LA IGLESIA QUE PERDIO SU AMOR

por Ray C. Stedman ¡Qué gran semana ha sido ésta! Al mundo entero le ha pillado por sorpresa los acontecimientos que han tenido lugar en la Europa oriental, donde se han abierto nuevas puertas de libertad y hasta se ha dejado a un lado el Muro de Berlín, ha sido algo realmente fascinante de contemplar. Lo que más me ha impresionado ha sido la reacción universal ante este cambio tan dramático. ¡Nadie esperaba que se produjese! Las personas que eran entrevistadas repetían una y otra vez: «jamás pensé que una cosa así pudiera suceder durante el curso de mi existencia.

No solo fue el hombre corriente de la calle el que se sintió sorprendido sino hasta los estadistas, los políticos, los dirigentes nacionales e incluso los militares. Todo el mundo se quedó completamente asombrado por este dramático adelanto.

Esto es altamente significativo e indica que no ha sido algo ideado por el hombre, que no ha sido un acontecimiento planeado, sino que ha sido algo que ha sucedido de manera espontanea. Nadie se ha sentado y ha decidido ir adelante, por medio de la política o gracias al consejo de los poderosos para conseguir que sucediese esto. Indica que se ha realizado un cambio por consejo de Dios. En alguna parte, dentro de los reinos de lo invisible, donde se está desarrollando la batalla cósmica de las edades, ¡se ha producido un golpe a favor de la libertad! Como resultado de ello, ha habido un seismo político que está conmoviendo a Europa, hasta sus cimientos.

Para mi lo interesante es que esta guerra invisible es lo que estamos estudiando en el libro de Apocalipsis, que es el libro que nos lo revela. Y aquí, al principio mismo de este libro la iglesia es la avanzadilla, situada en las trincheras del frente mismo. Permítame leer una vez más las palabras de que le dijo Jesús a Juan, cuando el apóstol le vio en esta poderosa visión con la que comienza este libro:

«Así que, escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de éstas. En cuanto al misterio de las siete estrellas que has visto en mi mano derecha, y de los siete candelabros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candelabros son las siete iglesias.»

En los capítulo 2 y 3 tenemos estas epístolas extraordinarias, que han sido escritas a las siete iglesias. A veces me encuentro con personas que les gustaría pasar por alto estas cartas para ir directamente a las secciones más jugosas del Apocalipsis, donde se nos ofrece una escena de los grandes cataclismos de los últimos días, pero es una gran equivocación hacer eso. Nuestro Señor puso a la iglesia en medio del mundo y es su instrumento para controlar y determinar la historia humana. Jesús llama a la iglesia «la luz del mundo y «la sal de la tierra. El apóstol Pablo la llama «el pilar y la base de la verdad. Ese es el misterio y la misión de la iglesia y se espera que ejerza una tremenda influencia sobre los acontecimientos del mundo. Por lo tanto, es una equivocación pasar por alto estas cartas. En ellas vemos cómo el Señor corrige cosas relacionadas con la iglesia, animando y enseñando a la iglesia cómo vivir de un modo que sea influyente en el tiempo en que le ha tocado vivir.

Al llegar a estas cartas deberíamos preguntarnos a nosotros mismos: ¿por qué no hay mas que siete iglesias y por qué estas iglesias en particular? La única respuesta satisfactoria es que estas son solo iglesias representativas, iglesias que han sido cuidadosamente seleccionadas. Existían muchas otras iglesias en la provincia de Asia en la época en que Juan escribió esta carta. Podrían haber sido escogidas otras, pero fueron estas siete las escogidas. No eran ni siquiera las iglesias mas conocidas de Asia, pero fueron escogidas por el Señor porque representan las situaciones que se producirán a lo largo de todo el curso de la historia de la iglesia, desde su principio hasta el fin. En otras palabras, solamente existen siete clases de iglesias en cualquier período en concreto. Cada iglesia que conoce realmente a Jesús como Señor puede ser reconocida como una de estas siete en algún momento determinado de su historia. Por medio del arrepentimiento o de la obediencia podrá cambiar la clase a la que pertenece a otra de las siete clases que se mencionan, pero siempre encajará dentro de este patrón de las siete iglesias.

