Pipocas de vida

El maíz pisingallo (así se llama al que se utiliza para hacer Pipocas / Pochoclo o Pororó) que no pasa por el fuego sigue siendo maíz para siempre.


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El maíz pisingallo (así se llama al que se utiliza para hacer Pipocas / Pochoclo o Pororó) que no pasa por el fuego sigue siendo maíz para siempre. Así pasa también con la gente. Las grandes transformaciones suceden cuando pasamos por el fuego. Quien no pasa por el fuego, permanece de la misma manera toda la vida.

Son personas rutinarias y de una dureza asombrosa. Ellas mismas no se dan cuenta que son así y consideran que su forma de ser es la mejor forma de ser.

Sin embargo, de repente, viene el fuego. El fuego es cuando la vida nos pone en una situación que nunca habíamos imaginado: el dolor.

Puede ser fuego de afuera: perder un amor, perder un hijo, el padre o la madre, perder el empleo o quedarse pobre.
Puede ser fuego de adentro: pánico, miedo, ansiedad, depresión o sufrimiento, cuyas causas muchas veces ignoramos.
Siempre queda el recurso del remedio, es decir, apagar el fuego. Si el fuego, el sufrimiento disminuye. Con eso la posibilidad de la gran transformación también.

Imagino que el pobre pochoclo, cerrado dentro de la olla, ahí adentro cada vez más caliente piensa que llegó su hora: voy a morir.

Dentro de una cáscara dura, encerrada en si mismo el pororó no se puede imaginar un destino diferente para si. No puede imaginar la transformación que está siendo preparada para él.

El pochoclo no imagina aquello de lo cual es capaz. Allí mismo, sin previo aviso, por el poder del fuego, la gran transformación se produce: BUM!

Así es como aparece como otra cosa totalmente diferente, algo que ni siquiera había soñado.

Bien, pero todavía tenemos el piruá, es decir, el maíz pisingallo que se resiste a explotar

Son como aquellas personas que, por más que el fuego les queme, se rehusan a cambiar. Son quienes piensan que no puede existir cosa más maravillosa que la forma que ellas son.

La presunción y el miedo son la dura cáscara del maíz que no quiere explotar. Así su destino es triste, pues quedarán duras de por vida.

No se van a transformar en flor blanca, tierna y nutritiva. No va a dar alegría a nadie.

Tomado del Libro “El amor que enciende la luna”
de Rubem Alves

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