¿Queréis acaso iros también vosotros?

por Robert Murray M’Cheyne. «Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». (Juan 6.66-69, RV 1995).

Hay tres lecciones aquí que son traídas delante de nosotros, las cuales hemos de considerar.

 

Lección 1.

Muchos que parecen ser discípulos de Cristo, vuelven atrás, y no andan más con Jesús.

Esta es una verdad muy solemne, y puede ser la respuesta de muchos de los casos que están oyéndose en estos días. Observen que es declarado dos veces que había muchos que se volvían atrás. Si había muchos entonces, es igualmente cierto que hay muchos ahora.

 

1. Muchos siguen a Cristo por un tiempo, pero se encuentran con un tropiezo cuando oyen que deben tener una unión personal con Cristo.

Así era entonces. Un gran número estaba siguiendo ahora a Cristo aparte de los doce apóstoles. Evidentemente ellos estaban muy aferrados a Cristo: le llamaban profeta, querían hacerle rey, le siguieron a través del mar, y sin embargo, cuando les dijo que era el pan que descendió del cielo, murmuraron –cuando les dijo que debían comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna, ellos dijeron: «Dura es esta palabra» y fue por esta razón que se volvieron atrás, y no anduvieron más con Jesús.

Así es ahora. Un gran número de personas están aferradas a Cristo; tienen algo de ansiedad por sus almas, siguen ansiosamente la predicación de la Palabra, pero cuando les mostramos que Cristo es el pan del cielo –que deben tener un acercamiento personal con Cristo, como si comieran su carne y bebieran su sangre– esas almas dicen: «Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?»

Vez tras vez, se ofenden –no creen– se vuelven atrás, y no andan más con Jesús. ¿Está alguno de ustedes en esa condición? Piense nuevamente, yo le suplico, antes que se vuelva y no ande más con Jesús. Busque la enseñanza de Dios, y él le ha de mostrar que ninguno de los dichos de Cristo son duros, sino que son todos dulces y fáciles. Cuando el corazón de un pobre hindú fue traído bajo la enseñanza de Dios, dijo: «Algunas personas se quejan de que la Biblia es un libro muy duro, pero lo he leído mucho y me he dado cuenta de que no es así, para mí todo es dulce y fácil.

 

2. Muchos siguen a Cristo por un tiempo, pero cuando se les dice que Cristo debe morar en ellos, se vuelven atrás, y no andan más con Jesús.

Así era entonces. La multitud que seguía a Cristo se hallaba complacida con muchas cosas de él. Cuando los alimentó con los cinco panes y los dos peces, ellos dijeron: «Éste, verdaderamente, es el profeta que había de venir al mundo». Y nuevamente cuando Jesús les habló del pan del cielo que les daría vida, ellos dijeron más devotamente: «Señor, danos siempre este pan». Pero cuando Cristo dijo: «El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él», vez tras vez ellos se ofendieron. Cuando les dijo que les daría vida, y que podría permanecer en ellos, dijeron: «Dura es esta palabra, ¿quién la puede oír?» No creyeron, se volvieron atrás, y no anduvieron más con Jesús.

Así fue en alguna medida con Nicodemo. Cuando contempló a Cristo como un obrador de milagros, atrajo el corazón del maestro judío, quien le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro». Pero cuando Jesús le dijo que necesitaba nacer de nuevo –que debía ser nacido del invisible Espíritu de Dios– Nicodemo encontró esto como algo duro de recibir, cuando dijo: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?» Y nuevamente: ¿Cómo puede hacerse esto?»

Así es ahora. Muchas personas están aferradas a Cristo. Están ansiosas por sus almas algún tiempo, y dan algunos vistazos a Cristo como Salvador. Aman el oír la Palabra: «es como un cantor de amores, hermosa voz y que canta bien» (Ez. 30.32), pero cuando Cristo dice: «Os es necesario nacer de nuevo», «El que me come, también vivirá por mí», ellos dicen: «Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?»

Ellos nunca vieron al Espíritu, y dicen: «¿Cómo puede hacerse esto?» Este es uno de sus misterios. No obstante, se vuelven atrás, y no andan más con Jesús. ¿Está alguno de ustedes en esta condición? Piense por un momento antes de volverse: «Insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que está escrito concerniente a Jesús» ¿Por qué deberías tropezar ante la bendita Palabra: «El que me come, él también vivirá por mí?» Verdaderamente, tú nunca has visto al Espíritu, pero confía en la palabra de aquél que no puede mentir. Tú nunca has visto el viento, y sin embargo despliegas las velas; entonces, confía en este Espíritu aunque nunca lo hayas visto.