Pero aparte de eso, como han mencionado muchos comentadores, estas epístolas son una especie de visión anticipada de toda la historia de la iglesia, desde su principio a su culminación. En otras palabras, representa las siete etapas o períodos de la historia de la iglesia. Es la clave que sugiere que esta es la palabra (en el 1:3) que llama a todo el libro una «profecía, que incluye dos capítulos y trés mas así como el resto del libro. El siete, como ya vimos en el capítulo uno, es el número que representa lo completo. Por lo tanto, estas cartas son la visión anticipada que nos ofrece el Señor de toda la iglesia a lo largo de toda su historia al ir pasando por las diversas etapas de su desarrollo.

No debemos olvidar nunca que todo el Apocalipsis fue escrito para estas siete iglesias y se espera que cada una de ellas conozca y entienda todo el libro. No son solo el capítulo dos y el tres los que están relacionados con las iglesias; su interés es la visión completa que le fue dada a Juan. Al ir leyendo estas cartas intentaremos seguirle la pista (aunque sea en un espacio muy breve) a los diferentes períodos de la historia de la iglesia y además tomar nota de lo que el Señor le dice a cada una de las iglesias históricas individuales. En alguna parte de esta lista de iglesias seguro que también nos encontramos con nuestra iglesia Peninsula Bible Church.

Algo más que es básico antes de que pasemos al texto. Aquí se llama a estas iglesias «candelabros es decir, los que llevan la luz. Ellos mismos no son la luz, pero son los que llevan o transportan la luz que, como es natural, es la verdad tal y como la hallamos en Jesús, esa verdad que Dios quiere que la raza humana conozca. Hay muchas verdades que el hombre conoce en su estado natural. No hay ninguna universidad, por grande o poderosa que sea, por importante que pueda ser, que posea el conocimiento de la verdad que le ha sido dada a la iglesia para que se la cuente al mundo. Esa es la «luz moral y redentora que la iglesia ha sido llamada a reflejar en este mundo sumido en tinieblas. Es labor de la iglesia contar la verdad al mundo y eso es algo que no debemos olvidar nunca. No estamos aquí solo con el propósito de pasar por este mundo difícil lo mejor que podamos, reuniéndonos en pequeñas y santas agrupaciones que sobrevivan hasta la venida del Señor. Tenemos una influencia que ejercer y estas siete cartas, dirigidas a las siete iglesias, reflejan este hecho de una manera maravillosa.

Una cosa en la que debemos fijarnos también es que cada una de las cartas va dirigida «al ángel de la iglesia, tema que les resulta harto difícil de entender a muchos comentadores. ¿Qué es lo que significa «el ángel de la iglesia? Es cierto que, según algunos han dado a entender, esta palabra se puede traducir por «mensajero y en otras partes del Nuevo Testamento tiene ese significado, pero ¡no tiene ese sentido en otras partes del Apocalipsis! La palabra «ángel aparece muchas veces en el libro, aparte de estas siete cartas y en cada uno de esos casos se refiere a un ser celestial, lo que nosotros generalmente consideramos como un ángel. Resulta altamente sugestivo que cada una de las iglesias tenga a un ser celestial que sea responsable de guiar a los dirigentes humanos de cada una de estas iglesias.

Algunos han considerado esto como una referencia al pastor o al dirigente humano de la iglesia, cosa que no resulta muy factible si tenemos en cuenta que en todas las iglesias novotestamentarias no encontramos nunca a un solo dirigente humano. El liderazgo era siempre algo plural, los ancianos y los pastores de las iglesias. Han sido los hombres los que han introducido ese cambio a lo largo de los siglos que han pasado desde que nuestro Señor comenzó la iglesia. El Dr. H.A. Ironside me contó en una ocasión su experiencia cuando le pidieron que predicase todos los domingos en la Asamblea de los Hermanos, en la calle 42 de Oakland hace muchos años. Una cierta persona tenía por costumbre escribirle una carta todos los Lunes por la mañana, y siempre sabía cómo había ido su predicación por la manera de empezar la carta. Si había complacido a esta persona y solo había hablado sobre las cosas con las que dicha persona estaba de acuerdo, la carta empezaba siempre diciendo: «Saludos al ángel de la iglesia de Oakland. Pero si lo que había dicho no le había complacido o había dicho algo con lo que no estaba de acuerdo, la carta comenzaba invariablemente diciendo «a Diótrefes, quien ambiciona ser el primero entre ellos una frase tomada de la III Epístola de Juan, versículo 9.

