EL PECADO DE LAS MURMURACIONES

Rev. Julio Ruiz, pastor
(Éxodo 16)
INTRODUCCIÓN. Las murmuraciones han sido fieles compañeras en el diario caminar de las personas. La inconformidad por lo que no se posee, la envidia por lo que otros tienen, la falta de ver cómo Dios ha provisto siempre, o el prurito hecho de criticar a otro, genera esta mala práctica en la vida. Las murmuraciones casi siempre se basan en situaciones mal infundadas, o en apreciaciones que no se conforman a la realidad.

Se cuenta que una iglesia llamó a su nuevo pastor. Una señora que le gustaba la murmuración fue a la casa de su vecina con el siguiente chisme: —La esposa del pastor fue a la reunión; él entró enojado a la sala y la sacó de allí. Después el pastor aclaró la situación diciendo: «Hay cuatro cosas que quisiera decir sobre este incidente: En primer lugar, nunca procedí tan groseramente con una señora y menos con mi esposa. En segundo lugar, nadie en la reunión vio que yo hiciera tal cosa. En tercer lugar, mi esposa nunca concurrió a tal reunión. Y en cuarto lugar, ni siquiera tengo esposa». Se trataba de otra señora que tuvo que salir, por sus ocupaciones, antes de que terminara la reunión. La murmuración no siempre ve las cosas como son. En el pasaje de hoy tenemos a un pueblo que «fundó» una especie de escuela para la murmuración. Terminaban de ver el poder de Dios manifestado en las plagas y ahora se quejan frente al mar rojo, añorando morir en Egipto por un posible ataque de su ejército. Habían adorado al Señor por el milagro del cruce del mar a pie, pero tres días más tarde estaban murmurando porque no tenían agua para beber. Quince días después de saciar su sed se dieron a murmurar porque les faltaba el pan. Después que se saciaron de pan, y saliendo del desierto de Sin, volvieron a murmurar porque no tenían agua. Una vez que fueron saciados, llegaron al monte del Sanaí. Estando allí comenzaron a chismear y a murmurar porque Moisés tenía mucho tiempo orando en la montaña y decidieron hacer el becerro de oro para que les condujera. Y así fue la multitud durante todo ese tiempo. El escritor de Números registra las diez veces que el pueblo tentó al Señor en el desierto con sus murmuraciones (Nm. 14:22). La actitud de Israel de murmurar aun teniendo tan cerca la provisión de Dios, tiene mucho que enseñar a la iglesia de hoy. La murmuración es un pecado, y como tal hay que denunciarlo. ¿Qué reflejan las murmuraciones?

I. EL QUE MURMURA SUFRE DE AMNESIA ESPIRITUAL
Una mirada detenida a la actitud quejosa de los israelitas nos revela que ellos no estaban preparados para pagar el precio de la libertad. El largo período de esclavitud que vivieron los hizo ser un pueblo con una mentalidad de esclavos. Se ha dicho que la «esclavitud deshumaniza, y sus víctimas pronto pierden su voluntad para resistir». A los israelitas les pasó como la persona que toda su vida ha estado en un solo lugar, no teniendo más otra gente que la suya ni otras cosas sino con las que siempre vivió, pero cuando es sacado de allí, aun cuando el otro lugar sea mejor que el suyo, siempre querrá regresar a casa. Las murmuraciones de Israel nos revela a un pueblo que sufría de amnesia. La amnesia se define como la pérdida parcial o total de la memoria. Ellos fueron testigos oculares de hechos y milagros nunca antes visto por persona alguna. Tenían pruebas indubitables acerca de un Dios Todopoderoso. Habían visto cómo este Dios quebrantó el poder del Faraón, el más temido para esa época. Tenían todavía fresco el canto que dedicaron a Dios como el «varón de guerra», sin embargo todo eso se les olvidó a la hora de satisfacer sus necesidades materiales. El versículo 3 de este pasaje es elocuente cuando nos habla de la murmuración que el pueblo hizo cuando se dio cuenta que la comida que habían traído se les estaba agotando, así se quejaron: «Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para morir de hambre a toda esta multitud». Con estas osadas palabras, ellos recordaron las delicias sensuales de Egipto, pero se olvidaron del látigo inclemente que laceró sus espaldas durante tantos años y la angustia que producía el tener que amasar el barro para preparar los ladrillos con los que el Faraón construyó ciudades. Cuando tuvieron hambre recordaron más a sus amos esclavizantes que a su Amo libertador. La supervivencia en el desierto les llevaba de inmediato al Egipto de la abundancia, donde podían comer pescado de balde, pepinos, melones, puerros, cebollas, y ajos (Nm. 11:5) La murmuración le da más crédito al diablo que a Dios. Pero una verdad debe quedar claro en esta actitud de los israelitas: cuando la tentación de murmurar venga a la vida, sería apropiado recordar que en el pasado Dios nos trató con amor redentor y que en el presente nos trata con la bondad de su provisión. Es cierto que no podemos tener todo lo que se quiere, pero esto debe producir el gozo del contentamiento de acuerdo a Filipenses 4:11. El Señor sabe que tenemos de necesidad de todas estas cosas, y suplirá siempre «según sus riquezas en gloria» (Fil. 4:19) Cuando el deseo de murmurar sea el que más prevalezca en la vida, recordamos lo que dice el Salmo 103:1-5. No dejemos que la amnesia espiritual obnubilise todo lo que Dios ha hecho por nosotros. A esta primera murmuración Dios les respondió enviándoles codornices y el maná del cielo v.12-14

