Discernimiento: el problema básico

Por Jay Adams.
A la luz del caso de Salomón y del concepto de discernimiento del autor de Hebreos, el autor del artículo invita a desarrollar el discernimiento por medio del estudio continuo de las Escrituras y la aplicación de sus verdades. Un amigo me comentó una reflexión muy interesante que alguien le había enviado por carta: «A un cajero de banco no se le enseña a detectar dinero falso. Por medio del uso de dinero legítimo y el constante manejo del verdadero, en cuanto se cruza con un billete falso lo reconoce».

El autor se refería al discernimiento entre la verdad y el error. La idea es que cuando uno conoce íntimamente la verdad de Dios, entonces automáticamente reconocerá los billetes falsos de Satanás. El discernimiento del mal es uno de los resultados de aprender a identificar la verdad. Veremos que hay gran mérito en lo que dice.

El discernimiento de Salomón

Salomón era famoso por su facultad para discernir. Le pidió a Dios «un corazón entendido» para que pudiera «juzgar» bien a su pueblo, pudiendo «discernir entre lo bueno y lo malo» (1 R. 3:9). A Dios le agradó su pedido y le dio un corazón con discernimiento
(1 R 3.12). El texto no dice cómo ocurrió, pero podemos suponer que lo recibió instantáneamente.

Sin embargo, un análisis más cuidadoso nos lleva a cuestionar esta idea. Cuando Dios dijo «he dado», quizá solamente haya decretado que Salomón tuviera discernimiento. Muchas veces Dios habla de lo que Él ha decidido como si ya hubiera sucedido. Al fin y al cabo, lo que ha decretado se cumplirá. De hecho, en el versículo siguiente usa la misma construcción cuando dice «también te he dado… riquezas y honor» (1 Re 3.13). Seguramente éstos no aparecieron inmediatamente. Las riquezas de Salomón crecieron con el tiempo, y mientras más rico era más crecía su fama. Así que es muy posible que, junto con sus riquezas y honor, la sabiduría y el discernimiento de Salomón hayan sido adquiridos con el tiempo. La evidencia bíblica no nos permite ser dogmáticos en este asunto.

De cualquier modo, fíjese que el discernimiento consistía en la habilidad para distinguir entre el bien y el mal (1 Re 3.9, 11), indispensable para ser un juez con conocimiento y sabiduría. Es interesante que el Nuevo Testamento nos presenta la misma idea en cuanto al discernimiento: «Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y el mal» (He 5.11–14).

Trasfondo

El autor de Hebreos estaba preocupado porque en cuanto comenzaba la persecución los cristianos empezaban a dudar, aunque ninguno había sufrido físicamente (He 12.4). Parece que algunos se preguntaban si no sería más sabio volver al judaísmo. Posiblemente estaban en peligro de abandonar la fe. Por ello, el autor compara el judaísmo que dejaron con lo que ellos recibieron en Cristo, y en todo momento muestra cómo Cristo es superior.

En relación a esto, el autor comienza a hablar del sacerdocio de Cristo. Habría querido decir mucho más (He 5.11), pero le resulta difícil. Sin embargo, es reacio a explicar por qué. Tal vez esté hablando de algo demasiado complicado para sus lectores. Esto no debería ser así (a esta altura deberían poder enseñar a otros), pero es muy posible que no comprendieran debido a su «falta de entendimiento» (vv. 11 y 12). Son como bebés que no pueden digerir comida sólida sino que todavía necesitan leche (vv. 12b-14a), y no tienen experiencia con la Palabra de Dios (v. 13).

Los lectores habían estado alejándose del conocimiento y habían llegado a ser un poco «sordos». Esto implica que se habían apartado gradualmente, a lo que el autor se refiere como «dejar de alcanzar la gracia de Dios» (He 12.15), «perder la confianza» (10.35), «retroceder» (10.39) y «deslizarse» (2:1). El problema principal radicaba en el lector, no en la dificultad del material. Él lo atribuye a que son «tardos para oír» y teme que no podrán digerir la comida sólida que desea presentarles. Asimismo, la inmadurez espiritual los hacía flaquear frente a la persecución (He 5.12–14). Debido a su «falta de sensibilidad» no tenían en claro los aspectos específicos de la fe cristiana y, por lo tanto, podían considerar la posibilidad de volver a un judaísmo más «seguro».