Pero en este caso no se dirige a ningún líder humano, sino que es enviado al ángel de la iglesia, al que era responsable de ayudar a los dirigentes humanos de la iglesia, para que supiesen lo que pensaba el Señor. Recuerde usted que en Hebreos se nos dice que los ángeles son «espíritus servidores, enviados para ministrar a favor de los que han de heredar la salvación es decir, a los cristianos. Por lo tanto, parece bastante posible que en esos reinos invisibles, que son reales, pero que nosotros no podemos ver, haya ángeles que hayan sido asignados a cada iglesia con el propósito de ayudar a los dirigentes y a la congregación para que sepan lo que hay en el corazón de su Señor.

Veamos ahora lo que dice acerca de la iglesia de Efeso en los primeros versículos del capítulo 2:

«Escribe al ángel de la iglesia en Efeso. El que tiene las siete estrellas en su mano derecha, el que camina en medio de los siete candeleros de oro, dice estas cosas: Yo conozco tus obras, tu arduo trabajo y tu perseverancia; que no puedes soportar a los malos, que has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles y no lo son, y que los has hallado mentirosos. Además, sé que tienes perseverancia, que has sufrido por causa de mi nombre y que no has desfallecido.»

La primera cosa que el Señor quiere dejar muy claro a esta iglesia de Efeso era que él es el Señor de todas las iglesias, que está en medio de ellas, observando en medio de los candelabros. El ejerce además el control directo sobre los ángeles de las iglesias y, por lo tanto, tiene acceso absoluto al liderazgo de cada una de las iglesias.

El apóstol Pablo había sido el que había comenzado la iglesia en Efeso y podemos leer el relato en el capítulo 19 de Hechos. Cuando Pablo llegó a Efeso se encontró con una serie de discípulos que habían sido guiados a cierto conocimiento de la verdad por Apolos, el gran orador de la iglesia primitiva, pero no conocían ninguna otra cosa que no fuese el ministerio de Juan el Bautista. Cuando Pablo les preguntó si había recibido el Espíritu Santo confesaron que no sabían que había sido dado el Espíritu Santo. De modo que Pablo les predicó acerca de Jesús, ellos creyeron y fueron bautizados por el Espíritu y de ese modo comenzó la existencia de la iglesia de Efeso. Poco tiempo después el mismo Pablo estuvo realizando una labor allí durante más de dos años y muchos años después mandó a Timoteo a esta iglesia. (Las dos epístolas a Timoteo se las dirige a él mientras se encuentra allí). La tradición nos dice que después de escribir Juan el Apocalipsis también él se fue a Efeso a pesar allí los últimos años de su vida.

Efeso no era la capital de la provincia romana de Asia, pero era la ciudad más importante de la provincia, era el centro de la intensa vida comercial y la encrucijada del imperio. La ciudad era conocida por todo el mundo romano como el centro en el que se adoraba a la diosa Artemis y en el que estaba el gran templo de Artemis (o Diana, como se la conoce en le Versión inglesa «King James). Ese gran templo era de una longitud superior a la de dos campos de fútbol juntos y era una de las siete maravillas del mundo y sus ruinas aun son actualmente visibles. Por lo tanto, la ciudad ejercía una gran influencia en el mundo romano. Si lee usted el relato, se encontrará con algo muy semejante al ambiente de poder humano y de influencia que encontramos en la sección de Bay Area o de la ciudad de San Francisco de nuestros días.

Cada una de estas cartas es una evaluación investigadora, tanto de lo bueno como de lo malo, que hace nuestro Señor de la situación de la iglesia y es además un llamamiento al arrepentimiento por parte de aquellos que se han apartado y una súplica para que regresen a la fe, incluyendo una promesa espiritual para aquellos que perseveran.

