EL DIOS DE TODA GRACIA

Rev. Julio Ruiz, Pastor
(1 Pedro 5:10)
INTRODUCCION: Pedro llega al final de su carta con un especie de canto de victoria y de esperanza. El Dios que nos ha mostrado durante todo este recorrigo, es el Dios de “toda gracia”. La forma como nos presentó a Cristo, toda vez que experimentó los terrores de la cruz llegando a la resurrección, glorificación y exaltación, nos habla de del Dios de “toda gracia”. Las enormes pruebas de los creyentes recepteros de su carta, sus terribles sufrimientos hasta participar de la muerte como resultado de la persecusión y su victoria final, nos hablan del Dios “de toda gracia”.


Su propia vida, su experiencia de la negación y luego la manera como Dios lo levantó y lo usó como el gran apóstol del pentecostés y el pastor de tantos hermanos, le hace pensar en ese Dios “de toda gracia”. Y es que la gracia de Dios es la que nos hace ver nuestra mísera condición y ésta a su vez nos conduce a la misericordia divina. Es la gracia de Dios la que nos confronta sobre nuestra propia justificación. Ella nos dice que el cielo no es el resultado de mis buenas obras o de mis actos de bondad que muestre hacia otros. La gracia de Dios presenta la salvación como un regalo inmerecido. Que por mi propia naturaleza pecadora quedé expuesto bajo el juicio divino, pero que la interveción del Padre eterno me libra cuando reconozco lo que soy y lo que puede hacer la gracia en mí. Pedro toca el tema de la gracia de Dios no sólo en el contexto de su atributo personal, sino en la dimensión de todas aquellas cosas que las tenemos como posibles, ahora que somos sus hijos. El apóstol Pablo, el otro campeón de la gracia, lo expresó también así: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo necesario, abundéis para todo buena obra” (2 Cor.9:8).

ORACION DE TRANSICION: ¿Qué hace el Dios de toda gracia?

I. ES EL DIOS QUE LLAMA v. 10a

La Biblia es el libro del llamado divino. Apenas el hombre había pecado contra Dios, ya encontramos el primer llamado. “¿Dónde estás tú?”, fue la pregunta que nos revelaría a la criatura alejada de su creador. Desde ese momento comenzaría la historia del llamado divino. Dios pudo haber dejado al hombre en su condición y miseria. El pudo haber hecho otra ser y actuado como lo hizo con los ángeles que cayeron, dejándolos bajo condenación perpetua. Sin embargo, Dios inicia su obra de llamamiento para que el hombre se volviera hacia él. La primera cosa que hace el Dios de “toda gracia”, es llamar a los hombres. Los llama desde su condición pecaminosa para convertirlos en sus hijos y en sus herederos. Los llama desde su posición, muchas veces arrogante e incrédula, para convertirlos en “reyes y sacerdotes”. Los llama porque “él no quiere que nadie se pierda sino que todos procedan al arrepentimiento”. Los llama porque él no hizo el infierno para que los hombres sufran el castigo eterno ni le hagan compañía a satanás por toda una eternidad. Pero no sólo los llama para que escapen de todas estas cosas, sino para que en el tiempo presente vivan y disfruten de las bendiciones de ese llamado. Cuando Dios llama a alguien por medio de Jesucristo, lo hace partícipe de su “vida abundante”. De allí que en Jesús, nosotros tenemos abundancia de vida, abundancia de “pan”, abundancia de “agua”, abundancia de paz, de amor, de gozo, de significado y de propósito. Tan grande e inexplicable es este llamado que el mismo Pedro en el saludo que presenta a sus hermanos “expatriados”, les recuerda la participación que hizo la Trinidad en ese llamamiento eterno: “Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo..” (1 Ped. 1:2). Pero su llamado, que es para “salvación y preservación del alma”, tiene el firme propósito de conducirnos a “su gloria eterna en Jesucristo”. Los hombres no saben lo que se pierden cuando rechazan el llamamiento divino. ¿Sabe usted lo que Dios tiene reservado para los que le aman? ¿Sabes tú el tamaño de la gracia de Dios para bendecirte?

