UNA VIDA SANTIFICADA

Rev. Julio Ruiz, Pastor
(1 Pedro 3:8-17)
Introducción: Cada vez que usamos la palabra santo, santidad, santificar o santificado pareciera presentarse delante de nosotros una especie de “montaña” para la que nuestro cuerpo no está preparado alcanzar. Es posible que al percatarnos de tan elevadas exigencias nos sentimos indignos e inmerecedores de esa vida, que optamos por seguir como estamos hasta ahora.

Por otro lado, es posible que las referencias que tengamos sobre los que “viven en

santidad” estén tan cargadas de prohibiciones; a lo mejor con muchos “no hagas”, que de una forma inconsciente rechazamos este imperativo bíblico. Pero un análisis cuidadoso de la santidad a la luz de la postura bíblica, nos hace pensar que andar bajo este estilo de vida no está determinado por los “no haga” de origen humano, sino a través de los “si puedes ” que provienen del cielo. Cuando la Biblia nos habla del tema de la santidad no se refiere a un estado de impecabilidad absoluto. Esa posición le corresponde a la naturaleza trina de nuestro Dios. Pero si se refiere a un proceso continuo mediante el cual el creyente aborrece cada día el pecado mientras que su amor por Dios crece profundamente. Una persona santa no es aquella que siempre anda con una mirada seria y en cuya cara la risa se sentirá muy triste. No es aquella que en todo ve demonios y pecados a quienes anda siempre reprendiendo. No es el que se abstiene de hacer ciertas cosas como *****plidamente hacen los religiosos. No es el fariseo que exhibe sus buenas obras, sino el publicano que no se atreve a levantar su rostro para no ofender a su Dios. Un santo no es el que nunca cae sino el que siempre se levanta. No es el que no peca sino el que se va para no hacerlo más. Un santo es un pecador redimido que vive con una marca de gratitud por lo inexplicable del calvario. Los santos de la Biblia no fueron inmaculados pero si fueron temerosos de Dios. Tuvieron muchas fallas y errores pero sus frutos les colocaron en la galería de los llamados “héroes de la fe”. Una vida de santidad tiene características, tiene marcas y lleva fruto. Ella es el resultado de una siembra espiritual y su cosecha es el fruto del Espíritu. En el presente pasaje Pedro vuelve a tocar el tema de la santidad pero no tanto como un imperativo sino bajo los resultados . Una vida santificada no es la que vive bajo prohibiciones sino que la vive para hacer cosas.



ORACION DE TRANSICIÓN: ¿Qué hace una vida santificada?



I. PROCURA LA UNIDAD COMO UN SENTIMIENTO COMÚN v. 8a

Después que Pedro abordó el tema de las relaciones conyugales, seguramente por su propia experiencia matrimonial, sigue exhortando a sus hermanos a “sed de un mismo sentir”. Cuán importante es lograr la armonía familiar en medio de la diversidad de caracteres y temperamentos. Como padre de familia me doy cuenta lo que significa “armonizar toda la orquesta del hogar”, al considerar el temperamento de mis tres hijas así como el de mi esposa y el mío propio . No ha sido fácil, pero en la medida que nos hemos sometido al Señor hemos experimentado lo que Pedro ha dicho sobre el sentimiento común. La iglesia es el sitio donde convergen todo tipo de caracteres y temperamentos, pero nuestro común salvador es la razón para nuestra unidad. Descubro por la carta a los corintios, que son los creyentes espirituales los que hacen iglesias unidas. Allí no había unidad porque había carnalidad. La unidad es el fruto de una vida santificada y esto distingue a una iglesia espiritual.



II. LO MUEVE LA COMPASIÓN POR LAS NECESIDADES DE OTROS v. 8b

La palabra “compasión” nos viene de una composición griega llamada “sunphatos” y traduce: sun (con) y phatos (sufrimiento). La idea sería entonces que una persona compasiva sufre con, o sencillamente siente los sufrimientos y las penas de otros. El mejor ejemplo de compasión lo ha dado Dios cuando al encarnarse sintió y se identificó con nuestras cargas. Jesús es presentado como el sumo sacerdote que se compadece de nuestras debilidades. Su visión por las multitudes a quienes las comparó como ovejas sin pastor, motivó su compasión hacia ellas. La compasión debiera ser el fruto distintivo de una vida santificada. Lo contrario es la insensibilidad, el corazón encallecido y una vida que no comparte. La compasión del “buen samaritano” con el hombre echado en el camino es el ejemplo de una vida santificada. ¿En qué nivel está nuestra compasión por otros?



III. COMPARTE EL AMOR FRATERNAL QUE NO HACE DISTINCIÓN v. 8c

La palabra griega “philadelphoi”, de donde nos viene “Filadelfia”, era la que distinguía al amor fraternal. Esta palabra tiene un halo cálido muy atractivo. Tiene el sentido de mirar a alguien con afectuoso reconocimiento. El amor “fileo” es el que se da entre amigos y familiares, pero ha encontrado su significado más profundo cuando nació la iglesia local. En la iglesia todos somos hermanos y estamos unidos por los vínculos del amor. Esto ocurre cuando el Espíritu Santo mora en nuestros corazones y el amor de Dios ha sido derramado en nuestras vidas a través de él. Una vida santificada no hará distinción en su amor hacia otros, pero si velará y cuidará la salud espiritual en el seno de la iglesia.



