La Majestad de Dios en Su Providencia

La majestad de Dios en su providencia
G. D. Watson (1845-1923)

Dios nunca realiza un acto de su providencia a medias, así como un hombre nunca fabrica medio par de tijeras. Esta frase de oro es del Dr. Gordon, y mil pasajes de las Escrituras, y diez mil incidentes en nuestra vida confirman su veracidad.

Vemos con qué perfección Dios obra en la creación, y con qué exactitud hace encajar una parte con la otra, combinando la fuerza con la hermosura, la montaña con el valle, las zonas con los climas y los productos con las temporadas.

Él ajusta tan bellamente la aleta del pez con el mar, el ala del pájaro con el aire, el ojo con la luz, el oído con las pulsaciones de la atmósfera y cada hueso con su coyuntura, de manera que la creación entera se convierte en una transparencia de vidrio que revela la sabiduría sin igual de Dios.

Demuestra omnipresencia en cada átomo, y revela la operación momentánea de su voluntad infinita en cada instante que se sucede a otro a través de miles de años, sin pausa, sin ningún error ni el más mínimo olvido, desde el insecto en una hoja temblorosa hasta la gigantesca órbita de los soles y sistemas planetarios.

Todo es sencillamente inconcebible, y si pudiéramos verlo en su realidad total, aplanaría el intelecto con el peso arrollador de su sublimidad. Y luego piense que toda esta perfección infinita de equilibrar una parte con otra se repite una y otra vez en las inspiradas Escrituras. Éstas son como otro universo creado, donde existe una compilación y un registro infalibles de historia, biografías, preceptos, parábolas, promesas, poesías, castigos, nombres de personas, lugares y cosas.

Contienen verbos descriptivos de cada acto moral que ocurre en el Cielo, en la tierra o en el infierno. Y todo está dispuesto de manera que no contienen ni un error, ni ninguna afirmación necia o inútil. Sobrepasan por mucho a todos los libros humanos como sobrepasa el sol del mediodía a la luz de una vela, y revela mundos tan vastos de verdades intelectuales y espirituales, encadenados en cadenas doradas de hermosura desde Génesis hasta Apocalipsis, de modo que forman un universo intelectual, sobrepasando la genialidad de la creación material.

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