Ira: la mecha ardiente de la hostilidad

La ira tiene una manera de desarmarnos, de robarnos nuestro testimonio, injuriando nuestras relaciones y nuestra vida hogareña. Aquellos que tenemos un poco de honestidad debemos decir que hemos intentado todo, y aún no podemos decir que manejamos la ira eficazmente. El presente artículo nos presenta la naturaleza de la ira y cómo ganarle.

El estadista Thomas Jefferson encontró una forma de sobrellevar su ira; en sus «Reglas para la vida» escribió: «Cuando te enojas, cuenta hasta diez antes de hablar; y si estás muy furioso, cuenta hasta cien».

En los años setenta y cinco, Mark Twain revisó las palabras de Jefferson. Él escribió: «Cuando te enojes cuenta hasta cuatro. Cuando te enfureces, blasfema».

Aquellos que tenemos un poco de honestidad debemos decir que hemos intentado todo, desde la filosofía de Jefferson hasta la de Twain, y aún no podemos decir que manejamos la ira eficazmente. La ira tiene una manera de desarmarnos, de robarnos nuestro testimonio, injuriando nuestras relaciones y nuestra vida hogareña.

Hace algún tiempo, un cristiano se sentó frente a mí, en mi estudio, y vertió su angustia. Había golpeado a su esposa la noche anterior. Ella estaba tan humillada (y golpeada) que no había querido acompañarlo.

Durante una visita a una cárcel, un joven padre escondió su rostro lloroso con sus manos. El llanto de su bebé lo había irritado tanto mientras él escuchaba música, que en una incontrolable ráfaga de ira lo había matado con sus propias manos.

La ira no es un asunto humorístico. Al menos que se comprenda, se admita, y se ponga bajo control, nos mata.

Definir la ira no es fácil. He entretejido una serie de diferentes recursos y obtuve lo siguiente: «La ira es una reacción emocional de hostilidad que trae desgracia tanto a nosotros como a otros».

La gente que estudia psicología dice que la ira tiene diferentes fases. Puede comenzar con una apacible irritación (un inocente enojo), luego se torna en indignación (un sentimiento de que algo tiene que ser respondido o vengado). Tanto la irritación como la indignación pueden ser no expresadas.

Si se alimenta, la indignación se transforma en ira, la cual nunca es inexpresiva. Luego crece a furia (lo que sugiere violencia, y aun pérdida del control emocional) y finalmente el arrebato de cólera (una pérdida temporaria del control que involucra actos de violencia). En Los Angeles un hombre ahogó a sus cuatro niños, más tarde admitió que lo hizo en un arranque de furia.

La popular serie de televisión El increíble Hulk me molesta por esta relación. La fuerte emoción de furia transforma a Bixby en Hulk. Esperemos que la serie no nos esté enseñando a forcejear con los problemas poniéndonos furiosos.

Al leer las Escrituras sobre el tema de la ira podemos sorprendernos. Efesios 4.26-27 dice: «Si se enojan, no pequen; y procuren que el enojo no les dure todo el día. No le den oportunidad al diablo».

Yo encuentro tres cosas importantes en estos versículos. Primero, la ira es una emoción dada por Dios. La primera vez que leí esto di un salto doble. Dios está diciendo: «¡Enójate!» Hay algo inhumano en la persona que nunca se enoja o que no muestra compasión o amor. Esas emociones están dadas por Dios y él dice que las expresemos.

Segundo, la ira no es necesariamente un pecado. En el Antiguo Testamento, «la ira del Señor» se menciona no menos de dieciocho veces. En el Nuevo Testamento tenemos algunos ejemplos clásicos de la ira de Jesús ante los cambistas de monedas en el templo o ante los hipócritas religiosos.

En Efesios, Dios dice: «Si se enojan, no pequen». No toda expresión de enojo está mal. De igual manera, puedo decirle a mis hijos cuando salen a divertirse: «Diviértanse. Tengan un buen tiempo de diversión. Pero no abusen de su humor». Es la misma línea de pensamiento. Airaos, pero no desarrollen la ira hasta el punto en que se convierta en pecado.

Tercero, la ira debe tener salvaguardas. Cuando Pablo dice: «y procuren que el enojo no les dure todo el día», está significando que no prolongues tu ira. En nuestro hogar practicamos esto literalmente. Si tenemos tiempos de desacuerdo o enojo durante el día, lo aclaramos durante la noche.

