¿Por qué somos quebrantados?

Por qué Dios Permite que atravesemos tiempos difíciles
¿Por qué somos quebrantados?
Cuando fijamos nuestra vista en el logro de nuestros objetivos, perdemos de vista los objetivos de Dios para nosotros. Debemos quebrar nuestro intenso amor hacia nosotros mismos si es que vamos a permitir que el amor de Dios nos envuelva y nos llene.
Por Charles Stanley



Un joven me dijo: «Hace dos años que soy cristiano y ¡no puedo decirle cuán diferente es mi vida ahora!
Luego, en un tono de voz muy serio y pensativo, añadió: «Sin embargo, algunas veces me pregunto por qué tuve que atravesar experiencias tan horribles antes de venir al Señor. Yo era alcohólico. Utilizaba a las personas. Me metí en problemas con la ley y estuve muy cerca de matar a un par de personas porque tuve un accidente mientras conducía bajo la influencia del alcohol. Hubiera querido que Dios me salvara mucho antes».
Entonces le respondí: «Tal vez había algo en ti que debía morir antes de que pudieras vivir cabalmente».
El joven pensó por un momento en lo que le había dicho. «Sí, usted tiene razón. Yo no estaba listo para dejar lo que llamaba la buena vida, hasta hace unos dos años y medio. Hasta ese momento pensaba que tenía una gran vida. Recién ahora me doy cuenta de lo terrible que era la vida que estaba llevando.»

Antes de que cualquiera de nosotros pueda vivir completamente de la manera que Dios quiere, debe morir al deseo de controlar su propia vida o de vivir de acuerdo con sus propios planes y voluntad.

Algo tiene que morir para que comience la vida
Un pasaje importante en las Escrituras acerca del quebrantamiento se encuentra en Juan 12:24-25. Al preparar a sus discípulos para su crucifixión y resurrección, Jesús les dijo: «De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto» (Juan 12:24).
Mientras tenga un grano en su mano, tendrá solamente ese grano. Puede ponerlo sobre el piso del granero, sobre el marco de una ventana, o hasta debajo de una cúpula de vidrio, o puede guardarlo por siempre. Sin embargo, seguirá siendo un solo grano. De su interior no saldrá nada. Con el tiempo se pudrirá y se convertirá en polvo.

Pero cuando uno toma esa semilla y la introduce en el suelo y la cubre con tierra fértil, el calor del sol y la humedad de la tierra obrarán conjuntamente sobre la cáscara exterior de ella. Antes de que pase mucho tiempo, la cáscara exterior se rompe y un pequeño brotecito verde comienza a abrirse paso a través de la tierra hasta que con el tiempo traspasa la superficie y sale a la luz del sol. Una raíz comienza a crecer hacia abajo, y ancla la semilla a la tierra. La semilla en sí desaparece mientras el tallo crece y con el tiempo produce una espiga de trigo o una mazorca de maíz. Esa espiga de trigo o mazorca de maíz produce docenas de granos, cada uno de los cuales posee la capacidad de crecer y convertirse a su vez en una planta.
De un solo grano de trigo, una persona podría llegar a plantar cientos de miles de hectáreas. Lo único que tendría que hacer es volver a plantar todos los frutos de un grano, y luego todos los frutos de sus granos, y seguir así sucesivamente.
Jesús estaba enseñando que en tanto que el grano permaneciera solo (sin que nadie lo plantara y sin que se rompiera) no podría llevar fruto. Por supuesto, describía lo que le estaba por suceder. En tanto que Jesús permanecía vivo, unas pocas personas podrían ser sanadas, unas pocas se beneficiarían con sus milagros, unas pocas se volverían a Dios a través de sus enseñanzas y de su predicación, pero en última instancia, el mundo seguiría sin recibir el perdón.
Para que su vida se pudiera extender y multiplicar, Jesús tenía que morir. Una vez que hubiera muerto y resucitado, su vida podría multiplicarse millones de veces, tal como ha sucedido a través de los siglos.
Quienes lo hemos recibido como nuestro Salvador y quienes hemos sido perdonados de nuestros pecados, tenemos nuestro nombre escrito en el Libro de la vida del Cordero porque Él estuvo dispuesto a morir.
A su tiempo, Él nos llama a cada uno de nosotros a tomar nuestra cruz –debemos morir con sacrificio a nosotros mismos y entregarnos a su causa– para que podamos vivir para Él y de acuerdo con sus propósitos.
Jesús prosiguió diciendo: «El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará» (Juan 12:25).

