Valores emergentes

Por Brian D. McLaren.  El pastor Brian McLaren nos ayuda a entender por qué varias situaciones especiales están ocurriendo en la iglesia actualmente. Además, explica como la iglesia debe experimentar una formación espiritual, comunal y misional, tomando en cuenta las nuevas características de los cristianos de hoy en día.

Me involucré en el ministerio pastoral por medio del departamento de inglés en lugar del departamento de teología. No planeaba convertirme en pastor, pero usted sabe como estas cosas suceden.

 

Hubo momento en la universidad (a finales de los años setenta) que no olvidaré. No fue el momento en que uno de mis estudiantes de composición de primer ingreso (yo tenía un grupo de estudio) me dijo que tenía problemas de ortografía, por eso, quería entregarme las tareas de composición en un cassette en lugar de hacerlo en forma escrita.

 

No, fue el momento «ya sé» con respecto a una nueva escuela de teoría literaria, más tarde asociada con los términos «post-estructuralismo» y «deconstrucción». Un escalofrío estremeció mi cuerpo y dos pensamientos me embargaron:

 

1. Si esta forma de pensar se expande, el mundo entero cambiará.

 

2. Si esta forma de pensar se expande, la fe cristiana como la conocemos estará en problemas.

 

En ese entonces, no podía explicar por qué estos pensamientos capturaron mi atención, pero mi intuición estaba en lo correcto, creo. Estaba «enfrentándome» a lo que actualmente conocemos como «posmodernismo», una corriente que tiene tanto continuidades como discontinuidades con la modernidad de donde crece, se arraiga, y reacciona contrariamente (tal vez como un adolescente).

 

Otro momento surgió a inicios de la década de los noventa. Había dejado de enseñar en la universidad para empezar a pastorear una iglesia. Un recién llegado de nuestra iglesia, un buscador espiritual, altamente educado, motivado y escéptico de las respuestas sencillas, me estaba haciendo preguntas difíciles, yo daba mis mejores respuestas apologéticas (gracias a C. S. Lewis, Francis Schaeffer, y Josh McDowell), pero no estaba llegando a nada.

 

Mis argumentos lineales de Mentiroso-Lunático-o-Señor, propuestas de esto o aquello, y el infalible sistema de creencias no incrementaron la credibilidad del evangelio para mi nuevo amigo; al contrario, hicieron que el evangelio fuera menos creíble, tal vez hasta un poco barato y poco profundo.

 

«Oh no», pensé. «Ese tipo de pensamiento que enfrenté cuando estaba en la universidad se ha propagado, y el cristianismo como lo conozco, está en problemas.»

 

Desde entonces, he estado menos ansioso y he tenido mucha más esperanza con respecto al futuro, a medida que descubro las oportunidades que surgen de los desafíos de la cultura emergente (Después de todo, la modernidad no era, para la iglesia, un día de campo de escuela dominical).

 

La forma en que tradicionalmente habíamos expresado el cristianismo podría estar en problemas; sin embargo, el futuro podría albergar nuevas expresiones de fe cristiana tan eficaces, fieles, significativas y transformadoras del mundo como las que actualmente conocemos.

 

En años recientes, en la cultura emergente, he conocido, comunicado, conversado y conspirado con muchos ministros usualmente más jóvenes. He visto tres temas –o ríos si así desea llamarlos– que aparentemente están moldeando los contornos del ministerio. ¿Son estos ríos radicales, amenazadores y revisionistas? O, ¿son continuos, armoniosos y resonantes de nuestro pasado? Tal vez es un poco de ambos.

 

El río de la formación espiritual

Compare la búsqueda del cristianismo moderno por el perfecto sistema de creencia con la arquitectura de las iglesias medievales. Los cristianos de la cultura emergente podrían mirar atrás hacia nuestras estructuras doctrinales (declaraciones de fe, teologías sistemáticas), así como miramos las catedrales medievales. Estas poseen una belleza real que debería ser preservada; sin embargo, hoy en día están vacías, inhabitadas, o no se utilizan tanto. Son más atracciones turísticas que lugares santos.