A veces un cristiano me cuenta de tiempos en que trata de evitar el enfrentar el enojo correctamente, pero no funciona. Me dice: «Sabes, esa noche mientras trato de dormir, no puedo. Tengo que levantarme, prender la luz y hacer una llamada telefónica».

O tal vez esa restauración implique vestirse e ir a la casa de la persona con quien tenemos que hablar.

Otro salvaguarda es: «No le des oportunidad al diablo» (v. 27). No expreses el enojo de tal manera que te debilites y el diablo pueda reproducir su carácter a través tuyo. Opuestamente, cuando estás bajo el control del Espíritu Santo, el carácter de Cristo, su amor, bondad, compasión, gozo e interés por otros, fluye libremente.

IRA JUSTIFICABLE

Encuentro en las Escrituras tres situaciones en que la ira es justificada.

Cuando la Palabra de Dios y su voluntad son desobedecidas conscientemente por el pueblo de Dios. Algo debe suceder en el corazón de un hijo de Dios cuando ve a otros creyentes pecando abiertamente, ignorando y desobedeciendo la voluntad de Dios.

Moisés no pudo soportar el ver lo que sucedía alrededor del becerro de oro. Él se indignó claramente (lee Exodo 32.19-20). Y «El Señor, Dios de Israel, se enojó con Salomón» (1 R. 11.9) cuando permitió que sus esposas extranjeras volvieran su corazón hacia la idolatría.

Cuando los enemigos de Dios asumen posiciones fuera de la jurisdicción de sus derechos. A través del profeta Isaías, el Señor refutó a los enemigos de Israel por hacer esto: «¡Ay de ustedes que son campeones bebiendo vino, y nadie les gana en preparar licores! Ustedes, que por dinero declaran inocente al culpable y desconocen los derechos del inocente» (Is. 5.22-23).

Después que Saúl fue ungido como rey, un enemigo invadió la tierra. Entonces «al oír Saúl aquello, el espíritu de Dios se apoderó de él; y se llenó Saúl de furia» (1 Sam. 11.6). Se enfureció porque los enemigos amenazaban la libertad del pueblo de Dios.

Cuando los niños son tratados injustamente por sus padres. Efesios 6.4 dice: «Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino más bien críenlos con disciplina e instrúyanlos en el amor del Señor». Y en Colosenses 3.21: «Padres, no hagan enojar a sus hijos, para que no se desanimen».

Pablo les llama la atención específicamente a los padres en ambos pasajes. Nosotros como padres somos a menudo impacientes y sin verdadera comprensión de los sentimientos de nuestros pequeños, de los adolescentes o jóvenes adultos mientras viven en nuestro hogar.

La Biblia nos ilustra esta tensión a través de Jonatán (1 S. 20.25-34). Saúl le preguntó a su hijo: «¿Dónde está David?», y Jonatán le contestó: «No está aquí, se fue». Entonces Saúl comenzó a reprochar a Jonatán y, si leo el hebreo correctamente, Saúl acusó a Jonatán de estar envuelto con David en una actividad sexual ilícita. ¡Qué injusto!

Jonatán se indignó con su padre. Saúl le respondió tirándole una lanza para matarlo. Jonatán enfrentó y reprochó a su padre con furia, y deja una perfecta ilustración de lo que puede suceder cuando un padre provoca a ira a su hijo.

IRA INJUSTIFICABLE

No podemos dejar de mirar la otra cara de la moneda. ¿Cuándo es injustificable el enojo?

Cuando la ira nace en motivaciones incorrectas. Cuando la mayoría de las personas estudian la parábola del hijo pródigo, generalmente dejan de observar al hijo que quedó en la casa. El hijo mayor no compartió la alegría del padre cuando su hermano retornó. Observa el resultado de su celo injustificado: «Tú sabes cuántos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para hacer fiesta con mis amigos. En cambio, ahora llega este hijo tuyo, (note que no lo llamó ‘mi hermano’; estaba tremendamente enojado), que ha malgastado tu dinero con prostitutas (¿Cómo sabía eso? La Biblia no nos dice que su hermano visitó prostitutas. Es posible, pero cuando se está enojado y celoso, uno exagera la historia), y matas para él el becerro más gordo» (Lc. 15.29-30)

Cuando nos ponemos celosos de otra persona, nuestra respuesta es generalmente enojo, especialmente si la otra persona recibe alabanza, ascenso o atención por parte de otros.

