LA “VENGANZA” DEL PERDÓN

 Por Julio Ruiz. La venganza es aquel pensamiento de desquite que se encuba en la mente, y  cuando las condiciones son dadas, es ejecutado  por el corazón. Es un pago con la misma moneda. Llega a ser una especie de satisfacción que se toma por el agravio  recibido. Seguramente ha sido  esto lo que ha llevado a algunos a decir que “la venganza es dulce”. Pero como quiera que sea, la venganza no siempre es la mejor aplicación de la justicia,  porque casi siempre se toma con las propias manos; y ella,  una vez ejecutada, trae consigo un peso de conciencia que pudiera ser peor que la “satisfacción” lograda.

 Don Ramón de Holbach, escribiendo sobre los males de la venganza, dijo: “La venganza sólo sirve para eternizar las enemistades en el mundo; el placer fútil que nos causa va siempre seguido de eternos arrepentimientos”. Ningún tipo de venganza logra curar un corazón  ofendido. Tiene que haber una medicina mayor que produzca en él una sanidad interior.

Contrario a esto, sí hay una “venganza” que puede lograr un resarcimiento en contra del ofensor. Hablamos de aquella  donde el ofendido, vestido de bondad y de dominio propio, acorrala y vence al  que le ha hecho daño con las armas del perdón. Estamos hablando de la “venganza del perdón”. Porque el perdón, como dijo alguien “es la venganza de los hombres buenos”. Es verdad que  hay ofensas que dejan cicatrices en el alma para las que no pareciera encontrarse sanidad. Algunas tienen la misión de quebrantar las fibras más sensibles de un corazón noble. Otras llegan a la vida para desgraciarla y arruinarla, privándola de sus legítimos derechos de felicidad. Mientras que otras  lastiman  la confianza de un amor bondadoso, dejándolo lleno de ira, odio y resentimientos. Frente a todo esto, ¿qué hacer? ¿Cuál será la mejor actitud que debiéramos asumir contra aquello que nos ha hecho tanto daño? ¿Curará el perdón las heridas hechas? ¿Me estaré humillando ante el ofensor si perdono su falta?

Se sabe por experiencia que el camino del perdón ha traído restauración  para el ofendido y  esperanza para el ofensor. El primero sabe que ninguna cosa hecha podrá reparar la falta cometida; mientras que para el segundo, el perdón traerá alivio a su conciencia culpable. Para el primero, perdonar  sin reservas será la prueba mayor. Esta no es una tarea fácil.  A la mente vendrá una y otra vez lo sucedido, pero en la medida que el perdón abunda, abundará también el olvido. Vale  decir en esta parte, que el mejor refugio para el ofendido es ir al mejor Juez de todos, Dios. Su juicio es transparente e imparcial. Hasta ahora  no ha perdido un caso. Es por eso que en la oración del “Padre nuestro”, tan mencionada  por la cristiandad, se nos dice: “Y perdona nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Quien logra perdonar a otros las faltas cometidas, es alguien en quien reposa el perdón divino. Así, pues, el hombre y la mujer que logran saldar la ofensa esgrimiendo el arma del perdón, tienen a Dios por su aliado. Y es que el perdón le concede al ofensor una nueva oportunidad, llegando a ser esto la gran  puerta que le conduce  para llegar  a ser una persona nueva.

¿Qué le espera a un corazón perdonador? Paz en lugar de odio. Confianza en lugar de venganza. Amor en lugar de rencor. Y sobre todo, tranquilidad espiritual al poner su caso bajo la justicia divina. ¿Qué le espera a un corazón perdonado? Una conciencia libre de culpa, junto  a un eterno agradecimiento. Una restauración por lo hecho y una disposición para ser otra persona. ¡Escoja hoy “vengarse”, perdonando!

 

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