Hay quienes temen que esto sea verdad, y entonces no quieren privarse de alguno de sus más queridos placeres, por lo tanto te vuelves atrás y no andas más con Jesús; tu corazón puede ser cambiado, y entonces no tendrás más el sabor de tus placeres presentes. ¡Cómo ciega el enemigo el entendimiento! ¿No ves que si pierdes el sabor de tus placeres presentes, es debido a que has gustado algo más sublime y dulce? Es como si rehusaras beber el buen vino porque no quieres perder el sabor del malo. Los goces del Espíritu Santo son más dulces que todos los placeres del pecado. «¡Ay de ti, Jerusalén! ¿No serás al fin limpia? ¿Cuánto tardarás en purificarte?»

 

3. Muchos son despertados para seguir a Cristo, pero cuando encuentran que deben ser traídos a Cristo –que todo es por pura gracia– poco a poco se ofenden.

Así era entonces. Las personas que habían seguido a Cristo, lo habían hecho en forma laboriosa y cuidadosa –habían cruzado el mar, y escuchado juntos por muchos días sus palabras; y sin duda, comenzaron a pensar que habían hecho todo bien, y que eran dignos de ser salvos por el cuidado que habían tenido. Pero cuando Cristo les dijo que la salvación era por pura gracia –que ellos eran pecadores sin esperanza, y necesitaban ser traídos a Cristo por designio del Padre– les ofendió profundamente, se volvieron atrás, y no anduvieron más con Jesús.

Así es ahora. Muchas personas se inician en la religión, pensando que han de ser traídos rápidamente a un estado de conversión. Hacen grandes esmeros en la religión, confiesan los pecados de su vida pasada, se conmueven con mucha aflicción en sus corazones a causa de ellos; toman con mucha paciencia las ordenanzas, y tienen mucho cuidado para hacer las obras de Dios: pero cuando encuentran que no se han acercado ni una pizca a la salvación, desde que empezaron; cuando se les dice que deben ser traídos a Cristo, que Dios no está obligado a salvarles, que no merecen nada sino un lugar en el infierno, que si ellos son salvos será por pura gracia, entonces se ofenden. No pueden soportar esta clase de predicación; se vuelven atrás, y no andan más con Jesús. ¿Hay alguno de ustedes en esta condición? Detente un momento antes de dejar al divino Salvador.

 

Medita en estas dos palabras de advertencia:

 

1. Muchos que van lejos con Cristo, no van con él todo el camino. Muchos escuchan por un tiempo las palabras de Cristo con gozo y ahínco, pero al final se ofenden por las mismas. Esta es una advertencia solemne. No pienses que eres un cristiano porque te sientas y escuchas las palabras de Cristo. No pienses que eres un cristiano porque encuentras algún placer en las palabras de Cristo. Muchos son llamados, pocos escogidos. Muchos volvieron atrás y sólo pocos permanecieron. Sólo son cristianos los que se alimentan de Cristo y viven por él.

 

2. Aquellos que se vuelven atrás, generalmente no andan más con Jesús. Probablemente no intentan mostrar una eterna despedida al Salvador. Probablemente dicen cuando se retiran, «Voy a ir a casa y pensar en esto; voy a oírle nuevamente concerniente a este asunto. En otra ocasión más conveniente le voy a seguir». Pero, esta ocasión nunca llega, no andan más con Jesús. Reciban la advertencia, queridos amigos, ustedes que están ansiosos por sus almas. No se ofendan fácilmente. No pierdan la sensibilidad de vuestra condición perdida. No se desarrollen sin el cuidado de la Biblia y los medios de gracia. No se vuelvan en compañía de pecadores. Todas estas son marcas de uno que está dejando a Cristo. Espera pacientemente al Señor hasta que incline su oído y escuche tu clamor. Continúa buscando las palabras de Jesús. Aún clama por la enseñanza del Espíritu. «Y si retrocediere, no agradará a mi alma»; «Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios» (He. 10.38; Lc. 9.62).

 

Lección 2.

El cuidadoso anhelo de Cristo no era que sus discípulos lo abandonaran. «Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros?»

No tengo ninguna duda que el corazón de Jesús fue angustiado cuando la multitud le dejó y no anduvo más con él. Este buen pastor nunca había visto todavía a estas ovejas perdidas corriendo a la destrucción, pero su corazón se desangraba por esto: «¡Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise juntar a tus hijos!» Él podía ver toda la historia futura de estos hombres; cómo perderían toda impresión, cómo se endurecerían en sus pecados; ahora, como una bola de nieve, juntarían más y más ira alrededor de ellos, y no dudo, que lloró en secreto por ellos, y dijo: «¡Oh, si también tu conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz, más ahora está encubierto de tus ojos».

Él trazó la historia de ellos hasta el día en que les diría: «Apartaos de mí». Pero no importa cuánto angustiaba a Cristo que ellos le dejaran, esto sólo inflamó la llama de amor por los suyos, de modo que se volvió hacia sus discípulos y dijo: «¿Queréis acaso iros también vosotros?»