II. ES EL DIOS QUE NOS PERMITE SER PROBADOS v. 10b

Las pruebas y el sufrimiento, fue al parecer, el tema favorito que Pedro tocó en su primera carta. Su reiterado énfasis en la necesidad de ser probados, nos suministra un propósito revelador cuando se pasa por tales circunstancias cristianas. Asi tenemos que Dios permitió la prueba a Abraham, de llevar a sacrificar a su hijo en el monte de Moriat, para conocer el tamaño de su fe. Dios permitió que Jacob “perdiera” a hijo José para probar sus promesas de provisión. Dios permitió que su pueblo pasara 400 años en esclavitud para probar su auténtica libertad. Dios permitió que solamente 2 espías regresaran con un buen informe sobre la tierra a conquistar. Con esto los israelitas estaban siendo probrados en relación a su confianza y dependencia en él para todas las batallas. Dios le dio permiso a satanás para que probara a Job con el propósito de demostrar que sí hay hombres que pueden ser fieles a él sin llegar a blasfemar su nombre. Dios permitió a satanás que probara a Pedro para que supiera hasta dónde el Señor intercede por los suyos. Así también Dios permitió todas las terribles pruebas por las que pasó su Hijo amado, que siendo “varón de dolores experimentado en quebranto”, se constituye en nuestra mayor referencia cuando pasamos por algún “horno de fuego”. Es verdad que las pruebas tienen varios “matices y colores”. Algunas serán más grades que otras; más prolongadas y casi irresistibles. Algunas de ellas nos llevarán a preguntarnos, ¿dónde está Dios mientras sufrimos? Otras nos tentarán a decir como le recomendó la esposa de Job, cuando le dijo: “¿Aun retienes tu integridad? Maldice a Dios y muérete” Job 2:9b. Pero la verdad de todas las pruebas, es que el Dios “de toda gracia” nos está capacitando y prepando para propósitos mayores

III. ES EL DIOS QUE SIGUE TRABAJANDO EN NOSOTROS v.10c

Algunos creen en un “Dios sin oficio” que está sentado en su trono dando órdenes, mientras permanece en un “eterno reposo”. Pero fue el mismo Cristo quien se encargó de desmentir esta opinion, al decir que: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo..”. Lo maravilloso del Dios que nos revela la Biblia es que desde que comenzó su creación no ha cesado de trabajar con el fin de llevarla hacia lo que él ha llamado nuevos cielos y nueva tierra donde morará la justicia. Ese trabajo divino llega a ser muy real en la vida de cada creyente. A este respecto Pedro mencionó cuatro cosas donde Dios actua como el auténtico Alfarero divino cuando venimos a él.

1. El Dios de toda gracia nos perfecciona. Esta palabra tiene un rico significado en el griego. Tuvo un uso médico, practicado mayormente en la traumatología. Un hueso quebrado había que llevarlo a su lugar. La parte que recubría lo afectado *****pliría la función de “perfeccionar”. También se usaba para remendar las redes una vez que los pescadores *****plían con su función. Las redes se “perfeccionaban” para un nuevo uso. Es posible que los instrumentos que Dios usa para perfeccionarnos parezcan un tanto extraño. Seguramente el tomará el martillo y el cincel en su mano y comenzará a golpear la dura roca de nuestra vida hasta sacar de ella la figura que estuvo en su mente. Tal obra de perfección a lo mejor le ocupará al Señor todo el tiempo de nuestra peregrinación, pero no claudicará en su empeño.Note lo que dijo Pablo en este sentido: “Estando persuadidos de esto, que el comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6)

2. El Dios de toda gracia nos afirma. Vivimos tiempos donde los cimientos más sólidos parecen quebrantarse debajo de nuestros pies. Donde los valores más firmes llegan a ser tan vulnerables. Donde el fundamento de nuestros principios tiende a ser asaltado por los “vientos de doctrina”. Ninguna época había sido tan caracterizada por la “movilidad” en todos los órdenes, que la que nos presenta el final de este milenio. Frente a todo esto, el oir que el “Dios de toda gracia” se propone afirmanos no sólo es un gran aliciente sino una noticia llena de esperanza. La palabra griega “afirmar” tiene la idea de hacer algo tan sólido como el granito mismo. Esta es la misma palabra que el evangelista Lucas usa para referirse a Jesús cuando “afirmó su rostro” para ir a Jerusalén. Recordemos que en esa ciudad pronto estaría su muerte. La razón por la que Dios quiere afirmarnos es para que no andemos a la deriva. A veces hay mucha inestabilidad en la vida espiritual. ¿Qué clase de creyentes somos, veletas movidas por el viento o rocas firmes, estables frente a las tormentas? ¡Dejemos que Dios nos afirme de modo que seamos creyentes sólidos para bendición de este mundo!

