¡JAMÁS ABANDONADOS!

Rev. Julio Ruiz, pastor
(Éx. 13:17-23)
INTRODUCCIÓN: Ahora nos encontramos con un pueblo libre. ¡Ningún asunto tuvo que ser tan esperado para Israel que ese momento! La algarabía de ese pueblo al saber que ya no estarían más bajo la mano torturadora del Faraón tuvo que prolongarse por mucho tiempo. El rostro marchito de los hombres, producto del sol avasallante que recibían en aquel esclavizante trabajo, ahora se ha tornado en un rostro lleno de júbilo. Los niños y los jóvenes retozan al compás de la salida.

Las mujeres que sufrieron la opresión de su familia, ahora cantan de gozo al ver que todos juntos van haciendo surcos en el camino de la libertad. Pero para esa nueva vida ellos necesitaban de guía. Ellos no conocían otro lugar más que la tierra de Gosén. Ninguno estaba preparado para los nuevos peligros que encontrarían mientras caminan a su tierra prometida. Ni aun Moisés, conocedor de las tierras aledañas a Egipto, podía guiarles hacia otras tierras desconocidas. Hay una verdad en todo esto. Quedar libre sin contar con una clara y confiable guía en el camino, es exponerse al retorno de la esclavitud. Eso fue lo que dijo Pablo a los Gálatas: «Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de la esclavitud» (Gá. 5:1) De allí que, para mantenerse en tal libertad es necesario seguir al Guía y estar cobijados bajo su sombra. Se nos dice que cuando Israel se separó de la tierra de la esclavitud, una sombra majestuosa se formó en la pura atmósfera crepuscular al frente de la delantera para nunca abandonar a esa orla de peregrinos. La presencia del Señor en forma de una columna tuvo que ser espectacular. Se nos dice que era una nube durante el día y una columna de fuego durante la noche. Pero esto fue lo más importante de aquel fenómeno: «Nunca se apartó de delante del pueblo la columna de nube de día, ni de noche la columna de fuego» v. 22. La frase «nunca se apartó» se debió constituir en la más segura confianza para Moisés. Es como si ni el pecado, ni la murmuración, ni las quejas, ni la desobediencia hecha pudo haberles apartado de Aquel que tanto les amó. De este texto tomamos nuestro tema para hoy. Es un gran incentivo para la vida cristiana el saber que jamás seremos abandonados tampoco, no porque lo merezcamos, sino porque Dios está formándonos para que seamos su especial tesoro. Pero, ¿qué significa esa columna para la vida del creyente?

I. LA COLUMNA DE LA PRESENCIA CONOCE MEJOR EL CAMINO v.17
Hay caminos que parecieran ser más fáciles y rápidos en el diario andar, solo que no siempre llegan a ser los más convenientes. Dios pudo llevar a Israel a través del istmo de Suez, que al parecer era la ruta más corta. Un viaje de unos ciento setenta kilómetros los hubiese llevado a su destino en unos diez o doce días, de acuerdo al estudio hecho. Pero Dios no permitió que ellos fueran por la ruta más corta, porque además de ver las batallas de los filisteos, tan cruentas como ellos mismos, ellos necesitaban de una enorme educación de modo que aprendieran de manera más profunda acerca del poder y el cuidado de Dios. Si aun tomando en el camino más largo, viendo la continua provisión de Dios, ellos murmuraron y se quejaron contra Él, cuánto más hubiese pasado si tomaran el camino más corto. De modo que no es una extrañeza que hayan pasado cuarenta años, antes de llegar a la tierra prometida. Pero la enseñanza más resaltante de este texto es mostrarnos que nuestro peregrinaje terral se adapta a nuestra fortaleza; que nuestro Dios toma en cuenta cuánto podemos soportar mientras avanzamos, pues Él conoce también los peligros ante los cuales se desconcierta el corazón. La primera parte del versículo 21 nos dique que «Jehová iba delante de ellos…»; eso significaba que Él conocía mejor el camino. La columna de su presencia estaba allí para que ellos caminaran al compás de su movimiento. Tuvieron que haberse sentido muy asombrados cuando se dieron cuenta que la columna cambió de dirección llevándoles como a un callejón sin salida, pero el asunto más importante no era hacia dónde les guiaba en ese momento, sino que ella estaba con ellos hasta ese momento. En la vida hay ciertas encrucijadas que plantean serias decisiones respecto a lo que es mejor hacer, o lo que es mejor seguir; de allí la importancia de saber quién guía nuestro camino. El profeta Isaías sabía de esas etapas en nuestra vida, de modo que escribió así: «Y guiaré a los ciegos por caminos que no sabían, les haré andar por sendas que no habían conocido; delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz, y lo escabroso en llanura. Estas cosas les haré, y no los desampararé» (Is. 43:16) De modo que hacemos bien si nos mantenemos caminando, mirando al Guía de nuestra vida. La Biblia nos demanda que pongamos los ojos en Jesús, pues él es el autor de y consumador de nuestra fe (He.1:2) No transite sólo los caminos de su vida, usted no es tan experto en saber cuál es la mejor ruta. Usted y yo necesitamos del Guía que ya caminó el futuro, y no es otro que nuestro Dios.

