Dios se glorifica en los milagros

Sus días fueron nublados desde que tomó conciencia de todo cuanto le rodeaba en su remota niñez. Su madre, al caer la tarde en la calurosa ciudad, le describía con ternura y en los mejores términos –cuidando que pudiera comprenderlos–, cuál era la forma de los árboles, qué ocurría con el rumor del mar y qué dimensión tenían las olas o quizá la fisonomía de los camellos que pasaban por las callecitas polvorientas.



El mundo es bello—solía repetirle y, estimulado por esos relatos, ansiaba apreciar con los ojos la hermosura de su entorno. Pronto, con el paso de los años y cuando la adolescencia dio paso a la juventud, comprendió que jamás sería posible.


 


Esa es la razón por la que su percepción de sus alrededores cambio definitivamente el día que anunciaron la llegada del carpintero de Nazaret que estaba revolucionando el mundo. Y aunque no podía verlo, quería estar cerca de los curiosos para no perder detalle de todo cuanto le contaba su madre.


 


“Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Dicho esto, escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es, Enviado). Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo. Entonces los vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿No es éste el que se sentaba y mendigaba? Unos decían: El es; y otros: A él se parece. El decía: Yo soy.”(Juan 9:1-3, 6-9).


 


El itinerario de un milagro


 


El milagro ver se produjo cuando menos esperaba. Sin duda era uno de sus mayores anhelos, pero consideraba que ninguna fuerza, por sobrenatural que fuese, podría obrar aquello que sonaba imposible para los médicos de su época. Sin embargo el curso de su historia cambió cuando tuvo un encuentro con el Señor Jesús. “Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento.”.


 


Su vida necesita una experiencia transformadora con Jesucristo. Bien sea para que se produzca un milagro en su existencia, tal vez llena de problemas, vacíos y la sensación de que nada bueno puede ocurrirle, o para que se transformen las circunstancias que enfrenta y que –en manos de Dios– pueden convertirse en bendición.


 


Dios se glorifica en los milagros


 


¿Por qué razón se registró el incidente del encuentro del Señor Jesús con aquél hombre? El propio maestro explicó: “Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.”.


 


Las obras de Dios se manifiestan en nuestras vidas, como ocurrió con el limitado visual del relato, cuando clamamos por su poder. El no obrará milagros en alguien que desconoce o desestima su capacidad ilimitada de producir cambios. Pero si el problema o circunstancias ajenas a su voluntad y a la posibilidad de tener respuesta humana, las lleva a la presencia del Creador, todo apuntará a que pueda ver la gloria del Señor mediante señales y prodigios.


 


El mismo Jesús que sanó enfermos en Palestina es el mismo que sigue moviéndose entre nosotros hoy.


 


La fe es fundamental


 


¿Cuándo comenzamos a creer? En la mayor parte de los casos comenzamos a creer cuando agotamos todas las alternativas y reconocemos –por fin—que sólo Dios puede transformar aquello que para el género humano luce imposible.


 


“Dicho esto, escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es, Enviado). Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo.”.


 


El ciego tuvo dos alternativas. La primera, desistir razonar que estar untado de lodo era una de las manifestaciones excéntricas de aquél hombre a quien ni siquiera podía ver. La segunda, creer, obedecer y recibir el milagro. Igual con su existencia. Tiene dos alternativas creer o pensar que nada extraordinario puede ocurrirle.


 


No permita que una sociedad incrédula lo condicione


 


Quienes estaban alrededor de aquel hombre, infortunado por muchos años pero a quien el curso de su existencia le cambió cuando tuvo un encuentro personal con el Señor Jesús, no podían creer lo que estaba ocurriendo.


 


“Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo. Entonces los vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿No es éste el que se sentaba y mendigaba? Unos decían: El es; y otros: A él se parece. El decía: Yo soy.”.


 


Es probable que las personas conocidas le digan que nada extraordinario puede ocurrir. Pero están equivocados. ¡Dios sigue obrando milagros hoy!. El es el mismo ayer, hoy y por los siglos.


 


Clame a El. No olvide que el poder ilimitado de Jesucristo puede marcar la diferencia en su vida o la de quienes necesitan un hecho portentoso. Si desea que le ayudemos a clamar, no dude en escribirnos ahora mismo:


 


© Fernando Alexis Jiménez. Pastor del Ministerio de Evangelismo y Misiones “Heraldos de la Palabra”. Email:   fernando@adorador.com


 

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