Jesús: El Salvador que necesita

Una de las obras más hermosas y populares del artista Warner Sallman es su pintura titulada “Cristo a la puerta del corazón”. En ella, Sallman presenta a Jesús de pie fuera de una puerta con su mano levantada para tocar, una imagen inspirada en Apocalipsis 3.20. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo”.

El significado de este versículo se encuentra dentro del contexto del mensaje de Dios a la iglesia del primer siglo en Laodicea. El Señor estaba llamando otra vez a volver a Él a un pueblo que se había distanciado tanto, que ya no era parte de su vida en común.

Habían llegado a ser tan ricos y a tener tantas posesiones materiales, que ya no veían su necesidad de Jesús. Aunque esa congregación ya no existe, las palabras de Cristo son todavía importantes para muchas congregaciones hoy. Y lo que es verdad para las iglesias, también es verdad para las personas.

Alejarse del Señor no dará lugar a la pérdida de la salvación, pero sí expulsará a Jesús de su legítimo lugar como el Señor de nuestras vidas. Es como si Él estuviera de pie afuera anhelando volver a entrar para estar con nosotros en una comunión íntima.

Al evaluar la calidad de nuestra relación con Él, es provechoso reflexionar en cada aspecto de la imagen que muestra Apocalipsis 3, y en lo que dice acerca de Jesús y de su lugar en nuestras vidas.

De pie

Jesús es siempre quien toma la iniciativa para cimentar una relación con nosotros. En efecto, Romanos 3.11 dice: “No hay quien busque a Dios”. Antes de que usted fuera salvo, Jesús estuvo tocando a la puerta de su corazón. Cuando le recibió como su Salvador personal, usted estaba simplemente respondiendo a su voz. No fue una elección que hizo por su propia cuenta, porque nadie puede venir al Señor a menos que el Padre lo traiga (Jn 6.44).

Aun después de que una persona recibe el regalo de la salvación, el Señor Jesús sigue tomando la iniciativa. No importa cuánto nos hayamos alejado de Él, el Señor siempre procura restaurar la relación.

Cristo quiere hacer algo más que salvarnos. Su deseo es entrar en nuestros corazones y llenarnos de su Espíritu. Él tiene planes maravillosos para nosotros, pero si nuestros corazones ya están llenos de los tesoros y los placeres del mundo, Él es dejado fuera.

Llama

Durante una temporada estuve viviendo a dos cuadras de la vía del ferrocarril. Cuando me mudé a ese lugar, los ruidosos trenes me molestaban, pero con el tiempo dejé de oírlos.

Eso es exactamente lo que sucede cuando ignoramos continuamente las llamadas de atención que Dios envía a nuestras vidas.

En vez de ocuparnos de un área de pecado que ha cerrado la puerta de nuestra comunión con Cristo, recurrimos a actividades que insensibilizan nuestra conciencia o anestesian nuestra mente y nuestras emociones. Es mucho más fácil perdernos en el trabajo, en los entretenimientos o en otras actividades, que reconocer el pecado y apartarnos de él.

Considerando que el Señor Jesús sacrificó su vida por nosotros, no tiene sentido mantener la puerta cerrada. ¿Puede usted imaginar hacerle eso a alguien que ama? ¿Qué pasaría si un buen amigo tocara a su puerta? ¿Cómo se sentiría él si usted cierra rápidamente las cortinas, fingiendo que no está en casa, y se negara a dejarlo entrar? Lamentablemente, esa es la manera como muchos creyentes le responden al Señor.

Quieren tener la salvación, pero no están dispuestos a comprometerse con Él. En vez de ser renovados por medio de una relación con el Señor, prefieren no ser incomodados con las responsabilidades de tal relación.

El propósito de Cristo al entrar en nuestras vidas, no es hacernos infelices, sino transformarnos de modo que podamos experimentar su gozo y encontrar un propósito en la vida. Él nos ha creado y dado un propósito muy específico, y quiere trabajar en, a través y por nosotros (Ef 2.10). Pero la única manera para poder experimentar sus bendiciones, es haciendo caso a su llamada.