II. LA COLUMNA DE LA PRESENCIA CUIDA MEJOR EL CAMINO v.21
El Dios que sacó a su pueblo hacia la libertad, no solo conocía el mejor camino para llegar a la tierra de la promesa, sino que también conocía la importancia de proteger a ese vasto pueblo en el inicio de un largo peregrinar. Uno tiene que imaginarse las implicaciones y complicaciones que originaba la salida de un pueblo tan grande sin la logística adecuada, y a lo mejor sin tener todos los recursos para esa larga travesía. Es verdad que ellos estaban organizados que parece ser la traducción del término“armados” del versículo 17, pero ninguno de ellos estaba acostumbrado a la vida nómada. Tómese en cuenta también la cantidad de niños, incluyendo bebés, que estarían naciendo en tantas familias. De igual forma, considérese el ganado que necesitaba de especial cuidado. Los peligros que venían eran evidentes. Estaban aquellos representados por los animales del desierto y las bandas de forajidos que vivían en esas regiones. En el desierto abundan víboras y escorpiones capaces de matar de una manera instantánea. A esto habría que añadir el sol avasallante de esas tierras desérticas y los fríos durante las noches. Pero nos dice el texto que Jehová iba con ellos en medio de una columna que se levantaba en una gigantesca nube durante todo el día, de modo que el sol no les fatigara (algo así como una continua primavera en el desierto), e iba con ellos en una columna de fuego durante la noche, para darles calor en las noches frías, y para que las tiendas de campaña tuvieran la luz necesaria v. 21. Tan extraordinario fenómeno aseguraba un cuidado completo. Aquella fue la presencia de la «shekina» divina velando por su amado pueblo; juntándolos y protegiéndolos como hace la gallina con sus polluelos. La experiencia del pueblo de Israel nos ilustra el andar en la vida cristiana. Cuando nos iniciamos en ella entramos a un largo y muy difícil «desierto», mientras vamos camino a nuestra «tierra prometida». Nos enfrentamos a pruebas muy duras que hacen tambalear nuestra fe y esperanza. A veces el camino pareciera cerrarse ante nuestros ojos y como que vemos que el enemigo toma ventaja donde debiéramos tener victorias. Las fuerzas parecieran abandonarnos, y pronto, como el pueblo de Israel, comenzamos a quejarnos, a murmurar y a desobedecer. Pero hay una verdad eterna en todo esto. Aquella columna que guardó a Israel de dia y de noche hasta las fronteras de Canaán, la tenemos hoy también. Jesucristo vino al mundo no solo para morir por nosotros, sino para vivir en nosotros. Él vino, no en una columna de nube o de fuego, sino en el vientre de una virgen para mostrarnos con su vida y ejemplo la «shekina» divina, pues «vimos su gloria como la del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad». Es cierto que el fue levantado en una nube después de haber resucitado, pero nos aseguró su presencia a través del Espíritu Santo todos los días de nuestra vida. Fue por eso que dijo a sus atribulados discípulos «no os dejaré huérfano, vendré otra vez». De modo, pues, que ahora nosotros contamos con el más completo Consolador quien toma un especial cuidado de nuestras vidas para conducirnos en el largo peregrinaje hasta que entremos a las mansiones celestiales. En el Antiguo Testamento la gloria del Señor venía y se iba, de allí que estuvo con ellos hasta que llegaron a los límites de la tierra de la promesa. Después vendría al tabernáculo y al templo durante ciertos tiempos. Más no obstante ahora la tenemos para siempre. Él escogió nuestro cuerpo para ser habitación de su gloria, de modo que esa es la presencia continua que ahora nos acompaña. No se trata de que Él viene sino que Él vive en nosotros. No se trata que nos abandone sino que permanece para siempre.

