Las semillas del evangelio

A veces nos concentramos tanto en los Billy Grahams del mundo que tendemos a asumir que evangelizar normalmente se lleva a cabo a gran escala. O quizá creemos que todo el proceso de evangelización debería completarse en cuestión de minutos, empezando con un tratado y terminando con la oración del pecador. Sin embargo, evangelizar generalmente es un proceso. Por eso, muchos de nosotros influiremos a otros a través de lo que yo llamo «semillas del evangelio».

Por Paul Thigpen .

Pequeñas pero eficaces formas de compartir su fe

Cuando niño, viví en una casa estilo sureña, algo vieja pero imponente con sus columnas blancas y amplia terraza. Mis abuelos habían vivido ahí durante años antes de que nosotros nos mudáramos. Uno de sus pasatiempos favoritos era la jardinería. Mis abuelos habían cultivado muchas variedades de frutas, flores, y nueces. Plantaron árboles de melocotón y de nuez nogal, rosas y gardenias, glicina y cerezo silvestre, una vid e incluso un pequeño árbol de limón.

Mi favorito, sin embargo, era la majestuosa higuera que podíamos contemplar desde la ventana del comedor. La higuera era una maravilla natural cuyo origen y desarrollo yo —cuando era pequeño— daba como espontáneo. Pero cuando crecí lo suficiente como para darme cuenta del esfuerzo que mis abuelos habían invertido en ese gran árbol, llegué a apreciar profundamente su disposición para trabajar duro a fin de que otros pudiéramos disfrutar de su cosecha. Mi abuelo lo había plantado, mi abuela lo había regado, mi madre lo había cosechado y ¡yo comía las conservas de higos!

Los higos crecen en todo Israel. No me extrañaría si esa era la imagen que el apóstol Pablo tenía en mente cuando les escribió a los corintios: «Yo planté, Apolos regó pero Dios ha dado el crecimiento» (1Co 3.6). Ambos hombres tuvieron su parte en el proceso por el cual los corintios creyeron (v. 5). Pero «el Señor dio oportunidad a cada uno» (v. 5) para que ninguno de los dos se gloriara en hacer por sí solo la obra completa de evangelización. Al igual que mi abuelo cuando plantó esa higuera, Pablo había empezado el proceso de cultivar con la certeza de que alguien más vería el fruto.

Debido a que a veces nos concentramos tanto en los Billy Grahams del mundo, tendemos a asumir que la tarea evangelizadora normalmente se lleva a cabo a gran escala. O quizá creemos que incluso cuando trabajamos «uno a uno», un «verdadero» evangelista está tan bien capacitado, tan ungido del poder de Dios, que todo el proceso debería completarse en cuestión de minutos, empezando con un tratado y terminando con la oración del pecador.

Obviamente, evangelizar se lleva a cabo algunas veces en estos escenarios. Sin embargo, pregúntele a cualquier cristiano o cristiana cómo llegó a la fe, y probablemente descubrirá que otras personas tuvieron algo que ver. Así fue como me ocurrió a mí.

Generalmente, evangelizar es un proceso. Por eso, muchos de nosotros influiremos a otros a través de lo que yo llamo «semillas del evangelio». Algunas veces llegamos a participar de la alegría de la cosecha.

A menudo, debemos simplemente suplir la necesidad del momento de una forma pequeña casi imperceptible —confiando que algún día, Dios mismo dará «el crecimiento».

¿Cuáles son esos pequeños actos, esos «mini-ministerios», que pueden producir una cosecha? Sin duda son tan variados como las personas que los necesitan. No obstante, podemos cultivar una conciencia de los tipos más comunes de «semillas y oportunidades» que nos ayudan a plantar o a regar la buena semilla del evangelio.