 

Muchos de nosotros no podemos imaginarnos esto.

 

Si el cristianismo no busca (o defiende) el perfecto sistema de creencia («la iglesia del último contingente»), entonces, ¿qué queda? En la cultura emergente, creo que el cristianismo será «un estilo de vida», o «un camino de formación espiritual».

 

La transferencia sugiere un cambio en las preguntas que la gente hace. En lugar de «¿cómo puedo estar en lo correcto con respecto a mi creencia para así ir al cielo?» la nueva pregunta parece ser, «¿cómo podemos vivir la vida al máximo para que se haga la voluntad de Dios tanto en la tierra como en el cielo?».

 

En lugar de «Si usted muriera esta noche, ¿podría asegurar que pasaría la eternidad con Dios en el cielo?», la nueva pregunta parece ser, «si usted viviera por otros treinta años, ¿qué clase de persona sería?».

 

No estoy seguro de que ya exista alguna iglesia posmodernista. Sin embargo, aun en las iglesias modernas, podemos sentir una tensión creciente, un descontento instigador: ¿Por qué no estamos haciendo mejores discípulos? ¿Por qué las personas no son más santas, felices, pacificadoras, alegres y semejantes a Cristo?

 

En una subcultura cristiana que tiene acceso a radio y televisión cristiana las veinticuatro horas, empapada de libros y publicaciones de calidad y cantidad jamás vista, instruida por los sistemas de seminarios de últimos conocimientos, e inspirada por una industria de música de adoración del corazón, ¿por qué tan pocos de nuestros buenos cristianos son verdaderamente buenos cristianos?

 

¿Por qué tantos necesitan antidepresivos? ¿Por qué la mayoría de los que tienen conocimientos bíblicos son tan espiritualmente pobres? ¿Por qué nuestros pastores se desalientan tan a menudo? ¿Por qué nuestros oradores (humanos y electrónicos) tienen que hablar tan alto para obtener una respuesta, e incluso cuando la tienen, por qué la respuesta es tan poco profunda o temporal?

 

Ese descontento podría ser el punto final para muchos de nosotros, pero es el punto de partida para nuestros hermanos y hermanas de la cultura emergente. Ellos no están interesados, si el cristianismo no da fruto en una forma, ritmo o estilo de vida que cede a la semejanza de Cristo en una medida real. El ser «salvo» puede dudarse, si las personas no están siendo transformadas.

 

Por esa razón, creo, vemos tal resurgimiento de interés por escritores católico-romanos y ortodoxos, especialmente los pre-modernos. Para encontrar el énfasis de la «renovación del corazón», tenemos que volver (con algunas excepciones) a San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Benedicto, Ignacio, los Padres. Esa es la razón por la cual buenos bautistas y presbiterianos se encuentran a ellos mismos pidiendo por dirección espiritual en algún monasterio católico local.

 

En este escenario, el predicar pierde y gana terreno. En lugar de transferir información para que la gente tenga una coherente y bien formada «visión mundial» (a menudo un nombre optimista para la teología sistemática), predicar en la cultura emergente ayuda a una transformación inspiradora. En cierta forma, el que la predicación deje de ser el centro de la adoración pública, apoyado por abundante música. El predicar baja de su pedestal para unirse al canto, a la última Cena del Señor, a la oración, al silencio, y a la declamación como un ritual formativo o práctica entre muchos.

 

Este aparente descenso de rango puede realmente fomentar ya que predicar deja de ser percibido como un argumento bien-razonado, para convertirse, cada vez más, en una práctica compartida entre el predicador y las personas que lo escuchan. En esta práctica, la Palabra corre entre nosotros como riachuelos en una pradera después de que ha llovido, para así alimentar a la fresca vida verde para que esta brote. El predicador se convierte en el líder de un tipo de meditación grupal, menos erudito y más sabio, menos catedrático y más poeta, profeta, clérigo.

