QUÉ HOMBRES SON ESTOS?

(Lucas 9:46-62)
INTRODUCCIÓN: En el capítulo anterior el tema giró en torno a la pregunta «¿Qué hombre este?». La misma fue hecha por los discípulos después que Jesús calmó la tempestad, trayendo gran bonanza en el embravecido mar (Lc. 8:22-25) Y es que la persona de Jesús, por su naturaleza y su poder, seguirá despertando en todos sus seguidores la misma pregunta: “¿Quién es éste?” En él siempre encontraremos ese sentido de asombro y de grandeza.

Ahora meditaremos acerca de los hombres que formularon la pregunta; de allí el presente tema. El evangelista Lucas nos ofrece una especie de “radiografía” que muestra las actitudes, motivaciones e intenciones de los hombres a quien Jesús llamó para estar con él. Estaban siguiendo a Jesús, quien les había declarado que su reino no era de este mundo, sin embargo en sus corazones se cobijaban sentimientos de grandeza, aspiraciones de popularidad y prejuicios que todavía no habían sido erradicados; y sobre todo, indecisiones para tomar seriamente la cruz de Cristo. ¿Qué hombres eran aquellos que viviendo en intimidad con en el Señor, revelan actitudes tan condenables e inaceptables? La cercanía con él, en lugar de inducirles a conocer mejor a su Maestro y su misión, les estaba llevando a satisfacer una satisfacción personal. Tales actitudes presentaban serias faltas a las que nosotros no escapamos. De alguna manera pudieran esconderse tendencias en nuestro caminar con el Señor que revelan la búsqueda de una posición para ser conocido, mas no tanto para servir.. Analicemos el carácter de los discípulos con plena conciencia de nuestras propias fallas. En algún momento nosotros también llegamos a reflejar el espíritu de aquel grupo de discípulos, en ese proceso de formar su carácter.

ORACIÓN DE TRANSICIÓN: Consideremos las faltas comunes de los seguidores del Maestro.

I. YO QUIERO SER EL PRIMERO. (El pecado del Orgullo) v.46-48
La búsqueda por el primer lugar no solo se da en las competencias deportivas; allí esto es necesario, pues cada uno de los participantes se ha preparado para ello. Esa búsqueda también es muy notoria en nuestras sociedades. Hay una continua lucha por querer estar en «primera plana». Para algunos esto es un reto y un prestigio. A lo mejor la aspiración de un soldado es llegar a ser un general. La de un maestro la convertirse en director de su escuela. La de un profesor la escalar hasta ser el rector de su universidad. El de un empleado el gerente de la compañía. El de un abogado u otro oficio parecido, llegar a ser el presidente de la república… Y en esa búsqueda por la GRANDEZA, muchas veces no importa qué valores se pueden sacrificar o por encima de quién se tenga que pasar; lo que importa es llegar arriba. Pero si esto es lo más común en el mundo, resulta muy extraño que se de en un ambiente cristiano, donde nuestro señor Jesucristo, el modelo a seguir, enseñó todo lo contrario. Este fue el problema de los discípulos. Un día disputaron entre ellos acerca de quién sería el mayor. El texto nos dice que “entraron en discusión”, con el fin de ver “cual de ellos sería el mayor” v.44. Bien puede uno imaginarse aquella discusión, donde el elemento de las cualidades y características se haría presente para alcanzar tal posición. Una serie de preguntas giraría en torno a la discusión de los doce ¿Qué diría Pedro, Juan, Jacobo, Tomás, Judas el cananita…? Pero aun más, ¿qué diría Judas Iscariotes con sus claras ambiciones por un gobierno reaccionario contra el sistema establecido? Y estando en eso, Jesús “frustró” sus aspiraciones colando a un niño entre ellos v.47 Al hacer esto, Jesús dijo que “el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande” v.48c. En nuestro caminar con el Señor, la humildad y no el orgullo, es la virtud que más necesitamos. Él enfatizó esta verdad, cuando dijo: “Si alguno quiera ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos” (Mr. 9:35b). No buscamos el primer lugar para servir, sino que servimos desde cualquier lugar. En la obra del Señor no podemos hacer las cosas por competencia. No son los lugares de privilegios y complacencia los que más buscamos. Más bien debemos aprender a caminar por lugares donde otros muy pocos caminan. Un seguidor de Jesús debe sacar de su mente y vocabulario todo vestigio de grandeza. La Biblia nos habla de un gran evangelista, de un gran pastor, de un gran orador cristiano, de un gran cantante, de un gran maestro, de una gran iglesia, de una gran convención o de “un gran siervo del Señor”. Jesús es nuestro modelo del verdadero siervo. Sus palabras, «Porque el Hijo del Hombre venido para ser servido, sino para servir…» (Mr. 10:45), debieran ser las que más aplicadas a todos lo que nos llamamos sus seguidores; y en especial, los que nos llamamos sus servidores.

