Corazón de Sierva

Por Veren Espinoza. Muchos la discriminaron por su apariencia, incluso su abuela le recomendaba que se recluyera a modo de protección. Sin embargo, Raquel Mairota sorprendió a muchos. El Señor formó en ella un corazón de sierva y la ha sostenido en el ministerio pastoral por más de 50 años.

«Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús.» (Hch 20.24)

 

Este es el versículo favorito de la pastora Raquel Mairota pues es uno de los versos que han impulsado su vida y le han permitido convertirse en quien es hoy. «De ninguna cosa hago caso», afirma, «pues si yo hubiera hecho caso a mi abuela ahora estaría en un convento».

Ella es una mujer de 72 años, nacida en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Mide un metro y veinte centímetros, por una enfermedad llamada acondroplasia que provoca una forma de enanismo.

Muchos la han discriminado por su apariencia, incluso su abuela le recomendaba que se recluyera a modo de protección. «Ella me decía: cuando seas grande tienes que estar con unas monjas en un convento. Con esas monjas que no ven gente, ni la gente las ve. Ahí vas a estar bien.»

Sin embargo, Raquel siempre fue independiente e hizo caso omiso a las personas que le decían «tú no sirves para nada». A quien sí ha hecho caso, con una fidelidad envidiable, ha sido a Dios. Y día a día ha demostrado una vida de servicio a la comunidad sembrando la Palabra del Señor.

Describe su infancia como alegre y recuerda con especial cariño a su padre, un hombre cariñoso pero severo, quien le contaba cuentos cada noche antes de dormir.

«El amor de todos hizo que tuviera una niñez muy feliz. Iba a un colegio normal, con todas las demás chicas. Como ellas me veían distinta, todas querían jugar conmigo.»

Cuando tenía once años, su padre falleció, lo que impactó fuertemente su vida. Tiempo después su madre volvió a casarse y las cosas en la casa cambiaron en forma radical. Su padrastro tenía ciertos rasgos sicóticos y el tranquilo hogar de antes, se convirtió en un lugar de discusiones y gritos.

 

Del rechazo a la oportunidad

Quiso estudiar en la escuela secundaria, pero por la estatura no se lo permitieron. Su madre, preocupada por la situación, la hizo estudiar piano, dactilografía, un profesorado en corte y confección y hasta un curso de enfermería. «Mi madre quería proveerme de las herramientas necesarias para poder hacerle frente a la vida. Eran cosas que me gustaban, porque me hacían huir de la realidad. Sin embargo, no estaba satisfecha, había un gran vacío en mí y siempre me preguntaba qué estaba haciendo en esta vida.»

Durante esa época, Raquel asistía a una iglesia católica, donde comulgaba y se confesaba todos los domingos. «Tenía una compañera de estudios que era hija de un pastor y le pregunté si podía ir a conocer su iglesia. Como me dijo que sí, fui a visitar la congregación y me llamó la atención el amor de la gente y su preocupación por saludarme, por ser amables. El pastor predicó sobre el camino ancho y el camino angosto, y me di cuenta por donde andaba. Esas promesas de Dios luego fueron el incentivo para que diera el paso que me estaba faltando para un encuentro personal con él. Eso era lo que me faltaba para luchar y vencer en la vida. Después de mi conversión, le dije a Dios: «¿Y ahora qué puedo hacer?». Pensaba que tenía poco que ofrecerle, hasta que comprendí que él toma incluso lo que a uno le parece inservible. Dios lo transforma y lo usa para lo que él quiere.»

 

Del compromiso al instituto bíblico

A partir de ahí comenzó su compromiso de servir a Dios. Decidió entrar al Instituto Bíblico de la Iglesia Alianza Cristiana y Misionera de Buenos Aires. Pidió el formulario y le dijeron que no había vacantes para ese año. El siguiente año insistió nuevamente, pero vio que los directivos la miraban con desconfianza. «Decidí preguntarle directamente al director si él pensaba que mi cuerpo era un inconveniente para servir a Dios. Él se sorprendió por la pregunta y no me contestó. Solo me dijo: «Bueno, pensamos en tu familia…». Yo tenía veintiún años y le respondí: «Mi familia es mi familia, pero yo puedo decidir…». Entonces me explicó que había que hacer trabajos físicos para pagar parte de la pensión y pensaban que yo no podría hacer nada.»