II. EL QUE MURMURA SUFRE DE MIOPÍA ESPIRITUAL
El diccionario define a la miopía como el «defecto óptico caracterizado por la falta de visión clara de objetos distantes». Así, pues, una persona miope no puede ver más allá de lo que alguien normalmente vería. Eso era el otro problema que evidenciaba el pueblo de Israel cuando se daban a murmurar a Moisés y el Señor. A ellos les costaba ver que detrás de las apariencias de las cosas se escondía la presencia poderosa del Señor. En su miopía, ellos creían que podían echar toda la culpa de la falta de pan o de agua a Moisés. ¡Total, él fue quien les dijo que salieran de Egipto por mandato de Dios! Como quiera que sea ellos veían en Moisés el responsable por sus necesidades. Sobre él concentraron todas sus palabras, quejas, reacciones negativas. Sin embargo, aunque sus murmuraciones iban dirigidas a Moisés, al final eran contra Dios. Esto formaba el grado de su miopía. Pero Dios, quien todo lo oye así como todo lo ve, respondió de una manera rápida y directa a sus quejas diciendo: «Jehová os dará en la tarde carne para comer, y en la mañana pan hasta saciaros; porque Jehová ha oído vuestras murmuraciones con que habéis murmurado contra él; porque nosotros, ¿qué somos? Vuestras murmuraciones no son contra nosotros, sino contra Jehová» v. 8. Una cosa era muy cierta, Moisés no podía alimentar tan enorme congregación. Al igual que ellos, la comida que había traído de Egipto ya se le estaría acabado también. De manera que sus agresivas quejas contra el siervo de Dios eran injustas e innecesarias. Pero esto prueba la tendencia del corazón del hombre. Cuando hace falta algo es muy natural echarle la culpa a lo que está más cerca de nosotros que ver más allá de las eventuales salidas. Dos cosas se ponen de manifiesto respecto a la murmuración de los israelitas. Por un lado, no hay murmuración que se haga que no sea oída por Dios. ¡No nos engañemos, hermanos, Dios no sufre de sordera como algunos de nosotros! Si las oraciones que le presentamos son como el incienso que se quema en el altar de su presencia, las murmuraciones que salen de nuestros labios se han quemado en el altar de nuestro enemigo. Pero también hay que señalar que la murmuración que se hace contra otra persona, tiene como fin murmurar contra el mismo Dios. Dios no dudó en decirle esto a Moisés cuando escuchó el torrente de quejas que salían de toda la multitud. Y contra esa murmuración Dios responde dándoles comida hasta saciarse. Ahora bien, ellos no necesitaban carne, pues con el maná era suficiente por ser delicioso y muy nutritivo, sin embargo de todas maneras lo exigieron y el Señor les mandó codornices, que engulleron hasta enfermarse! El salmista resalta este detalle: «¡Les dio lo que pidieron; mas envió mortandad sobre ellos!» (Salmos 106:15) La murmuración tiene la misión de oscurecer nuestra visión de modo que veamos más lo que hace falta que las bendiciones reservadas. El murmurador tiene una vista muy corta. La advertencia de la Biblia respecto a la murmuración es clara, más aun tomando en cuenta este ejemplo. Así nos dice: “Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el poder del destructor” (1 Co. 10:10)

