Enoc, el Hombre que Camino con Dios

Algunos héroes se hacen en un momento; otros son definidos por toda una vida. Ese fue sin duda el caso del líder cristiano del siglo cuarto, Atanasio, cuyo heroísmo fue demostrado a lo largo de muchas décadas por su firme negativa a hacer concesiones cuando las personas que había en todo su mundo se unieron contra él.

Atanasio ministró en Alejandría, Egipto, durante una época de transición épica dentro del Imperio Romano. El emperador Constantino recientemente había puesto fin a la persecución contra los cristianos, cambiando la situación social para ellos drásticamente.

La aceptación y el descanso recién encontrados de la iglesia, sin embargo, fueron breves debido a los errores subversivos de un falso maestro llamado Arrio. En juego estaba nada menos que el entendimiento bíblico de la deidad de Cristo y, por tanto, la doctrina de la Trinidad.

La doctrina de la deidad de Cristo siempre había sido una verdad esencial para la iglesia, desde la época de los apóstoles. Pero el hereje Arrio desafió de forma arrogante esa realidad, afirmando con descaro que el Hijo de Dios fue meramente un ser creado que era inferior y no igual a Dios Padre. Para establecer una comparación moderna, Arrio fue el testigo de Jehová original.

Negó la deidad de Cristo y, por tanto, destruyó el evangelio verdadero, cambiándolo por un sustituto condenatorio. Aunque sus puntos de vista fueron denunciados abrumadoramente en el Concilio de Nicea, en el año 325, siguieron siendo populares incluso después de su muerte en el año 336.

En el año 321, Atanasio (que entonces tenía solo veintitrés años de edad) comenzó a escribir contra las falsas enseñanzas de Arrio.

Siete años después, en el 328, se convirtió en el pastor de la iglesia en Alejandría, una de las ciudades más influyentes en el Imperio Romano.

Apropiadamente conocido como «el santo de la terquedad», Atanasio dedicó su vida y su ministerio de modo incansable a defender la deidad de Cristo y a derrotar la herejía arriana; pero esa postura valiente demostró ser costosa.

Los arrianos no solo eran populares, sino que también tenían poderosos aliados políticos, e incluso a Satanás, de su lado. Como resultado, la vida de Atanasio estaba constantemente en peligro.

Fue desterrado de Alejandría en cinco ocasiones, pasando un total de diecisiete años en el exilio; todo ello porque se negó firmemente a hacer concesiones. El inquebrantable pastor murió en el año 373, después de haber guardado con toda diligencia la sana doctrina durante más de medio siglo. Y el Señor recompensó su fidelidad, utilizando a Atanasio para mantener su dedo en el dique y retener la inundación de herejía en un momento crítico en la historia de la iglesia.

En los siglos desde entonces, un famoso dicho ha sido atribuido a Atanasio, aunque no puede demostrarse que él mismo lo dijese nunca. La frase en latín es Athanasius contra mundum. Significa «Atanasio contra el mundo» y tipifica de modo preciso su postura durante toda la vida contra los errores tan extendidos del arrianismo.

Aunque, a veces, parecía como si todo el Imperio Romano hubiera sido barrido por la falsa enseñanza, Atanasio no hizo concesiones. Durante aquellos largos años en el exilio, cuando se sentía casi completamente solo, se negó a ceder. Y eso es lo que le hizo ser héroe.

Enoc es considerado adecuadamente héroe por la misma razón: se mantuvo firme durante un largo período de tiempo. Al igual que Atanasio, se opuso con valentía a los falsos maestros de su época, confrontando con coraje las opiniones públicas de la sociedad en la que vivía (cp. Judas 14–15). Incluso en medio de una civilización corrupta y perversa (tan malvada que el Señor decidió destruirla en el diluvio), Enoc se negó a hacer concesiones.

A veces, sin duda se sintió solo, como si todo el mundo entero estuviese contra él; sin embargo, se mantuvo firme en el Señor. El autor de Hebreos resumió el legado de Enoc con estas profundas palabras: «tuvo testimonio de haber agradado a Dios» (Hebreos 11.5). Sorprendentemente, lo hizo no solo durante varias décadas, ¡sino durante trescientos años!

UN HOMBRE QUE JAMÁS MURIÓ

Durante pasadas generaciones de historia humana, de los miles de millones de personas que han vivido en esta tierra solamente dos no murieron nunca. Aunque aquellos notables individuos estuvieron separados por muchos siglos, sus vidas comparten sorprendentes similitudes.