IV. ES CORTÉS HACIA OTROS Y HACIA SI MISMO v.8d

Pedro puso a la “misericordia y la humildad” como si fuera un binomio inseparable. Y es que alguien no pudiera hacer una cosa sin llegar a ser la otra. Estas palabras se asocian con la gentileza y la cortesía, virtudes estas que llegan a ser tan necesarias para adornar la vida espiritual. Jesús se nos presenta como todo un caballero cortés. Es el único hombre que se ha atrevido a decir “aprended de mi que soy manso y humilde de corazón”. El cristiano es llamado a ser respetuoso y gentil en medio de nuestras sociedades que pasan por alto los modales de la decencia. La humildad debiera ser un rasgo que distingue a un creyente. Es una contradicción un creyente orgulloso. Una vida santificada estará adornada de esta manera.



V. ENFRENTA EL MAL HACIENDO EL BIEN vv. 9, 14.

Las armas que se esgrimen en el mundo para enfrentar el mal son también de naturaleza maligna o destructiva. Paradójicamente para detener la maldad del presidente de Yugoslavia, Sloban Milosevic, la OTAN esté acabando con ciudades enteras , y hasta los que han pretendido defender están siendo alcanzados con un bombardeo interminable. Las escenas son dantescas sobre esta “pelea contra el mal”. La Biblia nos dice que nuestras armas para vencer el mal no son carnales sino que proceden del seno del Señor y son poderosas para derribar “fortalezas”. Jesús nos dice que el mal hay que vencerlo haciendo el bien. Su mensaje quebrantó los patrones que el hombre había diseñado para enfrentar a los enemigos. Animó a amarlos, a poner la “otra mejilla” y a llevar “la otra milla” con el ofensor. Pedro usó la espada mientras que Jesús usó el amor. Seguramente en los versículos donde el recomienda la manera como lidiar contra el mal estaba presente aquella espada que casi le cortó la cabeza al soldado, la noche del Getsemaní. Una vida santificada no cobija el mal en su corazón ni tampoco lo devuelve a otros . Pero si busca bendecir a los que tratan de hacer daño. He aquí una marca inconfundible de un santo de Dios.



VI. REFRENA SU LENGUA DEL MAL v. 10

Santiago, el medio hermano de Jesús, dijo sobre la lengua: “¿A caso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?” (Stg. 3:11). En su amplia descripción sobre este pequeño órgano lo calificó como “un mundo de maldad”, como “un pequeño fuego”, como “indomable”, como un instrumento de “contaminación” capaz de “inflamar toda la rueda de la creación”. Esto lo dijo refiriéndose a una lengua no refrenada e incontrolada. Sin embargo Pedro dijo que los buenos días que podamos vivir y disfrutar de la vida, tiene mucho que ver con el uso que hacemos de nuestra lengua v. 10. Una vida santificada tiene una lengua santificada. La usa para alabar al Señor pero también para bendecir a su hermano. Una lengua disciplinada es una señal de un discípulo de Cristo.



VII. ESTA PREPARADA PARA LA DEFENSA DE LA FE v.15b

Un creyente que es sacudido por cualquier “viento de doctrina”, a tal punto de confundirlo hasta abandonar su fe, seguramente dejó sus principales armas, la oración y la lectura bíblica, en el gran combate de la vida. Una vida santifica hace de la oración y la Biblia la “escalera” por donde suben los mensajes y por donde bajan las respuestas. La defensa que hacemos de aquellos que demandan razón de lo que creemos y esperamos, lo hacemos bajo un espíritu de mansedumbre y con ponderada reverencia. Lo hacemos con una vida respaldada en la oración y bajo el conocimiento bíblico. La serenidad y la seguridad son las armas que esgrimimos al defender nuestra fe. Hay amor y sonrisa en nuestra defensa espiritual. La madurez doctrinal es un fruto de una vida santificada.



VIII. PRESENTA UNA CONCIENCIA TRANSPARENTE v. 16.

Los pecados pueden llevar a una conciencia cauterizada en el caso del incrédulo, y a una conciencia culpable en el pecado no confesado. David, quien había ofendido el carácter santo de Dios, dijo en un ocasión: “Porque me han rodeado males sin número; me han alcanzado mis maldades, y no puedo levantar mi vista..” (Sal. 40:12). Pero una vez confesado su pecado no solo quedó libre de el sino que fue reconocido como feliz y dichoso, asi lo dice el salmo 32: “Bienaventurado aquel cuya trasgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño” vv. 1,2. Una buena conciencia detiene la murmuración y hace avergonzar al enemigo. Nada puede prevalecer contra una vida de santidad. “¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien?” v. 11. Nada hace más bien a nuestra salud espiritual que teniendo una buena conciencia delante de los que buscan nuestro fracaso y retirada. Dios quiere que vivamos con conciencias limpias y no con conciencias culpables.


CONCLUSIÓN: Muchas veces cuando predicamos o hablamos sobre la santidad nos vamos a los extremos de lo físico, pero la Palabra de Dios nos enseña claramente que es en nuestro corazón donde habita el Señor y aunque nuestra apariencia física diga que somos cristianos y santos, si el mismo no está separado como morada del Espíritu Santo, solo será apariencia. Job le dijo al Señor: «De oídas te había oído; más ahora mis ojos te ven» (Job 42:5). A Job Dios mismo lo describe como hombre perfecto, justo y separado para él, pero en el momento de dolor y angustia, él pudo comprender que todavía no conocía a su Dios como creía conocerlo, a pesar de ser un hombre santo. La vida de santidad más que dejar de hacer ciertas cosas es emprender las grandes cosas que Dios espera de nosotros.

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