Pedro, la iglesia en Jerusalén, la iglesia en Antioquía, el etnocentrismo y la Misión Integral-Transcultural

El etnocentrismo es la “tendencia emocional que hace de la cultura propia el criterio exclusivo para interpretar los comportamientos de otros grupos, razas o sociedades” (DRAE). Aunque el uso del término “etnocentrismo” dentro de la antropología data de fines del s. XIX e inicios del s. XX (con William Graham Sumner), eso no significa que dicho fenómeno estaba ausente en las sociedades del pasado. La tensión entre el endo-grupo y el exo-grupo se ha producido a lo largo de la historia de las etnias. El judaísmo tenía un elemento peculiar: su elección como pueblo de Dios. El judaísmo del Segundo Templo vivía una especie de nominalismo del pacto, es decir, su pertenencia al pacto se expresaba en una observancia irrestricta a la Ley mosaica. Eso les proporcionaba identidad. Con la llegada del cristianismo, esa clase de etnocentrismo del pacto seguía vigente entre los miembros de la comunidad mesiánica los cuales eran judíos étnicos. Pedro nos sirve como ejemplo de este problema en la iglesia apostólica:

Y les dijo: Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo; por lo cual, al ser llamado, vine sin replicar. (Hch. 10:28-29)

Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia. (Hch. 10:34-35)

Generalmente somos apresurados en juzgar a Pedro y a los primeros cristianos de etnocentristas, y hasta discriminatorios. Sin embargo, bien podríamos invitar a que tire la primera piedra a quienes estén libres del etnocentrismo. Todos tenemos en alguna medida esa clase de tendencia.
La misión integral que el Cristo resucitado ordenó a sus discípulos muchas veces se cumple en su extensión geográfica, pero hay dificultad al llevarla a cabo en su extensión socio-cultural y étinca. Vamos a otros grupos étnicos, pero les imponemos nuestra cultura.
Por otro lado, la misión transcultural es muy personalista, es decir, es tarea únicamente del misionero “profesional” el cual tiene que aprender/adoptar la lengua y las costumbres de la etnia que se quiere alcanzar. La iglesia local generalmente es una espectadora y alentadora de esto, la iglesia envía a quienes cumplirán con esta misión transcultural y esperará las noticias para luego enviar fondos. No somos muy conscientes de la internacionalidad de la iglesia. Si la iglesia es la misionera, entonces deberíamos todos los cristianos ser transculturales. Lo lamentable es que quienes son enviados a evangelizar a pueblos lejanos son etnocentristas. C. René Padilla comenta cómo esto sucedió en la evangelización en Hispanoamérica:

No menos nociva para la causa del evangelio que el «cristianismo secular» es la identificación del cristianismo con una cultura o expresión cultural determinada. En el siglo XVI América Latina fue conquistada en nombre de los reyes Católicos de España. Se trataba no solamente de una conquista militar, sino también de una conquista religiosa. Se trataba de implantar no solamente la cultura ibérica, sino también una «cultura cristiana.» Es sólo en los últimos años que Roma ha tomado conciencia de que el cristianismo de los pueblos latinoamericanos es casi completamente nominal. En el siglo XIX la extensión misionera cristiana estada tan estrechamente vinculada con el colonialismo europeo que el cristianismo llegada a identificarse en Asia y África como la religión del hombre blanco.

Hoy en día, sin embargo, hay otra forma de «cristianismo-cultura» que ha venido a dominar el escenario mundial: el «American Way of Life.» El fenómeno es descrito por un autor evangélico norteamericano en los siguientes términos: «Hemos equiparado el ‘americanismo’ con el cristianismo hasta el punto que estamos tentados a creer que la gente en otras culturas al convertirse debe adoptar los patrones institucionales estadounidenses. A través de procesos psicológicos naturales se nos conduce a creer inconscientemente que la esencia de nuestro ‘American Way of Life’ es básica, si no totalmente cristiana».[1]

Lo mismo podríamos decir de nosotros al hacer misión en Estados Unidos, que sería nocivo imponer nuestro “estilo de vida peruano” (o latinoamericano) a los estadounidenses. A decir verdad, somos igualmente tentados en pensar que nuestra cultura es “mejor” en algunos sentidos como para llevarla a otros pueblos. Esa no es la forma como se hace la misión integral en el Nuevo Testamento. La misión integral neotestamentaria no tiene la idea de establecer iglesias autóctonas (como si las hubiera) allá en los pueblos alejados del mundo, de ellos, por ellos y para ellos sin contacto con nosotros. La iglesia neotestamentaria es local y a la vez internacional. Los de allá pertenecen ahora a los de acá y viceversa. Cualquiera que recibe el glorioso evangelio es parte de nuestra familia y nosotros de la suya. «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gl. 3:28). La transculturación no debe ser solamente tarea de la persona que cruzará los mares, toda la iglesia necesita ser entrenada en la transculturación. La transculturación no era tarea de Pedro, sino que toda la iglesia tuvo que ser entrenada y eso trajo más gloria a Dios. La iglesia en Jerusalén no estaba cómoda con lo sucedido con Pedro y Cornelio, había un etnocentrismo eclesial.

Oyeron los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea, que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Y cuando Pedro subió a Jerusalén, disputaban con él los que eran de la circuncisión, diciendo: ¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has comido con ellos? (Hch. 11:1-3)

Pero, esta crisis fue una oportunidad que Pedro aprovechó para cumplir su función pedagógica con el pueblo de Dios:

Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios? Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! (Hch. 11:17-18)

Finalmente, esto se tenía que llevar a la realidad. Y, esto se cristaliza en Antioquía recibiendo el respaldo de la iglesia en Jerusalén:

Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús. Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor. Llegó la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía. Éste, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. Porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud fue agregada al Señor. (Hch. 11:20-24)

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[1] C. René Padilla, Misión Integral: Ensayos sobre el Reino y la iglesia (Grand Rapids/Bs. As.: Nueva Creación/Eerdmans, 1986), 14-15.