Por qué la iglesia no crece?

Por Italo Frígoli
¿Cuál es el secreto para el crecimiento continuo de la iglesia? ¿De qué depende? Un planteo directo. Las iglesias que crecen poseen esta clave: una estructura interna flexible.
Cuando abordamos un tema tan importante como es el crecimiento de la iglesia, es necesario mantener en mente ciertas consideraciones. Es sabido que para poder tener una iglesia en crecimiento necesitamos hacer énfasis en una de las siguientes áreas de ministerio, o en una combinación de ellas: la predicación de la Palabra, la oración y una vida de santidad.


Sin embargo, parece que estas áreas en sí no son suficientes para garantizar el crecimiento homogéneo de una iglesia.
Si el crecimiento dependiera solamente de la predicación de la Palabra, tendríamos hoy muchas más iglesias experimentando un crecimiento veloz.
La realidad nos enseña que no es suficiente tener buena predicación y enseñanza de la Palabra para lograr que la iglesia crezca. No me mal entienda. Es de suma importancia el cuidado que el pastor pone en la preparación del sermón como también en la exposición del mismo.
El ministro que toma en serio su ministerio, ha de esmerarse en la preparación del material que ha de presentar. Sin embargo, eso en sí no es suficiente para que la iglesia crezca. En los casi treinta años de experiencia en iglecrecimiento, me he encontrado con grandes predicadores y grandes maestros de la Palabra que pastoreban iglesias pequeñas, donde el crecimiento ha sido muy lento o inexistente.
Tampoco las oraciones por sí mismas han de edificar grandes iglesias. Hay iglesias donde se hace mucho énfasis en la oración. Tienen programas de oración diaria, cadenas de oración las veinticuatro horas del día, oraciones matutinas y vespertinas, montes de oración, campaña de oración, pero la congregación no tiene un crecimiento notable. En muchos casos, he observado que la iglesia, a pesar de ese gran esfuerzo de oración, se ha mantenido sin crecimiento alguno. Aún iglesias como la del Dr. Paul Yongi Cho en Seúl, Corea del Sur y otras, que han experimentado gran crecimiento y hacen un énfasis considerable en la oración, no la consideran como la única fuente de crecimiento. Es una parte importante dentro de una serie de ministerios y actividades.
Obviamente, creo en la oración y la considero un factor importante para que una iglesia tenga crecimiento. Aún así, la oración por sí misma no ha de producir el crecimiento.
Tampoco la espiritualidad. Hay iglesias que se rigen por una ética espiritual férrea, con gran entrega y sacrificio de los miembros, aferrados a una conducta moral ejemplar, ayunos, vigilias, estilo de vida y otras actividades, pero tampoco eso en sí produce el crecimiento que todos los pastores soñamos tener.
Algo falta. Predicamos lo mejor posible, oramos con gran devoción, entrega y fe, vivimos una vida ejemplar, y aun así, no vemos el crecimiento que esperamos tener.

Aunque la oración, la homilética y la espiritualidad tienen su sitio predominante en la vida del ministro y en el desarrollo de la congregación, sugiero que la diferencia entre una iglesia que crece y la que no crece, se encuentra en la estructura interna de la iglesia.
Toda iglesia que experimenta crecimiento numérico apreciable, tarde o temprano tendrá que hacer frente a esta realidad. Necesita crear una estructura interna flexible. De lo contrario, el crecimiento pronto se paralizará y causará un estancamiento.
Las iglesias tienden a llegar a niveles que han de caracterizar el alcance de su ministerio y la composición de la congregación.

Para entender mejor este concepto, dividiremos a las iglesias en los siguientes niveles:

