LA IGLESIA POBRE Y RICA

Por Ray C. Stedman.
La ciudad de Laodicea se encontraba situada aproximada y directamente al este de Efeso, la primera ciudad a la que fueron dirigidas estas siete cartas. Laodicea era parte de una región formada por tres ciudades, intimamente relacionadas con las ciudades de Colosas (a la cual fue escrita la epístola a los Colosenses) y Hierapolis. Laodicea se destacaba en toda la provincia romana de Asia por su gran riqueza, por su vida comercial y por su práctica médica.

Como centro bancario de Asia era la más próspera de las siete ciudades. En esta ciudad se construían muchas y preciosas mansiones, cuyas ruinas todavía son visibles y probablemente algunas de ellas fuesen propiedad de cristianos. Laodicea tenía además una floreciente industria de vestimenta. En esta región tenían una cria muy concreta de ovejas negras y la brillante lana negra se tejía para fabricar ropa especial que se vendía allí. La ciudad también era famosa por su práctica médica, especialmente por la salvia para ojos y para oídos. El culto médico a Escolapio se hallaba situado en dicha ciudad. Por cierto que, en las distintas ramas militares de los Estados Unidos todavía se lleva el símbolo de una varilla con serpientes entrelazadas a su alrededor, que es el símbolo de Escolapio. Por lo tanto, Laodicea venía a ser una especie de Banco de América, del gran centro comercial Macy y de la Clínica Mayo todo junto. Esto explicará algunas de las referencias que encontramos en esta carta escrita a esta iglesia.

Como lo hace en todas las cartas, el Señor se presenta de una manera muy significativa. La descripción con la que comienza viene a ser la clave de las necesidades que tiene la iglesia.

«Escribe al ángel de la iglesia en Laodicea. El Amén, el testigo fiel y verdadero, el origen de la creación de Dios.»

Aparentemente el Señor deseaba que esta iglesia le considerase en dicha capacidad. Lo primero que era era el «Amen y todos conocemos bien esta palabra, que pronunciamos al final de nuestras oraciones o cuando queremos expresar que estamos de acuerdo con una declaración significativa, pero es además una palabra que usaba Jesús con frecuencia. En las versiones más modernas de los evangelios comienza muchas de sus declaraciones diciendo: «de cierto, de cierto os digo. La versión inglesa del Rey Jaime lo traduce como «ciertamente, ciertamente y el griego dice, de hecho «amen, amen lo cual indica que Jesús está diciendo algo de suma importancia y siempre es un indicativo que lo que se está diciendo son verdades de gran importancia. De modo que al encontrarnos con esta palabra en los evangelios, debemos prestarle mucha atención porque el propio Jesús está subrayando que lo que dice no solo es verdad, sino que es una verdad muy importante.

Nosotros usamos la palabra «amen como un término que se coloca al final y también tiene ese significado cuando habla Dios. «En el pasado Dios le habló a nuestros padres por medio de los profetas en muchas ocasiones en diversas maneras, pero en los últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo. La palabra de Jesús es la última palabra, la palabra final de Dios al hombre. Cualquiera que vaya más allá de las palabras de Jesús no nos está transmitiendo ninguna nueva verdad, sino que se está apartando de la palabra final que ha hablado Dios.

Además nuestro Señor se llama a sí mismo «el testigo fiel y verdadero. El ha enfatizado su veracidad con anterioridad en estas cartas, pero en este caso añade la palabra «fiel es decir, no solamente dice la verdad, sino que dice toda la verdad y no oculta nada. Habla clara y contundentemente revelando toda la verdad porque quiere que esta iglesia lo entienda.

La tercera frase no es, como dice la NIV (New English Version=Nueva Versión Inglesa) «el gobernante de la creación de Dios, sino que es realmente «el principio de la creación de Dios y es la misma palabra con la que empieza el evangelio de Juan: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios. Dos versículos más abajo Juan dice: «todas las cosas fueron hechas por medio de él y sin él no fue hecho nada de lo que ha sido hecho. Jesús es el origen, el principio de la creación de Dios, pero no solo de la antigua creación, es decir, del universo físico en el que vivimos, incluyendo las grandes galaxias del espacio, el sistema planetario de nuestro sol y la tierra misma. Todo procede de la mano de Jesús como la fuente de la creación de Dios, pero Jesús es además la fuente de la nueva creación que está preparando Dios. Pablo nos dice en IIª de Corintios 5: «Si alguno está en Cristo nueva criatura es. Somos parte de un mundo nuevo que el Señor está haciendo que se esté formando. Es algo que, al llegar a este punto, ya ha comenzado «he aquí las cosas viejas pasaron, todas son hechas nuevas.