El Señor encuentra tres cosas loables acerca de esta iglesia. En primer lugar, dice que han sido obreros arduos y perseverantes: «yo conozco tus obras, tu arduo trabajo y tu perseverancia. Estos cristianos eran activistas, no eran personas que no hicieran absolutamente nada. Se tomaban su fe en serio y la ponían en práctica. Daban testimonio, atendían a las necesidades humanas. Ayudaban a los que estaban deprimidos y cubrían las necesidades de los que no tenían hogar y de los desechados por la sociedad. Eran personas muy ocupadas, que estaban trabajando continuamente y el Señor les alaba por ello.

En segundo lugar, su doctrina era ortodoxa. Jesús les ensalza mucho por ello: «sé que no puedes soportar a los malos, que has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles y no lo son, y que los has hallado mentirosos. Poseían una fe bien definida y a la que defendían bien, sin dejarse arrastrar por cada moda teológica que hiciese su aparición, sino que las examinaban para ver si eran verdad o no. Comprobaban lo que estaba siendo enseñado y se oponían con fuerza a algunas de las enseñanzas que estaban presentando algunos de los predicadores itinerantes de aquella época.

Durante su última visita a los ancianos de la iglesia de Efeso, el apóstol Pablo les había advertido que tendrían problemas en ese sentido. En el capítulo 20 de Hechos vemos que mandó llamar a los ancianos de Efeso y les pidió que le fuesen a ver a la ciudad de Mileto. En esa ciudad les pronunció un discurso de despedida de conmovedor impacto porque Pablo pensó que nunca más volvería a verles y en él les dijo (en el versículo 29):

«Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán la vida al rebaño; y que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas para descarriar a los discípulos tras ellos. Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no cesé de amonestar con lágrimas a cada uno.»

De manera que Pablo entendió el problema con el que se tendría que enfrentar esta iglesia. Aquí, el Señor Jesús reconoce lo bien que habían seguido el consejo que les había dado el apóstol, cómo habían examinado a los predicadores que venían y habían rechazado las enseñanzas de muchos. Habían puesto a prueba a aquellos que decían ser apóstoles y se habían encontrado con que eran unos mentirosos.

La semana pasada recibí un manuscrito de un nuevo libro que pronto publicará Moody Press. Es una colección de artículos, que han sido escritos por algunos de los más destacados dirigentes evangélicos de nuestros días examinando las enseñanzas de ciertos teleevangelistas, que ocupan una gran cantidad de tiempo y de espacio en nuestras televisiones en estos días. Es un examen en profundidad, pero objetivo para averiguar si estas enseñanzas concuerdas con las Escrituras. Pablo había enseñado a aquellos ancianos de Efeso de qué modo poner a prueba la doctrina. En ese mismo pasaje nos dice, en el versículo 32:

«Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, a aquel que tiene poder para edificar y para dar herencia entre todos los santificados.»

¿De qué manera podemos ponerla a prueba? Sencillamente viendo si una enseñanza concuerda con lo que dice en las Escrituras, con «la palabra de su (Dios) gracia según nos dice en ese capítulo. Si esta fuese una costumbre que se pusiera más en práctica en nuestros días probablemente nos habríamos ahorrado muchos de los terribles y vergonzosos escándalos que han ocupado las portadas de nuestros periódicos y otros medios de difusión. Piense, por ejemplo, lo que habría sucedido aquí en Bay Area si alguna iglesia hubiese analizado las enseñanzas de Jim Jones y hubiese advertido a las gentes en contra de sus errores. ¡Cuántos de los miles a los que condujo a la muerte todavía estaría vivos hoy si las iglesias hubieran tenido el valor y la sabiduría necesarios para analizar sus enseñanzas y las hubiesen desafiado! Nuestro Señor ensalza a los efesios por hacer precisamente eso. No les acusa de juzgar en vano ni les dice, como hacen muchos actualmente, que las iglesias no tienen derecho a juzgar, sino que enfatiza que esa es parte de la enseñanza que habían recibido y él les ensalza por ello.

