La Fórmula Del Amor

Autor: Jorge León
Levítico 19:9-18 San Marcos 12:28-34
El domingo pasado les presenté una fórmula que puede ayudarnos a alcanzar la santificación personal y congregacional. Dicha fórmula se expresa así: (A+E+O=S). Las tres primeras letras indican tres acciones: Amar, estudiar y orar. La S señala la santificación. Hoy me voy a ocupar de la primera de las letras, me referiré al amor.



El texto del Evangelio que ha sido leído, en mi opinión, es la columna vertebral de la ética cristiana. Como no es la primera vez que les predico sobre él, me permito la libertad de afinar la puntería sobre una porción de este mandamiento de nuestro Señor para interpretar el resto del pasaje a partir de ese recorte.

Vamos a subrayar las siguientes palabras del Señor: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Pero afinando aún más la puntería, voy a enfatizar el llamado o el mandamiento a amarse a si mismo, para poder amar al prójimo. El mandamiento quedaría resumido así: Te amarás a ti mismo.

¿A caso no se considera, entre los evangélicos, el amor por si mismo como un vicio, por oposición al amor al prójimo reconocido como una virtud? Esta tendencia ha existido en la Iglesia desde hace mucho tiempo, pero, ¿es correcta? Ha existido, y existe, la tendencia a dar una respuesta afirmativa a la pregunta que planteamos. Veamos algunas opiniones:

a) San Bernardo, quien vivió entre los años 923 y 1008, planteaba la cuestión en términos de preguntas y respuestas, decía: «¿Qué fui?: Una esperma asquerosa; ¿qué soy?: Un saco de inmundicias; ¿qué seré?: Pasto de gusanos». Si le hacemos caso a San Bernardo, nuestro pasado, presente y futuro no puede ser más calamitoso. El mensaje de nuestro Señor Jesucristo nos da otra visión acerca de nuestro valor como seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios.

b) Para el reformador Juan Calvino, siglo XVI: «El amor por si mismo es una peste»

Necesitamos rechazar la teología enlatada

La Teología es el producto de la reflexión de los teólogos, a partir de las Escrituras, del contexto histórico-cultural-social en que se encuentran y la experiencia histórica de la Iglesia. Por eso cada generación tiene el derecho a consumir carne fresca y no carne enlatada en otras épocas. Nosotros también tenemos el derecho a acudir a las Sagradas Escrituras para tratar de interpretarlas a la luz de nuestro aquí y nuestro ahora. ¿Por qué las interpretaciones de los que nos precedieron en la Iglesia son consideradas casi como infalibles, o expresión de la sana doctrina para algunos? ¿Tendrán razón?

Hermanos yo creo que el cristiano que no sea capaz de amarse a sí mismo, no se encuentra en condiciones de amar a Dios ni a su prójimo. Pero esta afirmación mía no es producto de un capricho, más bien es el reflejo de las Escrituras. ¿Acaso no nos llama el Señor sal de la tierra y luz del mundo? (Mateo 5:14-16). Ya en la ley de Moisés: Levítico 19:18 se nos dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Nuestro Señor Jesucristo le dio tanta importancia a esta ordenanza de la Ley, que aparece repetida cinco veces en los Evangelios. (Cf. Mateo 19:19 y 22:39, Marcos 12:31 y 33, Lucas 10:27). La cita vuelve a aparecer en tres epístolas: Romanos 13:9. Gálatas 5:14 y Santiago 2:8.

a) Las ocho veces que aparece este versículo en el Nuevo Testamento, está copiado literalmente de la versión griega de Levítico 19:18. En todos los casos aparece el adverbio hos, que era usado por los antiguos griegos para hacer comparaciones. Significa: «De la misma manera, semejante a, como».

b) No hace falta mucho trabajo exegético para comprobar que el Señor nos está ordenando amarnos y que de la misma manera que nos amamos debemos también amar a nuestro prójimo. ¿Cómo podemos amar al prójimo si no nos amamos a nosotros mismos?


El significado de amarse

San Agustín, aún hoy, hace su contribución a nuestra comprensión de lo que significa amarse a si mismo. El se preguntaba: «¿Cómo podemos querer para el prójimo lo que queremos para nosotros, cuando a veces nos deseamos cosas malas, por ejemplo: Honores, riquezas, delicias y amarle con igual intensidad que a nosotros mismos, sabiendo que en muchas ocasiones nos amamos más o menos de la cuenta?