Ambos eran profetas de Dios; ambos advirtieron a los malvados del juicio que llegaría; ambos vivieron en una época en la que seguir al Señor era totalmente impopular; y ambos se fueron al cielo sin experimentar la muerte física.

El segundo de esos hombres, el profeta Elías, confrontó con valentía la adoración a los ídolos de su época, llamando y amenazando a Israel para que regresara al Dios verdadero. A veces, también se sintió solo, como si el mundo entero estuviese contra él (1 Reyes 19.10).

Sin embargo, permaneció fiel. Aunque vivió en constante peligro (y le habrían matado si hubiera sido capturado), Elías sobrevivió hasta que Dios envió un carro de fuego para transportarle a su hogar eterno. Un día, mientras el experimentado profeta iba caminando con su alumno Eliseo,«he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino» (2 Reyes 2.11).

Mientras el asombrado Eliseo observaba boquiabierto, su estimado compañero fue arrebatado por Dios. En un momento, con una ráfaga de viento sobrenatural y un relámpago de brillantez cegadora, desapareció para no ser visto en la tierra nunca más; hasta que hizo una breve aparición en forma glorificada en la transfiguración de Jesús (cp. Mateo 17.1–9).

Un milenio antes, Dios había arrebatado a otro hombre de la tierra en forma similar. Durante tres siglos, este piadoso predicador caminó con el Señor en una íntima comunión y justa obediencia. Su viaje temporal terminó un día mientras caminaba con Dios. Enoc, sin ver muerte, fue arrebatado repentinamente al cielo.

El relato bíblico concerniente a Enoc se reduce tan solo a un puñado de versículos hallados en Génesis, Hebreos y Judas (junto con menciones a su nombre en 1 Crónicas 1.3 y Lucas 3.37). Aun así, se nos da mucha información sobre él como para incluir su asombrosa historia en un libro de héroes.

Al estudiar su vida, encontramos a un individuo cuyo testimonio fue tanto ejemplar como extraordinario. Aunque las experiencias de Enoc fueron notables y únicas, sigue estableciendo un convincente ejemplo para que nosotros lo sigamos: un ejemplo de una fe firme y una obediencia libre de compromisos.

UN HOMBRE CON UNA NATURALEZA COMO LA NUESTRA

El mundo de Enoc era muy distinto al nuestro. La tierra aún no había sido destruida y acomodada en su actual forma por el diluvio. La esperanza de vida se medía en siglos en lugar de décadas. Enoc mismo nació solo 622 años después de la creación, en la séptima generación desde Adán. Su hijo, Matusalén, vivió más que ninguna otra persona (969 años); y su nieto Noé, el conocido constructor del arca, la terminó a la edad de 600 años.

Los largos períodos de vida de este tiempo eran posibles por las condiciones ideales que había en este planeta antes del diluvio. Según Génesis 1.6, una burbuja de agua cubría por completo la atmósfera, protegiendo así la superficie de la tierra de los efectos destructivos de la radiación ultravioleta del sol.

También creaba un entorno de tipo efecto invernadero que moderaba el clima y la temperatura, minimizaba los vientos y las tormentas, y creaba las condiciones más favorables para la vida vegetal. Además, en este escenario tropical exuberante la lluvia no era necesaria porque todo el mundo estaba regado por un sistema de aspersores natural: un rocío que subía de la tierra (Génesis 2.5–6).

Sin embargo, a pesar de su belleza y sus recursos naturales, la presencia del pecado en el mundo antes del diluvio había corrompido todo lo que vivía allí. Los efectos de la Caída se dejaron sentir de inmediato después de que Adán y Eva se rebelaron contra Dios. El hijo mayor de Adán, Caín, mató a su hermano menor —Abel— a sangre fría (Génesis 4.8). Y la historia empeora.

Uno de los descendientes de Caín, un hombre llamado Lamec, al igual que Enoc, nació en la séptima generación desde Adán. A diferencia de Enoc, no obstante, Lamec alardeaba francamente de ser asesino y polígamo (Génesis 4.23). Su flagrante anarquía era algo característico de la civilización en que vivía.

Tres generaciones después, cuando el Señor vio «que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal» (Génesis 6.5), decidió inundar al mundo entero.

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