MUJER, ¿POR QUE LLORAS?

Por Marcela Franco de Macía. Ya me imagino a Maria Magdalena ese primer día de la semana, muy temprano, tan temprano que aún estaba oscuro, caminando presurosa y pensando en todo lo que iba a hacer en cuanto llegara al sepulcro donde descansaba el cuerpo de Jesús.

Seguramente aún se encontraba muy deprimida por haber sido testigo del sufrimiento de su Señor, tal vez hasta tenía los ojos hinchados de tanto llorar, caminaba sintiendo una opresión en el pecho por el dolor y la impotencia, y un constante nudo en la garganta, también creo que estaba desvelada, pues difícilmente habría podido conciliar el sueño después de los angustiantes acontecimientos.

Me imagino que llevaba algún bulto con las cosas que iba a ocupar, sábanas limpias, ungüentos, perfumes, jabón, algunos lienzos, un peine, etc.
Así es que llevaba dos cargas, una por fuera y una dentro de su corazón.

Tal vez iba pensando quien la podría ayudar a quitar la enorme y pesada piedra que cubría la entrada del sepulcro, sin embargo no se desvío para buscar a alguien que pudiera ayudarla, y tampoco decidió regresar dándose por vencida ella siguió caminando, pues lo que le importaba era llegar a dónde se encontraba su amigo y maestro.

Cuando por fin llegó, se encontró con que la enorme y pesada piedra había sido removida, cuan decepcionada debe haberse sentido de no encontrar el cuerpo de Jesús donde lo habían puesto, pero también debe haberle quitado un peso de encima ver que la piedra ya no era un problema, pues Alguien la había movido.

Como ya sabemos corrió a avisar a dos de los discípulos, los cuales llegaron, entraron al sepulcro, vieron las vendas tiradas, y como no vieron el Cuerpo, dice el Evangelio que se fueron a su casa.

Pero Maria Magdalena se quedó afuera, junto al sepulcro, ¡solo eso le faltaba! ¡Como si fuera poco lo que le estaba pasando!, entonces no pudo más y se echó a llorar.

Un tanto incrédula, un tanto dudosa, llorando más fuerte aún, se asomó otra vez dentro, quizás pensando que como estaba oscuro, aquellos hombres no habían buscado ni visto bien, pero lo cierto es que ella tampoco podía ver bien, pues las lágrimas le nublaban la vista, y el dolor no le permitía levantar el rostro, yo creo que con sus manos se limpiaba los ojos y que con la orilla del vestido trataba de secarlos y de limpiar su nariz.

Yo digo que no ha de haber pasado mucho tiempo, aunque a ella debe haberle parecido eterno, cuando de repente escuchó una voz que le decía: “Mujer, ¿por qué lloras?”

Ya la veo toda desconsolada, pensando que quien le hablaba tal vez sabía donde se habían llevado el Cuerpo, o que le podría ayudar a buscarlo.

Ha de haber sentido que el llanto ahogaba sus palabras, pero no se quedó callada y sumida en su dolor, suplicó que le dijera donde lo habían puesto, para irlo a buscar.

Entonces escuchó decir: ¡Maria!, ¡nada más y nada menos que su nombre dicho con esa hermosa y dulce voz que de inmediato reconoció!

Ella, dejó de llorar y levantando su rostro respondió: ¡Maestro!

Esta hermosa mañana querida hermana te invito a apropiarte de este significativo mensaje, que nada detenga tus pasos en tu diario caminar hacia Jesús, que tus cargas no sean motivo para sentirte derrotada, que nunca te preocupe quien pueda remover esa enorme y pesada piedra que te estorba para encontrarte con tu Señor, que aunque las lágrimas llenen tus ojos y no puedas ver claro, y a veces te parezca que Jesús no está donde esperabas encontrarlo siempre recuerdes que ¡Él vive!, que resucitó para que las mujeres como tú y como yo estemos atentas a escuchar al Maestro decir:

Sarita, ¿por qué lloras? Eva, ¿por qué lloras? Alma, ¿por qué lloras?…

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