Habla

También sabemos por Apocalipsis 3.20, que Jesús está haciendo algo más que tocar a la puerta. También está llamando a quien sea que esté detrás de la puerta: “Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él”. ¿Cuándo fue la última vez que usted supo con certeza que Dios le estuvo hablando de manera personal y concreta acerca de algo específico?

Aunque las llamadas del Señor pueden ser para nuestra corrección, muchas veces su propósito es guiarnos hacia un área de servicio o una tarea determinada que Él ha elegido. En cierto momento de mi ministerio, recibí una llamada de un hombre al que nunca había conocido.

Estaba muy emocionado porque, por primera vez en su vida, había escuchado a Dios hablándole de una manera tan clara y específica. El Señor le había dicho que me llamara para averiguar si teníamos una necesidad particular en nuestro ministerio.

Le dije que necesitábamos un edificio que costaba dos millones de dólares. Puesto que él estaba tan seguro de la dirección de Dios, nos envió inmediatamente un cheque por aquella cantidad. Pero el mensaje más importante de esta increíble historia no es la cantidad que dio, sino la emoción que sintió al escuchar al Señor hablándole con tanta claridad, y su respuesta obediente a esa llamada.

Entrar

Si queremos responder a la voz del Señor Jesús abriéndole la puerta, Él entrará a nuestras vidas, perdonará nuestros pecados y comenzará a transformarnos. En el momento que lo recibimos como Salvador, el Espíritu Santo hace su morada en nuestro ser, y nos convertimos en partícipes de su naturaleza divina (2 P 1.4).

Ahora bien, es posible que usted no se sienta santo, pero la presencia del Señor está siempre dentro de usted, porque el Espíritu Santo nunca le dejará. Le sella como hijo de Dios, le da entendimiento en cuanto a su Palabra y le capacita para que haga su voluntad.

Cuando usted se rinde a la dirección del Señor, Él actúa para que su carácter y su comportamiento armonicen con su nueva naturaleza. Su poder divino le proporciona todo lo que usted necesita para tener una vida de santidad (2 P 1.3).

Cenar

A quienes escuchan la voz de Cristo y le abren la puerta, se les promete que tendrán una experiencia maravillosa comunión con Él.

El Señor la describe en términos de cenar juntos: “Entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap 3.20). ¿Qué puede ser más agradable que sentarse con un buen amigo para compartir una comida y entablar una conversación? Ese es el tipo de comunión que el Señor Jesús quiere tener con nosotros. De hecho, Él nos creó para que tuviéramos una relación estrecha con Él.

¿Cómo responderá usted?

He sido cristiano durante muchos años, y puedo decirle con toda sinceridad que la experiencia más emocionante de mi vida ha sido el tener una relación estrecha con el Señor Jesucristo. Ningún vínculo humano puede compararse con eso. A pesar de que no puedo explicar totalmente la razón de su amor por mí, puedo sentir el calor de su aceptación incondicional y la seguridad de su fidelidad. Cuando me centro en el Señor, descubro quién es Él, lo que Él quiere y cómo obra en mi vida.

¿Qué lugar ocupa Cristo en su vida? ¿Lo ha expulsado de su corazón, y dado su lugar en la mesa a alguien o algo más? ¿O nunca lo ha invitado a entrar? Quiero que comprenda que nada es más importante que responder a esta pregunta. No hay ningún trabajo, relación, pasatiempo y, por supuesto, ningún pecado que valgan la pena, como para no dejar entrar a su vida al único Dios misericordioso y verdadero.

¿Puede usted escuchar su llamada? “Te amo más de lo que eres capaz de imaginar, y quiero establecer una relación contigo para transformar su vida. Haré por ti lo que nadie más puede hacer: perdonar todos tus pecados, transformar tu vida y suplir todas tus necesidades.

Nunca lamentarás el día en que abriste la puerta y me invitaste a entrar, porque te daré la vida abundante que siempre has anhelado. Y recuerda que nuestra relación no terminará nunca, porque pasaremos toda la eternidad juntos”.

Deja un comentario