La iglesia de Laodicea necesita, de un modo muy particular, conocer esa verdad. Al final de su épistola a los Colosenses Pablo dice: «haced que se lea (esta carta) en la iglesia de los laodicenses. Vemos, pues, que era preciso que los laodicenses estuviesen familiarizados con la epístola a los Colosenses y es en dicha epístola donde el apóstol enfatiza el vínculo que existe entre Jesús y la creación. Es el «primogénito de toda la creación y «el primogénito de entre los muertos (es decir, en la resurrección) que es la nueva creación. Esta iglesia de Laodicea necesitaba que se le dijese una verdad importante, toda la verdad, en especial la verdad acerca de cómo relacionarse con la nueva creación de Dios.

¿Qué es lo que ve el Señor en esta iglesia de Laodicea? En cada carta Jesús dice «conozco tus obras. Es consciente de lo que está pasando en cada iglesia y también a nosotros nos está observando.

«Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Así, porque eres tibio, estoy por vomitarte de mi boca.

En esta iglesia había dos problema. En primer lugar, algo no funcionaba bien, en lo que se refiere a su compromiso. No eran ni fríos ni calientes y padecían de lo que alguien ha llamado apropiadamente «la leucemia de la falta de compromiso. Y además, había algo que no era correcto en lo que se refiere a la imagen que tenían acerca de sí mismos, como veremos en el versículo 17. Se consideraban ricos, pero eran realmente pobres. La iglesia de Sardis era una iglesia fría, una iglesia muerta, tan fría como la misma muerte. La iglesia de Filadelfia era caliente, viva y vital, pero aquí en Laodicea nos encontramos con una iglesia que no era ni fría ni caliente, solamente tibia. Los arqueólogos han hecho un interesante descubrimiento acerca de esta ciudad. No tenía un suministro de agua local, sino que tenían que conseguirlo por medio de un acueducto procedente de los manantiales calientes de Hierapolis, que se encontraba a unas seis millas de distancia. Si estuviese usted en un motel en Laodicea y abriese el grifo para beber agua fría y probase el agua, probablemente la escupiría por estar templada o tibia. Al recorrer esa distancia, el agua caliente se había enfriado un poco, por lo que tendría un gusto nauseabundo y repugnante. De hecho, la palabra que usa aquí nuestro Señor no es «escupir sino «vomitar. Estaba a punto de vomitar aquella iglesia porque le resultaba nauseabunda.

¿Qué había causado aquella situación? Solo hay una respuesta. ¡El compromiso! Cuando queremos que algo esté templado mezclamos lo caliente y lo frío y eso es algo que hacemos continuamente en relación con la temperatura del aire. Esta mañana cuando llegué aquí hacía mucho frío en la iglesia, hacía tanto frío que de hecho los que estaban en el coro se tuvieron que poner chaquetas. Desde entonces se ha calentado y podemos sentirnos agradecidos por ello. A los humanos no nos gustan las temperaturas extremas. No nos gusta que haga frío y tampoco nos gusta que haga calor. ¿Entonces qué hacemos? Mezclamos las dos temperaturas para nuestra comodidad y nos quedamos con una temperatura que resulta cómodamente cálida y eso era, precisamente, lo que estaba pasando en la iglesia de Laodicea. Estaban haciendo componendas espirituales por su propia comodidad. Resulta mucho más cómodo asistir a una iglesia en la que nadie se toma demasiado en serio los temas doctrinales y donde por amor a la comodidad se evitan las discusiones sobre estos temas. Esta iglesia estaba comprometiendo su enseñanza por amor a la paz. Tenían suficiente verdad como para que sus conciencias estuviesen tranquilas sin convertirse en fanáticos, pero eran lo suficientemente tibios como para hacer de sus vol.untades algo entre medias para evitar que las personas se asustasen y se fuesen. Era una iglesia cómoda. Se podía asistir a esta iglesia durante años y probablemente resultaría la mar de agradable, pero no pasaría demasiado en esa iglesia. No se encontraría usted con ningún desafio, ni le reprenderían ni le corregirían, ni le exhortarían, sino que le animarían y le respetarían porque era una iglesia cómoda, pero al mismo tiempo una iglesia que comprometía su fe.

