Como de costumbre desde cuando abandonó las pandillas y gracias a Jesucristo se liberó del hábito de las drogas, guardó el Nuevo Testamento en un bolsillo de la camisa. Era pequeño, azul, de papel fino. Solía llevarlo a todas partes y entretenerse leyendo las Escrituras cuando debía hacer alguna espera. Esa costumbre, aquella mañana calurosa en Santiago de Cali, le salvó la vida.