Sanación del paralítico como modelo de crecimiento espiritual

Marcos 2:1-12. Thomas Keating*, narra la historia de un hombre que habiendo emprendido el camino espiritual se propone comenzar a poner en práctica las virtudes del perdón, la prudencia, la paciencia y la razón. Sucede que hay una secretaria donde él trabaja a la cual nuestro amigo no soporta “ sus actitudes lo sacan por el techo”.

En varias ocasiones toma la decisión de aceptar a la mujer con sus defectos, pero nada parece funcionar.
Un día, nuestro amigo se va para un retiro y al cabo de unos días, llega muy santificado a la oficina. En su coraron había tomado la resolución de olvidar el pasado y no volverse a enojar.
El primer día que llega al trabajo, con su nueva resolución, se encuentra que la secretaria ha dejado sus medias sucias sobre su escritorio. Una hora después ésta, le riega el café sobre una carta muy importante que acaba de terminar y tiene que hacerla de nuevo. A la hora del almuerzo se desaparece por un par de horas, dejandolo solo con todas las llamadas telefónicas. Y como si fuera poco, en la mitad de la tarde, entra corriendo y le dice que almorzó con su novio y que se van a la playa por el fin de semana, y que por favor él se encargue del trabajo de ella por el resto del día. Y sin esperar una respuesta ni dar las gracias, se voltea y se va…
Cada embestida hace que nuestro amigo sienta más y más indignación. La paz interior que traía del retiro y de sus momentos de oración al principio del día, se han esfumado en un instante. El cerebro y el sistema nervioso corren a toda velocidad. En vez de tolerancia, salen a flote todos los abusos que ha tenido que sufrir a manos de esta mujer. Detrás, como una cadena de recuerdos, desfilan todas las personas desagradables que ha conocido, todos los sucesos que lo han alterado, toda su furia y sentimientos de venganza hacia este o aquel, todo está bien guardado en el archivo de su memoria.
Se le quita el hambre. Se le daña la noche. No puede dormir. Trata de distraerse viendo la TV y cuando un amigo lo llama por teléfono, desastroso!. Se tira en la cama y maquina, ¿por que no botan a esta mujer?, ojalá la parta un rayo. Sus comentarios se llenan de una ira ciega, rabia, odio y casi pierde la razón…vaya día para alguien que ha decidido comenzar una nueva vida.
El camino que nos lleva a la madurez espiritual está lleno de desafíos. A veces más de los que podemos esperar. Al igual que aquel hombre, cada día que iniciamos el camino de la fe nos llegan sucesos y obstáculos que nos desaniman y tratan de probar que estamos en el camino equivocado. Y justo cuando hemos decidido hacer unos ajustes, es precisamente cuando mas duro nos llegan las pruebas.
En un momento de lucha interior similar, el apóstol Pablo se siente que no puede más. Y se queja diciendo: “le he rogado al Señor tres veces, que quite este aguijón de mi carne. Y el me ha dicho bastate mi gracia por que mi poder se perfecciona en tu debilidad”. Pablo había sido herido profundamente por la ‘ponzoña’ de su propia limitación humana. Y frente a tal situación no tiene mas alternativa que crecer a través de su propia flaqueza.
Así como el paralitico del relato bíblico, enfrentar nuestras propias limitaciones requiere mucho mas que tomar una decisión consciente de cambio. A veces la parálisis lleva con nosotros tanto tiempo que nos hemos conformado a su realidad. Lo cierto es que a pesar de esto, cada uno de nosotros tiene acceso al poder transformador de Cristo, quien por medio de la fe puede renovar nuestras fuerzas espirituales y devolvernos a nuestro estado original.
Pero ¿cómo se da este milagro, y cómo este milagro puede servirnos de modelo de nuestra jornada espiritual?.
Primero debemos observar que antes de levantarse, el paralitico del relato tiene que descender. Para ser sanado, aquel hombre tuvo que bajar hasta donde estaba Cristo. Sus amigos lo llevan hasta el techo e hicieron un acceso por donde lo bajan hasta donde estaba el maestro.