¿Qué piensa el Señor acerca de una iglesia así? ¡Qué horror! ¡Es nauseabunda! ¡Es repulsiva! Puede que a las personas les guste, pero no a Jesús. Posiblemente haga que muchos se sientan cómodos en ella, ¡pero al Señor le pone enfermo! Tengo que volver a decir que existen miles de iglesias así por todo el mundo en la actualidad, tanto en los Estados Unidos como en otros países. En mi opinión, la actitud más destructiva y peligrosa que puede tener una iglesia, y es algo con lo que me encuentro por todas partes, es que la iglesia le pertenece al pueblo, ellos son los dueños de la iglesia y existe para su beneficio. Eso es lo que hace que la iglesia se convierte en lo que algunos han llamado un club campestre religioso, que funciona para beneficio de sus miembros.

Hace algunos años un pastor joven me preguntó: «¿Qué haría usted si estuviese en mi lugar? La semana pasada me dijo, «el presidente de la junta de nuestra iglesia me llamó y me dijo: Llevas un año aquí de pastor y eres un joven estupendo y nos caes bien. Eres un buen maestro de la Biblia, pero hay un par de cosas que queremos que entiendas antes de renovar tu contrato. En primer lugar, hay algo que queremos que sepas: esta es nuestra iglesia, no es tu iglesia. Estabamos aquí antes de que tú llegases y continuaremos estando aquí cuando tú te marches. No queremos que introduzcas un montón de cambios en esta iglesia. En segundo lugar, queremos que entiendas que te hemos contratado y que te podemos despedir. Si no te gusta cómo hacemos las cosas, entonces tendrás que ser tú el que te vayas y no nosotros. Entonces me dijo: «tengo que reunirme con ellos la semana que viene, ¿qué cree usted que debo decirles?

Le dije: «Bueno, yo les diría la próxima vez que nos reunamos por favor traigan sus Biblias porque vamos a hacer un estudio bíblico., Y entonces te reunes con ellos y yo les diría: entiendo que algunos de ustedes piensan que esta es su iglesia. Quiero que me lo enseñen en las Escrituras porque al leerlas me encuentro con que Jesús dijo: «sobre esta roca edificaré mi iglesia y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y cuando Pablo le habla a los ancianos de Efeso les dice: «apacentad el rebaño de Dios que está a vuestro cargo. No se dice en ninguna parte de las Escrituras que la iglesia le pertenezca al pueblo, es la iglesia de Cristo y él es quien tiene el derecho a decidir cómo serán las cosas y lo que sucede en ella. Un par de semanas después recibí una carta de este joven. Me dijo: «hice exactamente lo que me dijo usted. Fuí a la junta y les dije lo que usted me había aconsejado que les dijese ¡y me despidieron! Pero un par de semanas después recibí otra carta de él y me dijo: «me han llamado otra iglesia y hemos aclarado estas cosas antes de empezar. Creo que me va a ir bien en esta iglesia. He venido siguiendo lo que ha pasado durante años y puedo decirles que como resultado del ministerio de este joven, la iglesia se ha convertido en una iglesia floreciente. Cada iglesia es iglesia del Señor y de eso fue de lo que se olvidó la iglesia de Laodicea.

Pero Laodicea no era solo una iglesia cómoda, sino lo que es peor complaciente. El Señor lo dice en el versículo 17. «Ya que tú dices: soy rico, me he enriquecido y no tengo ninguna necesidad y no sabes que tú eres desgraciado, miserable, pobre, ciego y desnudo.