Primer nivel
En un primer nivel, tenemos las iglesias que llegan hasta los ciento cincuenta miembros. Como bien podemos imaginar, la personalidad de esta iglesia es distinta a la de mayor número.
Usualmente, estas iglesias tienen un pastor que lleva la carga del ministerio. Es posible que se desarrollen tres o cuatro ministerios internos, tales como Escuela Bíblica o algún otro ministerio de Educación Cristiana y procreación de líderes. Tal vez llegue a desarrollar un ministerio hacia los jóvenes, las damas o la música.
En una iglesia de este primer nivel, el pastor y su familia son los que proveen la mayor parte del ministerio, cubren cargos importantes en todas las áreas de la iglesia. Esto provoca una situación algo incómoda dentro de la misma. La necesidad de tener alguien que se ocupe de los niños, hará que la esposa del pastor o una hija del mismo se encargue de ese trabajo. Como los jóvenes no pueden estar solos, otro miembro de la familia del pastor se encargará de cubrir esa necesidad y así las distintas áreas de la iglesia serán cubiertas por miembros cercanos al pastor.
Eventualmente, esta situación ha de crear un tapón que impide el desarrollo de otros ministros. No hay delegación de responsabilidades. El pastor, en su afán de proteger esta congregación y de hacerla crecer, no delega responsabilidad ni permite que otros miembros fortalezcan su ministerio propio; por consiguiente, la iglesia tiende a no crear líderes. No es que el pastor sea malo o que a propósito dañe a su congregación. Lo que pasa es que, como la congregación es pequeña, es más fácil para el pastor manejarla de esta manera. Hay menos riesgos de errores y puede controlar todas las áreas de la iglesia en una forma más directa, y la congregación tiende a ser de espectadores y no de participantes.
En un principio, en la iglesia en Las Palmas de Gran Canaria, España, yo hacía de todo un poco. Predicaba, enseñaba en la Escuela Bíblica, dirigía las alabanzas. Era el que abría y cerraba el templo y muchas veces limpiaba los baños, ordenaba las bancas, recogía los himnarios, barría el santuario y preparaba los elementos para la Santa Cena. Hasta contaba la ofrenda después de los cultos. Mi esposa, Sharon, además de ser la encargada del ministerio de los niños, tenía que ayudarme en todas las otras tareas de la iglesia. Muchas veces, ella fue la única ujier en el templo.
Un día me di cuenta que en la congregación había personas que tenían distintas habilidades y conocimientos interesantes. Por ejemplo, había un banquero que, por su trabajo, tenía las condiciones ideales para encargarse de todo lo que se refería a las finanzas de la iglesia. Pronto, Pablo López se transformó en el tesorero. Otros miembros tenían otros dones especiales. Cuando delegué responsabilidad, hubo de inmediato un nuevo interés en los miembros, una identificación mayor con la iglesia y mucho más entusiasmo en hacer cosas para Dios.
Sí, cometimos muchos errores. En contadas ocasiones me precipité con algunas personas que luego me dejaron mal parado, pero estaba dispuesto a correr el riesgo. Esos errores nos enseñaron a ser mejores administradores de la iglesia.

Un pastor que no delega responsabilidades tendrá una iglesia estancada, sin crecimiento.

En una congregación de cien o más miembros, hay por lo menos dos personas que tienen posibilidades de liderazgo y que pueden recibir delegación de responsabilidades.
No tema en delegar. Tal vez no harán las cosas exactamente como usted puede hacerlas, pero pronto aprenderán. El pastor siempre es la pieza clave en el proceso del crecimiento de la iglesia, ya que depende de él el entrenar, hacer discípulos y forjar sus líderes.

Segundo nivel
Cuando una iglesia sobrepasa los ciento cincuenta miembros y llega hasta los doscientos cincuenta, forma parte de este segundo nivel.
El mensaje sigue siendo el mismo. Sin embargo, las necesidades y la nueva personalidad de la congregación son distintas.

Si el mensaje es el mismo, lo que produce y sostiene el crecimiento, es la estructura interna de la iglesia.

A consecuencia de esos cambios estructurales, la iglesia pasa al siguiente nivel.

Tercer nivel
Estas son iglesias que llegan hasta los quinientos miembros. Otra vez, la personalidad de la iglesia, las necesidades de la misma, la organización interna, son distintas a la de las iglesias de otros niveles inferiores. Aunque siempre se mantiene la predicación de la Palabra, existe una mayor delegación de parte del pastor. Cada doscientos cincuenta miembros que se añadan a la congregación producirán cambios en la estructura. En ocasiones, los cambios han de ser drásticos, como la amputación de algún ministro o ministerio. En la mayoría de los casos, los cambios son casi imperceptibles, pero necesarios. Las necesidades de la congregación varían. Hay nuevas áreas de ministerio que necesitan ser consideradas y debido al crecimiento de la congregación, el pastor ha de ministrar más y más a los líderes.
Eventualmente, llega el momento en que el pastor no tiene por qué preocuparse de la administración directa de la iglesia. Ya que ha delegado distintas áreas de la iglesia, no se preocupa más de organizar la Escuela Bíblica, ni de cerrar la puerta de la iglesia al término del culto, ni de hacer los depósitos bancarios ni los pagos, ni de llevar a los Exploradores del Rey en la siguiente excursión. Este proceso de delegación, crea una estructura interna de líderes.
Al principio, será una estructura simple, con pocos líderes, pero a medida que la iglesia crezca, esa estructura debe ser reforzada y ampliada para llegar en una forma efectiva a toda la congregación.
Como pastores, queremos que nuestros líderes triunfen en el desempeño de sus ministerios. Si ellos desempeñan bien su función, la congregación estará feliz y una congregación feliz, es una congregación que crece.

Y eso es lo que pretendemos: que la iglesia crezca.
Ítalo Frígoli

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