Quien se ame más de la cuenta es un egoísta. Erich Fromm, en su obra, El arte de amar
señala la necesidad de distinguir entre el amor por si mismo y el egoísmo, por cuanto ambos conceptos no son iguales sino todo lo contrario, son opuestos. Nos dice Fromm: «La persona egoísta no se ama a si misma demasiado, sino muy poco; en realidad se odia….son incapaces de amar a otros, pero tampoco son capaces de amarse a sí mismos».

a) Quien se ame más de la cuenta no sólo no se ama a sí mismo ni a su prójimo, también se encuentra imposibilitado de amar a Dios. Se vuelve un idólatra de si mismo. En términos psicoanalíticos, es un narcisista. Este término se toma de la mitología griega, Narciso, un personaje quien, al ver su imagen reflejada en el agua se enamora de si mismo, se queda ensimismado en el amor por si mismo y muere de amor, más bien de hambre.

b) ILUSTRACION: El rabino norteamericano Josué L. Liebmann, en su obra – traducida al español – Paz del Espíritu, se refiere a Lucy, una bella mujer del sur de los Estados Unidos, quien realiza una fijación consigo misma, tan morbosa, que rechazó todo pensamiento de casarse para que nadie más que ella pudiera poseer su cuerpo.

c) Una persona puede cosificarse, es decir, en lugar de tratarse como persona considerarse un objeto de adoración, el objeto supremo de su subjetividad. El ídolo de sí mismo. Estas personas son al mismo tiempo adoradores de un dios y el propio dios.

Quien se ame menos de la cuenta tampoco se ama a si mismo. Si lo miramos psicológicamente podríamos decir que las personas que padecen esta actitud de vida, sufren una desvalorización de su autoestima. En algunos casos se hacen terribles reproches por faltas no cometidas. Estos son rasgos melancólicos que pueden anunciar la locura o el desenlace de un suicidio. También podría tratarse de un masoquismo moral que impulsa a autodesvalorizarse o autocastigarse para pagar una culpa real o imaginaria.

Quien no se ame a si mismo desobedece al Señor que nos ordena amarnos. Si no somos capaces de amarnos…¿cómo podremos amar al prójimo? Parecería que es más importante amarnos a nosotros mismos que amar al prójimo, ya que el amor por si mismo se convierte en una herramienta que nos capacita para amar al prójimo. Entonces, el amor por si mismo, lejos de ser un vicio, es una virtud primaria que nos permite alcanzar la virtud secundaria de amar al prójimo.

La obligación cristiana de amarse

El cristiano no puede optar entre amarse o no amarse a si mismo. Si reconoce el señorío de Jesucristo sobre su vida está obligado a amarse, porque se reconoce como un don de Dios. No debemos menospreciar la bendición divina que somos. Por el contrario, debemos dar gracias al Señor porque, como nos dice San Pablo: «En El vivimos, y nos movemos y somos..» (Hechos 17:28).

Hay algo de voluntario en el amar. Si el amor sólo fuese un sentimiento… ¿qué sentido tendría que el Señor nos ordene que nos amemos. Amándonos, como nos ordena el Señor, podemos encontrar nuestra propia identidad como criaturas de Dios. Sólo entonces podremos volvernos hacia afuera, hacia el prójimo para amarlo.

Amarnos significa afirmar nuestra personalidad y resistirnos a la creciente deshumanización que nos rodea. Como muy bien ha dicho el filósofo judío Martín Buber: «Hay pues, hoy dia, una diferencia entre el HOMO HUMANUS, y aquellos seres que solamente pertenecen a la especie humana».

Este nuevo término homo humanus, fue acuñado por Martin Buber en un discurso que pronunció en Francfort, Alemania, al serle entregado el Premio de la Paz. El judío Martin Buber dice en esa ocasión: «Yo, uno de los supervivientes, no tengo nada en común con aquellos que organizando aquellas acciones (los campos de concentración), los cuales tienen con las dimensiones de la existencia humana solamente algo parecido; ellos se han alejado tan diametralmente del dominio humano, hasta donde no puede subir en mi ningún odio».

La filosofía del nazismo llevó a muchos alemanes a creer que pertenecían a una raza superior. Es decir, a amarse más de la cuenta, por eso no pudieron amar a su prójimo. Por eso asesinaron a millones de seres humanos por el único delito de pertenecer a una raza que ellos consideraban inferior. Al cometer esos crímenes aberrantes no se amaron a sí mismos, por el contrario, se despreciaron. Al desvalorizar la máxima creación divina, al ser humano, se despreciaron a ellos mismos porque del mismo barro fuimos todos formados.

La obligación cristiana de amarse para poder amar al prójimo

Los fanáticos del nazismo no pudieron amar a su prójimo. Me refiero los prójimos (próximos) que vivían en su propio territorio sin pertenecer a su etnia, por ejemplo: los judíos y los gitanos. No pudieron amar a su prójimo porque no podían amarse a si mismos como criaturas de Dios y hermanos de todos los demás seres creados a imagen y semejanza de Dios. Lo más importante es que no pudieron amar al Dios Creador, a Quien debían su existencia, por encima de las ideologías y las ambiciones humanas de poder y prestigio.

No es mi propósito atacar al nazismo. Lo que me interesa es interpretar la historia teológicamente. Al respecto me atrevo a afirmar que: No habría surgido un Adolfo Hitler sin un Federico Nietzche. Y no habría influido sobre el pueblo alemán Federico Nietzche si no hubiera existido una iglesia alicaída teológicamente. El nazismo y el comunismo levantaron banderas que el cristianismo había abandonado.