La tercera cosa por la que les ensalza se encuentra en el versículo 3: «además, sé que tienes perseverancia, que has sufrido por causa de mi nombre y que no has desfallecido. Habían perseverado en su enseñanza y en su trabajo sin desfallecer a pesar de muchos motivos para sentirse desanimados y de las dificultades. No eran personas que se diesen por vencidas, sino que eran fuertes, eran discípulos con determinación, que trabajaban con fidelidad, que daban testimonio y no se desviaban de la verdad que habían recibido. Hasta este momento estaban recibiendo una matrícula de honor en la carta, pero esa no es toda la historia. Nuestro Señor continua diciendo: «Sin embargo, tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído. ¡Arrepiéntete! Y haz las primeras obras. De lo contrario, vendré pronto a ti y quitaré tu candelero de su lugar, si no te arrepientes. Pero tienes esto: que aborreces los hechos de los nicolaitas, que yo también aborrezco. Por estas palabras nos damos cuenta de que es una iglesia que tiene graves problemas. A pesar de todas las cosas loables, hay algo que está gravemente mal en esa iglesia. Nuestro Señor lo dice por medio de una frase muy corta: «has dejado tu primer amor y en eso consiste el problema. Pero eso es algo tan grave que él les dice: «si no lo corriges, vendré a ti y quitaré tu candelero de su lugar. Esto indica que es algo de suma gravedad, aunque el que fuese quitado su candelero no significaba que los miembros, en particular, de la iglesia se perdiesen o fuesen condenados al infierno. Pero lo que significa es que la iglesia perdería su capacidad para extender la luz de la verdad y la luz de esta iglesia dejaría de brillar. Se convertiría en una iglesia sin influencia, sin impacto espiritual sobre la comunidad que tenía a su alrededor. Estaría ocupada en actividades religiosas, pero serían cosas sin importancia alguna. Seguiría trabajando, seguirían siendo ortodoxos, pero inconsecuentes, sin luz, sin impacto.

Lamentablemente, tenemos que decir que en nuestro país existen en la actualidad miles de iglesias igual que ésta. Hay iglesias en las que las congregaciones siguen reuniéndose año tras año, domingo tras domingo, participando en actividades religiosas, cantando himnos, recitando el Credo de los Apóstoles, tal vez haciendo algunas buenas obras en el vecindario, pero sin causar un impacto espiritual, sin ver el menor cambio en las vidas de las personas, sin que sean liberadas de sus pecados, sin que haya un cambio en su moral y en su forma de vida en toda la comunidad porque su luz ha fallado.

¿Qué motivó esa situación? Nuestro Señor dice que es debido a que dejaron su primer amor. Lo habían abandonado y nosotros preguntamos «¿qué es el primer amor? pero la respuesta es realmente evidente. Es el amor que sintió usted por Jesús cuando le conoció por primera vez. Es esa maravillosa sensación al descubrir que él le amó a usted, que le libró, que limpió y eliminó sus pecados. Su corazón se llenó de amor hacia él, rebosante de gratitud por lo que hizo por usted. No tenía usted ojos mas que para él. Si nos fijamos en una pareja que se ha enamorado nos daremos cuenta de que solo tienen ojos el uno para el otro. ¡Parece como si flotasen en el espacio! Si les hablamos ni siquiera nos oyen porque solo piensan en lo maravilloso que es el otro.

Lo mismo le sucede a un cristiano cuando viene por primera vez a Cristo. Su corazón rebosa gratitud y ¡para él es algo asombroso haber sido perdonado! Apenas si lo puede creer. Por eso es por lo que las personas recién convertidas con frecuencia derraman lágrimas al dar su testimonio. He visto a hombres fuertes perder de tal modo el control que no pueden contar su historia porque el que Jesús haya entrado en su corazón significa tanto para ellos. Su hogar, su familia, son ahora cosas diferentes. Sus pecados han sido perdonados y el amor que sienten hacia Cristo les parece casi algo increíble. Antes escuchamos como alguien nos recitó un poema de John Newton

En el mal por mucho tiempo me deleité sin preocupación alguna por la vergüenza o el temor, Hasta que un nuevo objeto apareció ante mis ojos, Y me detuve en mi loca carrera.

Vio que Jesús le había perdonado y a penas si podía creerlo. Le parecía algo demasiado maravilloso. ¡Oh amor maravilloso, ¿cómo puede ser que tú, mi Dios, murieses por mi?

En eso consiste el primer amor. Bajo el impacto de ese amor, el recién convertido emprende con entusiasmo nuevos ministerios. Es un verdadero deleite servir, cantar, ayudar, tender una mano a otros. Le parece lo menos que puede hacer por un Señor tan maravilloso. Eso es el primer amor.