Otro ejemplo podría ser el del rey Nabucodonosor, quien requirió que todo el mundo adorara una inmensa estatua de oro, que posiblemente lo representaba. Los tres amigos de Daniel rehusaron adorar la estatua y Nabucodonosor respondió con furia e ira (Dan. 3.13).

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Cuando las cosas no caminan como queremos. Jonás se enojó cuando la totalidad de la ciudad de Nínive, tal vez medio millón de personas, se arrepintieron.

Jonás fue un profeta pero también un racista. No quería que Nínive se arrepintiera; quería que fuera consumida. Y se enojó cuando las cosas no salieron como él quería.

Entonces, el Señor le preguntó: «¿Te parece bien enojarte así?» (Jon. 4.4). Pero Jonás se fue a las afueras de la ciudad, rehusando contestarle al Señor. Se sentó debajo de una linda y frondosa enramada para alegrarse con la sombra y olvidarse de Nínive. Pero un pequeño gusano se comió la planta. Jonás herido por el sol, le pidió a Dios que le quitara la vida.

Entonces Dios le dijo a Jonás: «¿Te parece bien enojarte así porque se haya secado la mata de ricino?» (Jon. 4.9).

Este hecho nos trae a un punto muy práctico. Realmente queremos que las cosas se hagan según nuestro deseo.

Por ejemplo, trabajas fuerte toda la semana y piensas: «Tendré una linda noche afuera con mi esposa, el viernes». Haces los arreglos y manejas hasta el restaurante favorito. Hay una fila larga, pero no te haces problema. Caminas hacia la entrada y dices: «Llamé e hice reservaciones para esta noche».

El maitre te contesta: «Lo siento, señor, pero no tengo su nombre anotado aquí».

¿Cómo respondes? A menos que me equivoque, te enojas. En lugar de decir: «Señor, ¿qué puedo aprender de esto?», piensas: «Tengo mis derechos».

«Pero llamé hace dos días», protestas.

«Lo siento».

Así que te pones en la fila. Acalorado. Ceñudo. Cuando finalmente ingresas, consigues una mala mesa (cerca de la puerta o con las patas desiguales) y tu mozo está de mal humor. La comida está fría. Las velas se apagan. La gente a tu alrededor habla demasiado alto y son ruidosos.

Aquí es donde el cristianismo es puesto en el cepo. La verdadera prueba no es durante el culto del domingo. Es en la noche del viernes, en el restaurante, cuando las cosas no son según queríamos.

Una de las mejores formas que conozco para no enojarse cuando las cosas no se dan como uno quiere es tener buen sentido del humor. Cambiar los momentos malos en pequeñas diversiones.

Un año nuestra familia planificó durante meses ir de campamento a un parque nacional. Antes de salir, oramos: «Señor, cualquier cosa que ocurra, igual vamos a pasar un buen tiempo».

Fue bueno que oráramos. El lugar parecía un pozo ardiente de ratas por la cantidad de gente que había. Pasamos una noche con arañas y escorpiones, nos reímos y al día siguiente salimos para retornar a nuestra casa.

En el camino paramos en otro parque. Estaba vacío. Aún no puedo entender por qué. Nos registramos y pasamos dos semanas en ese lugar maravillosamente quieto y delicioso, llamativamente fresco y pintoresco.

Dios parece premiarnos con bien y experiencias deliciosas cuando nos movemos con alegría a través de esos momentos que no son como quisiéramos. La elección es nuestra. Si elegimos sentirnos ofendidos, porque las cosas no salen como queremos, entonces viviremos constantemente bajo el filo de la ira.

Pero si nos decimos a nosotros mismos: «Un corazón feliz es una buena medicina», todo será distinto.

Cuando reaccionas demasiado pronto, sin investigar los hechos. La Escritura dice: «Vale más terminar un asunto que comenzarlo. Vale más ser paciente que valiente. No te dejes llevar por el enojo, porque el enojo es propio de gente necia» (Ec. 7.8-9). Santiago escribe: «todos ustedes deben estar listos para escuchar; en cambio deben ser lentos para hablar y para enojarse» (1.19).