 

En este nuevo contexto, creo que veremos surgir a un nuevo tipo de profesional religioso: el liturgista, el artista que entrelaza hilos tanto antiguos como contemporáneos. Una persona que crea una textura que une la experiencia de la gente, ya sea el gozo exuberante del carismático y la quietud profunda del contemplador, junto con el deseo atento para aprender (tal vez ¿la mayoría de la características de los evangélicos?).

 

Como el director de una orquesta, el liturgista transformará, creo yo, la adoración pública de una exhibición o disertación semanal a una experiencia semanal de una formación espiritual grupal.

 

En mis momentos de esperanza, veo que este nuevo énfasis en la formación espiritual hace posible una convergencia. Lo que llamaríamos pos-evangélicos y pos-liberales que empiezan a encontrarse unos a otros en este punto en común de formación espiritual, acogido y auspiciado por nuestros hermanos y hermanas católicos y ortodoxos. Lo que es tierra nueva para nosotros ha sido para ellos su tierra natal desde hace mucho tiempo.

 

El río de la comunidad auténtica

Lesslie Newbigin, misionero británico en la India, resultó ser uno de los teológicos más importantes del siglo veinte y uno de los guías más importantes para los líderes innovadores cristianos en el siglo veintiuno. Él nos hizo recordar que Jesús nunca escribió un libro o fundó una escuela. Al contrario, su legado era una comunidad. El más grande hermenéutico del evangelio, diría él, es una comunidad que busca vivir por ella. (Véase The Gospel in a Pluralist Society [El evangelio en una sociedad pluralista], Eerdmans, 1990, o The Open Secret [El secreto descubierto], Eerdmans, 1995.)

 

No me sorprende que las megaiglesias se desarrollaran en la reciente modernidad. Una cultura que creyó que la ciencia y el gobierno secular podían resolver la mayoría de nuestros problemas. Una cultura que asumió que la religión en general y la iglesia en particular no aceptaban a las industrias. Por eso, tuvo sentido el hecho de que los cristianos encontraran consuelo y confianza en los grandes rebaños.

 

«¿Lo ven? ¡Somos importantes! ¡Somos grandes y fuertes!», dijeron nuestros grandes números a una cultura incrédula que trataba de destituirnos. (No estoy «en contra» de las megaiglesias. Tienen y tendrán muchas ventajas, pero irónicamente, su tamaño puede convertirse en una creciente desventaja.)

 

¿Qué ocurrirá cuando el ambiente cambie, cuando «postsecular» sea un término aceptado para describir nuestros tiempos, cuando los intelectuales de la torre de marfil se unan a los adolescentes con tatuajes y piercing para decir, «no soy un religioso pero una persona espiritual»?

 

Ahora los grandes números ya no importan tanto: la cantidad de personas es menos importante que la calidad de las relaciones. De esta forma el «crecimiento de la iglesia» de los años ochenta y noventa ha cedido su lugar a la búsqueda de la comunidad. Esta búsqueda es esencial, pero también es arriesgada y difícil.

 

Wendell Berry describe cómo las comunidades alrededor del mundo son destruidas por la proliferación de los «públicos» (gobiernos, corporaciones) que apelan al interés propio de los individuos (Véase Sex, Economy, Freedom and Community [Sexo, economía, libertad y comunidad], Pantheon, 1994). En su codicia por votos y ventas, los públicos debilitan paulatinamente las virtudes requeridas para sustentar la comunidad, mientras incrementan los defectos que la dividen.

 

Piense en el vendedor de autos quien exitosamente utiliza las sensuales piernas de una mujer para vender autos y, simultáneamente, debilita cientos de matrimonios por golpear a la ya maltratada fidelidad masculina. Esos golpes aumentan.