La raíz del problema era su insensibilidad hacia la verdad de Dios debido a su falta de discernimiento. Habían fracasado al no utilizar regularmente la verdad que poseían para reconocer el error y mejorar de esta forma sus poderes de discernimiento. Analicemos cada aspecto de este problema según el autor de Hebreos, y veamos cómo es nuestra situación actual.

Falta de sensibilidad espiritual

El problema de los hebreos era que al oír les faltaba la habilidad de comprender. Por consiguiente, no podían distinguir entre el bien y el mal. Se los engañaba fácilmente. Las personas de hoy somos exactamente iguales. No podría haber programas de radio ofreciendo fotos autografiadas por Jesús si no los apoyaran cristianos crédulos. Toda clase de sectas y grupos semejantes no avanzarían si los cristianos fueran maduros espiritualmente, con sus facultades ejercitadas para distinguir entre el bien y el mal. Pero, como Pablo dijo claramente, hay muchos «niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error» (Ef. 4:14).

¿Exactamente qué es esta falta de sensibilidad (nothros) de la cual habla el autor de Hebreos? La palabra es una combinación de otras dos: «no» y «empuje». En el Nuevo Testamento la encontramos sólo dos veces: en Hebreos 5 y en Hebreos 6.12, donde es traducida como «perezosos». El Testamento Griego Cambridge traduce esta palabra como «de oídos perezosos». Esto también tiene connotaciones de enfermedad. Encontré un pasaje de Hipócrates, el famoso médico griego de la antigüedad, en el cual describe un estado de coma usando nothros en conjunción con karosios, lo cual significa «con cabeza pesada». El uso metafórico de nothros en Hebreos expresa muy bien esa condición. Uno está «mal espiritualmente, con pesadez de cabeza», o en un estado de coma espiritual.

Por lo tanto, se pueden decir dos cosas de la persona que está en la condición nothros:

1. Es lento en su comprensión, le falta empuje y no se mueve hacia adelante por sí mismo, no es agresivo. La falta de deseo lo lleva a la indecisión. Si esta condición persiste, se vuelve perezoso. Si no ejercita sus poderes de discernimiento por medio de la práctica agresiva, pronto desarrollará una apatía y un estado habitual de pereza con respecto a la fe.

2. En la forma en que es usado aquí y en Hebreos 6.12, el término implica que la falta de habilidad es su propia culpa, porque no aprovecha la verdad disponible para ponerla en práctica en la vida diaria. Clemente, el obispo de Roma en el primer siglo, escribió: «El buen obrero recibe el pan de su labor con valor, pero el perezoso (nothros) y descuidado no se atreve a mirar a su empleador cara a cara».

A continuación, Clemente alienta al lector a ser «puntual»
(o «listo», «preparado») para hacer el bien. La idea, entonces, es que la persona nothros, debido a que no toma ventaja de las oportunidades, ha alcanzado un estado de letargo, pereza y falta de preparación en el que es incapaz de distinguir entre la verdad y el error.

Capacitación y hábito

Es necesario destacar que los lectores se vuelven «sordos» por no utilizar correctamente las facultades que poseen. La palabra usada en Hebreos 5.14 para hablar del concepto de «facultades» o «sentidos» es aistheterion, el término griego para los cinco sentidos (vista, oído, tacto, etc.). Se usa de esa manera en los escritos de Diógenes Laertius, el historiador que escribió sobre las vidas de los grandes filósofos griegos. Por ejemplo, cuando discute las enseñanzas de varios filósofos que hablaban de la percepción sensual, usa la misma palabra que el autor de Hebreos usa para hablar de la habilidad de la persona regenerada para distinguir entre la verdad de Dios y el error del diablo. El autor se refiere metafóricamente a la vida interior del creyente como si tuviera sentidos de percepción que, al igual que los sentidos físicos, deben ser usados y capacitados para reconocer cosas.

Un bebé no puede distinguir sonidos suficientemente bien como para imitarlos. Los bebés espirituales que no han tenido práctica en oír la verdad tienen problemas para diferenciarla del error. Una de las señales de crecimiento en un niño es la habilidad de distinguir. Antes del desarrollo de esa capacidad, todo lo que el niño ve entra en su boca. Muchos cristianos inmaduros son así: devoran cualquier cosa «religiosa», demostrando su inmadurez espiritual.