Tradicionalmente la jornada espiritual se asocia con imágenes de escaleras y caminos ascendentes. Siempre tendemos a idear que el crecimiento espiritual se da hacia arriba.
Para Keating, la jornada espiritual no se trata tanto de subir hasta las nubes, como de descender a lo más profundo de nuestro ser, para confrontar nuestras motivaciones y los programas mentales que hemos adquirido desde nuestra infancia. Si queremos progresar en nuestra fe, debemos mirar con suma cautela todas las emociones que experimentamos a diario y descubrir cuáles son las razones que las motivan.
Preguntarnos introspectivamente, ¿de dónde proviene la soberbia que aveces muestro, la necesidad de mentir o de fingir lo que no soy? ¿por qué soy avaro, qué me motiva a ser una persona vulnerable a la ira, a la pereza, la envidia, etc?. Como dice Keating: “la mayoría de las personas está totalmente desapercibida de que los programas emocionales están funcionando con gran fuerza e inconscientemente influencian todas sus decisiones importantes y su forma de juzgar a los demás.”
Para logar una sanidad debemos ir a la raíz del problema y confrontar el falso yo.
Permitame compartir con ustedes la historia de un macho. Había en un barrio un típico macho, dado a la violencia, pero especialmente al abuso de la bebida. Esa era “su lado fuerte”. Su gran orgullo siempre fue el llegar a la taberna del barrio y ganarle a todos en la competencia del “más que bebe”. Sentía una gran satisfacción cada vez que vencía a todos sus contrincantes. Experimentaba un bienestar indescriptible cada vez que era el único sobreviviente de la barra. Por lo general, al otro día visitaba cualquier otro lugar pues siempre necesitaba sentir que era el mejor en su clase.
Pero un día algo inaudito ocurre. Un predicador de la calle le habla de Jesús y el bebedor acepta el reto de cambiar su vida totalmente. En la Iglesia había un grupo de hermanos que solían hacer prolongados ayunos como un ejercicio espiritual. ¿Qué creen?. Nuestro personaje se integra a este grupo y con la misma intensidad, ahora es la persona que más tiempo dura sin probar bocado alguno. Este convirtió en su nuevo “lado fuerte”. ¿Curioso no?. De bebedor compulsivo pasa a ser el menos que come. ¿Pueden intuir el vinculo entre ambas cosas?. – Tanto en uno como en el otro el común denominador es el falso yo.
El problema real de este hombre, el falso yo, yace escondido debajo del orgullo. Para vencerlo debe confrontar esta realidad y comenzar una travesía espiritual acompañada de oración, meditación y búsqueda profunda hasta poder vencerla.
El orgullo es tan nocivo para el alma como lo es la parálisis en el cuerpo. El orgullo es un impedimento espiritual de tal magnitud que nos priva de la participación de la comunión con los demás. Dice Fernando Savater: “ser soberbio es básicamente el deseo de ponerse por encima de los demás. No es malo que un individuo tenga una buena opinión de si mismo-lo malo es que no admita que nadie está por encima de él en ningún campo.”
Para San Agustín, la soberbia no es grandeza sino hinchazón, y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano.
El problema con el orgullo es el menosprecio del otro. Para combatir este sentimiento, los judíos tienen un proverbio que dice: Uno debe llevar en un bolsillo dos papeles. En uno debe estar escrito: para mi fue creado el mundo y en el otro bolsillo debe decir: soy simplemente polvo y cenizas”.
Este falso yo se va construyendo en nosotros/as paulatinamente y echando raíces, por medio de experiencias de pasado, y frustraciones que traen como resultado nuestra esclavitud a fuerzas invisibles -que como los hilos de una marioneta nos mueven de un lado a otro, a menos que tomemos control de ellos.
