Semillas de esperanza

Salí a caminar una tarde por un lugar desconocido, y a poco andar me encontré con un edificio resplandeciente.
Sobre la puerta había una placa que


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Salí a caminar una tarde por un lugar desconocido, y a poco andar me encontré con un edificio resplandeciente.
Sobre la puerta había una placa que decía: «Escuela de la Vida».

Intrigada, toqué a la puerta, que se abrió suavemente.
Entré, y me sorprendió ver un ángel en la secretaría, muy atareado entre paquetes y papeles. Sorprendida, pregunté:

– Podría usted decirme, ¿a quién enseñan aquí?
– A todos los bien nacidos del corazón de Dios – me respondió el Angel, sonriendo con amabilidad.
– Pero…¿cuesta mucho? – inquirí, sospechando algún truco.
– No, no,- me respondió sonriendo aún-. Es todo de gracia.

Me llamó la atención que en el lugar no se escucharan ruidos de alumnos en clase. Más bien había silencio. Mis ojos recorrían la gran sala, ocupada en gran parte con
paquetes y tarros sellados, rotulados con grandes letras.
«Es una escuela extraña,» pensé.

– ¿Puedo entrar a mirar? – consulté al Angel.

No me contestó, pero hizo un gesto invitándome a pasar.
Con asombro contemplé grandes paquetes de «Amor» y de «Sabiduría»; tarros llenos de «Paciencia», «Dignidad» e «Integridad»; cajas de «Perdón» y de «Fe»; montones de
frascos de vidrio relucientes de «Gozo» y «Esperanza», y estanterías desbordantes de «Verdad» y «Perfección», «

– Pero todas estas cosas, ¿son para los alumnos que están aquí? –

– Sí, pero esta es una escuela diferente, pues nuestros alumnos no residen aquí. Se llevan el material.
– ¿Y si yo ingreso, puedo llevarme este material también?, pregunté entusiasmada.
– Por supuesto, está a tu disposición.
– Entonces, inscríbame, y por favor, quiero una gran cantidad de todo ésto. Para mí, para mi familia, para mis amigos, para todos.

Sin perder su amable sonrisa, el Angel me dijo que esperara un momento, mientras iba a consultar. Al cabo de unos minutos, regresó con un pequeño paquetito, que cabía en
la palma de mi mano. Con sorpresa, y algo decepcionada, pregunté:

– ¿Está todo aquí? ¿No cree que es muy poco? – dije mientras miraba las grandes cajas apiladas en la sala.

El Angel, serenamente, me respondió:

– Mi querida hermana. En nuestra escuela nosotros no producimos frutos, sino semillas. Todo esto que hay aquí son
frutos que han venido a dejar nuestros alumnos después de mucho tiempo. Ellos también recibieron semillas, como las
que te estoy entregando. Pero tuvieron que trabajar arduamente para hacerlas crecer. Llévatelas, plántalas, y vuelve aquí cuando hayan florecido.

Tomé el pequeño paquete y me despedí, pensando en si alguna vez vería los frutos de esas semillas de amor, sabiduría, integridad, perdón, fe, esperanza, verdad, perfección…. ¿Tendría la paciencia de preparar la tierra para plantar, de regar, desmalezar, abonar, y esperar?…

Adaptado de el periódico «O Granberyense», de octubre de 2000

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La pequeña fábula me hizo pensar que la gracia del Señor sobreabunda, pero……¿por qué siempre esperamos que los frutos del Espíritu nos sean dados sin poner ningún esfuerzo de nuestra parte en hacerlos crecer en nuestro corazón cada día? Depender de la gracia significa justamente depender «cada día»; es un trabajo de humildad cotidiana, para regar y desmalezar lo que se va acumulando en el corazón, y que impide muchas veces que esos dones crezcan en nosotros y echen raíces profundas. Por eso a veces duran tan poco.

Que el Señor Resucitado nos ayude en esta necesaria tarea de crecimiento, para que podamos dar frutos abundantes y permanentes,que podamos poner a su servicio.

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