¡Ayuda, tengo problemas para delegar!

Por José Morán L.
Estoy de acuerdo con la delegación la practico he leído mucho, creo en ella, conozco los principios de la administración y sé que es necesario tener una buena planificación, una correcta organización, buena dirección una vez que he delegado y luego una supervisión amorosa, estimulante, firme, tendiente a cerrar el círculo para que se cumpla la tarea asignada. ¡Y luego surge el problema!

Cuando llega el momento de rendir cuentas, de presentar un trabajo realizado, los «delegándose, aquellos que debían realizarlo, comienzan a presentar sus excelentes «argumentos excusas», por los cuales no se realizó la tarea encomendada: «no pude», «me olvidé», «no tuve tiempo», «se enfermó un familiar y…», «tuve mucho trabajo», «preferí orar antes de hacerlo» etcétera. Algo parecido a lo que les aconteció a quienes fueron invitados a la cena relatada en Lucas 14.15-24: «Compré una hacienda, tengo que ir a verla», «compré cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos», o «me acabo de casar, no puedo ir». Es algo así como «estoy dispuesto, pero no disponible».

Y no es que no sean hombres y mujeres espirituales, con ganas de servir al Señor, con intenciones sanas, pero… la delegación no se hizo efectiva, porque no se realizó la labor encomendada.

Busco mis propias culpas, dónde fallé, qué me faltó. Oro al Señor para que me muestre los errores pienso que los comprendo y trato de corregirlos, vuelvo a iniciar la trayectoria, nos reunimos, dialogamos, se fijan los objetivos, están claros, entendibles, la motivación es óptima. Ahora sí va a resultar… ¡a la tarea! ¿Qué pasó? ¿Otra vez? Sí, otra vez los «argumento-excusas» para no cumplir con lo acordado.

No me doy por vencido. Investigo la Palabra para ver como hizo el Señor y los fieles hombres de Dios para llevar a cabo una delegación efectiva y me encuentro con Génesis 1.27-31, donde el Señor, luego de trabajar creando todas las cosas, y luego de crear al hombre, pone en sus manos la tarea de fructificar, multiplicar, señorear sobre todo lo creado. Voy a Éxodo 18.19-27 y veo a Moisés agobiado por la dura tarea de juzgar los asuntos del pueblo. Su suegro le sugiere una delegación efectiva, en hombres que colaboren con él en la tarea de resolver los asuntos de la gente. Observo el versículo 21 y llama mi atención las características que debían tener tos hombres que Moisés iba a escoger Varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad (sinceros), que aborrezcan la avaricia (que no busquen ganancias mal habidas).

No fueron «improvisados», o de mera «buena voluntad» solamente. No fue así ellos tenían características destacabas, una calidad moral y una solidez espiritual que los hacía aptos para la tarea. Sigo recorriendo las páginas de mi Biblia y me enfrento con la dupla Moisés-Josué. Moisés fue un fiel siervo de Dios. El joven Josué comienza a «pegarse» a su líder y encuentro en Éxodo 33.11 algo destacable de la actitud de Josué: el joven Josué, su servidor, nunca se apartaba de en medio del Tabernáculo. Josué servía a Dios sirviendo a Moisés. Era fiel al Señor, mientras servía fielmente a su superior, por lo que, al suceder a Moisés, fue lleno del espíritu de sabiduría (Nm. 27.18 Dt. 34.9). Veo que aquí la delegación sería óptima dadas las características que poseía Josué.

Y ya en el Nuevo Testamento, qué decir de la actitud de los apóstoles en Hch. 6.1-7. Por la gran cantidad de discípulos a quienes debían dar la Palabra, pensaron que no podían servir a las mesas y predicar, por lo que decidieron convocar a la multitud de creyentes para que se abocaran a la tarea de buscar gente que se encargara de la distribución del dinero para las viudas. Fueron tres los parámetros que se tuvieron en cuenta para la selección: 1 carones de buen testimonio 2) llenos del Espíritu Santo y 3) de sabiduría. No era gente que tuviera sólo la capacidad, o la aptitud, o la disposición para la tarea. Más que eso, debían tener características espirituales sobresalientes. Sigo recomendó las páginas de mi Biblia y observo en 1 Ti. 3.8-13 tos requisitos para tos que quieren ser servidores del Señor. Veo allí que estos servidores deben ser «sometidos a prueba» primero, antes de ejercer su diaconado. No es cualquiera no es «para animar al hermano que no tiene nada que hacer». Entiendo también lo enfático de la declaración de Pablo en 1 Ti. 5.22a: «No impongáis con ligereza las manos a ninguno…».

Y comienzo a descubrir mi error y el por qué de mis problemas con la delegación efectiva. Es porque me aparté del modelo bíblico de selección. Juzgué de acuerdo a mi entender y busqué hombres y mujeres que eran de buen corazón, o que prometían ser «buenos proyectos», nobles, voluntariosos, aptos, capaces. No los medí con la medida de la Palabra, tratando de ver que esos servidores reunieran los requisitos bíblicos.

Me justifico porque a veces hay cosas urgentes en la obra de Dios y hay que poner a alguien para que haga alguna cosa. Entonces me doy cuenta que esa justificación es pecado, porque el auxiliar permanente, el Espíritu Santo, estaba y está a mi disposición para hacer las elecciones conectas.

Sensibilizado por ese Espíritu Santo, pido perdón al Señor, le ruego me restaure y me dé la capacidad de hacer «Su Santa Voluntad». Voy a comenzar otra vez a producir una delegación, que ahora sí confío será efectiva y para evitar errores, olvidos u omisiones, he colocado sobre mi escritorio el texto de 2 Ti. 2.1-2: «Tu pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Lo que has oído de mí entre muchos testigos, esto encarga a hombres fieles, que sean idóneos para enseñar también a otros…».

Apuntes Pastorales

Volumen VIII Número 6
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