II. NO TOLERO A OTRA PERSONA. (El pecado de los Celos). v. 49-50
El carácter de Juan, que luego se va conocer como el “apóstol del amor”, necesitaba un proceso de quebrantamiento que lo ayudara a sacar de su corazón el pecado de los celos. Puesto que otros no estaban siguiendo al Señor, aunque echaban demonios bajo la autoridad de Jesús, se los prohibió. Pero la exhortación de Jesús, que por seguro tuvo el sentido del reproche, le dijo “no se lo prohibáis”v.50. No se nos menciona quién era la persona que estaba “echando demonios en tu nombre”, pero creemos que ese hombre era un seguidor de Cristo. Jesús hizo ver al celoso discípulo que aquella persona era un hombre que había creído en él. Era alguien quién vivía bajo la comunión y el poder de Dios, pues el resultado se traducía en milagros. Era un hombre que tenía una gran simpatía para con los demás. Una persona poseída por demonios nunca está en reposo, ha perdido la memoria y hasta pierde la vergüenza; este era el caso del endemoniado gadareno (Mr.5: 15) Sin embargo, este hombre estaba trayendo paz a aquellos atribulados por Satanás. El era un combatiente contra el mal, y alguien que a su vez traía gloria a Jesús cuando trabajaba en su nombre y para su nombre. Se ha dijo que “estar celoso es el colmo del egoísmo; es el amor propio en defecto; es la irritación de una falsa vanidad”. Este, al parecer, fue el pecado que en un momento de su vida cometió el discípulo del amor, mientras formaba su carácter. No en vano escribió más adelante, lo siguiente: «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él” (1 Jn 3:14, 15). El amor, y no los celos, debiera ser la característica de todo hijo de Dios. En el seno de la iglesia no debemos permitir que los celos se apodere de lo que hacemos. Si algún hermano es usado para traer gloria a su nombre, más de lo que yo pueda estar haciendo, debo sentir el gozo de Juan el Bautista, cuando dijo: “Es necesario que el crezca y que yo mengue” (Jn.3:30) Bien puede aplicarse esto para el trabajo que otras denominaciones están haciendo. Debemos reconocer ellos, de igual manera, la gracia y el amor del Señor que no solo los hace hijos de Dios, sino que ellos trabajan para el mismo “equipo”. Al final Jesús le dijo a Juan «el que no es contra nosotros, por nosotros es» v.50b. La tolerancia cristiana es una de las virtudes que debemos todos desarrollar. Si alguien está trabajando para adelantar la causa del reino de Dios no debiera sino elogiarlo, estimularlo y hasta orar por él. De cuántas maneras se está llevando el evangelio en el mundo. ¡Son increíbles! Así, pues, nuestra preocupación debiera orientarse no tanto por aquellos que puedan estar «contra nosotros», sino hasta dónde nosotros podemos estar en contra del avance del reino del Señor. Los discípulos sin percatarse de su actitud, estaban poniéndose en contra del avance del reino de los cielos. ¡Cuidado con el pecado de los celos, no nos lleva a ninguna parte!