Pero gradualmente y de modo casi imperceptible perdemos de vista ese primer amor y estamos muy ocupados, haciendo cosas por Cristo que empiezan a parecernos cada vez mas importantes. Poco a poco nuestra situación, el lugar que ocupamos, el deseo de que otros aprueben lo que hacemos, comienza a ocupar el primer lugar. Seguimos haciendo las mismas cosas, pero no lo hacemos por el mismo impulso ni por el mismo motivo. Entonces es cuando perdemos ese primer amor.

Siempre hay síntomas, señales de que está sucediendo esto. He aquí algunos de ellos. El primero es algo que al principio solo lo ve la persona misma, es una pérdida del gozo y del destello de la vida cristiana, que no tarda en convertirse en algo monótono y rutinario. Empezamos a sentir que lo que nos dicen ya lo habíamos oído con anterioridad y hasta el culto parece perder su impacto. Parece algo mecánico, rutinario, aburrido y carente de interés. Esa es una señal de que estamos comenzando a perder nuestro primer amor.

En segundo lugar, perdemos nuestra capacidad de amar a los demás. Una de las grandes revelaciones de las Escrituras es que el motivo por el que amamos a los demás es porque nosotros hemos sido amados primero. Cuando perdemos esa consciencia de lo maravilloso que es el amor de Jesús perdemos nuestra conciencia de los demás y vemos que nuestro amor hacia ellos comienza a desvanecerse. Nos cuesta trabajo quererles. Nos volvemos críticos, les censuramos, nos quejamos, empezamos a escoger a nuestras amistades con más cuidado y solamente nos relacionamos con aquellos que nos caen bien, perdiendo la compasión que al principio nos hizo acercarnos a todos.

En tercer lugar, comenzamos a perder la sana perspectiva que teníamos con respecto a nosotros mismos. Nos volvemos cada vez más importantes para nosotros mismos y en lugar de pensar en lo que le pueda complacer al Señor queremos y pensamos en aquello que nos complace a nosotros. Poco a poco, nos volvemos sensibles y susceptibles, incapaces de soportar las críticas. Esto comienza a crear divisiones y con frecuencia causa cismas en una congregación. Las personas en la iglesia ya no se interesan en el evangelismo. Ya no les preocupa las personas que tienen a su alrededor y que no conocen a Cristo, sino que se concentran en sí mismas, en sus propias comodidades y en sus propios placeres. Entonces se vuelven egoístas.

Esas son las señales de la pérdida del primer amor y eso era lo que estaba pasando en Efeso. Soy plenamente consciente de que todos hemos hecho algo así en un momento determinado. Yo lo he hecho y usted también. Todos hemos sentido los síntomas debilitadores de la pérdida de ese primer amor. Cuando toda una congregación empieza a reflejar ese ambiente no tarda en perder su influencia y su luz se apaga y el candelero ha sido quitado de en medio de ella.

¿Qué se puede hacer cuando pasa eso? ¿Cómo podemos recuperarnos de algo así? Nuestro Señor menciona tres pasos muy claros y concretos que podemos dar: ¡es cuestión de acordarse, de arrepentirse y de regresar! Eso es todo. «recuerda, por tanto, de dónde has caído. Mira atrás. Recuerde usted cómo se sintió por primera vez al venir a Jesús. Recuerde el inmenso gozo que sentía en el Señor, recuerde lo cerca de él que se sentía y lo cerca que él se sentía de usted. Recuerde el apoyo interno sobre el que se podía usted apoyar en momentos de presión y de dificultades. Recuerde lo fácil que le resultaba orar. Recuerde cómo se deleitaba en otros cristianos, en la lectura de la Palabra y en escucharla. Recuerde cuando a penas si podía soportar perderse un culto porque estaba usted aprendiendo tanto acerca de la verdad de la vida. ¿Se acuerda usted de todo eso? Eche un vistazo al pasado y piense en esos tiempos. Nuestro Señor dice: «recuerda, por tanto, de dónde has caído.