 

En esta difícil situación, la iglesia busca edificar una clase de comunidad milagrosa de virtud que no esté basada en la raza, cultura, condición social, riquezas o incluso antecedentes religiosos, sino más bien una comunidad unida en el Espíritu de Jesucristo. ¿Quién más está edificando una comunidad en este mundo de públicos que se propagan e individuos interesados en ellos mismos? La iglesia es, en muchos lugares, el único edificador de comunidades que queda en un pueblo. Lamentablemente, muchas iglesias funcionan más como públicos, succionan a los vecindarios dentro de actividades de iglesias que aíslan al creyente de su vecino, y frustran la oración de Jesús de que sus seguidores permanecieran en el mundo.

 

Pero la búsqueda de la comunidad en sí puede también ilusionar con un idealismo peligroso. En Life Together [Vida en comunidad], Dietrich Bonhoeffer describió el peligro de los «sueños», donde mi ideal de comunidad cristiana me hace odiar al hermano cristiano que frustra el alcance de mi ideal porque habla demasiado, o habla muy poco, es demasiado rudo, o muy cortés, o lo que sea.

 

De igual manera, el ideal de la comunidad en sí puede convertirse en una comodidad que las personas desean experimentar, tanto como experimentarían Disney World, simplemente para destacarse. Es difícil imaginarse un lugar más deprimente que una habitación con cientos de personas que se jactan esperando que exista una comunidad para ellos.

 

De esta forma, esta búsqueda por una comunidad nos desafía a no buscarla como una comodidad, sino más bien para alcanzar el amor (el cual es paciente, benigno, no se envanece, etcétera), como una práctica cuyo subproducto es la comunidad. En esta búsqueda, nos enfrentamos a muchos elementos –no sólo nuestro egoísmo habitual y nuestro mal genio, pero también problemas sistemáticos masivos, como por ejemplo:

 

1. Nuestra dependencia de los automóviles los cuales nos aíslan en pequeñas cajas de metal y vidrio, y que nos transportan de las cajas de vidrio y concreto, como lo son nuestros lugares de trabajo, centros comerciales, y edificios eclesiásticos, hasta las cajas de vidrio y yeso llamadas hogar, donde vemos lo que ocurre en el mundo a través de cajas de plástico y silicona llamadas televisores y computadoras. Esta vehículo-dependencia convierte a los vecindarios en comunidades de habitaciones (una contradicción), para que durmamos, no en comunidades, sino en desarrollos habitacionales. Los pórticos del frente ya no existen; las terrazas traseras los han reemplazados. Ya nadie camina por las calles, y si lo hacen, están tan ocupados con sus teléfonos celulares que ya no saludan a sus vecinos, y mucho menos para detenerse y tener una pequeña conversación.

 

2. Nuestro estilo de vida maníaco que quiere una comunidad, pero rápida, cómo las papas a la francesa, y sin la grasa.

 

3. Nuestra transitoriedad, que significa que justo en el momento en que, en contra de todas las probabilidades, nos acercamos a un círculo de amigos, la mitad de ellos ya se habrán mudado o ido lejos.

 

No es de sorprenderse que en este mundo fragmentado, la comunidad de convierta en un valor más alto, aun cuando es tan difícil de alcanzar y mantener. Tampoco es una sorpresa que el interés por las iglesias caseras aumentara en estos tiempos, donde la vida compartida de unos pocos es tan importante que incluso el molestarse por la adoración pública es opcional.

 

Lanzar un programa de grupos pequeños a esta hambrienta comunidad es como alimentar a un elefante con hojuelas de maíz, pero una a una. Lo que se necesita es una reorganización profunda de nuestro estilo de vida, y no otra hora semanal estresante para la «comunidad».

 

Por supuesto, tal vez una pequeña comunidad programada es mejor que nada, pero espero que esta sed por comunidad guíe a un montón de experimentación en los próximos años. Quizás muchas de nuestras iglesias se conviertan más como iglesias católicas del pasado, donde la parroquia ideal tenía unas cuantas propiedades donde los monjes y las monjas vivían en comunidad, y donde practicaban la hospitalidad radical que sobreabundaba para la comunidad.