III. NOSOTROS SOMOS LOS ÚNICOS. (El pecado del Prejuicio) v. 51-55
La disputa entre samaritanos y judíos tenía toda su historia. Los samaritanos surgieron cuando los judíos fueron llevados en cautividad a Babilonia. Fue una mezcla entre israelitas y no israelitas. Una gran ruptura y odio racial se desarrolló entre ellos cuando Juan Hyrcano, sumo sacerdote y rey Macabeo, destruyó el templo samaritano en el monte Gerizim (109 a.C). Los prejuicios y las barreras entre estos dos grupos, medio hermanos, se puede ver cuando Jesús se entrevistó con aquella mujer samarita. La expresión dicha a Jesús «porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí» (Jn. 4:9b), revelaba la magnitud de la separación. Fue por eso que cuando Jacobo y Juan vieron el rechazo que los samaritanos hicieron de su Maestro v.54, se enfurecieron. Y tal fue el grado de su enojo que pidieron de inmediato que descendiera fuego del cielo y los consumiera, como había hecho Elías en los días de su profecía v.55. Esta actitud fue una demostración, que hacía honor a la forma como Jesús les había apodado: los «hijos del trueno» (Mr. 3:17) De alguna manera en la mente de los discípulos se mantenía la idea que ellos seguían siendo los únicos como nación y pueblo de Dios. Pero la reprensión de Jesús confronta a este condenable pecado del prejuicio. Jesús sencillamente les dice: «Vosotros no sabéis de que espíritu sois» v. 56ª. Un carácter vengativo no puede ser la obra de un seguidor de aquel que dijo: «porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder a las almas de los hombres, sino para salvarlas » v. 56b . El gran mensaje del evangelio se resume en esta sentencia: «Para que todo aquel que en él crea, no se pierda sino que tenga vida eterna» (Jn.3:16). La gente de todos las razas, idiomas y culturas tienen la misma posibilidad de salvarse. Nadie tiene “el derecho de propiedad» de la salvación. Cuando nos consideramos los únicos salvos, la única iglesia, la única denominación y la única organización, estaremos actuando como los «hijos del trueno». La reprensión, «vosotros no sabéis de qué espíritu sois», con la que Jesús condena el pecado el prejuicio, sigue vigente. Juan finalmente aprendió la lección. Cuando Jesús se revela con toda su gloria según la visión del Apocalipsis, Juan pudo ver la universalidad del mensaje de salvación. El tuvo la visión de los redimidos. Allí miró «una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos» (Apc. 7:9). Con mucha seguridad allí había muchos samaritanos de los que el un día pidió fuego del cielo para que les consumiera. La lección que aprendemos es que delante del Señor todos somos iguales. No somos los únicos. El evangelio del Señor nos recuerda que él «es poder de Dios para salvación a todo aquel que el cree; al judío primeramente, y también al griego» (Ro. 1:16) Fue en la casa de Zaqueo, aquel despreciado cobrador de impuesto, que el dijo: «Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lc.19:10)

CONCLUSIÓN: De la actitud de los discípulos aprendemos que un seguidor del Señor no debiera buscar una posición para servir, sino, en todo caso, servir desde la posición que se le asigne. El pecado del orgullo que pretende siempre el primer lugar, debe ser abolido de nuestro corazón. Lo mismo ocurre con los celos. En el reino del Señor el que «no es contra nosotros, por nosotros es». La tolerancia ha de ser una virtud muy amada por cada cristiano. Los que trabajan por adelantar el evangelio debieran despertar mi admiración y mi resto, pues ellos lo hacen por el nombre del Señor. Y debo recordar también que todos los hombres son dignos del amor de Dios. Él amó no solo a Israel, sino que «amó de tal manera al mundo, para que todo aquel que en él cree, no pierda, mas tenga vida eterna» (Jn. 3:16)


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