Biblia se traduce por «como». Esta palabra griega significa: De la misma manera, con la misma intensidad. Hos (como) señala la necesidad de tener un amor equilibrado y, como ya dije, vale para las tres expresiones del amor. Hay que dar, pero también es necesario darse. Hay que amar, pero también es necesario amarse. Es amando que somos amados y somos amados porque amamos.

Y…¿quién es mi prójimo? Plesíon es un adverbio sustantivado que se aplica a alguien que esté cerca de nosotros, no importa quién. Luego, el que esté próximo a mi, ese es mi prójimo. Es claro que a todos los seres humanos los podemos amar con agape, pero no con filía. No estaríamos cuerdos si encontramos a un degenerado en la calle y lo llevamos a vivir con nuestra familia.

Sobre el amor al prójimo, en su libro Jesús y la Palabra, nos dice el teólogo alemán R. Bultmann: «Esta claro que el amor no significa una emoción que acelera la vida espiritual y la hace sensitiva, sino una actitud definida de la voluntad. Amar al prójimo y al enemigo no depende de las emociones y sentimientos de piedad o admiración, pues se encuentra en el individuo más libertino la llama de lo divino, de la noble, inextinguible humanidad, más bien depende del mandamiento de Dios». En cuanto al significado del mandamiento a amar, un poco más adelante, en la misma obra, nos dice: «Mandar a amar no tiene significado sólo cuando se piensa en el amor como una emoción; el mandamiento de amor muestra que el amor se comprende como una actitud de la voluntad». Esta claro que Bultmann interpreta el amor al prójimo como agape y no como filía.

Otro teólogo alemán, Günter Bornkamn, en su obra Jesús de Nazareth, llama la atención al hecho de que el Buen Samaritano es descrito en Lucas simplemente y sin sentimentalismo. Nos dice: «Entregarse a Dios ahora, ya no significa más un retiro del alma al paraíso de la espiritualidad y la disolución del yo en adoración y meditación, sino una espera y preparación para el llamado de Dios, quien nos llama en la persona de nuestro prójimo. En este sentido el amor al prójimo es la prueba de nuestro amor a Dios».

Nos falta analizar una cuestión muy importante, ¿con qué amor debemos amarnos los que pertenecemos a una misma congregación? Lamentablemente tenemos que reconocer que en algunas congregaciones el amor agape y el amor filía se limita a muy pocas personas y que hay tensiones, y a veces indiferencia, entre integrantes de la misma congregación. ¿Por qué llamarse entre sí hermanos si esa palabra no está acompañada por el sentimiento correspondiente? Se trataría, para llamarlo por su hombre, de hipocresía.

Si queremos que el Señor bendiga ricamente nuestra congregación, sin caer en las divisiones de los fariseos y los saduceos de nuestro tiempo, es necesario aprender a amarnos afectivamente, como hermanos de verdad. Es decir, debemos amarnos al mismo tiempo con filía y con agape.

Hoy volvemos a enfatizar la preeminencia del amor, como nos dice San Pablo: «Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe….Y ahora permanecen la fe, la esperanza el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor» (I Corintios 13:1,13).

Conclusiones

Somos criaturas de Dios, quien ha dejado su huella en nosotros. Esa huella es la capacidad de amar, porque El es amor (I Juan 4:8). Ser criaturas de Dios no es suficiente, debemos llegar a ser hijo de Dios.

La Iglesia Primitiva se distinguió de cualquier otra comunidad humana por el amor que reinaba entre sus integrantes. De ahí que los creyentes se consideraran entre sí como hermanos.

Hay hermanos que lo son sólo en la carne, porque afectiva y espiritualmente están muy distantes unos de otros. Ser hermanos, más que una cuestión genética es una relación afectiva y espiritual.

Cuando un ser humano tiene lo que los cristianos llamamos «vida espiritual» es porque realmente ama a Dios. Como consecuencia de esa relación vertical se produce el amor entre hermanos, como filía, como una familia verdadera y sana.

Cuando el Señor enseñó a sus discípulos a orar comenzó por dos palabras: Padre nuestro. Si Dios es nuestro Padre, nosotros somos hermanos. Si no nos amamos como hermanos, entonces Dios no es nuestro Padre, es sólo nuestro Creador. Lo dice la Biblia: «El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo» (I Juan 2:9-10) También dice: «Mirad cual amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios…Amados, ahora somos hijos de Dios..» (I Juan 3:1-2). Ahora somos hijos de Dios, quiere decir que antes no lo éramos, que sólo éramos criaturas.

Las huellas de nuestro Creador, la capacidad de amar, está en todos los seres humanos; pero las huellas del Padre Celestial está sólo en los que somos sus hijos, los que amamos a nuestro Padre y a nuestros hermanos, con filía y con agape; y también al resto de la humanidad, pero con agape.

Termino con una poesía de autor anónimo.


Una noche un hombre tuvo un sueño
Soñó que caminaba por la playa con el Señor
Por el cielo cruzaban escenas de su vida.
Notó que por cada escena aparecían dos pares
de huellas en la arena: unas de él y otras del Señor.
Cuando la última escena de su vida pasó delante de él,
miró hacia las huellas en la arena.
Notó que varias veces al pasar su vida,
hubo sólo un par de huellas.
Notó también que ello sucedía
en los momentos mas deprimidos y tristes de su vida.
Esto realmente lo inquietó
y le preguntó al Señor sobre ello.
Señor dijiste que tan pronto me decidiera
a seguirte, tú caminarías a mi lado todo
el tiempo. Pero he notado que durante
los momentos más penosos de mi vida,
hay un solo par de huellas.
No entiendo por qué cuando más te necesité
Tu pareces haberme abandonado.
El Señor replicó: «Hijo mío adorado.
Te amo y nunca te abandonaría.
Durante tus momentos de prueba y sufrimiento,
cuando veías un solo par de huellas,
era porque yo te llevaba a mi espalda.»


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