¡Y luego arrepiéntase! Cambie su modo de pensar. Eso es lo que quiere decir arrepentimiento, cambiar de opinión. Renuncie a esa ambición, al orgullo del puesto que ocupa, a ese anhelo de recibir la aprobación de los demás, que se ha convertido en algo de suprema importancia para usted y le está motivando en su trabajo. Deje a un lado su espíritu de crítica, cambie esa actitud de queja, deje de depender de su conocimiento y de lo que ha aprendido para causar un impacto en esta vida. Coloque al Señor de nuevo en el centro y concentre en él todo lo que haga. Arrepiéntase, cambie de opinión.

¡Y a continuación regrese! No olvidaré nunca hace algunos años, cuando me encontraba en Mt. Hermon con un grupo de pastores en una conferencia para pastores. El Dr. Bob Munger, que durante años fue el pastor de la Primera Iglesia Presbiteriana de Berkeley, se puso en pie delante de los pastores y dibujó un gran círculo en la pizarra. Puso una «X en el centro del círculo y dijo: «al pensar en mi ministerio pastoral hubo muchos años durante los que pensé que me encontraba en el centro de dónde Dios quería que estuviese. Para mi el Señor Jesús era real, vital e importante, pero durante estos últimos años al pensar en mi vida, me doy cuenta de que me he alejado. Puso la «X en la periferia del círculo y dijo: «Me he movido hasta este punto. Quiero decirles, señores, que he estado orando y les pido que oren por mi, para que Dios me guíe de nuevo al centro. Puedo dar testimonio de que Dios hizo exactamente eso con Bob Munger y durante muchos años más siguió sirviendo al Señor con mucho fruto. Fue realmente conmovedor oírle decir que había que hacer lo que el Señor nos dice que debemos de hacer: arrepentirse y volver a donde nos encontrábamos antes. «Haz las primeras obras nos dice Jesús. ¿Cuáles son esas cosas? Bueno, usted leyó la Biblia con ojos ansiosos, sin poder apartar la vista de ella. Anhelaba usted averiguar qué era lo que decía la Palabra de Dios. Y oraba usted acerca de todo, ¡incluso cuando se trataba de encontrar un sitio donde aparcar! Reaccionaba usted ante el sufrimiento y las necesidades de los que le rodeaban con una actitud de compasión y con amor y no lo consideraba una imposición. Pero sobre todo, adoraba usted a Dios con todo su corazón. A usted le encantaba cantar alabanzas a su nombre y pensar acerca de su gracia para con usted. Jesús le dice que vuelva usted a hacer eso, que comience desde ahí.

Al llegar a este punto, Jesús dice algo que resulta un tanto extraño: «Pero tienes esto: que aborreces los hechos de los nicolaitas, que yo también aborrezco. (versículo 6) ¿Por qué no mencionó este punto al hablar con anterioridad acerca de las cosas por las que les alababa? La razón es que ahí era donde debían comenzar los efesios.

Existe una gran controversia en cuanto a quiénes eran estos nicolaitas. Aparecen de nuevo en la carta escrita a la iglesia de Pergamo, y diremos más acerca de ellos al llegar a dicha epístola, pero el Señor enlaza esto con los pasos de recuperación que han de dar en esta iglesia de Efeso, porque deben comenzar a partir de ese punto. Es una iglesia que no ha perdido totalmente su pasión y hay algo en lo que todavía conservan algo de su primer amor: en el hecho de que aborrecen lo que hacen los nicolaitas.

Por lo que nosotros sabemos, según referencias de las Escrituras y los escritos de los primeros padres de la iglesia, los nicolaitas eran un grupo que estaban unidos a la fe cristiana pero cuyas prácticas sexuales eran de lo más libertinas. Estaban convencidos de que era posible ser cristiano, pero que la vida sexual podía reflejar la del mundo, cosa que unían a una falsa piedad religiosa. Afirmaban que ocupaban un lugar especial ante Dios y habían recibido un poder especial de él, pero vivían como el demonio. Jesús les está diciendo a estos cristianos efesios: «conservad vuestro odio a semejantes prácticas. Es un vestigio de que aun permanece vuestro primer amor. Vosotros los odiáis porque yo les odio. Empezad por ahí. Continuad odiando semejantes prácticas, pero luego regresad y haced de nuevo el resto de las cosas una vez mas.

