EL MINISTERIO PASTORAL

Por Marcos Vidal ….. son forjados en los años previos al ministerio de tal manera, que cuando es el tiempo de Dios para ellos, descubren que su carácter les lleva siempre a asociarse de forma natural con los heridos, con los débiles, con los rezagados, para asistirles en su travesía personal y ofrecerles la mano.”


Sin desdeñar los numerosos pasajes neo testamentarios que se refieren a la función pastoral, de los cuales se pueden extraer enseñanzas importantísimas que nos ayudan a comprender mucho mejor este ministerio y a formarnos un concepto equilibrado del mismo desde la perspectiva bíblica, yo me inclino más de forma natural e involuntaria hacia una pequeña porción de la Escritura que se encuen­tra en el Antiguo Testamento y que me parece un auténtico tesoro como enseñanza espiritual, como referencia para el desempeño del pastorado en la Iglesia y también como poesía. Me refiero concre­tamente a los versículos 70 al 72 del Salmo 78, donde dice así:  

 

“Eligió a David su siervo, y lo tomó de las majadas de las ovejas; de tras las paridas lo trajo, para que apacentase a Jacob su pueblo, y a Israel su heredad. Y los apacentó conforme a la integridad de su corazón, los pastoreó con la pericia de sus manos”.

Sin pretender tampoco escribir aquí un manual de instrucciones, creo que en este pasaje se manifiestan cuatro elementos muy sencillos, muy básicos, pero que distinguen al auténtico pastor, resultando absolutamente vitales para el ejercicio de su labor: El llamado de Dios, el período de aprendizaje, el corazón del pastor y la pericia del pastor. 

1. El llamado de Dios. – En primer lugar, el pasaje relata que Dios escogió a David, su siervo, para que apacentara a su pueblo Israel. Jesús dijo a sus discípulos: “No me elegisteis vosotros a mí sino yo a vosotros” (Juan 15: 16). Estas palabras se hacen extensivas para cualquier ministerio. No es el hombre quien elige el ministerio con el cual servirá al Señor para poder desarrollar sus capacidades de forma eficiente y para dar rienda suelta a su personalidad y “realizarse como individuo dentro de la Iglesia. Al contrario, es Dios quien elige a los hombres, es el Señor Jesucristo mismo quien escoge a sus siervos y les asigna el ministerio que ejercerán para el perfeccionamiento de los santos, para la edificación del cuerpo de Cristo y para la gloria de su Nombre (Efesios 4:11-12). Cuando un hombre o una mujer decide autonombrarse pastor, o imponerse cualquier otro ministerio para el que no ha sido escogido específica­mente por Dios, está cometiendo un error de base que inevita­blemente acarreará consecuencias. Es muy posible que la congregación en la que “ministra’ se vea afectada de forma negativa. La naturaleza del llamado de Dios no es compatible con el ansia de poder ni con la autosuficiencia, y la reacción habitual de un siervo de Dios al ser llamado al ministerio, suele venir envuelta en una sensación de incapacidad total. Aún no he conocido a nadie que se sintiera compe­tente en el momento de su llamado. El siervo responde no por considerarse muy facultado para la labor, sino por la seguridad de que es su Señor quien le llama. 

 

2.- El periodo de aprendizaje.  

 

– Es significativo que para apacentar a Israel, Dios escogió a un hombre que había sido anteriormente pastor de ovejas. Mejor dicho, Dios proveyó para David un tiempo de aprendizaje acorde con su llamado, aunque a un nivel muy inferior, que sería fundamental para el desarrollo posterior de su función ministerial. La expresión “de tras las paridas lo trajo’ revela un aspecto único del carácter del pastor. En un rebaño existen todo tipo de ovejas: grandes, pequeñas, más torpes, menos torpes, alegres, hurañas, etc. Entre ellas están las “recién paridas” que nunca pueden mantener el paso de las otras por lo que siempre se quedarán rezagadas, corriendo el peligro de descarriarse y perder la protección del rebaño. Por eso el pastor camina siempre detrás de ellas marcando un ritmo que puedan mantener. Yo estoy convencido de que el pastor llamado por Dios es también capacitado por el Señor de manera sobrenatural, para aprender a caminar detrás de las recién paridas. Y esto no es algo que se aprenda en el seminario bíblico, que considero necesario, sino tiene que ver mucho más con las vivencias personales que marcan el carácter y el tempera­mento de una persona. Aquellos a los que Dios escoge para el pastorado tienen una distintivo común. Son personas que pasan por la fragua de Dios y son forjados en los años previos al ministerio de tal manera, que cuando es el tiempo de Dios para ellos, descu­bren que su carácter les lleva siempre a asociarse de forma natural con los heridos, con los débiles, con los rezagados, para asistirles en su travesía personal y ofrecerles la mano.  

 

3.  El corazón del pastor.

–           Se nos dice que “los apacentó conforme a la integridad de su corazón”. Si algo tiene que distinguir al pastor es la integridad, y entiéndase por integridad honradez entereza, honestidad, rectitud, franqueza, sinceridad. Puede que nos parezca imposible encontrar todas estas virtudes reunidas en una sola persona. Pero no nos engañemos, no estamos hablando de ser perfectos. Un pastor es al fin y al cabo un ser humano y cometerá errores como todo el mundo. Es posible que algunos de los rasgos más llamativos de su personalidad puedan clasificarse como defectos. Es muy probable que necesite corregir aspectos de su vida personal (¿, y quién no?) para evitar que éstos constituyan un freno a su ministerio. Pero lo que no podrá fallar nunca es la integridad de su corazón. Si su corazón es limpio e inocente para su Señor comprobará que aun equivocándose, Dios continúa junto a él, obrando a su favor, perfeccionando su vida y bendiciendo a la Iglesia a través de su servicio, y siempre a pesar de él, nunca gracias a él. Si puede reconocer esta realidad, adquirirá además sabiduría. 

 

4.- La pericia del pastor 

–           Los pastoreó con la pericia de sus manos”. Este es el último complemento indispensable para el  pastor. No se trata de grandes conocimientos en el área de la sicología o muchos títulos teológicos. Se llama “pericia” y significa destreza pulida a través de la experiencia. Es esa dosis de visión más allá de las apariencias, esa lectura entre líneas, esa perspectiva que aprende a leer a las personas más allá de las palabras que se pronuncian, y que termina desarrollando una sensibilidad para saber hablar lo correcto cuando es necesario y callar cuando el silencio es necesario. Esto hace que su ministerio no sea transmitir entretenimiento de las masas sino alimento para las almas, no pura información para las mentes sino sanidad para las heridas. 

 

Es por lo tanto Dios quien escoge a sus siervos para el pastorado y les capacita a través del aprendizaje perfeccionando su corazón hasta hacerlo íntegro, y bendiciéndoles con la pericia necesaria para cada situación. Sólo así el ministerio pastoral cumple su propósito y consigue apacentar al rebaño que es la Iglesia local.

Deja un comentario