La presencia del Señor Jesús obra milagros

Por Fernando Alexis Jiménez
Nunca antes el pueblecito había estado tan agitado como el día que anunciaron el arribo de Jesús, el carpintero de Nazareth, que había traído cambios en la vida de decenas de personas, pero también la sanidad a enfermos para quienes muchos nunca pensaron que habría solución.
Aunque el despertar fue igual de lento que en toda Palestina, a pesar de que la bruma se despejó un poco tarde como solía ocurrir en aquella época del año y que la plaza del mercado se encontraba atestada de compradores como siempre, en medio de todos corría el murmullo de algo que iba a cambiar la historia del poblado.



Había expectación. Nada volvería a ser igual. Lo sabían. Por eso deseaban que el tiempo se detuviera y poder así disfrutar aquellos momentos de gloria.

“Después de cruzar el lago, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron allí. Al bajar ellos de la barca, la gente en seguida reconoció a Jesús. Lo siguieron por toda aquella región y, adonde oían que él estaba, le llevaban en camillas a los que tenían enfermedades. Y dondequiera que iba, en pueblos, ciudades o caseríos, colocaban a los enfermos en las plazas. Le suplicaban que les permitiera tocar siquiera el borde de su manto, y quienes lo tocaban quedaban sanos.” (Marcos 6:53-56. Nueva Versión Internacional).

Una presencia sanadora

Cuando el Señor Jesús arribaba en algún lugar se producía un cambio dramático en la historia de sus gentes. Lo seguían. No querían perder ningún detalle. Quedaban asombrados con sus enseñanzas. Pero más aún: los milagros ocurrían.

Esa presencia sanadora es posible experimentarla hoy mediante una estrecha relación con el Hijo de Dios. ¿De qué manera? En oración y abriendo nuestro corazón para que entre y obre conforme Su divina voluntad.

No hay hecho milagroso difícil para nuestro amado Creador. Todo es posible para El. Su poder es ilimitado.

Es probable que su vida requiera de un milagro hoy. La ciencia dice que es imposible. La lógica indica que nada se puede hacer. Usted todavía tiene un asomo de fe y cree que puede recibir ese prodigio o esa señal que tanto anhela. Entonces, es hora de clamar. Que nada lo detenga. Tenga la certeza de que sus oraciones serán escuchadas. Nada puede impedir que ese hecho que rompe todos los esquemas de lo previsible ocurra.

El mismo Jesucristo que sanó en Palestina es el mismo que vive en nuestros corazones hoy. Nada lo detenga. Ninguna opinión robe su esperanza…

Ps. Fernando Alexis Jiménez – Website www.demiami.org/mensajesdepoder

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