III. EL QUE MURMURA TIENE UNA FE MUY CORTA
Las murmuraciones revelan el pecado de la desconfianza. En el caso de Israel, es cierto que pasaron por muchas dificultades, pero eso no se convirtió en el verdadero motivo de sus quejas. Ellos llegaban una y otra vez a esta situación debido a su incredulidad. En sus mentes no cabía la posibilidad de que Dios fuera suficiente para sostenerles con agua, alimento y vestido una vez que dejaron Egipto. Apenas les faltaba un día el sustento ya estaban murmurando. Mientras Dios hacía milagros y portentos, Él era bueno y lo alababan por sus hechos poderosos. Pero al sentir que les fallaba algo convertían la alabanza en quejas. ¿Seremos nosotros distintos a ellos? ¿Tendremos la capacidad de resistir la tentación de murmurar o quejarnos aunque algún día no veamos pan en nuestra mesa? ¿Le pondremos bozal a nuestra boca para no hablar en contra de otro? Con mucha frecuencia somos invadidos de temores, y nuestros pensamientos se llenan de malos presentimientos cuando faltan las cosas elementales. ¡Cuánto necesitamos nosotros aprender a confiar en el Dios de toda provisión! Si tan solo viéramos sus promesas, tan ciertas y seguras, no seríamos impulsados a la murmuración. Alguien dijo que “cuando la gente se queja, murmura y rezonga por lo que no tiene, en vez de apreciar las bendiciones que recibe, Dios pierde las ganas de darle otra cosa». El desierto se ha relacionado siempre con un lugar de pruebas. Representa para el creyente las distintas etapas donde es sometida su fe con el propósito de hacerle dependiente del poder y la gracia divina. Jesucristo también fue llevado al desierto. Allí pasó cuarenta días sin comer, pero él fue tan diferente de esa vida de murmuración que vivió Israel. El no se quejó ni un momento. Con su paciencia divina nos ha dicho que la murmuración es una falta de confianza en el Dios que puede poner mesas en el desierto. Al pueblo de Israel se le tapó la boca de la murmuración con la continua comida venida del cielo mismo. Tenemos que admitir que ninguna otra comida pudo ser mejor que aquella. El salmo 78:25 nos dice que «Pan de ángeles les dio el Señor». Se dice también que era un alimento diario, eso significa una provisión continua: “Lo recogían cada mañana… y luego que el sol se calentaba, se derretía” v.21. Hubo entre ellos algunos que seguían desconfiando de la provisión y guardaron para el siguiente día, pero con la mala experiencia que apestaba para ser comido v. 20. Esto nos sigue diciendo que a pesar de lo que Dios haga por algunos, nunca estarán satisfechos o contentos. La oración del Padre nuestro nos recomienda a decir el “pan nuestro de cada día dánoslo hoy”. El corazón incrédulo murmura pase lo que pase, pero el corazón lleno de fe alaba al Señor a pesar de las circunstancias. Que Dios nos ayude, pues, a ser creyentes alegres y no quejumbrosos. No le cedas terreno al Diablo bajo ninguna circunstancia, y cuídate de andar lamentándote y difundiendo las dudas del enemigo.

CONCLUSIÓN: La murmuración es un pecado. No hay razón para que forme parte de la vida, menos la de un creyente. La murmuración, de acuerdo a la experiencia de Israel, les hizo ser una comunidad enferma de amnesia, enferma de miopía y con una gran incredulidad. Pero la tenemos tanto de Dios; son tantas sus misericordias y sus provisiones que todo esto debería levantar, en lugar de un espíritu de queja y murmuración, un gran espíritu de alabanza y de regocijo. Se dice que los buitres pueden volar por encima de un jardín colmado de las más bellas flores, sin ver una sola de ellas. Pero si cruzan un monte donde en algún rincón del mismo hay algún cuerpo corrompiéndose acuden al momento. Así sucede entre los hombres. Algunos no son capaces las virtudes de los demás, pero sí, ven al momento los defectos. A la menor señal de corrupción se lanza sobre el caído y hacen un festín del pecado de un pobre». —Spencer

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