Responda

Algunas veces, el más grande obstáculo para la conversión es una pregunta sin respuesta. Puede relacionarse a un simple malentendido acerca de la fe que fácilmente podemos corregir: «Si rindo mi vida a Dios, ¿tengo que renunciar a mi trabajo y convertirme en predicador o misionero?». Por otro lado, puede revelar una preocupación más profunda sobre la naturaleza de la vida: «Si Dios es tan bueno y tan poderoso, ¿por qué hay maldad en el mundo?»

De hecho, un día esa pregunta me dio la oportunidad de plantar una semilla hace muchos años mientras recorría Grecia como mochilero junto a un joven agnóstico que conocí en Atenas. Cuando se dio cuenta de que yo era cristiano, el primer desafío que me hizo fue la pregunta sobre la maldad. Puedo asegurarle que mi compañero no utilizaba esto como una simple excusa para no creer. Para él, este tema era una barrera genuina que tenía que superar para poder ir más allá en su búsqueda por la verdad.

Una noche hablamos hasta tarde acerca de la naturaleza del amor y del libre albedrío, acerca de cómo las criaturas que pueden amar y escoger también pueden rebelarse en contra de Dios —trayendo la maldad al mundo. En ese momento no se convirtió; tenía muchos otros asuntos con los que debía luchar. Al día siguiente tomamos caminos diferentes, pero supe que había sembrado una semilla.

Pregunte

A menudo nuestra función en el proceso de evangelización no es tanto responder una pregunta sino formular una. En una oportunidad conocí a un hombre que no era creyente pero sí lo bastante arrogante como para confesarle a su amigo cristiano en un momento de descuido: «Creo que sencillamente soy demasiado orgulloso como para pensar que necesito una religión.» Su amigo simplemente le dijo: «¿De qué te sientes tan orgulloso?»

Esta pregunta, hecha cortésmente y sin ningún reproche, impactó hasta las entrañas de este hombre. No podía pensar en ninguna respuesta que no sonara ridícula. Tiempo después, cuando se convirtió, confesó cómo esa pequeña pregunta marcó un surco en su corazón para que la semilla del evangelio fuera plantada.

Una vez en la universidad, tuve que escuchar a un profesor izquierdista decir que la fe religiosa mantenía a las personas en una «esclavitud» intelectual. Él creía que el cristianismo debía dejarse de lado para darle campo a las ideas «liberadoras» del marxismo. Finalmente levanté mi mano y le pregunté: «¿Puede nombrar tan solo una nación que haya adoptado el marxismo sin haber establecido una dictadura autoritaria? Los gobiernos marxistas niegan la libertad de expresión, de prensa y de religión, y mandan a la cárcel a las personas que critican a la sociedad —gente como usted.»

La clase estalló en violentos argumentos. Más tarde ese día, un joven estudiante africano se me acercó en el pasillo. «Sabes —me dijo con una mirada seria— hasta esta mañana, estaba de acuerdo con lo que el profesor decía en clase. Soñaba con una nueva sociedad marxista para mi pueblo. Pero tu pregunta impactó mi forma de pensar. Esta noche cuando regrese a mi cuarto, quiero examinar la Biblia de nuevo.

Recomiende un libro

De adolescente, fui ateo. Empecé a perder mi fe infantil cuando en séptimo grado una profesora me dio un libro escrito por el iluminado y escéptico Voltaire. Su venenosa retórica anticristiana plantó dudas como mala hierba en el terreno de mi alma.

Irónicamente, fue un libro que otra profesora me dio lo que me ayudó a regresar al camino verdadero. Mi profesora de inglés, una radiante cristiana que se preocupó profundamente de que regresara al Señor, me recomendó que leyera Cartas a un diablo novato (1) de C. S. Lewis para ayudarme a ordenar mi confusión acerca del entendimiento cristiano sobre la maldad. Ese pequeño volumen de «cartas» de un brillante apologista cristiano trajo luz a mi oscuridad y despertó en mí hambre por leer más de lo que él había escrito. En menos de tres meses, me convertí.