El mandato bíblico de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos es la columna vertebral de la fe y la ética cristiana. Es el caroso de nuestra fe. Sin embargo en Alemania, país supuestamente cristiano, tomaron vuelo las ideas del filósofo Federico Nietzche que contradicen totalmente al amor revelado divinamente como tridimensional: Dios, uno mismo y el prójimo. En su obra «Mas allá del bien y del mal», nos dice Nietzche: «El amor hacia otros es síntoma de debilidad. El egoísmo es una virtud». Muchos se apartaron de la Biblia y creyeron a Nietzche, y así le fue al mundo.

El contexto de la parábola del Buen Samaritano, nos muestra un amor concéntrico y no un amor excéntrico. El amor excéntrico es aquél que tiene como objeto de amor a personas distantes de su vida y sus relaciones humanas. Hay quienes aman al hombre excéntricamente, es decir, sienten amor por la humanidad en abstracto. A veces nos encontramos con personas que dicen luchar por mejorar las condiciones de vida de su país, pero desprecian, y si pueden deshumanizan, al ser humano concreto que tienen a su lado. Esa no es una expresión del amor cristiano.

El amor cristiano no es altruismo ni filantropía. El amor cristiano en concéntrico, el sujeto humano más cercano al centro de acción de un cristiano, es su prójimo. No importa si es creyente o incrédulo, si blanco o negro, si culto o inculto. Por la salvación de ese sujeto humano Jesucristo dio su vida en la cruz.

El hombre que se encuentra con Jesucristo y entiende sus enseñanzas, se da cuenta de que su prójimo no es la humanidad en abstracto, sino el hombre concreto que tiene a su lado.

Pero un buen cristiano jamás considera como si fueran cosas, a los seres humanos que están en círculos concéntricos alejados. Sean somalíes, iraquíes, bosnios, cubanos, etc. Es en este sentido que podemos amar a nuestros enemigos, a quienes aceptamos en una relación humana con respeto y reconocimiento de que por ellos también murió Cristo, aunque afectivamente no sintamos por ellos simpatía alguna.

Jesucristo es el modelo de amor concéntrico. Su prójimo fue el ladrón en la cruz, a él le dice: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Quien no ame a Dios no puede amar a su prójimo. Podrá experimentar un amor excéntrico, pero jamás un amor concéntrico. En su obra Agape y Eros el teólogo escandinavo Nygren nos dice: «El amor al prójimo pierde su carácter específicamente cristiano si se lo saca del contexto del compañerismo con Dios». Por su parte el teólogo alemán Bultman afirma: «Puedo amar a mi prójimo sólo cuando rindo mi voluntad a la voluntad de Dios, de la misma manera sólo puede amar a Dios mientras yo desee lo que El desea, cuando realmente ame a mi prójimo».

Conclusiones

Amarse a sí mismo, sanamente, nos permite la posibilidad de amar realmente a Dios y a nuestro prójimo. Es en la sana relación consigo mismo que el ser humano logra relacionarse sanamente con Dios y con su prójimo. La relación sana por excelencia es la motivada por el amor.

San Pablo nos dice: «No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros….El amor no hace mal al prójimo; así que el *****plimiento de la ley es el amor» (Cf. Romanos 13:8-10). Si por el amor no se le hace mal al prójimo, podemos inferir que por el amor a nosotros mismos ninguno desea el mal para sí. O sea, que no nos vamos a hacer daño si nos amamos. Lamentablemente hay muchas personas que se hacen daño, algunos sin darse cuenta de las catastróficas consecuencias de su manera de proceder.

Es fácil ser excéntrico en la reflexión. Y lo hemos sido cuando nos referimos a los problemas de la Alemania nazi. Dichas reflexiones nos sirven sólo como ilustración para orientarnos en nuestro pensamiento sobre nuestro aquí y nuestro ahora. La pregunta es de rigor: ¿Que responsabilidad tiene la Iglesia Argentina en la problemática de nuestra Tierra?

Es muy fácil afirmar: «Jesucristo es el Salvador del mundo». Resulta mucho más difícil expresar con seguridad y profunda convicción: «Jesucristo es mi Salvador». Es por eso que quiero ir de lo general a lo particular en las preguntas que siguen:

a) ¿Qué responsabilidad tengo yo en la problemática actual de mi País? ¿En la problemática de mi congregación? ¿En mi familia?

b) Si tengo problemas conmigo mismo, con mi familia, mi congregación y mi País, ¿Qué puedo hacer para amarme más y odiar menos? ¿Qué puedo hacer para amar más a todos mis hermanos en la fe? ¿Qué puedo hacer para amar más a mi País?

AMATE, aunque sea un poco y las cosas cambiarán para ti, tu familia, tu iglesia y tu País. AMEN.


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