 

Tal vez lleguemos a reconocer que si unas cuantas personas en nuestras iglesias practican esta hospitalidad radical y generosa comunidad, su extraordinaria devoción nos calentará a todos y moldeará nuevos caminos de vida para nosotros los ciudadanos maníacos, transitorios, auto-conductores de comunidades habitacionales. O quizás lo que actualmente llamamos grupos pequeños se transformen más y más en nuestras iglesias caseras, guiándonos a una vida en común más verdadera.

 

Cualquier nueva o variada forma que tome nuestra búsqueda por comunidad requerirá nuevas y variadas formas de liderazgo. Espero que el líder-como-dirigente, líder-como-erudito, líder-como-terapista, y líder-como-héroe/mártir promuevan estilos de liderazgo menos dominantes, pero no menos importantes. Menos como el hombre detrás de la cortina en la historia de El mago de Oz, y más como la joven Dorothy, líderes comunales de la cultura emergente que cada vez más se parecerán al líder buscador en un viaje que, a pesar de que no posee todas las respuestas, posee una pasión contagiosa para encontrar el camino a casa –y llevar a otros en nuestra búsqueda en común de amor, valentía, sabiduría, y hogar.

 

El río de las misiones

La primera vez que escuché la palabra «misional» me pareció algo extraña. Mi corrector de ortografía todavía intenta corregirla. Pero la palabra vino para quedarse, para incluir y reemplazar adjetivos más conocidos como misionero, evangelizador, y socialmente activo. Misión en este sentido incluye misiones y mucho más. Une evangelización y acción social, «hogar» y «extranjero». Integra preocupaciones cristianas que van desde la reconciliación racial hasta la administración ecológica, el hacer buenas obras y el hacer nuestro trabajo diario con bondad (la cual es un fruto del Espíritu menospreciado).

 

 

Viejas categorías emergen en lo que creo es un cambio radical en nuestra teología, de un sistema en el cual «misiones» es un departamento de teología, a un nuevo lugar donde la teología es un departamento de las misiones.

 

Una vez hablé con Dallas Willard acerca del Islam y él expresó este pequeño pensamiento: «Recuerda, Brian, en un mundo pluralista, una religión es valorada por los beneficios que le trae a sus no-partidarios.» Este comentario se albergó en mi pensamiento, y me hizo recordar ciertas palabras de nuestro Señor, como «las aves de los cielos» haciendo nidos en las ramas del reino de Dios, gente que ve la luz de nuestras obras y «glorificando a vuestro Padre de los cielos», «por sus frutos los conoceréis.»

 

Qué tan diferente es este enfoque misional para la «retórica de exclusión» que funcionó tan bien en la modernidad: «Hay bendiciones que son del interior. Usted está en el exterior y por eso no puede disfrutarlas. ¿Desea ser un miembro bendecido como nosotros?»

 

En contraste, el cristianismo misional dice: «Dios está expresando su amor a todos las personas externas a través de nuestros actos de bondad y servicio. Usted está invitado para dejar su vida de acumulación, competencia y egocentrismo para unirse a nosotros en esta misión de amor, bendiciones, y paz. ¿Desea ser parte de esta misión?»

 

Vivo en la región del Atlántico medio. Nuestro paisaje ha sido esculpido y alimentado por tres grandes ríos: el Potomac, el Susquehanna, y el Delaware. Si usted proviene de la región del Delta del Mississippi, o del desierto de Sonora, o de la cuenca de Los Angeles, y se muda aquí, usted notará la diferencia de nuestra topografía, aun cuando usted no conozca de los tres ríos que le dan a nuestra tierra su contorno.

 

Si usted está explorando la cultura emergente, todo lo que usted aprenda acerca de estos tres ríos: formación espiritual, formación comunal y acción misional, le ayudará a encontrar fuerzas, a echar raíces y sentirse en casa.

 

Brian McLaren es pastor en Cedar Ridge Community Church (crcc.org) en Maryland, autor de varios libros (el más reciente The Story We Find Ourselves In), y miembro de Emergent (emergentvillage.com).

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