El Valle de los Huesos Secos

James Earl Matthew dijo: “La predicación según fue la intención de Dios jamás perderá su poder ni su razón de ser. El interés humano cambiará con cada generación, pero los medios de Dios para dirigirse a la necesidad humana jamás cambiarán.”

Los pastores jamás serán más culturalmente relevantes ni podrán mejor conectar con la gente de esta generación que cuando se levanten bajo la unción del Espíritu Santo para proclamar las eternas verdades de la Palabra de Dios.

Predicar quizás parezca no poder competir con la cultura de paso rápido de múltiples medios de comunicación en la que vivimos y en la que los apetitos han sido estimulados por los efectos especiales, las películas llenas de acción, y la hechicería de los videos. Queremos predicar el evangelio y ver vidas transformadas.

Pero, cuando vemos a nuestra congregación, vemos al hombre que es infiel a su esposa; al empresario que ha hecho una jugada al IRS; a los inquietos adolescentes en los bancos de atrás que se pasan notas y parecen estar totalmente desconectados; al oficial de la iglesia que está haciendo todo lo posible para destruir nuestro ministerio; y al hombre que, a los primeros 5 minutos de nuestro sermón, ya está profundamente dormido.

Los pastores no tienen que competir con Hollywood. Tienen algo que la televisión, y las películas jamás pueden dar: La Palabra de Dios que transforma vidas y el poder de su Espíritu Santo. Los pastores traen palabras que sanan heridas, palabras que sacian la sed, palabras que rompen las cadenas y liberan a los cautivos, palabras que afectan la eternidad. Pablo declaró en 1 Corintios 1:18: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.”

Usamos el drama para que la gente tenga un encuentro con Dios. Pero el medio señalado que Dios ha ordenado para transformar vidas es la predicación del evangelio. Es el poder de Dios para salvar.

El profeta Ezequiel vivió en tiempos desesperantes (Ezequiel 37:1-14). La nación de Israel había sido llevada en cautiverio a Babilonia a causa de su propio pecado. Como resultado, en tres olas de invasiones, los babilonios destruyeron la ciudad de Jerusalén y tomaron cautivos a sus habitantes. Aunque Jeremías permaneció en Jerusalén para ministrar al remanente que permaneció ahí, Daniel y Ezequiel fueron llevados al exilio y ministraban a los judíos exiliados.

Todo profeta de Dios recibe divina revelación y luego se le confía la responsabilidad de compartir ese mensaje según Dios lo dirija. En Ezequiel 33 Dios dio a ver a Ezequiel su responsabilidad. El que recibía un mensaje de Dios era como un sereno, o vigilante. Si el sereno faltaba en avisar al pueblo y éste era destruído, él era el responsable. Pero el sereno tenía el poder para declarar el mensaje; y, si el pueblo obedecía, sería salvo.

El destino del pueblo está en nuestras manos. Pero el privilegio más alto y más grande es ser escogido para ser un mensajero de Dios. Ezequiel 37 revela que el mensaje de Dios predicado en el poder de Dios puede transformar vidas. Puede impactar naciones y cambiar al mundo. La predicación ungida por el Espíritu es el medio que Dios usa para desatar su poder en el mundo y así cumplir con su obra.

Mucha de la predicación hoy es académica, intelectual, e informacional. Se comunica con elocuencia y con gran oratoria, pero no tiene poder para cambiar vidas. La predicación ungida por el Espíritu es cuando cae el fuego del cielo; cuando la unción se eleva dentro del alma. Es donde el predicador termina y el Espíritu Santo toma el cargo. Es cuando el Espíritu Santo da convicción, corrige, busca, libera, sana, revive, y restaura.

Hay poder en la predicación ungida por el Espíritu —poder que no puede conseguirse con títulos académicos, con la habilidad hermenéutica, con la posición homilética, ni con el estudio exegético. No se puede enseñar; debe captarse por medio de la oración y de esperar en el Señor.

Ezequiel 37 revela cuatro elementos esenciales de la predicación que transforma.

La preparación del mensajero

El mensajero debe recibir el poder del Espíritu. Ezequiel 37:1 dice: “La mano de Jehová vino sobre mí”. La calificación para el ministerio no es nuestro título del instituto de alta preparación académica. La calificación para el ministerio no es la credencial que llevamos en nuestro bolsillo o que colgamos en la pared. La calificación para el ministerio es la mano del Señor en nuestra vida. La mano del Señor es la fortaleza de Dios; es el poder de Dios; es la preparación de Dios en nosotros para que hagamos la obra que Él nos ha llamado a hacer.

El llamado de Ezequiel no fue un suceso aislado; de hecho, comenzó en el capítulo uno. Ezequiel estaba junto al río Quebar cuando llegó a él palabra de Jehová y la mano de Jehová fue sobre él.

Las frases —“la mano de Jehová vino sobre mí” y “vino a mí palabra de Jehová” se usan repetidamente en Ezequiel. La vida de Ezequiel era caminar bajo la unción de Dios y oír su voz. Cuando caminamos bajo el control del Espíritu Santo, oiremos la voz de Dios y recibiremos revelación de Dios.