Finalmente le dieron la posibilidad de probar por un lapso de dos semanas para ver si se adecuaba a la vida de estudiante. «Fue muy divertido porque a mí me dieron como tarea una escalera muy chiquita, en cambio todos los demás tenían que limpiar grandes salones. Pero al pasar los días tuve que reemplazar a algunas compañeras en el trabajo y pronto ya estaba encerando todo un comedor.» Al terminar fue aceptada y terminó sus estudios.

 

Del instituto bíblico al pastorado

«Ahora el problema era dónde me enviaban a trabajar. Porque claro, era como era.» Decidieron enviarla a Alvear, un pequeño lugar en la provincia de Buenos Aires donde la obra estaba detenida hacía más de quince años y solo había una pequeña capilla. Ella vivió en un cuartito que servía de casa pastoral. No tenía servicio de luz eléctrica, agua potable, ni baño, pero Raquel estaba contenta porque era un paso de confianza que le daba la denominación.

«Nunca tuve un sueldo. Alguien me mandaba una ofrenda, pero nunca supe quién era. Comía mucha papa hervida porque era lo más barato en ese momento. Incluso la gente llamaba a mi casa «el palacio de la papa hervida». No había dinero para mi sostén, pero siempre estuve enriquecida por Dios en todas formas. No tenía nada, pero siempre pude dar a los demás. Es dando, como dice Dios, que se recibe.»

Comenzó a invitar a los chicos de la cuadra y como su estatura llama la atención, ellos la siguieron. Esos niños a su vez invitaron a otros y un domingo, se reunieron más de ochenta personas en el templo.

Después de diez años de predicar en ese lugar, la enviaron a Bahía Blanca, también en Argentina. Los hermanos se reunían en un local que había funcionado como carnicería, y en ese mismo lugar vivía Raquel. Todo era muy precario. «Ellos me pagaban un sueldito y los convencí de que en lugar de pagarme ahorraran para construir su templo. Les pareció buena la idea y así comenzó un nuevo proyecto de construcción.»

Después de dos años fue trasladada a Puan, otra ciudad de la provincia de Buenos Aires. En este lugar la iglesia había quedado a cargo de algunas de las familias que más tiempo llevaban en la congregación. Lentamente se fueron implementando nuevos proyectos y sembrando nuevas ideas. Como fruto del ministerio de Raquel en esa ciudad, se convirtió un buen grupo de personas de trasfondo muy humilde, algunas de las cuales continúan hasta el día de hoy en el Camino.

Posteriormente, como el pastor de Curuzú Cuatiá, Corrientes, al norte del país, estaba enfermo y debía dejar el ministerio, y no habiendo a quien enviar, Raquel fue llamada a servir como pastora. «Fui después de pensarlo y orar, para estar segura de que realmente era la voluntad de Dios. Tenía miedo porque iba a una cultura completamente distinta, sin embargo, los pude amar de una manera maravillosa. Como yo era enfermera me ofrecía a los vecinos y eso me abría puertas para predicar el evangelio.»

En este lugar se sintió frecuentemente sorprendida por Dios pues él la hizo incursionar en el ministerio de la radio. El programa, «Para que lo pensemos juntos», ya tenía una buena audiencia por la creatividad del pastor anterior y duró los dieciséis años que ella estuvo pastoreando ahí. «Entonces yo tenía que pedirle día a día al Señor que me diera palabra para compartir con la gente». Esa fue una de las tareas más especiales que tuvo que realizar. Los directores de la radio, que no eran cristianos, le pidieron que creara otros dos programas, uno para mujeres y otro para niños. «¡En mi salsa estaba yo! Porque así podía hablar del evangelio tres días en una radio. Lo hice por un año entero.»

En cuanto a la organización de la iglesia, le llevó tiempo para producir crecimiento. «Yo empecé trabajando con los chicos, pero tenía también un grupo de jóvenes hambrientos por la Palabra de Dios. Estaban en la búsqueda de servir y al poco tiempo los fui incorporando a diferentes posibilidades ministeriales dentro de la iglesia.» La formación de liderazgo la inició desde cero, porque la salida del pastor anterior había desanimado a la iglesia. «Había cierta gente conocedora de la Palabra, entonces, los reunía y charlaba con ellos para ir formando sus vidas.»