Cuando leemos esta carta, desde el punto de vista de la historia de la iglesia vemos esta pérdida del primer amor como algo que se extiende por las iglesias una vez que han fallecido los apóstoles. Este primer período de la historia de la iglesia abarca los años del 70 A.D., cuando fue destruido el templo, hasta alrededor del 160 A.D., a mediados del siglo segundo. Durante ese tiempo las iglesias se estaban alejando de un ministerio cálido, lleno de amor y compasión para adentrarse en el mundo, participando en controversias doctrinales y discusiones teológicas, insistiendo en las enseñanzas de la iglesias sobre el yunque de la controversia, que resultaban morales, pero cada vez más formales y superficiales. Esta clase de condición se sigue produciendo aun hoy en muchas iglesias. El ambiente que predominó durante aquella primera época de la historia de la iglesia fue el ir alejándose de la comunión amorosa con Jesús para dar pie a una actitud un tanto crítica y contenciosa, en la cual lo que más importaba eran las empresas humanas.

El versículo 7, que repasaremos muy brevemente, contiene la apelación que hizo nuestro Señor a esta iglesia y la promesa de darle:

«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venza le daré de comer del árbol de la vida que está en medio del paraíso de Dios.»

«El que tiene oído es decir, el que esté dispuesto a escuchar la voz del Señor. ¿Tiene usted oído para escuchar lo que Jesús tiene que decir? ¿Reacciona usted con simpatía y con obediencia a la palabra que él nos ha dado? ¿Tiene usted sus oídos abiertos? Entonces, he aquí lo que él dice: «Al que venza le daré de comer del árbol de la vida que está en medio del paraíso de Dios. Recordará usted que el árbol de la vida se encontraba en el Huerto del Edén al principio. Era el árbol del que Adán y Eva podía comer libremente hasta que pecaron. Después de eso quedaron excluidos del jardín para que no comiesen del árbol de la vida. Aparece de nuevo otra vez en el libro de Apocalipsis, en el capítulo 22. Allí vemos el cielo nuevo y la tierra nueva y el árbol de la vida en medio de la ciudad. ¡Sus doce frutos, uno por cada mes, es el alimento de la gente de la ciudad. Es como el primer Club de Fruta del Mes, por así decirlo! Nuestro Señor mismo es el árbol de la vida. Es un símbolo de Jesús. Si pensamos mucho en él y sacamos fuerzas de él, orando y tomamos de la fortaleza que nos ofrece, nos encontraremos internamente fortalecidos para afrontar las tensiones y las batallas con las que nos enfrentamos actualmente y eso es lo que él nos está diciendo. Alimentaos del árbol de la vida. Escuchad a lo que dice Jesús y obedecedlo y pronto se encontrarán con que su vida espiritual florecerá. Se volverá usted fuerte ante las presiones y las luchas que aparecen en su camino y eso es el árbol de la vida.

Al acercarnos a la mesa de la santa cena en esta mañana, resulta de lo más apropiado que observemos este recordatorio de la vida y la muerte del Señor. Como es lógico, aquello con lo que nos alimentamos es el pan, que es otro símbolo de él. Hemos de obtener fortaleza alimentándonos de la vida de Jesús, tomando de él lo que necesitamos para motivarnos para ser todo lo que él desea que seamos. Al acercarnos a la mesa del Señor debe usted hacerse la siguiente pregunta: «¿Amo todavía a Jesús? ¿Siento hacia él lo mismo que sentí al principio? ¿Es él más rico, más profundo y más claro de lo que jamás lo ha sido? Tal vez debiéramos cantar siempre el corito compuesto por Gaithers:

Jesús, Jesús, Jesús, Hay algo en ese nombre. Maestro, Salvador, Jesús, Como la fragancia tras la lluvia. Jesús, Jesús, Jesús Que el cielo y la tierra proclamen. Los reyes y los reinos todos pasarán, Pero hay algo en ese nombre.

Aunque pasen los cielos y la tierra, este nombre permanecerá y será la fragancia de nuestros corazones siempre que pensemos en él.



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Nº de Catálogo 4190

Apocalipsis 1:19-2:7

Segundo Mensaje

12 de Noviembre, 1989



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