¡Debemos morir a nosotros mismos para obtener más de nosotros mismos y vivir eternamente! Debemos quebrar nuestro intenso amor hacia nosotros mismos si es que alguna vez vamos a permitir que el amor de Dios nos envuelva y nos llene.
Hay muchos otros pasajes de las Escrituras que hacen eco de esta misma enseñanza: al aferrarnos a nuestro propio deseo y a nuestra propia voluntad, perdemos. Al soltarlos y al permitir que Dios tenga el control, ganamos (véanse Mateo 10:39 y 16:24-26).

Dios desea diseñar nuestro futuro
A través de los años, he descubierto que aquellos que son más jóvenes suelen tener más dificultad en someter su vida totalmente al Señor. Ven cómo el futuro se extiende ante sus ojos, lleno de lo que perciben como oportunidades ilimitadas. Satanás los engaña al hacerles pensar que el futuro no puede ser bueno sin determinada realización y comienzan a perseguir lo que Satanás presenta como el ideal de vida. Por supuesto, sus planes nunca incluyen a Dios. El resultado de perseguir lo que Satanás presenta como deseable es un espíritu de afán. El afán es ambición pura, y en última instancia es una atadura. Las ilusiones que Satanás nos presenta como objetos que pueden darle valor, significado o peso a nuestra vida son sólo eso: ilusiones. Son como un espejismo en el desierto. Uno puede luchar, rasguñar y dar manotazos al aire al arrastrárse hacia el espejismo con toda su energía, año tras año, sin llegar jamás. Aquello que tiene apariencia de ser una fuente de vida en realidad es polvo seco. ¿Está mal comprar lo mejor que uno pueda dentro de sus posibilidades? ¿Está mal desear tener una esposa o esposo e hijos? ¿Está mal desear tener éxito en el trabajo? ¡No! Lo que está mal es pensar que no podemos vivir sin esas cosas. Lo que está mal es sustituir una relación con Dios por la adquisición de cosas, de relaciones o de logros.
Cuando fijamos nuestra vista en el logro de nuestros objetivos, casi siempre perdemos de vista los objetivos de Dios para nosotros. Solamente cuando hacemos que nuestra relación con Dios sea la prioridad número uno de la vida, Dios puede llevarnos al lugar en el cual lograremos y recibiremos lo que nos trae satisfacción verdadera. Todas las cosas que Satanás nos presenta no sólo como deseables sino también como necesarias para nuestra identidad, son engaños. Su intención no es ver a una persona bendecida, sino más bien provocar su perdición. Si existe en nuestra vida cualquier cosa que nos haga pensar que no podemos vivir sin ella, esto debería ser una señal de advertencia para que volvamos a evaluar nuestra relación con Dios y para que echemos otra mirada a nuestras prioridades. Jesús nos enseñó claramente: «No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:31-33).
Dios sabe lo que usted necesita. Él sabe lo que es mejor para usted, y la cantidad exacta que necesita. Lo cierto es que podemos vivir con muy poco, pero de ninguna manera podemos vivir plenamente sin Dios. Él es lo que necesitamos primordialmente y siempre. ¡Él es el único ser sin el cual realmente no podemos vivir! Las cosas que Satanás nos presenta como cosas que obligatoriamente debemos tener, son cosas pasajeras y temporales. Si estamos dispuestos a dejar de afanarnos por estas cosas y buscarlas sin importar su costo elevado, y en cambio decidimos volver a Dios, Él va a satisfacer todos nuestros deseos para el futuro. Si estamos dispuestos a dejar de definir nuestro propio futuro, Él nos dará algo mejor que lo que nosotros jamás podríamos haber arreglado, manipulado o creado. Su mejor voluntad será la nuestra, aunque sólo será así si estamos dispuestos a morir a ese rasgo egoísta e independiente para someter nuestra vida completamente a Él.

Dios desea determinar nuestras metas
Una joven vino a hacerme la siguiente pregunta luego de escucharme predicar acerca de esto: «Pastor, ¿está mal establecerse metas? Me parece que usted está diciendo que simplemente debemos vivir día por día, y confiar en Dios, sin tener ninguna clase de planes o metas». No está mal que nos establezcamos metas; lo que está mal es fijarlas sin preguntarle a Dios cuáles son sus metas para nosotros. Siempre debemos enfocar nuestra meta con sincera oración, y preguntarnos: «¿Qué es lo que deseas, oh Dios, que yo haga, que diga y que sea?» Nuestra oración debe ser la misma que hizo Jesús en el jardín de Getsemaní: «No sea como yo quiero, sino como tú» (Mateo 26:39).

