Sedientos por Dios

Las promesas del Señor son maravillosas. Si le temes y buscas serás bendecido y prosperado, todo tu esfuerzo obtendrá fruto. Nuestra alma es como nuestro cuerpo, siente hambre y sed que necesitan ser saciados. El mundo con sus afanes nos desgasta, pero Él ha prometido darnos descanso.

Promesa de restauración

Salmo 42: 1-5 dice: Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios? Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios? Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; De cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta. ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.

Este es un salmo precioso que nos llena de esperanza. Bramar es una desesperación fuera de límites por beber agua. No es tener un poquito de sed, sino estar prácticamente muriendo por refrescarse. Se dice que los ciervos comen víboras venenosas que les provocan fiebres altas, entonces sienten una sed exagerada. Cuando sometemos nuestro cuerpo a esfuerzos muy grandes, si hacemos ejercicio o estamos en un ambiente demasiado caluroso la reacción inmediata es buscar hidratarnos. Nosotros somos diferentes a los animales, somos inconformes y siempre buscamos algo más, pero en la necesidad de tomar agua somos muy parecidos.

Muchas veces decimos tener hambre y sed de Dios pero solamente acercándonos a Su presencia sabemos cuánto puede llenarnos. Tenemos conciencia de la magnitud de nuestra sed hasta que vemos el agua frente a nosotros. Cuando estudié este salmo descubrí que cada día anhelo más del Señor y no dejo de buscarle porque sé que solamente Él puede saciarme.

Proverbios 20:27 nos dice: Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, La cual escudriña lo más profundo del corazón.

La palabra espíritu significa conciencia, o sea el sentido instintivo del bien y del mal que produce culpa cuando actúas de forma equivocada. Tu conciencia te dice si quieres más de Dios, pero Él siempre ha estado interesado en cautivar tu espíritu. Para que puedas acercarte con libertar a saciarte debes entregarle tu conciencia y voluntad. Deja que trate contigo y te libere de toda culpa.

Bienaventuranza para el sediento

Mateo 5:6 nos recuerda: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

No estaremos satisfechos hasta que Dios nos llene. Hace poco leí la historia de unos traficantes de pieles en la Rusia del siglo XVIII. Eran crueles y sanguinarios. Arrasaban con las aldeas donde robaban. Al preguntarles porqué cometían tales atrocidades y no temían ni a Dios ni al Zar que era el rey de esas regiones, ellos respondían: “Dios está en el cielo y el Zar en su gobierno”. Con esa respuesta querían decir que no les importaba lo que les sucediera porque se sentían alejados de toda autoridad. En su salvajismo, eran conscientes de la existencia de Dios, aunque su vida no lo reflejara. A veces nos sucede igual, sabemos que Dios existe, nos acercamos a Su presencia pero no somos capaces de sujetarnos y dejarnos llenar como es debido. Sentimos que está lejos y es inalcanzable, pero nos equivocamos porque Él está cerca, junto a cada uno de nosotros y nos anhela profundamente.

Si realmente tenemos hambre y sed del Señor, debemos permitir que sea nuestro acompañante de vida. No lo dejes en la iglesia junto al púlpito cada domingo, Él quiere acompañarte a donde vayas.

Justicia divina

En Romanos 10:3-4 leemos: Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree.

Debemos hacer la justicia de Dios, no la nuestra. Busca la Palabra, absórbela y multiplícala porque tus frutos son la prueba de que bebes en Sus aguas. No te agobies, Él sabe que tu necesidad en muy grande y también sabe cómo calmarla. Quiere descargar tu corazón y llevarte a otro nivel de bendición, así que debes liberarte de tus angustias y entregarte por completo. Él te llevará a la orilla pero sólo tú puedes lanzarte de cabeza y refrescarte. Cuando lo logres, toma el compromiso de llevar a otros a ese remanso de agua viva. Comparte tu bendición con los sedientos.

Joel 2:28-29 promete: Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días.

El Espíritu Santo ha sido prometido a todos. Jesús entiende tu sed de Dios porque la experimentó y ahora es Él quien puede saciarla. Si lo recibiste en tu corazón, ya tienes el cumplimiento y debes aprovecharlo. Por Su sangre adquirimos el derecho de transformarnos en hijos del Padre Celestial y somos parte de Su cuerpo.

Congrégate y busca rodearte de hermanos que te acerquen a la fuente de vida eterna porque tienen esa misma necesidad de encontrarle. Es importante ser una gran familia en el Señor.

Fuente de vida

Juan 7:37-38 dice: En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.

Cuando Jesús dijo estas palabras aún no había venido el Espíritu Santo. Pero ahora tenemos la oportunidad de recibir sin límites. Tírate de clavado, no le tengas miedo al agua. Esos ríos están allí esperando a que te sumerjas y te sacies sin temor. No te quedes con hambre o sed, pierde la educación y cordura por Él.

Cuando estoy en Su presencia no quiero dejarlo, me siento brillante y transportada a otro planeta. Esa es la promesa, llevarte más allá. Procura una buena relación con tu Padre que vivifica y restaura. Búscale, acércate a la fuente de agua y bebe hasta saciarte para poder ayudar a otros que sienten la misma sed. Agradécele sus bendiciones y pídele que te llene de los pies a la cabeza.

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