¡Qué lamentable situación! Hay una gran diferencia entre «tú dices y «tú eres. Nuestro Señor deja claro la diferencia entre ambas ideas. Este es «el testigo fiel y verdadero que habla, el que dice toda la verdad, aunque duela. Esta iglesia de Laodicea era, para usar una expresión popular «engordada, insensata y feliz. Vivía comodamente, siendo autosuficiente y complaciente. Tenían dinero de sobra y a lo mejor tenían edificios maravillosos, buenos predicadores, un gran coro, un órgano fabuloso y disfrutaban del respeto de la comunidad. Por eso pensaban que les iba bien, pero cuando Jesús lo examina, dice de esta iglesia «eres desgraciado, miserable, pobre, ciego y desnudo.

¿Por qué existe esa gran diferencia entre esas dos opiniones? Es debida a que están siendo considerados bajo dos puntos de vista muy diferentes. Yo podría decirle a usted: «¿qué temperatura hace hoy? y usted miraría al termometro y contestaría: «32 grados por encima de cero. Pero es posible que yo me fijase en otro termometro y dijese «no, está usted equivocado, estamos a cero grados. La verdad es que los dos estaríamos en lo cierto porque uno podría ser un termometro que midiese la temperatura en grados Fahrenheit y el otro en grados centígrados. Zero en centrigrados es 32 por encima en Fahrenheit. Si se usan dos maneras diferentes de medir nunca se podrá estar de acuerdo en cuanto a cuál es la verdadera temperatura. Eso era lo que estaba sucediendo en esa iglesia. Estaban midiendo conforme a dos métodos distintos de medir. Laodicea estaba haciéndolo conforme a los niveles establecidos por el mundo, que era lo agradable, lo cómodo, lo aprobado por la comunidad que les rodeaba y creían que lo estaban haciendo bien, pero Jesús está usando el nivel de cómo deseaba que fuese su iglesia. No hay duda que lo que no debe de ser es un club de campo, que funciona para beneficio de sus miembros. Pero tampoco es un Centro Artístico, al cual acuden las personas para que las distraigan con la música. Tampoco debe de ser un Grupo de Acción Política, que adopte posiciones con respecto a los temas del día, ni ha de ser un movimiento de protesta. En ocasiones puede suceder que algunos elementos de todos ellos se expresen de modo legítimo en la iglesia, pero ninguno de ellos ha de ser su razón de ser ni el propósito por el cual existe.

Jesús nos dice claramente cómo debe de ser su iglesia. ¡Debe de ser la sal y no la sal corriente, sino una sal salada! El dijo: «pero si la sal pierde su sabor…no vale más para nada y solamente será echada fuera y pisoteada bajo los pies de los hombres. Pero una iglesia que actua como sal deberá ser salada. Lo que quiere decir es que de la misma manera que se debe extender la sal sobre todos los alimentos, la iglesia debe dar sabor a todo lo que toca. La iglesia debe de actuar no solo cuando se reune los domingos, sino dondequiera que entra en contacto con la gente durante la semana, en las oficinas de negocios, en el mercado, en las tiendas, en el hogar, dondequiera que vaya usted es donde la iglesia lleva a cabo su obra. En todos esos lugares es donde debe proclamar las buenas nuevas y actuar como la sal, dando sabor a la vida con un sabor diferente, mostrando una actitud distinta en las circunstancias, no siguiendo los caminos obstinados, malvados e insensibles del mundo, sino optando por caminar en la verdad, en la justicia, en el amor y en la honestidad. Así es como la iglesia se convierte en sal, llena de buenas obras.

La iglesia debe ser además luz. «una ciudad asentada sobre un monte dijo Jesús. «Vosotros sois la luz del mundo. La luz es el símbolo de la verdad y la iglesia debe de ser la fuente de la verdad y de la visión. Es a la iglesia a la que se le encomienda la labor de hacer que la gente entienda el programa de Dios a lo largo de la historia y de interpretar los acontecimientos actuales, de manera que los hombres puedan ver lo que está haciendo Dios y no lo que el hombre pretende realizar. Esa es la labor de la iglesia: declarar la verdad acerca de la condición perdida de la humanidad y las buenas nuevas de que ha nacido el Salvador, que nos salvará de nuestro pecado. Juzgada conforme a ese nivel, Laodicea no tenía nada. Se encontraban totalmente desnudos, pobres, miserables, desgraciados y ciegos.