Los bebés espirituales son «faltos de experiencia» o «inexpertos» (He. 5:13). En contraste, los maduros tienen sentidos (facultades) que han «ejercitado» o «capacitado por la práctica», de tal manera que disciernen habitualmente entre el bien y el mal. El ejercicio mencionado en el versículo 14 es similar al entrenamiento de un atleta. A lo largo del tiempo el cristiano maduro, que distingue correctamente las cosas y vive de acuerdo con esas distinciones, aguza sus sentidos para que respondan automáticamente al bien y el mal. Podríamos decir que está en condiciones de «oler la verdad». Es un cajero de banco espiritual con tanta experiencia en el manejo de la Palabra de Dios que cuando pasa alguna enseñanza falsa por su mente la identifica inmediatamente.

La palabra de justicia

El autor de Hebreos prestó especial atención a la falta de experiencia de los bebés espirituales y su falta de capacitación. Los llamó: «inexpertos en la palabra de justicia». ¿Qué significa eso? Una sola cosa: la Palabra de Dios tiene que ver con la justicia.

Se la llama «palabra de justicia» porque es tanto parámetro de justicia (la medida del bien y el mal) como la palabra por medio de la cual una persona se vuelve justa al comprenderla y obedecerla por el poder del Espíritu.

En este pasaje la Palabra de justicia es principalmente parámetro de justicia, ya que lo que le preocupa al autor es el discernimiento, la discriminación entre la justicia y la injusticia.

Lo que el autor dice es lo siguiente: cuando uno ha alcanzado la condición a la cual se llega por el uso regular y disciplinado del discernimiento del bien y el mal, entonces (y sólo entonces) es posible que elija lo bueno en lugar de lo malo.

Salomón pidió un corazón que oyera la Palabra de Dios, que la comprendiera y estuviera de acuerdo con ella, y que actuara en consecuencia (1 Re 3.9).

Fíjese que el hombre justo, experimentado en el discernimiento y en vivir de acuerdo a la Palabra de Dios, tiene práctica justamente en eso: en usar la Palabra de Dios para identificar su voluntad.

La diferencia entre aprender de la experiencia en general y de seguir la Palabra de Dios es sumamente importante hoy en día. Un camino lleva a la falta de sensibilidad, el otro al discernimiento. En todas partes los cristianos escriben sobre sus experiencias y enseñan a otros a vivir de acuerdo a las «sugerencias del espíritu». Sin embargo, a quienes siguen este camino les espera la subjetividad confusa, ya que no es bíblico. No es nada más que un intento de identificar la voluntad de Dios por medio de los sentimientos y circunstancias. Los romanos consultaban los hígados de pollo para entender la voluntad de los dioses, y los gitanos miran las hojas del té. Los cristianos modernos, en cambio, prefieren el arreglo de las circunstancias y sus propios presentimientos. ¡Con razón hay tanta falta de discernimiento! ¡Por eso se toman tantas decisiones malas en estado de confusión! No saben distinguir entre la verdad y el error.

Existe sólo una forma: o la enseñanza de una persona está de acuerdo con la enseñanza de los apóstoles y los profetas (la cual se encuentra solamente en las Escrituras), o es falsa. Ésta siempre fue la prueba. En Deuteronomio 13, Moisés advierte sobre los maestros falsos que harían predicciones y dirían que hacían milagros. Él nos dice específicamente que no los sigamos si anuncian a un Dios falso, aun cuando sus predicciones se cumplan y los milagros parezcan reales. El parámetro es la enseñanza de las Escrituras: ¿es bíblico lo que dicen de Dios?

Hoy necesitamos esta exhortación, ya que escuchamos todo tipo de afirmaciones. El discernimiento solamente se desarrollará por medio del estudio continuo de las Escrituras y la aplicación de sus verdades. Al final, como el cajero del banco, podremos distinguir entre el bien y el mal en cuanto lo veamos. El problema básico es que no hemos estado haciendo esto ni les hemos enseñado a otros a hacerlo. La solución es comenzar ahora.

 

Tomado del libro Una llamada al discernimiento. Usado con permiso.

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