Testamento de un viejo profesor

Tuve un viejo profesor que me habló así de Dios. Era tan viejecito y estaba tan achacoso que sólo podía moverse apoyado en un bastón, arrastrando l


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Tuve un viejo profesor que me habló así de Dios. Era tan viejecito y estaba tan achacoso que sólo podía moverse apoyado en un bastón, arrastrando los pies con dificultad. Pero su corazón era valiente y
sus ojos brillaban con una luz superior.

Cuando entraba en clase, me daba la impresión de que venía de lo alto de una montaña, en donde había estado hablando con Dios.
Una vez nos dijo, con sus ojos llenos de luz: «Voy a hablaros de Dios y hoy me voy a atrever a definirlo».
Todos nos quedamos atónitos, pendientes de sus labios, atentos a la gran revelación que iba a hacer.

Y empezó así: «¡Dios es gracia!» E hizo un largo silencio.

Nadie lo interrumpió. Su rostro brillaba y sus manos temblaban.
Parecía que veíamos, dentro de él, un gran fuego que le quemaba el corazón, un fuego que quemaba sin consumirse.

Y prosiguió:

«Dios es gracia, solamente gracia. Nada más que gracia. Todo lo que hace es gracia. Todo lo que dice es gracia. Cada uno de sus gestos es solamente gracia.
Cuando mira a una criatura, lo hace con gracia.
Cuando toca a alguien, lo toca con gracia.
Cuando un hombre muere, le cierra los ojos con gracia.
Y cuando esa persona se encuentra con él,
experimentará la alegría de ver la fuente de todas las gracias».

No dijo más. Ni nosotros le preguntamos. Poco después, murió. Pero nosotros, sus alumnos, guardamos esa su última lección, como su testamento espiritual, como un
testamento de la gracia.

Tomado del Libro «Con el corazón abierto» de Neylor J. Tonin

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