En cada una de estas cartas hemos estado viendo a las iglesias como algo profético de una época de la historia de la iglesia. Le aseguro que no hay nada en el texto propiamente hablando, que nos diga que, aparte de la afirmación general que hace el primer capítulo, en el sentido de que todo este libro es una profecía, y que la descripción se aplique a los capítulos 2 y 3 así como al resto del libro, si consideramos estos veinte siglos de historia eclesial, podemos darnos cuenta de lo exacta que resulta esta profecía. Cada una de las siete iglesias representa un período donde el ambiente general prevaleciente coincidía con las condiciones descritas en relación con cada una de estas iglesias. Ahora llegamos a la séptima época de la iglesia. Está claro, como habrían de confirmar tanto la história como la profecía, que Laodicea es la iglesia del siglo veinte, la última época de la iglesia, que se caracteriza por el fenómeno de las personas que dictaminan lo que se debe enseñar. Resulta significativo. ¿no es cierto? que el nombre de Laodicea quiera decir «el juicio del pueblo o para expresarlo más libremente, «el Derecho del Pueblo. Ese es el clamor de nuestros tiempos ¿no es cierto? El derecho de las gentes, exactamente lo contrario que los nicolaitas, que eran una clase de clero dominante que les decía al pueblo lo que tenían que creer. Pero Laodicea representa el caso de los ministros que les dicen lo que deben de predicar y esto es algo que estamos presenciando en nuestros días. El apóstol Pablo lo predijo en su segunda epístola a Timoteo cuando dijo: «porque vendrá el tiempo cuando no soportarán la sana doctrina; mas bien, teniendo comezón de oír, amontonarán para sí maestros conforme a sus propias pasiones y a la vez que apartarán sus oídos de la verdad, se volverán a las fábulas. Lamentable y desgraciadamente, eso es lo que está sucediendo en la actualidad.

Hubo un tiempo en que la iglesia enseñó que la vida propia, la vida natural con la que nacemos, era algo que era preciso crucificar y que debíamos renunciar a ella. Necesitaba un cuidadoso control y debía mantenerse bajo rígidas restricciones. Jesús mismo lo dijo: «El que quiera venir en pos de mi nieguese a sí mismo y sígame. Pero estamos viviendo en un tiempo en que las iglesias están abiertamente promulgando el yo, afirmándolo, diciendo que debiéramos descubrir todas sus posibilidades y actuar y vivir a la luz de dichas posibilidades. Hubo un tiempo en que la infalibilidad de las Escrituras formaba el fundamento sobre el que descansaban todas las iglesias evangélicas. Se podía contan con que la Biblia fuese totalmente aceptada como la Palabra infalible de Dios, pero en la actualidad las iglesias, los seminarios y las facultades que se consideran evangélicas, están reconsiderando la naturaleza de las Escrituras, negando la infalibilidad de la Palabra y afirmando que no podemos confiar en ella; que debe ser juzgada por los hombres antes de poder ser aceptada. La semana pasada oí acerca de un hombre que había hecho un estudio a fondo de las tres principales facultades cristianas en los Estados Unidos. No las voy a nombrar, pero son bien conocidas. Este hombre hizo un estudio de sus primeros tiempos y a continuación su actual punto de vista y ha dejado constancia, mediante do*****entos, de la manera en que se han ido apartando de las verdades que los fundadores de dichas escuelas desearon que se perpetuasen.

Esta es la época de las componendas, en la que nos estamos alejando dentro de la iglesia. Hubo un tiempo en que había en la iglesia un gran movimiento e interés por la evangelización de las personas perdidas, sencillamente porque estaban perdidas. Las Escrituras nos dicen que todos los hombres están perdidos, que somos una raza perdida, que nos estamos dejando arrastrar por la corriente de los tiempos. Reflejamos nuestro estado perdido en la corrupción y en el mal que se ha extendido en nuestros días: la polución de nuestro planeta, el terrible aumento del crímen, el terrible precio en vidas humanas causado por las drogas y otras cosas que están arrastrando a nuestra juventud, la falta de moral, etc. etc. Todo ello es testimonio del hecho de que no somos una gente pura, que no hemos nacido buenos, sino perdidos, pero en muchas iglesias nos están diciendo que Dios es demasiado bueno como para condenar a nadie; que las buenas personas como Ghandi y Schweitzer, que no fueron ni mucho menos cristianos evangélicos, deberán tener por lo menos una segunda oportunidad después de la muerte. Hubo un tiempo en que en las iglesias nunca se había oído que el asesinato de los bebés, que aun no han nacido, fuese aprobado por creyentes evangélicos o que la homosexualidad jamás fuese aceptada. Pero, como todos sabemos muy bien, el aborto es algo que cada vez tiene mayor aceptación, incluso por parte de cristianos evangélicos en muchos lugares. Y en la televisión nacional esta semana anunciaron que la Iglesia Episcopal ha ordenado en esa iglesia a su primer sacerdote que practica abiertamente la homosexualidad. No cabe duda de que ésta es la época de Laodicea.