Para otros cristianos que conozco, el libro decisivo fue Mero cristianismo de C. S. Lewis, El hombre eterno de G. K. Chesterton, o Las confesiones de San Agustín. Si algo que ha leído dice exactamente lo que le gustaría decir a una persona que no es creyente, ¡préstele u obséquiele ese libro!

Comparta una experiencia significativa que haya tenido con Dios

Para algunas personas, una experiencia concreta tiene más peso que una idea abstracta. Algunas veces lo que más necesita una persona es alguna experiencia interesante de su propia vida. Por ejemplo, cuando un conocido cuestiona la existencia de Dios debido al sufrimiento humano, algunas veces hablo de lo que mis seres queridos y yo hemos aprendido y ganado de nuestro propio sufrimiento. Les cuento cómo Dios usó una enfermedad en los huesos que contraje siendo niño para moldear mi vocación. Describo cómo la lucha de mi padre contra el cáncer pulmonar al final lo purificó antes de morir, y cómo usó dicha enfermedad como una oportunidad para hablar con las personas que lo visitaban acerca de lo que es importante en la vida.

Cuando contamos dichas experiencias personales, ayudamos a colocar las luchas de la otra persona en un contexto de fe marcando paralelos entre la vida de él o ella y la nuestra. Esa persona entonces puede echar un vistazo de cómo su vida podría empezar a tener sentido a la luz de la verdad bíblica y la realidad del amor de Dios. Otra semilla, otra oportunidad.

Ofrézcale orar

Las personas que aún no son creyentes rara vez le pedirán que ore por ellos, a pesar de que eso es lo que más necesitan. Una respuesta concreta e incuestionable a una oración específica puede ser un catalizador poderoso para la fe.

Así que no dude en simplemente decir: «Oraré por ti por esa situación» cuando alguien le cuente sobre una lucha o necesidad.

En mi primer año universitario, tuve dos compañeros de dormitorio que eran judíos y quienes sabían que yo era cristiano. Un día me los encontré desanimados sentados junto a una ventana abierta en nuestro dormitorio. Les pregunté qué ocurría.

«Queremos jugar baloncesto —dijo uno de ellos— hemos buscado un balón por todos lados pero no hemos encontrado ninguno.»

«Oye Paul —dijo el otro, con una mirada maliciosa— ¿crees que Jesús tenga un balón con el que podamos jugar?»

«Bueno ¡tal vez sí! —le contesté con un gran sonrisa— oraré para que Jesús les envíe un balón en este momento. Pero si lo hace, espero que se lo agradezcan.»

«¡Muy bien! —respondieron— ¡Adelante!» Así que incliné mi cabeza y ahí mismo oré en voz alta a Jesús por esa petición en específico.

Cinco segundos después de decir «amén», un balón traspasó la ventana abierta hasta los regazos de mi compañero, como si lo hubieran lanzado desde el cielo.

Quedaron boquiabiertos. Entonces un tercer amigo gritó desde afuera: «¡Ahí está su balón! ¡Vamos a jugar!» Protestaron que todo era una coincidencia y yo simplemente respondí: «Ustedes saben a quien deben agradecerle.»

Solo Dios sabe qué semilla fue sembrada ese día.

Realice un pequeño acto de bondad

¿Alguna amiga necesita un hombro para llorar? Invítela a tomarse una taza de café. ¿El viejecito de la casa de al lado tiene dificultades a la hora de podar el césped? Ayúdelo, ¡quién sabe qué puertas podría abrir este acto! Una vez nuestra familia llevó un colchón usado pero en excelente estado al hogar de una familia de refugiados vietnamitas para ayudarlos a acomodarse. Esa «semilla» fue regada por unos cuantos actos de bondad y cortas conversaciones, con el tiempo esto los llevó a creer en el evangelio.