Ser movido por el Espíritu

La mano del Señor llevó a Ezequiel en el Espíritu y lo puso en un valle lleno de huesos secos. Si Ezequiel hubiera sido un candidato para un lugar de ministerio, dudo que hubiera escogido el valle de huesos secos como su primera congregación. Es necesario que estemos seguros de que estamos donde el Espíritu del Señor quiere que estemos, y que no estamos en una iglesia por el buen sueldo y los beneficios. Es entonces cuando predicaremos con convicción, ministraremos con dedicación, y perseveraremos durante el tiempo de huesos secos hasta que veamos a Dios manifestarse.

Ezequiel fue puesto en medio de un enorme campo de batalla donde cientos de miles habían sido asesinados. Los buitres se habían reunido ahí una y otra vez. Las lluvias habían lavado los huesos dejándolos limpios. Los huesos estaban blancos, habiéndolos blanqueado el sol. No había señal de vida. Pero aquí es donde el Espíritu puso a Ezequiel para que ministrara.

El Espíritu Santo nos ayudará a ver la condición del pueblo al que ministramos y hará que nuestro corazón sea sensible a sus necesidades. Jamás seremos más sensibles a los buscadores que cuando seamos sensibles al Espíritu.

Oímos hablar de predicar a las necesidades percibidas de la gente. Pero Israel en ese día no sabía cuál era su verdadera necesidad. Puede que el pueblo haya sentido que su verdadera necesidad era ser liberado de la cautividad babilónica. Pudieron haber creído que su necesidad era regresar a su hogar en Jerusalén. Pero el Espíritu mostró a Ezequiel su verdadera condición y necesidad.

Podemos meternos en la mente de Enrique y María, que no asisten a ninguna iglesia, pero los que están sin iglesia quizás no sepan cuál es su propia necesidad espiritual.

Cuando Ezquiel contempló la triste escena, dos pensamientos le surgieron a la mente. Primero, los huesos eran muchos. La necesidad era abrumante. Segundo, los huesos estaban muy secos. La condición era intensamente desesperante.

La mera información no podía dirigirse a la necesidad de esa congregación de huesos secos. Ezequiel pudo haberles dicho por qué necesitaban la vida del Espíritu en ellos. Pudo haberles dado los siete pasos para la vida espiritual, y con todo no les hubiera dado ninguna vida. Ellos necesitaban que Dios les diera su aliento.

Cuando usted entró al ministerio por primera vez y comenzó a predicar, si usted es como la mayoría de nosotros, se sentía desesperado ante Dios. Usted dijo: “Señor, necesito oír de ti. Dios, dame un mensaje.” Antes de pararse en el púlpito usted clamó: “Dios, Tú tienes que estar conmigo. Tienes que ungirme.” Pero después de unos pocos años de ministerio, usted aprendió a preparar un pulido mensaje. Aprendió cómo presentarse bien en el púlpito. Y se dio cuenta de que podía llegar al púlpito sin pasar momentos desesperados en oración ante Dios.

Oiga la pregunta que Dios hizo a su siervo: “Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?” (versículo 3).

La frase “hijo de hombre” es una referencia a la humanidad de Ezequiel. Humanamente hablando, era imposible que esos huesos vivieran. Pero la fe de Ezequiel era en Dios cuando dijo: “Señor Jehová, tú lo sabes” (versículo 3).

El predicador está entre dos mundos. El primer mandamiento fue que predicara a los huesos, y el segundo mandamiento fue que profetizara al viento. Ambos son necesarios para ver vidas transformadas. Profetizar al viento es intercesión y un ruego desesperado a Dios para que dé su vida al pueblo al que predicamos. Hay muchas personas que profetizan a los huesos. Pero nos falta mucha profesía al viento. Al predicar sin orar no se logra nada.

Ezequiel profetizó a los huesos, pero todavía no había aliento en ellos. Hubo un ruido, un temblor, los huesos se juntaron, pero todavía no había vida. Hay mucho ruido en nuestras iglesias —música, predicación, y medios múltiples. Yo estoy a favor de estas cosas, pero no toman el lugar del Espíritu Santo.

Ezequiel vio los huesos juntarse para formar un cuerpo organizado. De la misma manera, nuestras iglesias funcionan como una máquina bien aceitada. Tenemos declaraciones de visión, declaraciones de misión, declaraciones de propósito. Pero no importa cuán bien vistamos al cadáver; éste sigue muerto.

No hubo vida hasta que Ezequiel profetizó al viento. Entonces llegó el aliento e infundió vida a esos huesos. Cuando el Espíritu sopló, esa congregación recibió vida y se puso de pie como un poderoso ejército. Si sucedió para Ezequiel, puede suceder para nuestras iglesias. Cualquiera que sea la presente condición de nuestras iglesias, Dios quiere soplar en ellas y derramar su Espíritu. Pero debemos tener el poder, ser movidos, y ser dirigidos por y depender totalmente del Espíritu.

La preparación del mensajero es lo primero, luego viene la revelación del mensaje. Cuando estemos espiritualmente preparados, entonces oiremos a Dios. Lo que la gente necesita no es otro sermón; necesita oír de Dios.

