Lo que con fe pides, eso recibes

En un pueblito del centro de la isla, vivía una ancianita muy conocida por todos en aquel lugar. Doña Sarita, como todos le decían, había dedicado


———————————————————————————————————-
En un pueblito del centro de la isla, vivía una ancianita muy conocida por todos en aquel lugar. Doña Sarita, como todos le decían, había dedicado sus años de dama joven a servir a sus semejantes, se entregaba a ayudar a aquellos que tuvieran alguna necesidad. Era una mujer de carácter fuerte, decidida pero dulce y amable a la vez. Siempre lograba lo que se proponía por la gran fe y fortaleza que tenía en el Dios en quien ella creía.

Pasaron muchos inviernos y primaveras sobre su vida, los años pasaron. Sus fuerzas ya no eran las mismas, se debilitaba más cada día y la dulce ancianita ya apenas a la calle salía. Su pelo se puso como la blanca nieve. En sus ojos cansados, ya el brillo apenas se veía y sus pasos cada vez más lentos se hacían. Y de aquella valiente mujer que todos conocían se fueron olvidando más cada día, y aquel ser que se dedicó a ayudar a los demás ya apenas se le veía.
Llegó el momento en que las cuatro paredes de su hogar eran su compañía y solo la fe que ella tenía en Dios era quien la sostenía. Llegó el día en que por no poder salir a la calle apenas le quedaban alimentos para pasar el día. Al tener tanta fe en Dios se fue de rodillas y en voz alta rogaba por alimentos para el otro día.

Pasaban por allí dos jóvenes que al escucharla se reían, pues ella le decía a Dios que sabía que a sus ángeles a ayudarla
él mandaría y aquellos jóvenes uno al otro se decían «la viejita se ha vuelto loca» pues la escuchaban que hasta pan, huevo y jamón a Dios le pedía. Decidieron que a la mañana una broma le jugarían. Tomando una canasta la llenaron de las provisiones que a Dios ella le pedía y muy temprano en aquella mañana los dos al techo del hogar de la anciana se subían. Al estar tan vieja aquella casa, silenciosamente entre los dos un boquete en el techo hacían y así lentamente la canasta con una soga bajaban.

Mientras tanto, nuevamente en aquella mañana, confiada de rodillas por alimentos a Dios ella pedía. Los dos jóvenes se reían.
La anciana daba gracias a Dios pues asombrada en medio de su sala veía el pan, huevo y jamón que con tanta fe ella pedía.

Los jóvenes se bajaron del techo, le tocaron la puerta y ella con paso lento y dando gracias a Dios les abría. Los jóvenes riendo le decían que eran ellos que lo hicieron una broma y no Dios quien le suplía.

Ella riendo daba gracias a Dios pues no se imaginaba que a dos ángeles bromistas Dios le mandaría.

Deja un comentario