Mostrar un espíritu paciente y escuchar el final del problema es mejor que sólo oír el comienzo. Si deseamos en nuestros corazones estar enojados, somos tontos.

Me preocupa que vivimos a un paso rápido y asolador. Cuando lo agendado no se puede cumplir, el tonto responde instantáneamente con enojo. Se venga, pelea. Pero el escritor de Eclesiastés dice: «Si lo haces, eres un necio».

Esta verdad me golpeó durante las últimas vacaciones de la familia. Fue asombroso cuán pacientes éramos cuando tuvimos momentos de quietud continua.

Acampamos en el corazón de un profundo bosque de sequoias, cerca del límite con Oregon. Debajo del brillo de nuestra pequeña lámpara, nos sentábamos alrededor del fuego cada noche. La quietud nos rodeaba.

Cada mañana nos levantábamos con el canto de los pájaros y el murmullo de los rápidos del río. No creo que ninguno de nosotros lo olvidemos. Por lo que recuerdo, ninguno tuvo un ataque de ira durante esas tres semanas.

Desarrolla el arte de la quietud. Apaga los aparatos, incluyendo la televisión. Aíslate de todo durante una tarde completa. Deténte. Nunca seremos hombres y mujeres de Dios sin experimentar algo de soledad.

Es allí donde los grandes del pasado nos sobrepasan. Hombres y mujeres que caminaron con Dios lo hicieron porque su profundidad de vida fue cultivada en el silencio. Parte de la razón, padres, por la cual somos muy irritables en nuestros hogares es que estamos viviendo apresuradamente.

Proverbios dice: «Más vale ser paciente que valiente; más vale vencerse uno mismo que conquistar ciudades» (16.32).

IRA VENCIDA

En el libro de Proverbios, Dios ofrece cuatro directivas específicas para luchar con la ira:

Primero, aprende a ignorar pequeñas diferencias. «La prudencia consiste en refrenar el enojo, y la honra, en pasar por alto la ofensa» (19.11). A los ojos de Dios es honra si eres lo suficientemente grande como para dominar la ofensa. No estés a la defensa de tus derechos. Está ansioso por dar.

Proverbios 17.14 esencialmente dice lo mismo: «Río desbordado es el pleito que se inicia; vale más retirarse que complicarse en él».

Se necesitan dos para bailar tango y dos para pelearse. Si ves que se acerca un desacuerdo, escápate. Aprende a ignorar pequeñas diferencias.

Segundo, evita asociarte con personas de carácter enojadizo. Nuevamente Proverbios: «No te hagas amigo ni compañero de gente violenta y malhumorada, no sea que aprendas sus malas costumbres y te eches la soga al cuello» (22.24-25).

Nos volvemos como esas personas con quienes pasamos nuestro tiempo. Si me rodeo de personas negativas, me vuelvo negativo. De la misma manera, si paso tiempo con rebeldes, me volveré rebelde e iracundo.

Tercero, mantén refrenada tu lengua. Más de un hecho escandaloso, cualquier acto inmoral, cualquier acción financiera poco sabia, que rompe la quietud de la iglesia puede ser por una lengua no refrenada.

Washington Irving dijo: «La única herramienta que se afila con el uso es la lengua». De Proverbios: «La respuesta amable calma el enojo; la respuesta violenta lo excita más» (15.1) y «Él que tiene cuidado de lo que dice, nunca se mete en aprietos» (21.23).

Cuatro, cultiva la honestidad en la comunicación. No permitas que la ira crezca. Mira cuidadosamente Proverbios 27.4-6: «La ira es cruel, y el enojo destructivo, pero los celos son incontrolables. Vale más reprender con franqueza que amar en secreto. Más se puede confiar en el amigo que hiere que en el enemigo que besa».

Efesios 4.25 agrega: «Por lo tanto, ya no mientan más, sino diga cada uno la verdad a su prójimo, porque todos somos miembros de un mismo cuerpo».

No hay sustituto para la abierta honestidad, si se habla en amor. Dejar que el enojo hierva sobre el quemador de atrás sólo permite que la tapa de la olla silbe más tiempo.

 Por Charles Swindoll 

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Ira: la mecha ardiente de la hostilidad

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