Viva su fe sin apología

Hace un tiempo decidí que no sería excesivamente agresivo cuando compartiera mi fe, pero que tampoco la ocultaría. Cuando estamos en un restaurante, mi familia se toma de las manos y dice una oración de gratitud por los alimentos sin avergonzarnos. Esto algunas veces ha motivado a algún mesero a hacernos alguna pregunta espiritual. Menciono el nombre del Señor en conversaciones casuales, y a menudo cuando me despido digo «¡Qué Dios lo bendiga!». Antes de aplicar un examen, muchas veces le digo a mis estudiantes con una sonrisa: «Esta mañana oré para que recordaran todo lo que estudiaron». Este tipo de comentarios ha hecho que, en algunas ocasiones, los estudiantes me inviten a almorzar para conversar sobre dudas religiosas.

Una mujer que conozco cuenta cómo su padre fue profundamente influenciado por un amigo de pesca que nunca le «predicó», pero que siempre se rehusó a ir de pesca si eso significaba que no asistiría a la iglesia. Llegó finalmente el día en que su padre le preguntó por qué la iglesia significaba tanto para él, y así se abrió la puerta para que hubiera un testimonio de fe.

Sea un ejemplo de integridad

Uno de mis amigos en la universidad, un devoto cristiano y miembro de nuestra comunidad cristiana universitaria, fue seleccionado para ser el capitán del equipo de fútbol. Era una tradición universitaria que el capitán del equipo recibiera la bienvenida a una de las «sociedades secretas» más populares del campus. Pero este grupo no tenía una buena reputación, así que mi amigo rechazó su invitación.

Muchos en la comunidad universitaria no entendieron su decisión. Sin embargo, una vez que sus razones se hicieron públicas, esa simple acción provocó incontables conversaciones entre los estudiantes acerca de la naturaleza de una comunidad de fe. En su valiente decisión, mi amigo sembró la semilla en todo el campus universitario.

Las personas se fijan en el compañero de trabajo que deja la habitación en cuanto chismes o chistes inapropiados caracterizan a la conversación. Ellos respetan a la persona en la fiesta de la oficina quien cortésmente rehúsa tomar licor y aún así la pasa muy bien. O analice la historia basada en hechos reales expuesta en la película Carros de fuego. ¿Cuántas semillas del evangelio se sembraron en todo el mundo gracias a la valiente negativa de Eric Liddell en correr la carrera de los Juegos Olímpicos el día domingo? Tales pequeños pero visibles actos de integridad nacidos de la fe a menudo provocan preguntas curiosas sobre la motivación de una persona que ha creído en Cristo.

Sea paciente

Uno de los desafíos más difíciles de las «semillas del evangelio» es cultivar la paciencia necesaria para perseverar aún cuando el fruto no aparece al instante. Como en tantas otras áreas de la vida cristiana, las palabras de Pablo en Gálatas pueden animarnos aquí: «Y no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos segaremos.» (Gá 6.9).

Quizá igualmente difícil es el desafío de no saber si un acto de evangelización en particular dio su fruto, porque no pudimos mantener el rastro de la persona a quien intentamos ayudar. ¿Cuántas «semillas y oportunidades» hemos esparcido en estos años en los corazones de las personas cuyos destinos nunca llegaremos a conocer? El mochilero en Grecia… los compañeros de cuarto por los que oré… los estudiantes que me buscaban para tener conversaciones sobre Dios… No tengo forma de saber en qué terminó su vida.

A pesar de eso, tenemos la proclamación de Dios que él «quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad» (1 Ti 2.4). El destino eterno de cada persona que hemos «regado» está en Sus manos, y nuestras obras evangelizadoras, sin importar lo pequeñas que sean, son nuestro intento amoroso por cumplir Su deseo. Tal vez no todos los corazones de esas personas escojan vivir con él por la eternidad, pero podemos sentirnos reconfortados en saber que ni una sola semilla del evangelio se desperdició, si la esparcimos en suelo fértil.

Usado con permiso. Discipleship Journal, Copyright 1998

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