Mujer: ¿Marta o María?

El encuentro de Jesús con las dos hermanas, en Lucas 10.38–41, pareciera ubicarnos entre la espada y la pared. ¿Cuál es la «mejor parte» que escogió María?
¿Marta o María? Cuando leo este pasaje surge en mi corazón cierta inevitable sensación de culpa. Me gustaría ser como María, pero la presión de la vida frecuentemente me lleva a ser más como Marta. Eso no quita que admire a María, pues me parece que ella representa el ideal al cual me gustaría arribar, la persona que logra desligarse de las interminables tareas de cada día para sentarse, absorta, a los pies de Cristo. En ocasiones, incluso, he utilizado la imagen de María para animar a algún hiperactivo a que intente reducir la intensidad de sus actividades para que pase más tiempo con el Señor. El problema es que mis mejores esfuerzos nunca parecen lograr el escurridizo equilibrio que tanto anhelo.

En la intimidad de mi corazón, sin embargo, confieso que considero a María poco práctica, desentendida de obligaciones que no se pueden ignorar. Entiendo el fastidio de Marta. Ella escogió una actividad menos «espiritual» que estar sentada a los pies de Cristo, pues… ¡alguien tenía que ocuparse de la comida! ¿O no?

Yo también llevo una Marta en mi corazón que me recuerda, a cada rato, que no me olvide de la familia, que no desatienda el trabajo, que asista a cuantas reuniones pueda, que realice las llamadas y escriba los correos que tengo pendientes. En fin, Marta no admite que existan momentos en que «pierda» tiempo, porque es tanto lo que aún queda por cumplir.

No se trata de elegir
¿Por qué nos dejaría Lucas esta historia si lo único que produce en es frustración? ¿El llamado de Jesús en ella consiste simplemente a lograr mayor equilibrio entre las responsabilidades de cada día y los momentos dedicados a buscar la presencia de Dios? Creo que un enorme porcentaje del pueblo de Dios, influenciados por la actual perspectiva de la vida espiritual entre los evangélicos, me darían la razón en lo siguiente: Esto es, precisamente, lo que Jesús quiso enseñar. El problema es que mis mejores esfuerzos nunca parecen lograr el escurridizo equilibrio que tanto anhelo.

Richard Foster, autor de «Alabanza a la disciplina», en otro libro (1) describe a la perfección lo que yo experimento a diario: «Dentro de nuestro ser existe un verdadero comité de personas. Está la tímida, la valiente, la administradora, la que es padre, la religiosa, la reflexiva, la activa. Y cada una de estas personas resulta ser obstinadamente individualista. No admite posibilidad de negociación o acuerdo. Cada una lucha desesperadamente por defender sus propios intereses. Si se toma la decisión de disfrutar de un momento de quietud en compañía de Chopin, la administradora y la responsable protestan airadamente por la pérdida de tiempo. La activa da a conocer su impaciencia y frustración, mientras que la religiosa nos recuerda las oportunidades de evangelizar o de estudiar la Palabra que se nos escapan…. Cómo no ha de sorprendernos que nos sintamos distraídos y tironeados. ¡Con razón vivimos bajo el peso de agendas recargadas e incesantes corridas!»

En la imagen que me presenta Lucas percibo que algo en la vida de Marta no funciona. Observo en su servicio una actitud de condenación hacia María y una expresión de reproche hacia al Señor, por avalar la aparente irresponsabilidad de su hermana, que resultan francamente desagradables. Ambas manifestaciones claramente revelan que algo en el corazón de Marta no está bien. Seguramente es allí donde debemos dirigir la mirada para descubrir el principio al que se refirió Jesús, cuando le dijo: «una sola cosa es necesaria».