La petición que hace nuestro Señor a esta iglesia se puede dividir en tres partes sencillas. En primer lugar, el versículo 18 dice:

«Yo te aconsejo que de mí compres oro refinado por el fuego para que te hagas rico, y vestiduras blancas para que te vistas y no se descubra la vergüenza de tu desnudez y colirio para ungir tus ojos para que veas.»

La clave de este versículo se encuentra en tres palabras insignificantes «de mi compres. Jesús tiene realmente todo lo que necesita la iglesia para poder funcionar. Es estupendo tener edificios fabulosos, grandes coros y una música preciosa, eso no tiene nada de malo y no pretendo decir en modo alguno que esté mal. Pero no son las cosas que necesita la iglesia, porque lo que necesita lo describe nuestro Señor aquí: «oro y vestiduras blancas para que te vistas y no se descubra la vergüenza de tu desnudez y colirio para ungir tus ojos para que veas. En un momento examinaremos lo que representan estos símbolos, pero solamente él los posee. Por eso es por lo que no hace ninguna diferencia que seamos perseguidos, acosados por el gobierno, muertos o protegidos y aceptados. Lo único que necesita la iglesia es ser obtenida por Jesús y nuestro Señor nos dice cómo se consigue.

En primer lugar, «oro refinado por el fuego. Pedro interpreta eso para nosotros y nos dice que nuestra fe es como el oro refinado por el fuego. «Mas precioso que el oro que perece, aunque sea probado por el fuego. Fe en Dios, en su Palabra y la fe viene de Jesús. Cuando le miramos a él nuestra fe se despierta y aviva. Entonces podemos ver lo fieles que son las Escrituras, de qué modo explican la vida y cómo encajan con todo lo que experimentamos a diario. Eso despierta en nosotros una sensación de confianza y de fe, y eso era lo primero que necesitaba esa iglesia. Le faltaba fe en Dios, pero estaba dependiendo de sus propias habilidades o de los recursos del mundo.

En segundo lugar, necesitaban vestiduras blancas: «vestiduras blancas para que te vistas y no se descubra la vergüenza de tu desnudez. Todos estamos moralmente desnudos delante de Dios. Cada uno de nosotros sabemos algo acerca de nosotros mismos que no queremos que nadie más sepa. ¡Pero Dios lo sabe! El nos ve en nuestra desnudez. ¿Qué es lo que nos ofrece por ella? ¡La justicia de Cristo! En todo el contenido de estas cartas hemos visto que las vestiduras blancas representan la redención, la justicia impartida por Cristo. Ya no tenemos necesidad de vestirnos con nuestra propia justicia, que Isaías dice que no es otra cosa que trapos de inmundicia a los ojos de Dios. sino que debemos ataviarnos con la justicia de Cristo mismo, una justicia perfecta que Dios acepta.

Jesús, tú sangre y tú justicia

son mi belleza, mi gloriosa vestidura;

entre mundos en llamas, con éstas ataviado,

con gozo levantaré mi cabeza.

Las vestiduras blancas representan un cambio de carácter, a alguien que se ha quitado sus vestiduras y las ha lavado en la sangre del Cordero, como leeremos en el capítulo 7.

