Una persona a la vez

Por Juan Ortberg. Piense en su mundo por un momento. ¿Hay alguien tan alejado de Dios que usted ya renunció a la idea de compartir las buenas nuevas con él o ella? Tal vez usted se ha dado por vencido, pero Dios no. Descubra prácticas maneras de llevar a una persona hasta los pies de Cristo y empezar a ser un cristiano contagioso.

Hace algunos años, mientras visitaba a mis padres en California, me di cuenta que necesitaba un corte de cabello. Por eso, fui a la peluquería que mi mamá visitaba. A medida que Jim, el dueño, me cortaba el cabello, empezamos a conversar acerca de temas espirituales. Cuanto más hablábamos, más intrigado se sentía Jim y más cabello cortaba. Al final terminé con mi cabello bastante corto, pero ¡nuestra conversación acerca de mis creencias en Jesucristo valió la pena! Más tarde, le sugerí a mi madre, quien conoce a Jim y a su esposa, Pamela, que la próxima vez que fuera a cortarse el cabello, los invitara al grupo que mis padres dirigían.

 

«No hay forma que ellos estén interesados. Ni siquiera una sola oportunidad», contestó mi madre. «Jim y Pamela viven una vida bastante salvaje. No conozco a dos personas que estén más alejadas de Dios que ellos dos».

 

No obstante, insistí. La siguiente ocasión que mi madre fue a la peluquería, oró en silencio: Dios, no creo que estas personas estén interesadas en ti. Así que si quieres que los invite, tienes que hacer que algo ocurra. Justo en ese momento, Pamela, quien le estaba cortando el cabello a mi madre, dijo: «Jim y yo supimos que estás en un grupo donde se conversa acerca de temas espirituales. Nos gustaría asistir».

 

Pamela y Jim empezaron a ir al grupo y, con el tiempo, oraron con mis padres para entregarle sus vidas a Cristo. ¡Todo gracias a una conversación impulsada por una relación que se había desarrollado gracias a una serie de cortes de cabello! Desafortunadamente, este tipo de interacción rara vez ocurre. La mayoría de los cristianos pasamos casi todo nuestro tiempo con otros cristianos. No nos conectamos significativamente con personas que están alejadas de Dios.

 

Sin embargo, cuando se trata de los problemas importantes de la vida, las personas generalmente no ponen su vida en las manos de extraños; por el contrario, escuchan aquellas en las que confían. Esto es una realidad cuando se trata del problema fundamental en la vida: nuestro destino espiritual. Si vamos a ganar personas para Cristo, en la mayoría de los casos no serán los extraños quienes los lleven hasta Cristo, sino los amigos.

 

Tengo una amiga cuyos hijos juegan en un equipo de fútbol. Durante las prácticas de sus hijos, se hizo amiga de personas no creyentes e inició algunas conversaciones significativas al preocuparse por ellas. Las conocía mientras asistía a las prácticas de sus hijos, algo que de todas formas tenía que hacer. Puede ser así de fácil.

 

Trate de cultivar una relación con alguien que trabaje en un restaurante que usted frecuente. Conozca gente en su gimnasio. Invite a sus vecinos a su casa. Conózcalos. Ore por ellos. Sí es posible desarrollar amistades con personas no cristianas. Mientras sigue el ejemplo de Cristo y aprende a ser amigo de aquellas personas que no conocen a Dios, hay tres consejos que debe recordar.

 

Nunca dé por sentado que la persona dirá «no»

Jesús alcanzó a aquellas personas que habían sido rechazadas por todo el mundo: recolectores de impuestos, leprosos, pecadores, gentiles. Los religiosos en el tiempo de Jesús estaban seguros que estas personas le dirían no a Dios, pero sorprendieron el orden religioso al decir . Nunca dé por sentado que una persona le dirá no a Dios porque es imposible saber lo que el Espíritu Santo puede hacer.