Observen cuánto amor hay en estas palabras. Cuando el gentío se fue y le dejó, él no fue lamentándose tras ellos –su alma fue angustiada, pero él no habló una sola palabra–; pero cuando sus propios discípulos creyentes estaban en peligro de dejarle, él les habló: «¿Queréis acaso iros también vosotros?»; vosotros ha quienes he escogido, a quienes he lavado, a quienes he santificado y llenado con esperanza de gloria «¿Queréis acaso iros también vosotros?» Mira cuán ansiosamente Cristo mira sobre tí. Él anda en medio de los siete candeleros de oro y su palabra es: «Yo conozco tus obras»; él ve el decaimiento del primer amor. Él dice reciamente: «¿Queréis acaso iros también vosotros?»

Observen, Cristo guarda a sus discípulos de la apostasía, al hacerles la pregunta: «¿Queréis acaso iros también vosotros?» Es probable que alguno de los doce estuviera inclinado a irse con los demás. Somos engañados muchas veces por los ejemplos, llevados lejos de Cristo antes de que podamos pensarlo: pero Cristo nos advierte por medio de la pregunta: «¿Queréis acaso iros también vosotros?» Piensa en esta pregunta, tú que has conocido a Cristo, y sin embargo estás volviendo al pecado y al mundo. Permita Dios que esto sea escrito en sus corazones: «¿Queréis acaso iros también vosotros?» Cristianos, si guardan estas palabras en sus corazones, éstas les guardarán del pensamiento de volverse atrás.

 

Lección 3.

Un verdadero creyente no tiene otro lugar adonde ir que no sea Cristo.

Tanto la Biblia como la experiencia testifican que los creyentes muchas veces se alejan de Cristo. Los mismos labios que dijeron: «¡Señor mío y Dios mío!», son hallados muchas veces diciendo: «A extraños he amado, y tras ellos he de ir» (Jer. 2.25).

Pero este pasaje claramente muestra que se necesita la tierna palabra del Salvador para alcanzar el corazón del que se ha apartado a fin de que exclame: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna».

 

Dos razones son dadas por las que el creyente se apega a Cristo.

 

1. «Tú tienes palabras de vida eterna». Para la mente inconversa las palabras de Cristo son duras; para los suyos son palabras de prueba, palabras de vida eterna. Las mismas cosas que alejan al mundo de Cristo, son las que acercan a sus discípulos más y más cerca de él. El mundo se ofende cuando Cristo dice que debemos comer su carne, pero esta es una palabra de vida eterna para el cristiano. El mundo se aleja cuando oye que Cristo debe morar en el alma, el cristiano se acerca más y dice: Señor, habita siempre en mí. El mundo no anda más con Jesús cuando oye, «es todo por gracia», el cristiano se postra en el polvo, y bendice a Dios, quien solamente le ha hecho diferente: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna».

Querido amigo, pruébate a ti mismo por estas palabras. Las palabras de Cristo son para ti, ¿son palabras duras o palabras de vida eterna? Que Dios te permita juzgarte rectamente de acuerdo a tu caso.

 

2. «Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Esto es lo que afirma al alma creyente al Señor Jesucristo, la certera convicción de que Cristo es el divino Salvador. Si Cristo fuera solamente un hombre como nosotros, ¿cómo podría ser una seguridad para nosotros? Él podría sufrir en lugar de un hombre, pero ¿cómo haría para hacerlo en lugar de miles? ¡Ah! Pero yo creo y estoy seguro que él es el Hijo del Dios viviente, y por lo tanto yo sé que es suficiente seguridad para mí. ¿A quién otro puedo ir por perdón? Si Cristo fuera solamente un hombre como nosotros, entonces ¿cómo podría habitar en nosotros, o darnos el Espíritu que habitará en nosotros para siempre? ¿A quién iré entonces por un nuevo corazón, sino a Cristo? Querido hermano, ¿has sido enseñado así? entonces, bienaventurado eres, «porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Aférrate a esta segura fe, no podrías estar más seguro, y entonces nunca, nunca te alejarás de Cristo.

 

Algunos de ustedes son muy fluctuantes en sus vidas; como la onda del mar, llevados con el viento y echados de aquí para allá; unas veces arriba de la superficie, y otras veces en el fondo del mar. No hay ninguna decisión acerca de tu cristianismo y acerca de tu santidad. ¿A qué se debe esto? Es incredulidad. ¡Oh! Si creyeras y estuvieras seguro, entonces nunca te apartarías de él. Tú podrías decir: «¿A quién iremos? Porque tú tienes palabras de vida eterna.

 

Traducción del libro: «Sermons of M’Cheyne», pag. 81.15. Editorial: «The Banner of Truth Trust» 1982. Usado con permiso.

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