 

De regreso a Buenos Aires

Después de Curuzú Cuatiá volvió a Buenos Aires y se jubiló, al menos en los papeles, puesto que decidió actualizarse estudiando un bachillerato superior en teología con orientación pastoral.

Raquel fue ordenada pastora casi al final de sus años de ministerio, después de treinta años de labor pastoral. Se convirtió así en la primera mujer ordenada de la Alianza Cristiana y Misionera en el mundo.

Ella al igual que Nehemías, el personaje bíblico que le ha servido de inspiración, tuvo que emprender proyectos de construcción de templos en varios de los lugares donde ejerció su ministerio. «No me desprendía de Nehemías, pues viví experiencias muy parecidas, teniendo que tener en una mano la cuchara de constructor y en la otra la espada. Nehemías fue una figura exacta y precisa para nuestra situación.»

Confiesa que el mayor desafío que tuvo durante su ministerio fue predicar. «Yo quería estar segura de que era Dios quien me inspiraba, quien guiaba mis palabras. Lo demás parecía más sencillo; podía tocar el órgano, dirigir la reunión, charlar con los jóvenes, enseñar a los niños, pero el peso de predicar su Palabra fue siempre algo que asumí con mucho temor.»

La relación con los demás pastores de su denominación fue buena e incluso algunos la alentaron a seguir adelante. En general, nunca tuvo una resistencia muy fuerte de parte de los hombres con los que tuvo que trabajar en su ministerio, sin embargo, sí hubo algunos roces. «En la iglesia había un matrimonio que me decía: «no es lo mismo ser mujer que hombre». Yo les contestaba que no veía la diferencia, pues si existía la posibilidad de predicar, enseñar y servir en la iglesia, la había tanto para la mujer como para el hombre. «Dios usa lo que quiere, y muchas veces lo que no sirve» es lo que les decía siempre a mi gente. Hasta el día de hoy Dios sigue usando lo que no sirve, para avergonzar lo que sirve.»

Aunque muchos trataron de hacerle creer que su estatura era un impedimento, ella nunca lo ha considerado así; de hecho el tema de su estatura le ha ayudado muchísimo porque así llama la atención y esto le sirve de puente para predicar el evangelio.

«Solo le agradezco al Señor por ser de la manera que soy, porque nunca lo he considerado una discapacidad. Como mujer he tenido más inconvenientes que por mi estatura, porque algunos dudan del ministerio de la mujer. Sin embargo, yo no he hecho caso, solo he escuchado la voz de Dios. Mi lema durante toda mi vida ha sido amar y servir. Yo le pregunté al pastor con el que me convertí cómo podía agradecer a Dios semejante regalo y él me dijo: «una sola cosa hace falta, ama con todo tu corazón y sirve a los de tu alrededor; con eso Dios estará contento».»

Y justamente eso ha hecho Raquel Mairota 58 años de su vida, desde que recibió a Cristo en su corazón.

Actualmente predica en diferentes congregaciones y organizaciones y colabora en la tarea pastoral de la iglesia de la Alianza Cristiana y Misionera ubicada en el barrio de Blegrano, de la ciudad de Buenos Aires. Vive en el instituto bíblico, donde dice tener mucha afinidad con los estudiantes. «Si lo necesitan soy consejera, pero sin ponerme ningún título, pues las cosas surgen naturalmente. A menudo converso con jóvenes que recién se están iniciando en el ministerio pastoral. Trato de convencerlos —pues creo que debe ser una convicción espiritual— que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, sea lo que sea: hambre, dolor, enfermedad o desesperanza. Yo trato de que ellos no miren lo que les pasa, sino que solamente tengan los ojos puestos en el Señor.»

Raquel ha compartido, desde siempre, la carga que llevan otras personas con las mismas limitaciones físicas de ella. Hasta el día de hoy, dondequiera que el Señor la lleva, aprovecha para entrar en contacto con estas personas, siempre con un mismo objetivo: el poder decirles que la vida es bella, cuando se le enfrenta de la mano de Cristo. Para muchos de ellos, que viven desanimados, amargados o deprimidos por el cuerpo que les tocó tener, ¡esta verdad sí es buena noticia!

Deja un comentario