 

En una ocasión, estaba en un banquete y un muchacho bastante listo se sentó a mi lado. Conversamos de una gran variedad de temas, entre ellos la religión. Me contó que su familia dejó de asistir a la iglesia cuando él tenía doce años. Parecía que no tenía ningún interés en la iglesia ahora, y por un momento dudé en invitarlo a mi iglesia, pero al final lo hice.

 

Imagine mi sorpresa cuando aceptó mi invitación para asistir a la iglesia la siguiente semana. Empezó a leer la Biblia y, al poco tiempo, aceptó a Jesús como su Salvador.

 

La última vez que lo vi estaba con un amigo, y me presentó como «el hombre que me llevó a Jesús».

 

¡No me hubiera perdido eso por nada! Lo triste es que casi le quito la oportunidad de llegar a Cristo porque equivocadamente lo clasifiqué como alguien que no estaría interesado en Jesús.

 

Piense en su mundo. ¿Hay alguien tan alejado de Dios que usted ya renunció a la idea de compartir las buenas nuevas con él o ella? Tal vez es algún familiar suyo que ridiculiza su fe. Tal vez es un viejo conocido que se ha resistido por años. Tal vez es alguien que está tan arraigado al pecado que usted cree que no hay esperanza.

 

Nunca dé por sentado un «no» cuando se trata de esparcir las buenas nuevas del evangelio. Usted nunca sabe cuando el corazón de alguien se ablandará y la forma en que trabajará el Espíritu de Dios.

 

Póngase en los zapatos de una persona cuando lo invita a una actividad cristiana

A pocas cuadras de la casa de mis padres se encuentra el templo budista más grande de los Estados Unidos. Una vez fui para verlo y percibir lo intimidada que una persona se puede sentir cuando asiste a un lugar de adoración donde no conoce las costumbres. Cuando invite a alguien a una actividad cristiana, ofrézcale irlo a buscar a su casa, en lugar de solo darle la dirección. La probabilidad de que esa persona asista es mucho más elevada si usted sugiere ir juntos.

 

Ofrézcale ir a comer o a tomar un café después de la actividad. Eso es un gesto de amistad, y le da la oportunidad de hablar acerca de lo que está sucediendo en la vida de esa persona.

 

Sea las manos y los pies de Jesús

En Marcos 1.40–45, un leproso se acercó a Jesús y le rogó que lo limpiara. La ley decía que los leprosos no podían tener ningún contacto con las personas sanas. Tenían que gritar: «¡Impuro!» y mantenerse fuera de la ciudad. Sin embargo, cuando este leproso se acercó a Jesús y le dijo: «Si quieres puedes limpiarme», Jesús no se alejó.

 

Para el asombro de todos, Jesús extendió su mano y tocó a este hombre que nadie había tocado durante años. Jesús no tenía que hacer eso; él sencillamente pudo haber sanado al hombre a través de su palabra. Pero en lugar de eso, extendió su mano para tocarlo, luego le dijo: «Sé limpio». ¿Se contagió Jesús de lepra? ¡No, todo lo contrario! Jesús estaba tan lleno de vida y salud que «contagió» al leproso con las buenas nuevas del reino de Dios. Jesús era más contagioso con el poder y amor de Dios que lo que el leproso era con su enfermedad.

 

Si el Espíritu de Dios vive en su interior, usted también puede experimentar eso. Usted puede ser un cristiano contagioso que también infecta a los demás con el poder y amor de Dios. Observe sus manos por un momento. ¿Qué tan a menudo las extiende para servir a alguien que está alejado de Dios?

 

El reino de Dios no se propaga generalmente por medio de predicadores que le hablan a gente extraña. Tampoco se propaga por medio de los medios de comunicación masiva. El reino de Dios crece gracias al método que se ha utilizado por 2000 años: por medio de aquellos seguidores de Cristo que están convencidos de que la vida que Jesús ofrece es una perla preciosa. Por eso, van más allá de su círculo de amigos cristianos, desarrollan relaciones significativas, y llevan personas a Cristo —una a la vez.

Juan Ortberg, Willow Creek Community Church, Illinois, © 2002 por el autor o por Christianity Today International/Today»s Christian Woman magazine.

 

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