Por eso me hace mucho sentido la prioridad que Jesús le asigna al perdón de los pecados del paralitico antes de declarar que tomara su camilla y retornara a su casa. Ante todo Jesús le dice al paralitico: “tus pecados te son perdonados”. El milagro siempre se origina en el interior del ser humano y luego se expande a todo lo que le rodea.
Keating narra la historia personal de su llegada al monasterio. Como parte de sus ejercicios espirituales estaba el orar por mas de cinco horas consecutivas-de pie o arrodillado. Junto a el en la Iglesia, otro monje solía hacerlo también. Pero a este el Abad le había permitido sentarse en los bancos. Durante meses, Keating comenzó a experimentar celos de aquel hombre. No solo por que estaba sentado, sino por que al mirar su rostro realmente parecía estar disfrutando de su ejercicio de oración. Aquel monje hasta llegaba antes que el. Por meses, narra como tuvo que luchar contra estos sentimientos de celos y envidia. Dice: “ poco a poco, por medio de la oración empecé a darme cuenta de que mis pensamientos eran producto de mi envidia.
“Que bien! Me encontraba en este lugar santo, en una postura santa, tratando de practicar la mas santa de las formas de oración, y lo que estaba haciendo era envidiando los logros espirituales de la otra persona-lamentablemente estaba mejor antes de venir a este monasterio.” Entonces llega la tentación-“tal vez debería dejar de orar e irme”. Esta tentación continuó durante varios meses. Hasta se le ocurre pensar que es mejor dejar de orar, por que cada vez que trataba de orar le invadían los celos. Cuando fue donde su Abad para pedir consejos, éste le recomienda que continúe en oración, sin desanimarse por lo que sucediera. Junto a la gracia divina, ahí estaba como una sombra el falso yo.
El hermano monje no había hecho nada. Dios simplemente lo usó como espejo que le refleja su propio problema. Allí podemos ver que la persona que mas nos molesta puede ser, el mejor regalo de Dios.
Volvamos al relato bíblico…
El milagro del paralitico se efectúa, Jesús da la orden y el hombre recobra el sentido verdadero de la vida. Había descendido a las profundidades de su falso yo y lo que antes era razón de lastima se convierte en un motivo para glorificar a Dios.
Dice Keating “la faena de seguir a Cristo es como trabajar con un psicoterapeuta que tiene una visión clara de lo que anda mal dentro de nosotros. Con un acierto increíble, Dios pone el dedo en la llaga que necesita ser atendido en ese preciso momento de nuestro crecimiento espiritual.
Si estamos aferrados al celo, o la ira, al orgullo, al temor, a la codicia, a la envidia o a la apatía hoy Dios te pregunta, ¿por que no me das esto?.
La orden de Jesús al paralitico fue especifica, “levantate, toma tu camilla y vete a tu casa”. Tres cosas antecedieron este milagro: hubo un decenso, hubo una confrontación del falso yo y finalmente hay que dejar ir aquello que durante tanto tiempo le ha condenado a ver la vida desde una óptica limitada, terrenal y enferma.
Amada Iglesia nuestra travesía espiritual no se distancia de esto que hemos escuchado. ¿Que cosas hoy te pide el Señor que le entregues?. Cada uno de nosotros tiene su propia lucha, sus propios obstáculos y como aquel monje llegaran momentos de tentación donde desearemos abandonar la jornada. Mas yo te digo en esta mañana, levantemos el espíritu, sigamos orando, buscado el rostro de Dios y vayamos en esta jornada hasta el encuentro con Jesús, el hijo de Dios, nuestro Señor.
Y así, si persistimos en la carrera venceremos los desafíos de la vida y escucharemos las palabras de Jesús que nos dicen: levantate, ya estas sano, eres una nueva criatura, vete a tu casa y cuenta las cosas maravillosas que Dios ha hecho en tu vida. A El sea la gloria por los siglos, amen.
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* Thomas Keating. Invitación a amar. 2002.

 Rvdo. Richard Henry Rojas

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