3. El Dios de toda gracia nos fortalece. El salmista David experimentó en todo su caminar con Dios la fortaleza divina. Asi se expresó de ella: “Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?” (Sal. 27:1b). “Jehová es mi fortaleza y mi escudo; en él confió mi corazón..” (Sal. 28:7). Su experiencia como rey, hombre guerrero, hombre del templo pero sobre todo como hombre con grandes debilidades parecidas a las nuestras, hizo de la fortaleza divina su bandera y su triufo. Y es que Dios reemplaza nuestra debilidad cuando pone su fortaleza. Fue el mismo apóstol Pablo que dijo: “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” ( 2 Cor. 12:10c). Dios trabaja constantemente para fortalecernos especialmente en aquellas areas donde es más notoria nuestra debilidad. Aquí sería bueno recordar que cuando estemos a punto de perder nuestros combates espirituales, hay un Dios que “ni se cansa ni se fatiga con cansancio”. El está allí para fortalecernos de manera que no claudiquemos. Tal fortaleza nos es dada en Cristo Jesús. El creyente puede decir y vivir bajo esta promesa: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). ¡Animo hermano, usted no esta sólo en esta batalla que libra todos los días!

4. El Dios de toda gracia nos establece. El trabajo de la gracia divina no es a media. El interés de Dios es hacer de nosotros verdaderos cristianos, auténticos discípulos que en todo glorifiquemos su nombre. En la mente de Dios seguramente está el “varón bienaventurado” del salmo 1 que llega a ser como “árbol plantado junto corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará”. Cristo es “la piedra angular” y a su vez es la “roca” donde descansa el edificio de nuestra fe. El divino Arquitecto, a través de Jesucristo, ha puesto su fundamento para que nosotros nos establezcamos en él. Lamentablemente los hombres siguen construyendo sus vidas sobre otros fundamentos. Muchos siguen al humanismo con todo su espectro secular, quien en el fondo se constituye tan falso y perverso alejando cada vez más a la criatura de su creador. La gente sigue construyendo sus vidas sobre las bases del materialismo y el capitalismo. Para muchos todo gira en base al poder adquisitivo que se tenga para vivir. Otros se declaran ateos, agnósticos o libres pensadores pero ninguna de tales filosofías pueden ser bases que traigan la felicidad al hombre. Pero el “Dios de toda gracia” quiere establecernos sobre la base más firme y segura que es nuestro Señor Jesucristo. Ninguna cosa será más importante como la de permitir al Señor que nos establezca. Hemos de examinar sobre qué “terreno” se construye nuestra vida. ¿Será a caso la arena movediza de este mundo inestable o sobre la roca firme y segura de nuestro común salvador? ¡Dejemos que el Arquitecto divino termine su trabajo en cada uno de nosotros!

CONCLUSION: Hemos visto que “el Dios de toda gracia” primeramente nos llama teniendo como fin su “gloria eterna” . Luego con su voluntad permisiva nos lleva a diversas pruebas que tienen el propósito de afinar el “oro” que hay en cada uno de nosotros. Pero sobre todo, el “Dios de toda gracia” está empeñado en terminar la obra que comenzó en nosotros. Qué bueno es saber que él quiere perfeccionarnos (restaurarnos), afirmarnos, fortalecernos y establecernos. Vengamos ante él en este día para ser bendecidos con su gracia. Rindamos nuestra vida a él y comencemos a ser recipientes de toda esa gracia que ha dispuesto para sus hijos. Dejemos que él la derrame en nosotros.

Deja un comentario