Somos hechura de Cristo
¿Quién es el responsable por sus logros y sus éxitos en la vida? ¿Considera que usted es el responsable por aquella persona en la que se convertirá y por aquellas cosas en las que tendrá éxito? ¿O descansa en Dios para que Él viva su vida a través de usted, y para transformarlo de tal manera que Él lo use para sus propósitos?
Estas son dos perspectivas muy diferentes. Difícilmente vamos a rendir nos pronta y fácilmente al quebrantamiento si creemos que tenemos nuestro propio destino en nuestras manos.
La persona sabia enfrenta la realidad de que Dios merece y también exige el derecho y el control de todo lo que somos. Él tiene la autoridad de expresar su vida a través de nosotros, a través de nuestros labios, nuestros ojos, manos, pies, cuerpos, pensamientos y emociones, de la manera que Él elija. Nosotros no debemos ser meros reflejos de lo que Cristo fue, sino que tenemos que ser expresiones vivientes y caminantes de la vida de Cristo en el mundo actual.
La Biblia nos dice que una vez que reconocemos a Jesucristo como Salvador, ya no nos pertenecemos a nosotros mismos y no gobernamos ni determinamos nuestro futuro. Pablo escribió: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (Efesios 2:8-10). Como usted no ganó su propia salvación, tampoco es responsable de alcanzar su propia gloria en la vida. Usted es hechura divina, desde el comienzo hasta el final. Dios lo guía y lo dirige hacia las buenas obras que usted debe hacer para Él, obras que están totalmente en armonía con los talentos, las habilidades, las experiencias y las destrezas que Él le ha dado. Cuando miro hacia atrás, quedo asombrado al contemplar cómo Dios me llevó de un lugar a otro, de una experiencia a otra, siempre me colocó en la posición para dar el próximo paso en la vida, me puso siempre en lugares y situaciones en los que pudiera purificarme o donde pudiera desarrollar algo dentro de mí que sería útil a sus propósitos más tarde. Cuando era adolescente vendía periódicos para ganar dinero para comprar ropa y otras cosas que necesitaba. Una noche conversaba con un amigo llamado Julián mientras estábamos parados en la esquina de una calle donde vendía los diarios. Le dije que creía que el Señor me estaba llamando a predicar. «Sabes –le dije– debería ir a la universidad, pero no tengo el dinero para hacerlo.» Yo no conocía muy bien a este muchacho. Simplemente hablábamos acerca de nuestra vida de una manera más bien casual. En aquel preciso momento de la conversación, el pastor de mi iglesia se acercó caminando hacia nosotros. Julián le dijo: «Sr. Hammock, Charles cree que el Señor lo ha llamado para predicar. ¿Cree usted que podría ayudarlo para ir a la universidad?» Hammock respondió: «Bueno, podría ser. ¿Por qué no vienes a verme uno de estos días?» Fui a su oficina un día, y esta resultó ser una de las tardes más importantes de mi vida. El pastor Hammock hizo los arreglos para que recibiera una beca completa de cuatro años para la Universidad de Richmond a unos setenta kilómetros de mi ciudad. ¿Fue un accidente que yo hablara con Julián aquella noche, o fue casualidad que el pastor Hammock pasara por allí, o que Julián le dijera lo que le dijo? No. Dios obraba de maneras que yo no podía entender. Dios no solo es quien nos provee la orquestación, sino que también es nuestro compositor. El Señor es el autor y consumador de nuestra vida (véase Hebreos 12:2).
Mientras insistamos en escribir nuestra propia historia, Dios no podrá escribir su voluntad viva en nuestro corazón. Mientras insistamos en abrir nuestro propio camino, Él no podrá guiarnos por sus sendas de justicia. Mientras insistamos en vivir nuestra vida de acuerdo con los deseos propios, Dios no podrá impartirnos sus deseos ni podrá guiarnos hacia su integridad, su fecundidad y sus bendiciones. Mientras sintamos que tenemos el control de nuestro destino, no podremos experimentar cabalmente el destino que Él tiene para nosotros. Somos hechura suya. Cuando actuamos de otra manera, abrimos una brecha en nuestra relación de confianza con Dios y nos negamos a someter nuestra vida completamente a Él.

Extraído de «Las bendiciones del quebrantamiento», por Charles Stanley, Editorial Vida.

Deja un comentario