La tercera cosa que necesitaban era colirio para los ojos. Laodicea era conocida por su unguento para los ojos, pero Jesús dice que necesitan colirio espiritual para sus ojos, a fin de que puedan ver. Por todas las Escrituras se hace mención de que el Espíritu nos puede ungir, abriéndonos los ojos para que entendamos la verdad acerca de Dios. Juan habla sobre ello en su primera epístola. El nos dice: «la unción que habéis recibido de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que alguien os enseñe. Pero, como la misma unción os enseña acerca de todas las cosas, y es verdadera y no falsa, así como os enseñó, permaneced en él. Eso no elimina, lógicamente, la necesidad de maestros humanos. Quiere decir que a menos que el Espíritu en usted le abra los ojos al significado de la verdad enseñada, ésta caerá sobre oídos sordos, pero si tenemos en nuestro interior el Espíritu de Cristo, nuestros ojos serán abiertos para que podamos entender la Palabra de Dios y ver la Biblia de una manera nueva, fresca y maravillosa.

¿Le cuesta a usted trabajo leer la Biblia? ¿Lo encuentra difícil? ¿Le resulta difícil de entender? Entonces preguntese a sí mismo: «¿Tengo el Espíritu de verdad? ¿Le he recibido o necesito seguir este consejo dado por Jesús de «ven a mi y te daré la unción que hará que se abran tus ojos y puedas ver?

La segunda división de la apelación hecha por el Señor es la que se encuentra en los versículos 19 y 20, donde se nos dice cómo conseguir el oro, las vestiduras blancas y el colorio para los ojos. Creo que este es uno de los pasajes más precioso de las Escrituras, una ofrenda llena de gracia de parte de nuestro Señor, que hace a las personas de la iglesia de Laodicea para que cambien. He aquí lo que dice:

«Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Sé, pues, celoso y arrepiéntete. He aquí yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo.»

¡Qué palabra tan llena de amor y de ternura! Nuestro Señor le está sencillamente diciendo a esta iglesia, a pesar de su terrible debilidad y de su fracaso: «Te amo, y es porque te amo por lo que te reprendo y te disciplino. ¿Le recuerda a usted eso la manera que tenía su padre de tratarle? ¿Le cogió a usted alguna vez su padre, le pegó con una paleta y al mismo tiempo que lo hizo le dijo: «solo estoy haciendo esto porque te quiero? Y usted se fue diciendo para sus adentros «¡pues ojalá no me quisieras tanto! Pero el Señor habla con dureza porque ama a su iglesia y les ofrece una maravillosa solución.

El versículo 20 es una de las mas fantásticas explicaciones de toda la Biblia acerca de como hacerse cristiano. Lo he usado cientos de veces y he visto cómo funcionaba. Tiene tres sencillas divisiones. En primer lugar, a veces se tiene la sensación de que Cristo está fuera de nuestra vida y está llamando a la puerta de nuestro corazón, deseando entrar en él. Eso sucede cuando sentimos que nuestra vida no es como deseamos que fuese. Nos sentimos vacíos y molestos con nosotros mismos. Escuchamos las buenas nuevas, tanto en cánticos como de palabra, acerca de Jesús, el Señor tan amante que es, lo que él puede hacer, y algo en nuestro interior reacciona. Sentimos a Cristo llamando y deseamos que entre. Lo deseamos ardientemente. Comenzamos a despertar a nuestra necesidad, y sentimos cómo él nos está ofreciendo entrar en nuestra vida y ese es el primer paso.

El segundo paso es sumamente importante, es preciso que le abramos la puerta porque él no lo va a hacer. El no va a imponer su presencia sobre nosotros. Nunca obligó a nadie a ser salvo. Es algo que él nos está ofreciendo. Recordemos esa última y asombrosa escena de los evangelios durante la última semana que pasó Jesús en Jerusalén, cuando llega a la cima del Monte de los Olivos y contempla la ciudad a sus pies. El lloró sobre aquella ciudad rebelde diciendo: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta a sus pollitos debajo de sus alas y no quisiste! De modo que aqui se está ofreciendo, si tan solo estamos dispuestos a abrirle la puerta e invitarle a entrar. A usted le toca decirle «ven Señor Jesús, entra en mi vida, se mi Salvador, librame de mis pecados y de mi mismo.

El tercer paso también está claro. ¡El entrará! El lo dice. Usted no tiene que sentir cómo él entra. El no dice que le vaya a dar la sensación de que está ahí, aunque sin duda eso vendrá con el tiempo, sino que dice: «si oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo. Es una maravillosa imagén de una permanencia permanente. El pasará a vivir con usted.