Ser fieles para declarar el mensaje, a pesar de lo que vemos ante nosotros

¿Pueden vivir estos huesos? El poder de Dios no está limitado por nuestras circunstancias. La Palabra de Dios no está atada por la indiferencia del hombre. La Palabra de Dios es viva y poderosa.

Debemos profetizar. Profetizar quiere decir hablar por Dios. Debemos proclamar el mensaje con la unción del Espíritu Santo para que vaya acompañado de la autoridad del Señor.

Recuerde lo que fue dicho de Jesús en los evangelios. “Porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7:29). ¿Por qué? Porque los rabís de ese tiempo decían: “Bueno, el rabí Gamaliel dijo….” Ellos simplemente regurgitaban lo que el rabí Gamaliel había dicho. Era la palabra de la palabra de alguien que decía haber oído del Señor.

Esté seguro de que no sólo regurgita lo que otro ha dicho. Esté seguro de que usted oye palabra del Señor para el pueblo al que ministra. Necesitamos que Dios hable por medio de nosotros con una fuerza de “así dice Jehová”. Pablo no vino con excelencia de palabra ni con sabiduría cuando declaró el testimonio de Dios. Más bien, vino en debilidad, temor, y mucho temblor. Su discurso no fue con las palabras persuasivas de la sabiduría humana, sino en poder y en la demostración del Espíritu.

Debemos ser fieles en declarar el mensaje con el corazón de Dios. Ezequiel oyó hasta el más mínimo ruido y temblor porque su corazón era sensible. Debemos ser fieles en declarar el mensaje que Dios nos ha dado. No podemos hacer concesiones con el mensaje sólo porque tenemos miedo de ofender a la familia que más diezma. Es necesario que profeticemos como el Señor lo ordenó.

La transformación por medio del mensaje de la Palabra de Dios

La Palabra de Dios trae a la gente convicción sobre su condición

En el Día de Pentecostés Pedro predicó bajo la unción del Espíritu Santo: “A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (Hechos 2:23). Pero para el final de su predicación: “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (2:37).

Hace poco dos colombianos que acababan de llegar a Estados Unidos vinieron a nuestro culto un domingo por la mañana. No hablaban inglés, así que oyeron todo el culto por medio de traducción electrónica. Al final del culto ambos dieron su corazón al Señor. Regresaron con otros tres amigos a nuestro culto en español de las 5:30 p.m. Uno de esos amigos dio su corazón al Señor. Luego se quedaron para nuestro culto de las 6:30 p.m., y los otros dos dieron su corazón al Señor. En un día cinco colombianos habían recibido al Señor Jesucristo como su Salvador a pesar de que no hablaban inglés. Fue el convincente poder del Espíritu Santo.

La Palabra de Dios santifica

En nuestra iglesia hay una mujer que trabaja en el altar y dirige el ministerio de oración. Cuando comenzó a asistir a nuestra iglesia, se podía ver que se iba de fiesta los sábados por la noche y que venía al culto del domingo por la mañana por cumplir con un deber. Pero Dios comenzó a transformar su vida exterior y también su corazón. Ella dice: “Cuando alguien me invitó a venir por primera vez, yo iba a los clubes los sábados por la noche. Luego sólo me sentaba en el culto los domingos por la mañana. Pero después de un tiempo Dios comenzó a tratar conmigo y yo ya no podía hacer las cosas que antes hacía.” La predicación de la Palabra de Dios santifica la vida de las personas.

La Palabra de Dios libera

Una niña de 7 años pasó un verano en Haití con sus abuelos, que eran sacerdotes del vudú. Ella regresó poseída de demonios. Venía a nuestro ministerio de oración y cada vez que poníamos las manos sobre ella, el cuerpo se le contorsionaba. La voz le bajaba al nivel de contrabajo y decía cosas nefandas. Oramos, y esa niña fue liberada. Dos semanas después bautizamos a ocho miembros de su familia porque vieron el milagro de Dios en su vida. La Palabra de Dios trae libertad.

La Palabra de Dios sana

Hace diez años una mujer que decía que había nacido católica y que moriría siendo católica fue diagnosticada con lupus. Sus amigos la seguían invitando a venir a la iglesia y ella decía: “No, yo soy católica. Jamás iré a una iglesia protestante.” La enfermedad se hizo tan grave que decidió venir un domingo. El mensaje que Dios me dio fue que el Señor todavía sana hoy. Dios la sanó del lupus. Fue salvada y bautizada en el Espíritu Santo en cosa de un mes. Esa mujer es una de nuestras ministras más dedicadas en la iglesia hoy.

La predicación de la Palabra ungida por el Espíritu producirá avivimiento. Producirá salvación. Producirá sanidad. Producirá liberación. R.A. Torrey dijo: “La predicación pentecostal produce la experiencia pentecostal.” La Palabra de Dios predicada bajo la unción del Espíritu Santo tranformará vidas. Estos huesos vivirán.

Este sermon se predicó durante la 2002 Pentecostal Preachers Conference [Conferencia de Predicadores Pentecostales de 2002] que se llevó a cabo en Springfield, Missouri.

Deja un comentario