La «cosa» necesaria
Cuando vuelvo a examinar el pasaje me doy cuenta dónde radica mi error. He pensado, seguramente arrastrado por la cultura activa de la que soy producto, que Jesús se refería a la acción de María. Según esta interpretación, es preferible estar sentado con Jesús que estar en la cocina preparando la comida. Como alguien tiene que ocuparse de la comida no encuentro la forma de aplicar esta verdad a mi vida.

La clave, sin embargo, parece que la ofrece esta frase: «pero Marta se preocupaba con todos los preparativos». Rápidamente realizo una búsqueda de la palabra «preocupaba» y descubro que, en griego, es la combinación de las palabras «peri» (hacia) y «spazo» (tirar, jalar). Algunas versiones utilizan el término «distraída», lo que me ayuda a entender que el problema aquí es falta de concentración. Marta ha dejado de prestarle atención al Señor porque los preparativos de la comida «tironean» su concentración, pidiendo que se enfoque exclusivamente en ellos. Es como si ella estuviera pensando: «o me quedo con Jesús o hago la comida, pero las dos cosas juntas ¡no las puedo hacer!»

De la errada perspectiva de Marta surge la pregunta que tantas veces he escuchado: «¿Está Cristo en primer lugar en tu vida?». La pregunta presupone que existen otros elementos o personas que pueden ocupar el segundo, tercer, cuarto o quinto lugar en mi vida. Pero el Nuevo Testamento no avala esta perspectiva, sino que afirma que Cristo es «la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo» (Ef 1.23). Es decir, no existe espacio en nuestra vida para otra persona que no sea Cristo.Si puedo estar concentrado en la persona de Cristo en todo momento, no es necesario identificar un lugar o una tarea actividad específica para lograrlo.

Mi dificultad surge al creer que para estar enteramente entregado a Cristo debo abandonar mis quehaceres y, siguiendo el ejemplo de María, pasarme el día sentado en reflexión. Claro, desde esta perspectiva, ¿quién puede seguir al Hijo de Dios? Pero Jesús no le está enseñando esto a Marta, sino que le advierte a que no deje que los otros aspectos de la vida —preparación de la comida, limpieza de la casa, atención de la familia, responsabilidades del trabajo, actividades de la iglesia, deberes del ministerio, etcétera— atrapen de tal manera su interés que deje de prestarle atención a Cristo. Es decir, Marta bien se pudo haber dedicado a preparar la comida mientras seguía atenta al diálogo que Jesús sostenía con los demás. Escogió, sin embargo, que la comida ocupara toda su atención, desplazando la comunión con el Señor y empañando su perspectiva de lo que realmente era importante en el reino de los cielos.

Un nuevo camino
Si logro integrar el principio de estar enteramente concentrado en los asuntos del Reino, cambiará radicalmente la forma en que vivo cada día. Descubriré, por ejemplo, que puedo muy bien practicar mi vida espiritual en medio del mal llamado «mundo secular», al que tanto miedo le guardamos los evangélicos. Si puedo estar concentrado en la persona de Cristo en todo momento, no es necesario identificar un lugar o una tarea actividad específica para lograrlo. Se trata, más bien, de una actitud interior en la que oriento todo mi ser hacia la comunión permanente con el Espíritu de Dios.

En el mundo de Marta no me queda más opción que ocasionalmente ubicar a Dios en las periferias de mi existencia, pues necesariamente tengo que atender otros asuntos de urgencia. María, sin embargo, me invita a permitir que Cristo sea el centro de toda actividad en que me involucro. No tengo que dejar lo que estoy haciendo para atender a Cristo, sino, más bien, permitirle que participe activamente en lo que yo estoy haciendo. De esta manera, me encuentre en el bus, en la cocina, entre amigos o en el trabajo, mi ser interior estará enteramente orientado hacia el Dios de mi salvación. Descubriré, en esta postura, una maravillosa fuente de comunión que le traerá orden y sentido a mi vida.

¿Se puede hacer el trabajo de Marta, mientras disfruto de la comunión de María? ¡Claro que sí!

Por Christopher Shaw.

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