Puede que haya algunos aquí en esta mañana que nunca le hayan abierto sus corazones a Cristo. Si usted le da la espalda cuando él llama permanecerá usted perdido, y finalmente, si usted no se arrepiente nunca, pasará a la eternidad perdido para siempre. Pero el Señor dice que si usted le abre la puerta (cosa que puede hacer usted mientras yo termino este mensaje) y dice en su corazón «Señor Jesús, entra en mi vida y librame, cambiame y salvame. Te recibo, Señor él entrará. Juan promete en su evangelio: «A todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, esto es a los que creyeron en su nombre.

El tercer aspecto del llamamiento hecho por nuestro Señor es la palabra al vencedor, como vemos en los versículos 21 y 22:

«Al que venza, yo le daré que se siente conmigo en mi trono; así como yo también he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.»

Una vez mas y como hemos visto en las tres últimas cartas, la promesa es compartir en el reino del Señor. La intención es que la verdadera iglesia reine con Cristo, pero nuestro Señor hace aquí una clara distinción. Fijémonos en que hace una diferencia entre su trono y el de su Padre. El del Padre, como es natural, es el gobierno soberano del universo. Dios es soberano sobre todo. El universo entero se encuentra bajo su control. Todo ser humano se encuentra bajo su jurisdicción y ese es el trono del Padre. Cuando nuestro Señor hubo vencido, cuando él también permaneció fiel hasta el final de su vida, confiando en Dios (de la misma manera que nosotros debemos de confiar en Dios durante el resto de nuestras vidas) se sentó en el trono de su Padre. Cuando ascendió, se nos dice que «se sentó a la diestra del trono de Dios, cosa que se nos dice en el Salmo 110 y también lo anunció Hebreos. Por lo tanto, ahora mismo es Señor de todo el universo y está en el trono de su Padre.

Pero también él tiene un trono y lo llama «mi trono. Se invita al cristiano vencedor a reinar con él en dicho trono. En las Escrituras a ese trono se le llama «el Trono de David. Cuando se le apareció el ángel Gabriel a María, como está escrito en el primer capítulo de Lucas, le dijo que tendría un hijo, que sería llamado Hijo de Dios y que el Señor Dios le daría «el trono de su padre David, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre. La casa de Jacob es la nación de Israel; las doce tribus descienden de los hijos de Jacob. De manera que esta es una promesa que se relaciona en particular con el tiempo que aún está por venir, cuando Jesús ocupe el trono de David e Israel se convierta en cabeza de todas las naciones. Es el reino del milenio, que ya hemos mencionado varias veces en estas cartas. La iglesia, resucitada y glorificada, compartirá con él este reino. Eso no termina el reinado de la iglesia con Cristo, sino que sigue en los nuevos cielos y en la nueva tierra. Pero esta es una promesa concreta relacionada con el reino venidero, aquí en la tierra, cuando Jesús reinará sobre toda la tierra. Nuestro Señor ha explicado esto a sus discípulos en un pasaje realmente asombroso en el capítulo 19 de Mateo. En el versículo 28 dice: «Jesús les dijo: de cierto O «amen, amen) os digo que en el tiempo de la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido os sentaréis también sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. ¿Verdad que eso no se podría explicar de una manera más clara? «Y todo aquel que deja casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o campos por causa de mi nombre, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros. Esta es la amplificación de la promesa de nuestro Señor en este caso.

Ahora y por última vez en estas cartas escuchamos decir a nuestro Señor «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. No lo que las iglesias dicen acerca de sí mismas o lo que dice el mundo, sino lo que el Espíritu dice a las iglesias. Debemos recibir la verdad de Dios y proclamarla por el mundo, pero nosotros no somos el origen de la verdad. No nos inventamos las cosas en las que nos gustaría creer y las publicamos por todas partes. Somos responsables de escuchar lo que el Espíritu dice a las iglesias y luego transmitirlo a otros, al actuar como la sal y la luz del mundo.



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Nº de Catálogo 4195

Apocalipsis 3:14-21

Séptimo Mensaje

17 de Diciembre, 1989



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