III. LA COLUMNA DE LA PRESENCIA NUNCA SE APARTA DEL CAMINO v.22
La historia bíblica nos dice que en todos los cuarenta años que Israel duró en su recorrido por el desierto, hasta llegar a la tierra prometida, «nunca se apartó de delante del pueblo la columna…». Y déjeme decirle que tuvo sobradas razones para haberse apartado. El pueblo de Israel fue de dura cerviz, y en no pocas ocasiones se rebeló contra el Dios que lo había sacado de la tierra de esclavitud. No pocas veces se quejó y murmuró contra Moisés y contra Dios. Ellos fueron testigos oculares del poder y los milagros divinos, sin embargo en varias oportunidades menoscabaron el amor y la provisión divina. El salmo 95 ofrece una gran queja y una solemne advertencia que debieran ser atendidas: “No endurezcáis vuestro corazón con, como en Meriba, como en el día de Masah en el desierto, donde me tentaron vuestros padres, me probaron, y vieron mis obras” (Sal. 95:8, 9) Dios fue provocado por ellos para haberles abandonado en el desierto, sin embargo no lo hizo. Es verdad que aquella generación no entró en su “reposo” v. 11, como tampoco lo hizo Moisés, pero la columna de su presencia jamás se apartó de ellos. Esta historia es reconfortante para el creyente de hoy. Nosotros no somos mejores que el pueblo de Israel. Con variadas frecuencia nos convertimos en un pueblo quejoso, murmurador o infiel. De igual manera nosotros somos testigos de los inconmensurables actos de amor y misericordia, por parte de nuestro Dios, sin embargo le fallamos muy a menudo. Pero nuestro Dios ha permanecido fiel y no nos ha retirado su presencia. El énfasis del versículo 22 recae en las palabras “ni de noche ni de día”. Es bueno saber que al comienzo de cada día el Señor va con nosotros en el viaje al trabajo, en los estudios que hagamos, en la recreación o descanso que tengamos y también está en el retorno cuando volvemos a casa. Lo está en la noche cuando nos acompañan los pensamientos del día pasado, junto con alguna preocupación por el mañana que vendrá. Pero también mientras dormimos “porque en paz me acostaré, y así mismo dormiré; porque sólo tú, Jehová me haces vivir confiado” (Sal. 4:8) Lo está en las pruebas más adversas. El profeta Isaías, sabiendo que ellas son tan comunes a la vida, dijo: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (IS. 43:2) Sí, la presencia del Señor nos acompaña en todo los caminos de nuestro andar cristiano. Podemos ser abandonados por nuestros amigos más cercanos, aun podemos ser abandonados por nuestros propios padres, pero escuche lo la palabra de Dios nos ofrece: “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá (Sal. 27:10) ¡Vivamos bajo esta promesa y esta confianza todos los días de nuestra vida!


CONCLUSIÓN: (Leer Nehemía 9: 18-21)

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